Fotografía de Samuel Corum | GETTY IMAGES NORTH AMERICA | Getty Images via AFP
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MILAN/PALO ALTO – En la elección presidencial de este año en Estados Unidos, el presidente electo Joe Biden recibió 79,8 millones de votos (el 51%), Donald Trump recibió 73,8 millones (el 47,2%) y los candidatos restantes recibieron 2,5 millones (el 1,7%). Dejando a un lado el hecho de que el recuento de votos en California, Nueva York e Illinois todavía no terminó, la cantidad de votos emitidos en esta elección es un récord para el período de posguerra.
Pero el resultado fue mucho más parejo de lo que indica el voto popular, porque el sistema estadounidense de Colegio Electoral asigna más electores por persona a estados con menos población. Aunque Biden terminó ganando en muchos de los estados clave disputados, lo hizo por márgenes muy estrechos que, en la práctica, invierten los resultados que dieron a Trump la victoria en 2016. En Pensilvania, Michigan y Wisconsin, la elección se definió por una muy pequeña cantidad de republicanos moderados, demócratas e independientes que se pasaron a Biden.
Un gráfico que muestra cómo votó cada condado en esta elección y en la anterior revela una divisoria partidaria profunda y persistente. Los ejes representan la diferencia de votos a favor de los demócratas en 2016 y en 2020, expresada como porcentaje del total de votos (un punto en una coordenada negativa indica una victoria de los republicanos en el condado en cuestión). A grandes rasgos, los puntos están concentrados muy cerca de la línea a 45° (cuyo trazado señala un margen de victoria o derrota idéntico en ambos ciclos electorales).
En general, los demócratas ganaron en condados en los que en 2016 habían ganado o perdido por muy poco. Asimismo, en condados donde en 2016 los republicanos ganaron por un margen considerable (de los que hay muchos), los datos tienden a mostrar que en 2020 ganaron por un margen todavía mayor.
El círculo azul delimita un área crucial donde el margen de victoria o derrota en 2016 fue bastante pequeño. En esos condados los demócratas tuvieron mejoras y, en algunos casos, sumaron una cantidad de votantes apenas suficiente para volcar el condado a su favor.
El cuadrilátero rojo delimita condados que en su mayoría muestran un retroceso demócrata. Se trata de condados donde en 2020 los demócratas directamente perdieron, o ganaron por mucho menos que en 2016, lo que redujo el total de votos en el estado. Estos puntos aislados representan en general condados de mayoría hispana en el sur de Florida (en concreto, Miami‑Dade) y en Texas a lo largo de la frontera con México. El vuelco contra los demócratas en esos condados contribuyó en gran medida a la victoria de Trump en ambos estados.
En los estados disputados, el aumento de la participación electoral benefició a Biden y a Trump, pero sobre todo al primero. De acuerdo con las encuestas previas a la elección (incluidas las de YouGov que hemos analizado), tanto la estrecha victoria de Biden en esos estados como la inmensa participación electoral eran previsibles. Lo que las encuestas no lograron prever fue el apoyo firme y decisivo a Trump en ciertos segmentos de la comunidad hispana. Además, muchos comentaristas daban por sentado que el aumento de votantes favorecería a los demócratas, y algunos llegaron a predecir una «ola azul», pero al final, hubo una importante presencia de votantes para ambos partidos.
En términos absolutos, en Estados Unidos hay muchas más personas que se identifican como demócratas que como republicanas, pero también una proporción considerable de independientes.
Sin embargo, en los estados clave los republicanos son mayoría (y la proporción de independientes sigue siendo
Igual que en 2016, la elección de 2020 se decidió por márgenes estrechísimos en los estados clave. Pero el hecho más significativo es que este año hubo una inmensa participación de votantes de ambos lados. ¿Indica esto que los partidos presentaron candidatos inusualmente atractivos? No exactamente. Las encuestas señalan que el 80% de los votantes de Trump votó por el candidato en sí, pero el 56% de los de Biden lo hizo contra Trump.
De modo que una explicación mejor del récord de votantes de ambos partidos es el deseo enfático de impedir que el otro partido ganara. Y este «partidismo negativo» es simétrico. Los demócratas y unos pocos republicanos moderados e independientes no querían otros cuatro años de Trump, y la mayoría de los votantes republicanos al parecer no querían pasar otra vez el relevo a élites «costeras», globalistas, medios liberales «sesgados» y contertulios del poder en Washington, de los que desconfían.
La composición final del Senado todavía no está decidida, porque falta celebrar dos segundas vueltas para senadores en Georgia. Los demócratas necesitan ganar ambas elecciones para controlar la cámara (con 50 escaños y con el voto de la vicepresidenta electa Kamala Harris en caso de empate). Pero como están las cosas, no parece probable.
El Senado exhibe algunas de las características del Colegio Electoral en una forma más extrema. La cantidad de senadores (dos por estado) por votante habilitado es aproximadamente inversa en proporción a la población del estado. Es un diseño deliberado que se adoptó para que los intereses de los estados menos poblados tuvieran una representación efectiva en Washington. Como los nueve estados cuya población supera en cada caso los diez millones equivalen al 51% de la población de los Estados Unidos, si los escaños en el Senado se asignaran en forma proporcional, esos estados tendrían en la práctica el control de la agenda legislativa.
Frente a una situación sanitaria que empeora y problemas económicos significativos, el curso más prudente sería que los dos partidos aprovechen algunas de las oportunidades que hay de implementar propuestas con apoyo bipartidario, como las que hace poco bosquejó el expresidente del Banco Mundial Robert B. Zoellick.
Pero el curso más prudente no es necesariamente el que se seguirá. Hoy la principal área de coincidencia bipartidaria es que hay una falta general de confianza de la población estadounidense en las instituciones, y eso ha llevado a una parálisis política persistente.
Estados Unidos acaba de celebrar una elección, y candidatos de los dos partidos principales ganaron escaños en el Congreso. Ahora depende de los funcionarios electos, a ambos lados de la divisoria partidaria, asegurar que el país también salga ganando. Y depende de los votantes obligarlos a rendir cuentas si no lo hacen.
Traducción: Esteban Flamini
Michael Spence, premio Nobel de Economía, es profesor de economía en la Escuela Stern de Administración de Empresas de la Universidad de Nueva York e investigador superior en el Instituto Hoover. David W. Brady es profesor de Ciencias Políticas y Valores de Liderazgo en la Universidad Stanford e investigador superior en el Instituto Hoover.
Copyright: Project Syndicate, 2020.
www.project-syndicate.org
Este comentario viene acompañado por gráficos que pueden descargarse aquí.
David W. Brady, Michael Spence
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