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“…Las ciudades son motores; ellas cambian, se animan, se extenúan, vuelven a comenzar. Incluso sus fallas nos introducen a ese mundo del movimiento en el que penetra nuestro segundo libro. Ellas hablan de evolución, coyuntura, dejándonos adivinar por anticipado la línea del destino…”
Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949), I
1. Entre 2003 y 2004, durante mis estudios posdoctorales sobre la emergencia y consolidación de la historia urbana como campo disciplinar, uno de los hallazgos más reveladores que encontré fue la inserción de la ciudad entre los estratos distinguidos por Fernand Braudel (1902-1985). El historiador galo fue, como se sabe, el máximo exponente de la llamada escuela de los Anales, que marcó las ciencias sociales y humanidades francesas desde la primera mitad del siglo XX, con repercusiones universales.Sin embargo, a pesar de ello, poco esperaba yo,debo reconocer, descubrir en aquella experiencia investigativa y dentro de esa escuela, claves tan significativas sobre la relación de la ciudad con su entorno.
Allende las grandes tradiciones economicistas, políticas y biográficas heredadas de la centuria anterior, al abrir el siglo XX fue reconsiderada en Francia la histoire événémentielle, o de los eventos, entre académicos agrupados alrededor del Collège de France y la École des Hâutes Édudes. Tras la fundación de la Revue de synthèse historique por Henri Berr en 1900, la revista Annales d’histoire économique et sociale sirvió de núcleo, desde 1929, para la primera generación de la escuela de los Anales, donde destacaron Paul Lacombe, François Simiand, Marc Bloch y Lucien Febvre, entre otros. Estos apelaban a la geografía, la sociología y otras disciplinas, de cara a analizar las “estructuras” y la longue durée, o larga duración, por sobre los acontecimientos.
A través de los estratificados paisajes de los Anales, las variables espaciales fueron resurgiendo lentamente por la influencia geográfica, así como por los cambios en los paradigmas historiográficos. Además de tornar el énfasis del historicismo político hacia lo económico y social, Simiand y otros líderes de la revista Annales habían preconizado una mayor relación con la investigación geográfica de comienzos del siglo XX, más en la vertiente regionalista de Paul Vidal de la Blache, que en la geopolítica de Friedrich Ratzel. Tal como hace notar François Dosse en L’histoire ou le temps réfléchi (1999), las “monografías regionales” de discípulos del primero, como Raoul Blanchard, fueron así un componente de la “alianza geohistórica” de larga duración, ambicionada por Febvre y otros miembros de la primera generación de la escuela.
En “Mi formación de historiador” (1972), texto recogido en el segundo tomo de Écrits sur l´histoire (1990), cuya primera edición data de 1969, bien resumió Braudel estas búsquedas, al comparar los Anales con el primer intento interdisciplinario de Berr, menos invasivo y totalizador. “Lo que reclamarán los Annales, mucho más tarde, es una historia cuya investigación se extendería a las dimensiones de todas las ciencias del hombre, a la ‘globalidad’ de las así llamadas ciencias humanas, y de la que se apoderaría de alguna manera para reconstituir sus propios métodos y su verdadero dominio”, Braudel dixit.
2. El reajuste en las escalas, las disciplinas y los temas de la historiografía tradicional preconizado por los Anales;junto a su maridaje con la geografía y la economía,privilegiando el medio por sobre el personaje, encontraron todos su manifiesto en la tesis doctoral de Braudel sobre El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949). Bosquejada mientras el historiador era prisionero de los nazis en Alemania, la disertación fue completada en 1946 y defendida al año siguiente, ante un jurado que incluía a Febvre, quien devino mentor en la futura carrera del doctorando.
En el prefacio original se distinguieron tres estratos de análisis, los cuales llegarían a ser característicos de la escuela. El primero, de “una historia casi inmóvil”, dada por la relación geográfica del hombre con el medio que le rodea; “una historia lenta en fluir, en transformarse, hecha a menudo de retornos insistentes, de ciclos recomenzados sin cesar”; eran los contenidos sobre el medio físico, que hasta entonces habían adornado inútilmente las introducciones a los tratados de historia, incorporados ahora por Braudel a su análisis de manera más fundamental.
Por encima de ese estrato se distinguía “una historia lentamente rimada”, una suerte de historia social de los grupos y las culturas. Como siguiendo las “olas de fondo” que removían el conjunto del mar y la vida mediterráneos, el historiador se planteaba estudiar, a esta profundidad, “las economías, los Estados, las sociedades, las civilizaciones”, entre otras de las que podrían considerarse como estructuras. Y finalmente estaba la histoire événementielle de los individuos, en un sentido más tradicional, la cual semejaba las incesantes pero efímeras olas de la superficie. No obstante su aparente labilidad, a propósito de esa capa superficial reconoció Braudel, en el prólogo a la primera edición de El Mediterráneo…: “Pero tal cual, de todas es la más apasionante, la más rica en humanidad, la más peligrosa también. Desconfiemos de esta historia candente todavía, tal como los contemporáneos la han sentido, descrito y vivido, al ritmo de su vida, breve como la nuestra. Ella es de la dimensión de sus cóleras, de sus sueños y de sus ilusiones”.
Con esos tres estratos estructuradores de su obra maestra – tributarios además de las teorías comerciales del medievalista belga Henri Pirenne, entre otras influencias anteriores a los Anales – Braudel distinguió tres ritmos que eran al mismo tiempo tres maneras de agrupar las disciplinas, las escalas, los temas y personajes concurrentes en la “historia total”. Desde la aparente inmovilidad del gran mar estructural, hasta la brevedad de los eventos que se esfuman como olas en la playa; eran las “líneas temporales” que más tarde, al describir su propia formación intelectual, el historiador reconoció como infaltables en “todo paisaje histórico”. Eran líneas que, mutatis mutandis, seguiría el profesor de la Escuela Práctica de Altos Estudios en Ciencias Sociales en otra de sus obras capitales: Civilización material, economía y capitalismo: siglos XV-XVIII (1979).
3. En El Mediterráneo…, el tejido de ciudades y las funciones urbanas en general fueron integrados dentro de la primera parte de la obra, centrada en el milieuo medio geográfico, pero también comprensiva de la “unidad humana y forzosamente histórica” que acompaña a la “unidad física del mar”. Sin embargo, el autor reconoció al final que las ciudades representan una suerte de transición entre el relativo estatismo de esa primera parte de su obra, y los “destinos colectivos y movimientos de conjunto”, insufladores de las estructuras económicas y sociales de la E incluso anticipan las coyunturas de la historia eventual que rige a la tercera.
“En todo caso, la historia dinámica de las ciudades nos coloca fuera de nuestro propósito inicial. Teníamos la intención, en este primer libro, de prestar atención a las constancias, a las permanencias, a las cifras conocidas y estables, a las repeticiones, a los fundamentos de la vida mediterránea, a sus masas de arcilla bruta, a sus aguas tranquilas, o que imaginábamos tranquilas. Las ciudades son motores; ellas cambian, se animan, se extenúan, vuelven a comenzar. Incluso sus fallas nos introducen a ese mundo del movimiento en el que penetra nuestro segundo libro. Ellas hablan de evolución, coyuntura, dejándonos adivinar por anticipado la línea del destino…”.
Observando la estratificada arquitectura de la obra braudeliana, uno se percata de que, en efecto, las ciudades hubieran podido estar en la segunda parte, en los análisis dedicados a la sociedad o las civilizaciones. Pero su ubicación en la primera parece confirmar una concepción primordialmente geográfica del hecho urbano, por parte de la primera generación de los Anales, quizás debido a la ya señalada influencia de Vidal de la Blache.
En parte por ello, allende el dominio historiográfico, la escuela de los Anales fue vista por el profesor californiano Edward Soja – en Postmodern Geographies. The Reassertion of Space in Critical Social Theory (1989) – como una de las pocos “enclaves” de análisis geográfico, que desde mediados del siglo XX, permitieron superar la “inmersión” o postergación del análisis social concerniente al espacio y el territorio, heredada del historicismo predominante entre siglos. Y advertido por ese planteamiento de Soja, me percaté, en mi propia investigación posdoctoral, de que esa alianza geo-histórica de los Anales apuntaló la historiografía regional y urbana, cristalizada en la década de 1960.
Arturo Almandoz Marte
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