La biblioteca de Pilar y Saramago

23/10/2022

Pilar del Río. Fotografía cortesía de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil

“…Cada lector construye al autor y mantiene con él, o con ella, su propia relación. Este libro no pretende interferir entre el lector o lectora y autor, simplemente cuenta detalles del paso del escritor por la isla que eligió para vivir hasta su último aliento, si es que los autores dejan de respirar alguna vez: hay personas que dicen sentir en las bibliotecas organizadas con amor un cierto murmullo que bien podría ser la respiración de los escritores. Este libro sirve para recordar momentos singulares vividos en Lanzarote, claro que sí, pero sobre todo en la biblioteca de A Casa y compartirla. Este es un libro para amigos y amigas”.

Líneas que alientan a una lectura inspirada las que ofrece Pilar del Río en uno de sus iniciales capítulos de La intuición de la isla (Alfaguara, 2022), pero también es el preámbulo a un diálogo afable con la periodista, traductora y escritora española sobre su ser lector. Y si bien el escenario no es la biblioteca de Lanzarote edificada amorosamente junto a su compañero de cotidianas épicas, José Saramago, lo fue el universo libresco constelado de la VII Feria del Libro de Guayaquil, a la cual acudió en calidad de invitada estelar el pasado septiembre.

Muchas razones convergieron para su viaje a Ecuador, desde su inédita estadía para traer su novedad literaria, como el hecho de involucrar a este destino equinoccial dentro de la agenda conmemorativa del Centenario de José Saramago. Y la presidenta de la fundación que preserva y promueve la obra y pensamiento del Nobel de Literatura lo hizo con gracia y gusto, ante la hospitalidad mostrada por los seguidores del escritor en este patio. Sin embargo, la ruta que le invitamos a transitar durante nuestro encuentro fue la de su peregrinar como lectora y gustosa nos acompañó.

Iniciándose en el ABC

“Mi primer contacto con la lectura fue a través de los periódicos” refiere con certeza. Y lo hizo leyendo un diario “muy conservador”, el ABC, el cual llegaba a su casa en horas vespertinas. Se observa a sus seis años, junto a sus hermanos más contemporáneos (tuvo catorce), recorrer sus páginas apreciando las gráficas que venían junto a los textos. “Podría decir que desde entonces ya captaba el sentido de las palabras. Y allí fue cuando supe que quería hacerme periodista”, remarcó.

Ya en su iniciación en la lectura, recuerda Pilar del Río que era un acto en solitario, cada hermano leía por su cuenta y en ocasiones a espaldas de los padres, “Afortunadamente fuimos autónomos… La biblioteca de casa contenía lecturas de mayores de las que rigurosamente nada nos interesaba”.

Y en ese compartir silencios poblados de aventuras fue descubriendo las obras de Julio Verne, de Enid Blyton, entre otros. Además de las entregas semanales de los cómics o como era común llamarles tebeos. Comenzó entonces el acto de intercambiar con amigas libros, opiniones de lecturas o sobre autores.

A partir de los ocho años su pueblo natal Castril quedará atrás para cursar estudios en la capital del municipio, Granada. Se estrenará precozmente en literatura juvenil con Anna Karenina de Leon Tolstoi y La vida sale al encuentro de José Luis Martín Vigil, atraída en este caso por el desenfado de “unos chicos que eran capaces de vivir sin estar tutelados por los padres”. Continuaría su cultivo lector con Los proscritos del alemán Ernst von Salomon y la saga de Las aventuras de Guillermo de la inglesa Richmal Crompton.

Para esta Pilar ya adolescente adentrarse en estos textos que exaltaban la condición del individuo frente al poder y las convenciones, fue una manera de saltarse la rigidez y formalidad de la escuela en marco de la dictadura de Franco. “Ningún maestro se interesaba en orientarnos acerca de lecturas. La mayor parte de los libros de la literatura universal estaban prohibidos. Madame Bovary por ejemplo, ¡imposible por adúltera!”.

El círculo lector

Refiere que, en su temprana juventud, el nacional catolicismo español (ideología franquista) fue el poder censor de entonces. “Todas las películas que íbamos a ver tenían un número asignado del 1 al 4, siendo este último la categoría ‘gravemente peligroso’, por eso mismo imposible de proyectar. Qué decir en cuanto a leer autores de la generación del 27, bloqueados. Siendo granadina debí esperar hasta mi edad adulta para poder leer las obras completas de Federico García Lorca. Y fue una edición argentina. Entonces los libros de textos dedicaban apenas tres líneas y en letras pequeñas”.

Pero el alivio llegó con los estertores de la dictadura y de América Latina no solo arribaron más obras de los españoles proscritos, sino de los emergentes de esa orilla y que posteriormente se agruparon bajo la etiqueta del “Boom”. Aún le causa gracia que durante unas vacaciones a principios de los 70 sus amigos del grupo de lectura recibieron dos títulos: Cien años de soledad y Conversaciones en la Catedral. No es difícil adivinar que entonces la joven Pilar fue defensora a ultranza de la “Remedios” de Gabriel García Márquez en oposición a los seguidores de “Zavalita” de Mario Vargas Llosa. Una anécdota que quedó plasmada en el prólogo que realizó para la edición de portugués del libro Dos soledades: Un diálogo sobre la novela en América Latina (Alfaguara, 2021) y que ha compartido con el escritor peruano. “Nosotros, lectores, nos hicimos irreconciliables”, zanja entre risas.

Entonces la era democrática española amplió enormemente su estantería como su mente; sin embargo, también trajo la añoranza de aquel “ahínco con que buscábamos leer a escondidas”. Y entonces se encontró con los universales europeos: Ulises de Joyce, En busca del tiempo perdido de Marcel Proust o las obras de Graham Greene.

Y en cuanto a escritoras, muchas son las que le llueven en el pensamiento, pero a una reserva un privilegiado sitial, la española María Teresa León. “Memoria de la melancolía, me parece la remembranza más conmovedora, interesante, sorprendente sobre el período republicano, la Guerra Civil, la generación del 27, y sobre la dureza del exilio. Relato que cobra aún más fuerza al saber que lo escribió cuando supo que tenía principio de Alzheimer”.

Una expansión lectora que debió aguardar unos cuantos años más para encontrarse con la escritura de José Saramago. Un episodio que preferimos no abordar durante la conversación (dado el corto tiempo con que contábamos), pero que sí recreamos para quienes estas líneas recorren, a partir de declaraciones anteriores. Pues justo fue como lectora convencida (la traductora emergería una década después), que abordó por recomendación de amigas la novela Memorial del Convento y de allí el ansiar descubrir ese mundo saramaguiano. De alguna forma, la figura de Fernando Pessoa los encontró a partir de El año de la muerte de Ricardo Reis, pues tras leerlo, Pilar de los Río sintió una “obligación moral” de afirmar ante el autor que el ciclo virtuoso de la obra se completaba. “He leído y comprendido”, le dijo en 1986 en medio de una entrevista concedida por el escritor lusitano a aquella joven periodista granadina y que terminó con la visita a la tumba Pessoa/Reis ante la cual leyeron fragmentos de El libro del desasosiego.

La biblioteca de A Casa

Muchos de estos títulos “leídos y comprendidos” respiran en los anaqueles de la admirable biblioteca de A Casa, el hogar de ambos, que es una de las protagonistas del texto de Pilar del Río dedicado a los días de José Saramago en Lanzarote. Un pasaje que traemos a nuestro diálogo lo reafirma:

“En la biblioteca, José Saramago era feliz. Oía música, cruzaba las manos, cerraba los ojos, el universo se le acercaba y le envolvía con latidos humanos. Los libros de José Saramago crecían en esas horas en que pasaba en la biblioteca, definitivamente acompañados por páginas de papel que él sabía que contenían espíritu y le dotaban de la fortaleza necesaria para volver a empezar”.

Al repasar en voz alta el fragmento, nos comparte su autora: “Fíjate que yo escribí eso y tiempo después vino A Casa un decano arquitecto sevillano. Se quedó viendo aquellos modestos espacios luego la biblioteca y dijo: “Pocas veces he oído unas paredes hablar tanto”.

Muchas son las evocaciones que el relato ofrece en ese microcosmos libresco de A Casa, incluso le dedica un capítulo completo. Con humildad afirma que su configuración obedeció a las preferencias lectoras de su esposo, pero en realidad fue conformándose desde una bibliofilia compartida. Lo apreciamos incluso en el cuadro que preside la estancia donde aparece la risueña pareja, realizado por el pintor checo Jiri Dokoupil, así como en el film José y Pilar del realizador brasilero Miguel Gonçalves Mendes. Solicitamos nos hablara sobre uno en particular, el capítulo dedicado a la visita de María Kodama para una tertulia junto a Saramago sobre Jorge Luis Borges.

“Fue un acto de generosidad por parte de María. Había sabido que José estaba enfermo y como pasaba unos días en París, dijo “me acerco a visitarlos”. José acababa de dejar el hospital donde había estado en cuidados intensivos… Acordamos organizar un encuentro en la biblioteca para hablar de Borges. La acondicionamos, un tanto inquietos pues era su primera aparición pública tras superar su gravedad. Fue una mágica ocasión…”.

Y qué mejor que su testimonio escrito para transmitirnos aquella alquimia:  “…hoy Lanzarote es El Aleph. ‘Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe’, dicen, repiten. María Kodama mira a José Saramago, que la mira a ella. Deciden leer al maestro en voz alta, no es una invocación, es el placer de escuchar. María lee con acento porteño, su voz se va pareciendo a la de Borges. Nadie se mueve en la biblioteca, ni siquiera la biblioteca levita, nadie quiere que pase el tiempo, tampoco cuando Saramago lee como si Borges fuera portugués y tal vez esa tarde lo fuera”.

Conviene que aquel lugar fue escenario para inolvidables tertulias entre el Nobel de Literatura (1998) y muchos otros creadores: músicos, cineastas, y por sobre todo escritores de la contemporaneidad. Entre otros, Susan Sontag, Carlos Fuentes, Sergio Ramírez, Gonzalo Torrente Ballester, Mario Vargas Llosa. Con su colega peruano sostuvo Saramago uno de sus últimos diálogos antes de fallecer y Pilar trae a colación una anécdota. “Para la ocasión organizamos una cena con ayuda de un cocinero y un camarero de la isla, quienes al final de la velada pidieron a ambos escritores hacerse un retrato juntos. La estampa en el que se ve a Vargas Llosa y Saramago a los lados y estos admiradores en el centro, cuelga ahora en el restaurant del chef, quien jocosamente afirma a sus comensales:  “es que los Premios Nobel se quisieron hacerse esta foto con nosotros”.

Con la misma sencillez y jovialidad con la que revive el momento entre estos titanes de la literatura contemporánea, reconoce que su ritmo lector se ha frenado en esta visita a América del Sur, dados sus múltiples compromisos de la agenda del Centenario de José Saramago, que ha de cumplir en calidad de presidenta de la Fundación JS. Sin embargo, anticipando su estancia en Bogotá, leyó varias de las novelas de Juan Gabriel Vásquez y estando allí recibió de la mano del propio Héctor Abad Faciolince su última entrega:  Salvo mi corazón, todo está bien (Alfaguara, 2022). Y en el caso de Ecuador tuvo la deferencia de recibir de parte de su autor y compañero de tertulia saramaguiana, Diego Pérez Ordoñez, Cabaret Montaigne (USFQ Press), una compilación de artículos en torno a los libros, “sus navegantes” y esas islas-universos que son las bibliotecas. De tarea, tras nuestro encuentro, ha quedado en buscar obras de autores venezolanos de la década (mencionamos algunos como Alberto Barrera Tyszka, Rodrigo Blanco, Juan Carlos Méndez Guédez), pues al momento y ante nuestra curiosa pregunta solo ataja responder: “tengo una deuda inmensa con Venezuela pues en este instante, quizá por el cansancio, solo se me viene a la mente como imprescindible universal Rómulo Gallegos”. Y no dudamos que su vigente narrativa es parte del exhalar de esos anaqueles que intuitivamente le esperan en Lanzarote.

Lectura centenaria 

La efeméride tendrá lugar el 16 de noviembre, día del natalicio del escritor José Saramago (Azinhaga, Portugal, 1922). Pero mucho antes ha comenzado en el mundo su conmemoración que de acuerdo a las disposiciones de la Fundación JS, gira en torno a su figura, a la expansión lectora de su obra, a la reedición de sus textos y promoción de otras publicaciones, así como a los encuentros académicos, literarios y artísticos.

Uno de ellos de gran jerarquía por las voces que ha convocado durante el año tiene lugar en otra biblioteca, la Municipal de Lisboa, bajo el título “Conferencias Nobel: emergencias de Saramago”. A principios de octubre recibió a la también Premio Nobel, la polaca Olga Tokarczuk y cerrará justo en el mes centenario con la participación de la ficcionista y periodista franco-marroquina Leila Slimani, Premio Goncourt.

También destaca el reestreno de la Ópera Blimunda, escrita por Saramago con música de Azio Corghi, el 11 de noviembre. Cinco días después, justo en el día de cumpleaños, la escritora española Irene Vallejo acompañará a la Orquesta Metropolitana dirigida por el maestro Pedro Neves, para el estreno del Concierto de apertura del Centenario, en el Teatro Municipal San Luis de Lisboa.

En estos actos estelares, Pilar del Río estará y aplaudirá a todos los que han hecho posible, quizá la mejor “interpretación” en su carrera como traductora de la obra saramaguiana, hacerlo en múltiples expresiones artísticas, dimensiones, formatos e idiomas.

Programa Saramago Centenario

La intuición de la isla.
Los días de José Saramago en Lanzarote
(Alfaguara, 2022)
Pilar del Río

Ofrece la escritora, periodista y traductora, una suerte de mosaico vivencial de José Saramago en sus 18 años de residencia en Lanzarote, provincia española de Canarias, y última morada del escritor portugués. Describe la contratapa, “Una forma de compartir con los lectores momentos singulares ocurridos en A Casa y cómo era la vida de Saramago mientras escribía sus obras…”. Una decena de novelas justo, incluyendo la póstuma Alabardas, todas traducidas al español de forma fiel al texto como a su idioma receptor por quien fue para el portugués genial, no solo su musa sino la guardiana de su “continua ascensión humana”.


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