Telón de fondo

La batalla de las Gracias

Detalle de Retrato del rey Carlos IV de España (1789), de Francisco de Goya

22/01/2018

La Real Cédula de Gracias al Sacar (1795) es una lista de aranceles, a través de la cual se señala a los súbditos la cantidad de dinero que deben pagar si buscan un trato especial en ciertos trámites burocráticos. Como los trámites imponían requisitos de procedencia social, sexo, oficio y edad que no cubrían todos los solicitantes, la posibilidad de llevarlos a cabo se hace accesible mediante el pago de una tarifa que el documento detalla.

Por ejemplo: un individuo que no tuviese edad legal para ejercer el cargo de regidor podía superar el escollo mediante la cancelación de 3.300 reales por cada año que le faltara para acceder a la función; y quien deseara el oficio de boticario sin pasar por un examen del Protomedicato, en caso de que viviera lejos de la ciudad en la cual se efectuaban las pruebas, podía solicitar licencia y precio ante las autoridades de su población.

La Cédula solo pretende establecer un precio razonable y uniforme para las gracias, y aumentar los dineros del erario por lo que se recaude a los interesados. Sin embargo, algunos casos que no presentarían problemas, de acuerdo con las previsiones de los asesores del rey, se convierten en un calvario para los criollos de Venezuela.

Ya en la parte final de la Cédula, se establece que: “Para la concesión del distintivo de ‘don’ se servirá con 1.000 reales”. Y más adelante, casi al terminar la tarifa:

Por la dispensación de la calidad de pardo deberá hacerse el servicio de 100; e id. de la calidad de quinterón 800.

Son mercedes o liberalidades que no parecen exageradas cuando se las piensa o concede desde la Corte, pero producen una explosión en el seno del mantuanaje.

¿Cuál puede ser el motivo del conflicto? Quizá sin quererlo, el rey abre el postigo de una antigua ventana que había permanecido clausurada para el ascenso social. Sin quitar del todo el candado, permite que cierto número de personas, integrado únicamente por aquellas que tengan dinero para obtener facilidades en la rutina de la comarca –gente con capacidad de ahorro, vecinos conocidos cuya reputación no han manchado los pecados o los delitos, vasallos conocidos por los cabildantes y por el cura, sujetos de la comarca con algunos bienes de fortuna– pueda aproximarse sin mayores ahogos a distinciones de poca relevancia y de las que habían carecido hasta la fecha. La decisión se considera escandalosa en Caracas, como demuestran los alegatos que los aristócratas se apresuran a dirigir a Madrid.

El Cabildo de Caracas y el Claustro de la Universidad Real y Pontificia ofician al monarca, llamando la atención sobre los prejuicios que produciría la medida. Animados por el documento de Gracias, los sujetos de peor calaña, pecadores e ineptos por naturaleza; incapaces de controlar sus bajas pasiones, ignorantes y desleales debido a taras congénitas, trastornarán la armonía de la comarca. La decencia quedará arrinconada, se llenarán de espanto los caballeros y quedará abierto el portón para que una caterva de sujetos indeseables invada el seminario, el convento, el aula y el ejército. Tal es la esencia del argumento de los mantuanos, quienes se reúnen a desgarrar sus capas en medio de la estupefacción.

Para que no parezcan exageradas las anteriores afirmaciones, copiamos con fidelidad una de las representaciones de los aristócratas ante el trono:

Seguirá el desconcierto de las personas blancas y decentes: animará a aquellos (a los mestizos) su mayor número: se abandonarán éstos (los blancos) a su pesar y desprecio: se acabarán las familias que conquistaron y poblaron con su sangre y con inmensas fatigas la Provincia: se olvidarán los nombres de aquellos vasallos que han conservado con su lealtad el dominio de los reyes de España: hasta de la memoria se borrarán sus apellidos y vendrán los tristes días en que España por medio de la fuerza se vea servida de mulatos, zambos y negros, cuya sospechosa fidelidad causará conmociones violentas, sin que haya quien por su propio interés y por su honra, por su limpieza y fama exponga su vida llamando a sus hijos, y paisanos, para contener a la gente vil, y defender la causa común y propia.

El texto no solo anuncia el fin del paraíso nacido de la unión de la monarquía con la aristocracia local. La Real Cédula de Gracias al Sacar, de acuerdo con los argumentos de los encumbrados redactores de Caracas, desembocará en la desaparición de valores fundamentales de la ortodoxia, como el honor, el esfuerzo en la búsqueda de sublimes ideales, la lealtad, la limpieza de la sangre y la antigüedad en la fe verdadera. Más todavía, toda una historia singular se borrará de la faz de la tierra. Sus legítimos protagonistas serán reemplazados por los actores de una historia distinta, menor y ajena. Para los criollos, se está ante la alternativa de un apocalipsis encabezado por los pardos mediante regia autorización.

Desde la altura de su atalaya los mantuanos sienten la clarinada de un indeseable fin de mundo. Puede ocurrir la culminación de su edén, está a punto de terminar un dominio que les concedió el rey de España y cuyo colofón solo se puede decretar en el fin de los tiempos, en el momento del Juicio Final, cuando Dios llame ante su presencia a los “padres de familia” de la Provincia de Venezuela, junto con sus semejantes del imperio católico, para que den cuenta de la misión que les encomendó. Y todo por un papel firmado por la misma mano que en siglos anteriores los elevó a la cúspide. ¿No es el colmo de los colmos? ¿No deben evitar, aún a costa de su vida, el desmantelamiento de las jerarquías?

La reacción frente a la Cédula de Gracias al Sacar ilustra con elocuencia sobre la conducta de los mantuanos y sobre los valores que custodian. Como su reacción sucede cuando va a concluir el siglo XVIII, cuando ya ha penetrado en Venezuela el mensaje de la modernidad, cuando los Borbones han tratado de remozar sus reinos y cuando falta poco para el desarrollo de las actitudes individuales y grupales que conducirán a la independencia política, hacen una apuesta por el hermetismo que no debe pasar inadvertida. Aunque no manejan evidencias que les hagan suponer la existencia de un proyecto que aspira a una vida realmente diversa para las llamadas castas; y aunque no es un extremista quien propone una ligera novedad, sino la real persona a quien deben sus inmunidades, están en guardia con el propósito de detener un movimiento contra sus intereses, contra su monopolio de los fueros de la sociedad.

La batalla que ahora encabezan no solo nos habla de su interés de entonces por el mantenimiento de una colectividad petrificada, sino también de los límites a los que se aferrarán a partir de 1810, cuando cambien la peluca por el gorro frigio.


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