Un trabajador de la salud revisa a un paciente en el área COVID-19 de un hospital en México. Fotografía de Pedro Pardo | AFP
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ABUJA – Hay una creciente evidencia de que los sobrevivientes del COVID-19 pueden sufrir efectos de largo plazo, entre ellos y no en menor medida, complicaciones cardíacas. Un nuevo estudio publicado en el Journal of the American Medical Association señala que muchas personas que se recuperaron del virus padecen de inflamación al corazón (miocarditis). De los 100 supervivientes estudiados, 78 tenían evidencia de una inflamación cardíaca anterior y 60 tenían miocarditis al momento de la observación.
Esta es una complicación médica que debiera preocuparnos a todos. Al 25 de agosto de 2020 había en todo el planeta más de 23 millones de casos de la enfermedad, 16 millones de recuperados y más 800.000 fallecidos. Si se usa como referencia el estudio del JAMA, podríamos conjeturar que cerca de diez millones de esos supervivientes padecen de miocarditis, lo que implica una enorme carga de enfermedades no transmisibles (ENT).
Las ENT ya estaban causando la muerte de demasiadas personas antes de la llegada de la pandemia. En 2016, un 54% del total de los 56,9 millones de muertes se originó en al menos una de las diez principales enfermedades letales, comenzando por la isquemia cardíaca (el estrechamiento de los vasos sanguíneos), seguidos de la embolia. Ambas son enfermedades coronarias.
La miocarditis es una enfermedad seria con consecuencias fatales. Cuando el corazón se encuentra inflamado, se reduce la distribución de sangre a otras partes del cuerpo, lo que eleva el riesgo de que se produzcan embolias y otras afecciones.
Más aún, varias ENT son factores de riesgo para el COVID-19. Según la Organización Mundial de la Salud, las personas que están en la tercera edad y la gente con condiciones médicas preexistentes, como asma, diabetes, obesidad, cáncer, anemia y enfermedades coronarias, parecen más propensas a sufrir complicaciones graves como consecuencia del virus.
La obesidad es un gran problema de salud pública a nivel planetario y tiende a aumentar el riesgo de padecer muchas otras ENT. Según estimaciones de 2016 para 140 de 192 países, al menos un 10% de la población se puede considerar obesa (un 36% en los Estados Unidos, un 28% en Sudáfrica y el Reino Unido, un 22% en Francia, un 20% en Italia y un 9% en Nigeria). Estas cifras podrían ser un factor de la gravedad relativa del COVID-19 entre los diferentes países, pudiendo explicar por qué algunos países de altos ingresos tienen mayores tasas de morbilidad del COVID-19 que otros de menores ingresos.
La interacción entre las principales ENT y el COVID-19 es en sí misma una emergencia sanitaria y requiere una atención urgente. Primero, debe haber un énfasis incluso mayor en la prevención de la transmisión comunitaria en poblaciones de mayor riesgo. Como muestra el estudio del JAMA, si se reduce la cantidad de casos de COVID-19 también se reducirá la cantidad de personas con miocarditis una vez pasada la pandemia.
Los gobiernos y sus colaboradores de la sociedad civil deben elevar sus esfuerzos para la prevención de la propagación del virus en primer lugar. Las autoridades sanitarias y los medios de comunicación deben seguir recalcando la importancia de usar mascarillas faciales, lavarse las manos con agua y jabón frecuentemente, usar desinfectante para manos si no hay acceso a agua limpia y practicar un distanciamiento social de al menos dos metros en público. Si todos adoptáramos estas prácticas, es muy probable que los nuevos casos de COVID-19 caerían notablemente, y con ello la cantidad de personas con complicaciones cardíacas en el futuro.
Más aún, las autoridades sanitarias deberían comenzar a idear intervenciones para proveer soporte cardiovascular de por vida a los supervivientes al COVID-19. Dados los nuevos datos sobre complicaciones cardíacas, la respuesta más amplia a la pandemia debe una atención continua. Si bien puede exigir la reasignación o repriorización de los recursos existentes, casi con certeza estas medidas serían más rentables si se ponderan frente a los costes de no abordar la carga adicional de ENT.
De hecho, se debería prestar más atención a la reducción del impacto de las ENT en términos más generales. La experiencia del Reino Unido ofrece lecciones al respecto. En 2018, las islas escocesas de Shetland autorizaron a los médicos a recetar interacciones con la naturaleza (como hacer excursiones, observar aves y actividades similares) como una forma de prevenir y administrar las ENT. De manera similar, el gobierno británico ha recomendado a los médicos que receten el ciclismo como un modo de prevenir la obesidad. Y, a través de su Campaña Better Health, se difundirán anuncios de utilidad pública que recomiendan la pérdida de peso, una alimentación más sana y actividad física en la televisión, la radio, las redes sociales y otros canales. Todos los países con altas tasas de obesidad deberían considerar la implementación de programas similares.
Para terminar, los últimos estudios científicos apuntan a la necesidad de una mejor atención geriátrica. Los ancianos tienen un mayor riesgo de padecer enfermedades no transmisibles y complicaciones más graves por el COVID-19. Un análisis realizado en julio por la Kaiser Family Foundation muestra que un 80% de los fallecidos por COVID-19 en los EE.UU. hasta ese entonces tenían 65 o más años de edad. Si se aplica esa tasa a la cantidad de muertes estadounidenses al 21 de agosto, cerca de 139.500 de los 174.442 fallecidos habrían pertenecido a la tercera edad.
Mientras tanto, más de tres millones de estadounidenses se han recuperado del virus, y entre ellos hay personas de la tercera edad y otras de alto riesgo que necesitarán atención adicional, cuidados residenciales incluidos. En Nigeria, la plataforma tecnológica sanitaria GeroCare ofrece cuidados asequibles para los mayores con visitas médicas a domicilio. Su plan más barato cubre al menos tres visitas residenciales por apenas $50.
Este enfoque de la atención de salud se tiene que elevar de escala. Mientras más podamos reducir las complicaciones cardíacas del COVID-19, entre otras, más vidas salvaremos.
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Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Ifeanyi M. Nsofor, doctor en medicina y Miembro Atlántico Senior de Equidad en Salud en la Universidad George Washington, es Director Ejecutivo de EpiAFRIC y Director de Políticas y Promoción del Observatorio de Salud para Nigeria. Sígalo en Twitter: @ekemma.
Copyright: Project Syndicate, 2020.
www.project-syndicate.org
Ifeanyi M. Nsofor
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