Perspectivas

La fotografía vernácula y el error

Fotografía de Alfredo Padrón

11/11/2022

Clément Chéroux, historiador de la fotografía y curador en jefe de la colección de fotografías del MOMA de New York, en su libro La fotografía vernacular (2014) establece la diferencia en la ocurrencia del error fotográfico accidental entre dos grupos de aficionados bien diferenciados: los «usuarios» que aspiran a la inmortalización de un momento sin el menor interés en la calidad de su resultado, y los amateurs que aspiran a la perfección técnica y que no pocas veces suelen estar mejor equipados y preparados que muchos profesionales.

¿Pero qué es la fotografía vernacular? Veamos la cita de Chéroux en relación con el término:

Etimológicamente, la palabra vernáculo se deriva del latín verna, que significa «esclavo». Circunscribe pues, en primer lugar, una zona de la actividad humana ligada al servilismo, o por lo menos a los servicios. Lo vernáculo sirve: es útil. En el derecho romano, el término vernaculus describe, con mayor precisión, una categoría de esclavos nacidos en casa, a diferencia de los que fueron adquiridos o intercambiados. Por extensión, la palabra abarca todo aquello confeccionado, criado o cultivado en casa. Se refiere a una producción doméstica –home made, dirían los estadounidenses– que a priori está menos destinada a la comercialización que al consumo personal.

Queda claro, entonces, que cuando hablamos de fotografía vernácula nos referimos a aquella realizada por diletantes con fines domésticos, la mayoría tomadas en eventos como cumpleaños, bautizos, primeras comuniones, pero también el registro de la visita de ese lejano familiar al que teníamos décadas sin ver o el registro gráfico de la graduación de nuestro hermano mayor, manifestaciones estas que pasarán a engrosar las páginas de nuestro álbum familiar.

Resulta obvio pensar que en esta categoría es donde se encuentra la mina principal de los hallazgos a partir del error fotográfico, que con el paso del tiempo podrán ser elevados, de ser utilizados de manera consciente, a la categoría de obras con valores estéticos emparentados, si es posible, con la obra de arte.

Hay que precisar que la fotografía utilitaria no se convierte realmente en vernácula más que a partir del momento en que pierde su valor de uso inicial, es decir, cuando ya no sirve para cumplir aquella función para la que fue producida originalmente. (Chéroux, op. cit., p. 16)

Aunque Chéroux analizó el problema del error a partir de la dualidad que existe por la coexistencia de dos tipos de amateurs –el amateur experto y el amateur usuario– que da origen al término de lo vernáculo en la fotografía –fundamentalmente analógica–, puesto que la identificación de estos grupos se hace a partir de la segunda década de 1890, hoy en pleno siglo XXI de la era digital podemos afirmar que existe otra categoría del error fotográfico accidental, que puede ocurrirle incluso a cualquier profesional en función del tipo de dispositivo que utilice.

A pesar de que los automatismos en los nuevos teléfonos y cámaras digitales tienden a minimizar el error en la fotografía, sigue habiendo margen para su ocurrencia en la medida en que estos dispositivos sean utilizados en condiciones que excedan los parámetros del standard del fotografiado para el cual fueron diseñados.

La investigadora Tracy Piper Wright, de la Universidad de Chester, en su interesante paper «The value of uncertainty: the photographic error as embodied knowledge» (presentado en Helsinki Photomedia: Reconsidering the «Post-Truth Condition»: Epistemologies of the photographic image, Universidad Aalto, Finlandia, 2018), nos recuerda que no podemos ver el vínculo entre la cosa fotografiada y la imagen resultante en una relación estrictamente causal como una forma de transmisión, pues estaríamos pasando por alto las variaciones inesperadas (situación, tiempo, luz, cámara y acciones humanas) que contribuyen con la creación de un error.

Se da el caso de dispositivos fotográficos automatizados, como las cámaras «Point and shoot», que producen imágenes fallidas en ausencia de niveles de iluminación adecuados o reflejos en cristales que garanticen una buena respuesta del enfoque automático.

Fotografía de Alfredo Padrón, tomada desde la ventanilla de un avión con cámara Cyber Shot Point and Shoot

La diferencia entre lo que ve la cámara y lo que ve el fotógrafo está en el centro de cómo ocurre el error accidental. El error accidental nos presenta una visión o mirada computacional o tecnológica, una visión que, sin embargo, aún puede reconocerse como «fotografía». (Tracy Piper Wright, op. cit.)

 

En la serie de fotografías precedentes, tomadas por mí desde la ventanilla de un avión con un dispositivo fotográfico «Point and Shoot», concretamente una Sony Cyber Shot, se pone en evidencia la ocurrencia de un accidente indeseado o inesperado al utilizar el dispositivo fotográfico fuera del rango de sus posibilidades técnicas; si bien es cierto que las fotografías datan de hace catorce años y que las posibilidades de que la Inteligencia Artificial mejore en el transcurso del tiempo, la adaptación de estos dispositivos a este tipo de situaciones será cada vez mayor.

Situaciones similares pueden ocurrir cuando el mecanismo de enfoque automático se ve engañado por reflejos en los cristales o por superficies brillantes; en ocasiones, la presencia de zonas de sombra estimula al mecanismo a utilizar una velocidad de obturación más prolongada de lo deseable.

Por supuesto, no todo error accidental es repetible; más allá de los mecanismos que producen el error accidental subyace la importancia de una reflexión por parte del autor para trascender al hecho fortuito y conseguir explotar de manera sistemática el tipo de imágenes obtenidos por causa del error, es decir, incorporarlo como parte de su catálogo de conocimientos. Obviamente, una vez internalizado y adoptado de manera consciente por el fotógrafo, los resultados ya no se pueden categorizar como productos del error, sino como parte de una propuesta estética consistente que se adueña de un tipo de lenguaje técnico puesto al servicio de la obra conceptual.

Un ejemplo interesante lo constituye el caso del artista y fotógrafo español Valentín González Fernández, quien llegó a una síntesis conceptual producto de su necesidad de que la figura humana no acaparase la atención del espectador en sus fotografías de paisajes. Con frecuencia, al colocar a una persona como referencia de la escala de un paisaje los observadores concentraban su interés en tratar de «leer» quién era la persona: si hombre o mujer, cuáles eran sus facciones, olvidándose así de la propuesta paisajística. Basado entonces en un defecto de su visión, que lo hace ver la realidad con cierto grado de desenfoque –cuando no está utilizando sus anteojos de prescripción–, Valentín comenzó a visualizar figuras «ocultas» en las superficies semejante al juego de niños que intentan adivinar formas en las nubes. Luego de ser fotografiadas con determinado grado de desenfoque y de ser alteradas en sus parámetros cromáticos, de contraste y de niveles, las imágenes dan origen a un universo fantástico de figuras humanas abstractas sin facciones específicas, que constituyen una propuesta única consiguiendo de esta manera que la figura misma se convierta en el paisaje.

Veamos el ejemplo de un paisaje marino tomado por Valentín en la costa de Vinaroz, en España:

Este es el paisaje original en el que Valentín, despojado de sus anteojos de prescripción, previsualiza las formas que darán origen a la imagen, luego de aplicar cierto nivel de desenfoque y algunas alteraciones de color, de su universo particular de figuras humanas estilizadas.

Mostraré también una captura, con disparos sucesivos, que demuestran la intención del fotógrafo quien no se ha topado con la imagen por azar, sino que responde a una búsqueda precisa basada en la previsualización de un lugar, al que seguramente ha vuelto una y otra vez hasta conseguir el resultado esperado.

Luego de aplicado el grado de desenfoque correspondiente se obtiene el siguiente resultado:

De este árbol desenfocado surge, como por arte de magia –alteraciones mediante–, este «Guardián del bosque» en el universo de Valentín González.

De esta plancha de acero oxidado, al aplicar un porcentaje adecuado de desenfoque y de alteración cromática, Valentín obtiene una infinidad de figuras (o grupos de ellas), cada una de las cuales sugiere una historia diferente.

Lo que nos atañe como fotógrafos-pedagogos es que, accidental o no, el error fotográfico, acompañado de la debida reflexión impulsada por el docente o instructor, se convierta en una fuente de nuevos conocimientos para quienes se inician en el camino cada vez más popular de la fotografía, impulsada por el fenómeno digital y las redes sociales que la ponen al alcance de cualquiera.

Sin perder de vista el logro de los objetivos para dotar a los estudiantes de las competencias fotográficas que les serán exigidas más adelante en el mercado de trabajo, el error no debe ser desechado en su ocurrencia como algo evitable y descartable.


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