HistoriaLa república gana la guerra

La bella Sacramento Requena no era bella

29/11/2017

Kitchen Scene with Christ at Emmaus (1618), de Diego Velásquez

Así como la Independencia no se hace para acabar con la esclavitud, tampoco tiene como propósito el establecimiento de nuevas normas de belleza en el caso de las mujeres humildes. Bellas son solo las blancas criollas de antes, oficialmente hablando. Así se puede desprender de las minucias que se describirán ahora.

Estamos en 1840, a casi cuatro décadas de la declaratoria de Independencia. La república gana la guerra contra España, Venezuela se vuelve Colombia y después es nuevamente Venezuela bajo el gobierno de unos políticos de cuño liberal, pero el torbellino no permite la mudanza de aspectos de trascendencia para la vida cotidiana, o de cánones relacionados con lo que hoy consideramos como elemental justicia. Los pesares de Juan Albornoz así lo demuestran.

Juan Albornoz, hombre blanco, oficial retirado del Ejército Libertador y propietario de un navío mercante, pide licencia para casar con Sacramento Requena, de quien se prendó cuando la vio servir la mesa en una fiesta. Sacramento no es de su parentela, razón por la cual no debe solicitar dispensa ante el obispo. Solo debe comunicarlo a sus superiores de una empresa privada, ante quienes confiesa, en un exceso de confianza poco habitual en la época, que es joven y muy hermosa, “casi como los ángeles del cielo”. Así también lo expresa ante un tribunal civil con auxilio de letrado, en diciembre de 1840, sin imaginar la muralla infranqueable que lo condenará a la soledad.

¿Por qué acude ante la justicia? Sacramento Requena es esclava de Juan Navas. En consecuencia, los esponsales necesitan trámites especiales que se convierten en una desdicha para el galán. El propietario incorpora a la sierva a sus posesiones del Tuy y no está dispuesto a venderla, ni siquiera ante el clamor del mismo Cupido, de acuerdo con un escrito introducido por un abogado de nombre Pedro María Quero.

Como se sabe, pese a que ha terminado la epopeya insurgente Navas está en su cabal derecho. La Independencia no se hace contra la propiedad. A lo mejor tampoco se lleva cabo para justipreciar la belleza de las negras, si damos crédito a las expresiones que el abogado Quero llega a incluir cuando alega en representación de Juan Navas.

Veamos lo fundamental de su argumento.

Más allá de lo que pueda considerarse con usualidad en Derecho, el tribunal puede ver la extravagancia de localizar la lindura donde no existe. No he visto yo la morbidez representada en una negra, o la gracia comprimida en la gente basta, como no he visto yo los primores mezclados con lo ordinario, ni la preciosidad del brillo refugiada en cajón burdo. ¿Hasta dónde llegaremos en esto de la belleza? Por este paso, llegaremos a dislocar el orden de las cosas. El que lo propone está pidiendo mercedes que en apariencia se escapan de las leyes, para entrar en el dominio del amor; pero, nótese, que es únicamente en apariencia, porque de la proposición puede sobrevenir un arrebato que deberá ocupar al Derecho. ¿Hasta dónde llegaremos, pues, en esto de la belleza, sin perturbar la vida arreglada?

El abogado pudo ahorrarse el alegato, debido a que bastaba la invocación del derecho de propiedad para salir victorioso en un santiamén ante una petición insólita. Sacramento Requena es una propiedad y su dueño puede hacer lo que parezca conveniente con ella, dentro de límites de prudencia. Punto final.

Sin embargo, Quero aprovecha la vicisitud para remachar preceptos estéticos a través de los cuales se relaciona la belleza con el refinamiento de los modales y, desde luego, con el color de la piel. ¿Por qué? Se aleja de lo estrictamente legal porque presiente que las cosas pueden cambiar, que el orden establecido será desafiado dentro de poco, que la ley será sometida a riesgosos desafíos. No está descaminado, porque se acaba de fundar una bandería con cuyo discurso se entusiasmará la pardocracia para salir de la periferia hacia el centro de la sociedad: el Partido Liberal. Sacramento Requena vestida de blanco frente al altar del brazo del oficial blanco Juan Albornoz, puede ser un adelanto de tales retos. ¿”Hasta dónde llegaremos en esto de la belleza?” La pregunta tiene todo el sentido del mundo en 1840, desde la perspectiva de un defensor del establecimiento.

De momento, y como se espera en sano juicio, la sentencia respalda la negativa del propietario. Juan Navas puede conservar a la negra Sacramento Requena en la servidumbre del Tuy, alejada del extravagante enamorado. Debemos suponer que el juez, en lugar de fijarse en el argumento que refuta los encantos de la pretendida, redacta la sentencia siguiendo el código. Aunque, ¿tal vez no sea legítimo sospechar cómo, en una sociedad que todavía divide a sus miembros en libres y en esclavos, pueda el magistrado compartir con tranquilidad los asombros del litigante sobre la belleza de una pobre mujer?


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