Telón de fondo

La ineptitud popular en el Discurso de Angostura

25/02/2019

El discurso leído por Bolívar ante el Congreso de Angostura en 15 de febrero de 1819, es la primera gran manifestación de republicanismo que se advierte en su pensamiento. Si el lector lo compara con producciones anteriores, como el Manifiesto de Cartagena y la Carta de Jamaica, advertirá su alejamiento de posiciones radicales y de entendimientos aristocráticos de la sociedad para hacer una primera gran propuesta de cohabitación vinculada con los principios liberales que no había expresado todavía, pero que asume como posibilidad de construir un sistema capaz de amparar a la mayoría de los ciudadanos. Pero los asume con reservas, según se tratará de mostrar a continuación.

Ya han quedado en el camino las experiencias de la Guerra a Muerte, los fracasos de dos ensayos de gobierno y las penurias del exilio, que lo habían llevado a escribir lo que escribió en los primeros tramos de su formación como vocero de la política. Ahora acaricia la alternativa de un establecimiento duradero bajo su mando y quiere dotarlo de ideas nuevas y distintas, en comparación con las que había expuesto. Busca cauce diverso para una sociedad sin relaciones con ensayos modernos de administración que debe aventurarse a encontrarlos con una cabeza iluminada en la vanguardia, situación que lo lleva a mostrar cautelas sobre las posibilidades que tienen los gobernados de manejarse con propiedad en el nuevo itinerario. Veremos cómo tales cautelas no le permiten expresar confianza sobre las habilidades del pueblo para las faenas de la libertad.

La estabilidad de la república depende, según la tesis que maneja en Angostura, de una misión de vigilancia a través de la cual se comprueben progresivamente los progresos de una aglomeración de bisoños en un mundo que les es desconocido. El fragmento que sigue condensa los postulados susceptibles de llevar a una sociabilidad supervisada desde las alturas:

Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud. Discípulos de tan perniciosos maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado, son los más destructores. Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la incredulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico y civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia. Semejante a un robusto ciego que, instigado por el sentimiento de sus fuerzas, marcha con la seguridad del hombre más perspicaz, y dando en todos los escollos no puede rectificar sus pasos. Un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud; que el imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son más inflexibles, y todo debe someterse a su benéfico rigor; que las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes; que el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad. Así, legisladores, vuestra empresa es tanto más ímproba cuanto que tenéis que construir a hombres pervertidos por las ilusiones del error y por los incentivos nocivos. La libertad, dice Rousseau, es un alimento suculento pero de difícil digestión. Nuestros débiles conciudadanos tendrán que enrobustecer su espíritu mucho antes que logren digerir el saludable nutritivo de la libertad. Entumidos sus miembros por las cadenas, debilitada s vista en la sombra de las mazmorras, y aniquilados por sus pestilencias serviles, ¿serán capaces de marchar con pasos firmes hacia el augusto Templo de la Libertad? ¿Serán capaces de admirar de cerca sus espléndidos rayos y respirar sin opresión el éter puro que allí reina?

No insiste ahora en un régimen entendido como herencia de los mantuanos, como se puede desprender de la lectura que alguno de ustedes haga de la Carta de Jamaica, ni tampoco en la tutela armada de sus planes de Cartagena que desembocan en una sangría, sino en un diagnóstico que lo lleva a lo que es hasta ahora su más acabada expresión de republicanismo. Veamos:

Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad, está sancionado por la pluralidad de los sabios; como también lo está qe no todos los hombres nacen igualmente aptos a la obtención de todos los rangos; pues todos deben practicar la virtud y no todos la practican; todos deben ser valerosos y todos no lo son; todos deben poseer talentos y todos no los poseen… La naturaleza hace a los hombres desiguales en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes corrigen esa diferencia, porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia, propiamente llamada política y social.

Las credenciales del mundo colonial, sus caminos para el ascenso no deben existir, según el fragmento, sino los dispositivos que una administración sabia proponga para el desenvolvimiento justo de los miembros del conglomerado, independientemente de sus aptitudes y sea cual fuere el origen de cada quien.

Pero, en medio de la innovación, después de reconocer la evolución del político hacia el terreno del republicanismo, ¿cuál puede ser el motivo que le aconseja andar con cautela en el área de los derechos ciudadanos?, ¿por qué manifestará en el mismo documento su preocupación por las pasiones de la multitud y la consiguiente necesidad de crear un Senado Hereditario que las contenga? La formación en la matriz española hace del pueblo una masa incompetente para los trajines de la libertad. No se trata de una tara congénita, de un mal engendrado por la naturaleza, sino de una mala jugada de la historia frente a la cual se debe actuar como hacen los preceptores con una cohorte de párvulos a quienes se empuja por su bien hacia el interior del aula. La Colonia les comunicó un catálogo engañoso de luces y sombras, terminó por atrofiarles los sentidos debido a su interés en encadenarlos dentro de un hermetismo de trescientos años que un poseedor de la llave de la iluminación dará por terminado después de ímprobas labores.

De allí que no puedan acceder a la felicidad sino con las paciencias y las prevenciones de la cúpula. De allí que requieran de un tutor como el que ahora pronuncia el discurso, o de otros que en el futuro pretendan asumir el magisterio de las multitudes inhábiles que nunca faltarán.


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