Perspectivas

La arquitectura venezolana del siglo XX en proceso de apertura. Estratos petroleros y travesías de ida y vuelta

28/11/2021

Edificio Las Laras, antigua Sede Oficina Principal Shell, Maracaibo, Estado Zulia, 1928-30. Fotografía Nicola Rocco. Maracaibo cenital. Fundación para la Cultura Urbana, 2007

Introducción: entre continuidades aparentes y contradicciones inherentes

Venezuela entró en el siglo XX tal como había abandonado el XIX, con una apariencia de continuidad basada en una economía agroexportadora, empobrecida como consecuencia de la crisis internacional de los precios del café que se dio a finales de siglo, y con la usual irrupción de caudillos militares que regentaron el país como si de un cuartel o de su hacienda particular se tratara. Pero en la segunda década del siglo naciente todo cambió, la confirmación del aluvión petrolero, que había sido precedida por antecedentes como el de la compañía Petrolia, en la hacienda La Alquitrana del Táchira[1], a fines del siglo XIX, las primeras entregas de concesiones y las distintas incursiones en el territorio nacional de suspicaces exploradores y de geólogos, introdujo a Venezuela de bruces en la condición de país productor petrolero, y lo arrojó de lleno y de una manera abrupta y acelerada en el sistema económico mundial como país minero, con expectativas de riqueza y modernización previamente no vislumbradas.

Pero esa apariencia inicial de continuidad entre ambos siglos era igualmente ficticia: el siglo XX se abrió y se cerró en Venezuela con imágenes de provisionalidad y de incertidumbre. De los campamentos exploratorios primigenios, y la «llegada de los andinos» al poder, se pasó a la asunción del «mientras tanto, por si acaso» y a la elección de un militar como presidente. En el medio, se produjeron los numerosos y variados intentos de trocar en modernidad permanente la renta petrolera, de alcanzar aquello que estaba afuera, y que el cambio de rumbo que se dio en el país a partir de la segunda década se supone ameritaba y perseguía.

La riqueza asociada al petróleo y la identificación con esa deriva de búsqueda de progreso se convirtieron en factores de atracción para migrantes, exiliados, desposeídos y perseguidos, incluidos técnicos y profesionales de diversas partes del mundo. Todos ellos se vieron forzados a dar respuesta a una dualidad planteada metafóricamente: formar parte de “estratos” superpuestos, aislados, o de “estratos” integrados en una nueva entidad o producto histórico.

Sumándose a inmigrantes de Europa y América, las personas del interior comenzaron a llegar masivamente en uno de los más abruptos movimientos del campo a la ciudad en la historia de América Latina. Este súbito crecimiento en importancia transformó a Caracas, la capital del país, en lo que Francis Violich llamó una «metrópoli instantánea». De ese prolongado lapso que va de un siglo a otro, se decantan dos extremos que no se sitúan en el albor ni en el final de siglo, pero que son profundamente simbólicos: la perforación en 1914 del pozo Zumaque-1, confirmación del valor comercial de la «aventura» petrolera, y la nacionalización del petróleo el 1 de enero de 1976, escenificada por medio de un acto celebrado en dicho pozo, constituido por tanto en lo que se suponía era la representación más adecuada del siglo XX.

En el punto medio exacto entre esos dos extremos se halla el año de 1945, el del final de la Segunda Guerra Mundial, lo que podría llevarnos a la tentación de pensar en un espejo, o mejor dicho en un par de espejos en los que se refleja el país, pero esos espejos son, uno respecto a otro, versiones, inversiones y reversiones que tienen como eje virtual ese año medio. Y es que, tras el conflicto bélico, Venezuela terminó jugando un rol de suprema importancia en la nueva guerra: la Guerra Fría. Llegó a ser el mayor exportador de petróleo a nivel mundial (hasta 1951), y el segundo productor (sólo sobrepasado por los Estados Unidos). Para aquel momento más de trece compañías extranjeras de petróleo operaban en el territorio nacional, y, de éstas, Creole Petroleum Corporation, subsidiaria de Standard Oil of New Jersey, era sin duda la más importante. Como productor número uno del mundo entonces, Creole se convirtió no sólo en el «sostén familiar» de Standard Oil, sino en la vitrina industrial de Latinoamérica, y probablemente, en parte, del Hemisferio Occidental.

Pero el petróleo proveyó mucho más que divisas a Venezuela: pudiera ser considerado como la moneda de intercambio empleada para importar la modernidad en un tiempo en el que, como expresara Octavio Paz, «lo moderno estaba afuera, tenía que ser importado». Entre las variadas formas de importar la modernidad, desde el punto de vista de una nación en desarrollo, resaltaba la planificación general. Adicionalmente, desde el punto de vista del mundo «desarrollado», la arquitectura jugaba un papel predominante en la creación de imaginarios de modernidad. En este sentido, resultan sorprendentes los trasvases iconográfico-arquitectónicos que se producirían en el país.

La arquitectura será, por tanto, protagonista de ese intento desaforado, en gran parte iluso, de alcanzar la modernidad. Pero lo hará sin dejar de dar cuenta de las tensiones existentes entre un entorno premoderno, prosecución y pervivencia de los restos del modelo agroexportador, y el viraje direccional del petróleo, que tendrá consecuencias en la transformación del medio físico y territorial, pero también a nivel simbólico y del imaginario del país. La arquitectura encarnará esas contradicciones a lo largo del siglo XX.

Participación de empresas transnacionales y arquitectura del petróleo

Las principales transnacionales petroleras que operaron en el país en el siglo XX basaron su actividad en una política de extracción y exportación, en principio sin arraigo, que se correspondía con la fundación de campamentos petroleros, en los que desarrollaron paisajes y estándares de vida muy distintos a los existentes en el país. La Shell, británico-holandesa, inició operaciones en Venezuela en 1912 a través de su subsidiaria The Caribbean Petroleum Company, y la Standard Oil, estadounidense, lo hizo en 1921. Esos nuevos asentamientos, establecidos paralelamente al descubrimiento y explotación de los yacimientos, en lugares antes deshabitados, en donde se congregan empleados y obreros, serán el germen de una de las transformaciones urbanas y territoriales más dramáticas de la historia de Venezuela. De hecho, este proceso fundacional «es sólo comparable, por su magnitud y continuidad, con el llevado a cabo en el siglo XVI, dando pie al desarrollo de un buen número de ciudades tanto en el oriente como en el occidente»[2].

El petróleo «recompone» la realidad venezolana en todos los niveles: histórico, económico, social, político, cultural, etc. Configura un entramado que abarca el ordenamiento territorial y realizaciones urbanas y arquitectónicas que se van sucediendo en correspondencia con la presencia y distintas etapas de las relaciones entre el país y lo que sería el acontecimiento más significativo de su historia. Pero todo ello parte de unos pasos iniciales llenos de precariedad. El yacimiento determinaba el lugar del asentamiento petrolero, pero hasta no ser comprobada su valía todo tenía el sentido de lo urgente y de lo provisional. Así pues, podemos considerar como primera muestra de la arquitectura petrolera esos toldos de lonas y materiales aportados por el lugar que conforman los campamentos exploratorios de los pioneros. Y ya desde el inicio existe una estratificación evidente: en el claro hecho en la tupida vegetación imperan las tiendas de campaña que albergan a los «extranjeros» de las compañías petroleras, así como las que protegen sus raros instrumentos y equipos de trabajo, mientras que fuera del «campamento» se ubica el «colgadero», una especie de caney con techo de paja y piso de tierra en el que los peones cuelgan sus chinchorros.

Las perforaciones de los yacimientos y los albergues provisorios que se ubican adyacentes, constituyen los «dos “paisajes de la modernidad” que fueron introducidos desde los inicios de la explotación petrolera: los campos petroleros y sus conjuntos residenciales»[3]. Estos paisajes solían presentarse aislados, resaltando el perfil industrial asociado a la actividad extractiva, en contraste con el paisaje natural. Fueron levantándose a lo largo de la costa oriental del lago de Maracaibo, siendo el conjunto edificado por Caribbean Petroleum Company para servir al campo Mene Grande el primer campamento permanente. En él se repite la estratificación de los campamentos provisionales: en 1913 se construyó la sección de los obreros, que se llamó La Estrella por ubicarse en la falda de dicho cerro, en cambio, el personal extranjero se alojó desde 1915 en la sección llamada East Mene Grande.

Esos primeros asentamientos en el occidente del país, conformados por barracones cubiertos de lona, fueron albergando elementos más permanentes como viviendas y algunos servicios. Para las viviendas se trasladaron modelos que las transnacionales habían usado previamente en otros países de clima similar, que fueron bastante bien adaptadas a las condiciones de Venezuela, incluyendo viviendas palafíticas en madera. En otros casos, se erigieron quonsets, estructuras abovedadas con elementos prefabricados, que se usaron como viviendas y edificaciones de servicio. Así pues, fueron brotando otros núcleos: Siberia (1918), La Concepción (1925), Las 40 (1927), Carabobo (1929), levantados por Caribbean Petroleum Company y Shell; La Salina (1931), Tía Juana (1935), Zulima (1937), Hollywood (1940), por Standard Oil; Alegría (1928), Miraflores (1931), Campo Rojo (1932), por Mene Grande; Bachaquero (1932), Las Delicias (1935)[4], por Venezuelan Oil Concessions y Shell.

Un caso singular sería Ciudad Ojeda: un nuevo asentamiento que fue creado por Decreto Presidencial de enero de 1937 y «proyectado en forma concéntrica por el arquitecto-urbanista Cipriano Domínguez»[5]. Su inauguración en diciembre de 1938 significaría un hito pionero en la planificación urbana en Venezuela y terminaría sustituyendo al asentamiento precario de Lagunillas de Agua, que sería destruida por un incendio en 1939.

En el oriente del país, luego de las incursiones iniciales de Mene Grande en Campo Norte, Estado Anzoátegui, en 1922 Standard Oil eligió el sitio de Perro Seco, ubicado unos treinta kilómetros al noreste de Maturín, Estado Monagas, para perforar en la zona. Se inició la construcción de una carretera entre la capital del estado y dicho lugar, se levantó un campamento de cincuenta casas de bahareque, y el 30 de octubre comenzó la perforación de lo que sería el primer pozo de Standard Oil en Venezuela, rebautizado Monas no. 1[6]. En 1928 la empresa construyó el campo El Quince, emplazado en las inmediaciones de Quiriquire, igualmente en Monagas. En este campamento se dispuso un modelo urbano y arquitectónico con base en edificaciones elevadas sobre tarimas para adaptarse a las pendientes onduladas del terreno, junto a las usuales protecciones de celosías batientes sobre los ventanales y las cubiertas livianas, elementos formales propios de la arquitectura petrolera[7].  Las primeras viviendas fueron edificadas en madera y luego dieron paso a las construidas con bloques de arcilla o cemento igualmente de cubiertas livianas mientras que el edificio de oficinas presentaba algún referente historicista, con patio central rodeado de galerías, y planta y fachada principal simétricas. Otros núcleos serían levantados en Monagas: Miraflores (1929), Caripito (1933), Jusepín (1939), de Standard Oil; en Anzoátegui: Campo Sur (1937), Campo Rojo (1938), de Mene Grande; Guaraguao (1940) de Venezuela Gulf Refining; Campo Norte y Campo Sur (1942)[8] de Socony-Mobil. El Tigre, fundada en 1937, llegaría a ser la segunda ciudad del oriente y un importante centro de operaciones.

En definitiva, la consolidación de un modelo tipo de campamento petrolero se definía por estar dotado de «servicios en red, un suministro de agua regular y confiable, cloacas y drenajes, electricidad, servicio postal, plomería, recolección frecuente y disposición eficiente de basura, caminos pavimentados y un buen mantenimiento de edificios y áreas verdes»[9]. La provisión de equipamientos y servicios era muy superior a lo existente en el país, aún en los sectores residenciales más exclusivos. Las características de las viviendas postularon un nuevo modelo arquitectónico en Venezuela, una conformación singular asociada al mundo de lo doméstico y formas distintas de interacción social y espacial. El patrón de unidades aisladas y seriadas provenía básicamente del paisaje suburbano norteamericano, y se estableció como el esquema pertinente en el campamento petrolero. Las viviendas eran higiénicas, si bien concisas, relativamente amplias, y ubicadas entre jardines, «en las cuales se alojaba no solamente la familia sino los bienes de consumo que los ingresos petroleros permitían adquirir»[10].

Y ciertamente, uno de los aspectos en el que los campamentos petroleros ejercieron una fuerte influencia sobre el comportamiento de los que allí residían fue en cuanto a la promoción de patrones de consumo. La propia estructura de los campamentos servía como modelo de organización social, y ese impulso hacia una nueva cultura de consumo encontró su expresión en los «comisariatos» de las empresas[11]. Creados como plan de contingencia para contrarrestar el alto costo de la vida a sus trabajadores, fueron los antecesores de los supermercados[12]. El comisariato era «un establecimiento moderno, capaz y sanitario», que funcionaba «en un gran edificio ad-hoc, muy convenientemente situado», al que «acuden todos a efectuar sus compras, tanto el empleado como el obrero y sus familiares que durante todo el día visitan el establecimiento para hacer sus provisiones»[13]. En un principio siguió el modelo de casa de abastos, con mostrador y separación entre clientes y productos, pero rápidamente se sustituyó por el modelo de sala de ventas con estanterías libres[14].

Las variaciones sustantivas que progresivamente fueron dejando su impronta en los nuevos conglomerados de occidente y oriente, también lo harían en las estructuras urbanas existentes, como Maracaibo o Caracas, o en nuevas propuestas como los campamentos abiertos. En el caso de la primera ciudad, a través del establecimiento de colonias petroleras, y en la segunda, por medio del surgimiento de distritos petroleros. Los campamentos abiertos estarían asociados al complejo refinador de Paraguaná.

Pero quizás Maracaibo sea el más claro ejemplo de esta impronta. Y es que por un lado el petróleo motivó el regreso de la ciudad a su razón portuaria, y por el otro, provocó su inusitado encuentro con los modernos patrones urbanos que acompañaban a las colonias petroleras. Dichas colonias, Las Delicias (1928), Bella Vista (1930), La Lago (1931), se establecieron en la periferia, prácticamente al margen de la ciudad. Allí estructuraron diversos sectores de vivienda y servicios, que se convertirían en núcleos segregados e individualizables del conjunto urbano[15]. Se trata de conjuntos urbanos lejanos que constituyen el asiento de la gerencia administrativa y sus servicios especializados, que alteraron el modo tradicional de crecimiento de la ciudad. Las colonias petroleras asumieron una localización ambiental ventajosa, al emplazarse en cotas elevadas, ventiladas y de visuales abiertas, alejadas del centro fundacional, siguiendo el patrón del suburbio norteamericano y de las llamadas villas marabinas[16]. De hecho, las unidades de vivienda respondían a criterios de «ciudad jardín», con retiros que impedían la construcción adosada. Crearon un frente discontinuo donde lo urbano sólo era perceptible por la presencia de una acera perimetral. Las viviendas se resolvían con diseños compactos, siendo extrovertidas, sin patios y rodeadas de jardines, y con materiales propios de la arquitectura petrolera como hierro, aglomerados y chapas. Muchas de ellas eran totalmente de madera, prefabricadas, o presentaban algunos componentes o elementos de este tipo, ya que dicha tecnología respondía a las urgencias constructivas que generaba la necesidad de cobijar rápidamente a un número importante de técnicos y operativos[17].

Las colonias Bella Vista y Las Delicias fueron construidas por Shell al norte de Maracaibo, estando conformadas por viviendas, servicios administrativos y comunitarios. En ellas se conjugan edificios de oficinas y arquitectura doméstica destinada al personal gerencial y administrativo. No existen en dichas colonias áreas residenciales para el personal obrero. La extensión y el paisajismo de las parcelas, y las tipologías de viviendas, distinguen los distintos niveles gerenciales. Las viviendas, de una y dos plantas, repiten el esquema simétrico y de galerías o terrazas con vistas a la calle y con cubiertas livianas a cuatro y dos aguas[18].

En la colonia Las Delicias se ubican varias edificaciones emblemáticas como el edificio Las Laras (1928-30), sede de la oficina principal de Shell, con un esquema de planta original en forma de «U» que posteriormente se completó de tal forma que se convirtió en una edificación de patio central con unas características galerías de corredores que bordean tanto el exterior del edificio como el patio central. Estos corredores abiertos aluden a antiguas plantaciones y a casas de hacienda, así como a su carácter de edificaciones que dominaban un territorio, y, aparte de quitar peso al volumen, privilegian la relación con el exterior, reconociendo su disposición en la colonia. El edificio Los Chaguaramos (1946), hoy desaparecido, albergaba laboratorios de la industria petrolera, y se denominaba así por su entorno vegetal de palmas, que marcaban senderos de acceso al edificio, de una sola planta y compuesto por tres naves, con cubierta a dos aguas en la nave central y a cuatro aguas en las laterales, que se prolongaba de tal forma que creaba un amplio alero que bordeaba el edificio para su protección. La fachada principal, simétrica, contenía un portal central que resaltaba el acceso. La Universidad del Zulia llegó a tener en el edificio su Instituto de Investigaciones Petroleras, siendo vendido a inversionistas privados, y demolido en 1993. El Centro Médico de Occidente, antes Hospital Caribbean (1928-31), presenta el mismo esquema de corredores bordeando las alas del edificio. Fue destinado para prestar asistencia médica al personal de Shell en la región occidental. Proyectado por Hakon Ahlberg, el edificio, de dos niveles de altura y estructura de perfiles de acero a la vista, está conformado por un esquema en forma de «H», con cubierta a dos aguas que se extiende hasta las galerías de corredores exteriores.

El tema asistencial sería significativo para las transnacionales petroleras. La Sección de Arquitectura de la Compañía Shell de Venezuela, dirigida por José Lino Vaamonde, arquitecto español exiliado tras la Guerra Civil, desarrolló en 1955 el proyecto de una Unidad de Quemaduras para un hospital en Maracaibo. El Hospital Coromoto (1945-51), de Creole Petroleum Corporation, fue proyectado por la firma Crow, Lewis & Wick de Nueva York y contó desde el comienzo con una Unidad de Quemados. El edificio fue concebido como parte de la política de integración de Creole, reservando un número de camas para su personal, pero siendo el hospital administrado por las Hermanas Misioneras de Filadelfia[19]. Se trataba de una edificación moderna de tres niveles de altura, con cubiertas planas y ausencia de referencias historicistas. Formaba parte de la colonia que Creole erigió en el sector La Lago, integrada por estructuras residenciales y de servicios similares a las de Shell. Las estructuras de servicio que destacaban, aparte del hospital, eran la oficina principal y el club. El hospital refrendaba un período en el que la salud era tema fundamental para la arquitectura petrolera no sólo en Maracaibo sino también en los campos petroleros.

Mene Grande Oil Company igualmente instaló su colonia en el borde costero del lago, así como la Martin Enginering Company, constructora de muelles y diques en la costa oriental. Ambas colonias se caracterizaron por estar conformadas por casas de madera elevadas sobre tarimas, y por la presencia de muelles para apoyar sus actividades lacustres.

Frente al urbanismo cerrado y excluyente de las petroleras, y sus arquitecturas protegidas «tras el cercado», otra edificación petrolera puede ser citada como lugar de apertura y de exposición de conocimientos: la Escuela de Ingeniería de Petróleos de la Universidad del Zulia. La necesidad de instrucción profesional y tecnológica, exigida por la industria, hizo evidente lo urgente de fortalecer el recurso local, contribuyendo las transnacionales a la creación de las escuelas de Ingeniería de Petróleos, una de ellas en Maracaibo, en la Universidad del Zulia, construyéndose un edificio ex profeso para la Escuela, obra de Carlos Raúl Villanueva. Cuatro volúmenes de aulas y laboratorios, y los volúmenes de la biblioteca, auditorio y cafetería, se articulan por medio de lo que Francisco Mustieles llama «el edificio Corredor Central», que «no es sino una edificación consagrada exclusivamente al flujo-relaciones»[20]. En la visión de Mustieles, la contribución manifiesta de la Escuela no está en los elementos edificados y en sus detalles, sino en su concepción espacial, como si Villanueva hubiera destilado a partir de la Plaza Cubierta un edificio-calle que, de manera fluida, articulara distintos bloques.

Un nuevo trato, una nueva arquitectura

La Ley de Hidrocarburos de 1943 preveía que el Estado recibiría una participación notablemente incrementada y que el diez por ciento del petróleo extraído de las nuevas concesiones sería refinado en el país. Esto obligó a las principales compañías petroleras tanto a construir refinerías en el territorio nacional como a edificar sus sedes gerenciales en Caracas, cambiando la política de adquisición o alquiler de casonas antiguas en el centro.

En relación con las refinerías, tanto Shell como Creole decidieron construirlas en la península de Paraguaná, dada la conveniencia de sus condiciones: fuertes brisas, escasas lluvias, cercanía al estado Zulia, principal productor petrolero entonces del país, baja cantidad de población, y dureza del terreno, favorable para el levantamiento de estructuras muy pesadas. En 1949 Shell concluyó la construcción de la Refinería de Cardón, mientras que Creole haría lo mismo en 1950, concluyendo la Refinería de Amuay. Ambos complejos serían precedidos por los respectivos campamentos. La iconografía de la vivienda del campamento de Cardón sería muy distinta a la de otros campamentos pues las cubiertas, inclinadas, respondían al fuerte viento presente en Paraguaná. Por su parte, Creole ensayaría un nuevo modelo de campamento, abierto, cuyo ejemplo sería Judibana, un asentamiento proyectado por la firma de Skidmore, Owings and Merril en 1948.

En cuanto a los edificios-sede, a partir del momento en que Creole Petroleum Corporation[21] construyó el primero de una empresa petrolera en Caracas, en Los Caobos (1944), podemos identificar el concepto de «Distrito Petrolero», que nos permite visualizar las diversas zonas de la ciudad en las que se fueron desenvolviendo los intereses y las dinámicas asociados a las petroleras, fundamentados sobre una matriz física e «ideacional» común y un «estilo de vida» nuevo, cuyo correlato fue la irrupción de procesos de segregación espacial y urbana, identificables con la noción de «campamento» y con criterios de representación opuestos a una «otredad», anacrónica, que no conjugaba con el afán «modernizador» de los Distritos[22].

Estos fueron trasladándose en el mapa de la ciudad a medida que se iban mudando las corporaciones petroleras, consecuencia de decisiones tomadas en relación con la expansión de la ciudad, ocupando los territorios de las antiguas haciendas, pero todos ellos compartieron un imaginario común de «intensificación de la modernidad», sustentado en un nivel alto de equipamientos y servicios respecto a otros sectores urbanos. Propiciaron también una forma de ocupación que planteaba la reunión del trabajo y la residencia, en el caso de las llamadas nóminas mayor y ejecutiva, «replicando» los campamentos.

Un primer distrito petrolero se ubica en La Candelaria y San Bernardino. Nodo del mismo fue la presencia en San Bernardino de la embajada norteamericana, que ocupaba el edificio Valderrey (1947-48), y de la embajada británica, situada en el edificio Titania. Las sedes que construyeron las petroleras en este distrito fueron la ya mencionada de la Creole Petroleum Corporation (1943-44), en la plaza Mohedano, edificio de 4 niveles de altura que, de alguna forma, introdujo la noción de «trabajo corporativo» en el país, y la de Shell Caribbean Petroleum Company (1946-50)[23], proyecto de Badgeley & Bradbury, en San Bernardino, primera urbanización yuxtapuesta al centro de la ciudad con un esquema de ocupación diametralmente opuesto a éste. El edificio siguió un esquema beauxartiano de edificio cabecera, que actuaba como remate visual de un eje claramente establecido. Su forma era «más bien dieciochesca», en palabras de Rafael Valery S., debido al carácter conservador de la empresa[24]. Otra petrolera que se ubicó en San Bernardino fue Mene Grande Oil Company, la tercera en producción, con oficinas en el edificio Vulcania.

Entre los equipamientos de San Bernardino estaban los hoteles Waldorf (1944), Potomac (1949) y Astor (1950), pero sobretodo el Ávila[25] (1939-42), una de las empresas promovidas por Nelson A. Rockefeller, obra de Harrison & Fouilhoux, Architects[26]. El Ávila representó un momento crucial del cambio cosmopolita vivido en la Caracas de los cuarenta. Por otro lado, numerosas clínicas privadas existían ya o se fueron ubicando en el Distrito, pero destacaría el Centro Médico (1944-47), obra de Stelling, Tani & Cía., con asesoría de Edgar D. Martin. La imbricada presencia de las petroleras incidió de forma decisiva tanto sobre la dinámica comercial como sobre la vida urbana que se manifestaba en el lugar al final de los 40 y a lo largo de la década de los 50.

El segundo Distrito Petrolero lo encontramos en el sector ubicado al Sur del río Guaire, desde Santa Mónica hasta Chuao. En la zona se llevaba a cabo el desarrollo promovido por el Estado venezolano de la Ciudad Universitaria, y también se iba dando el asentamiento paulatino de los intereses estadounidenses al sur del río, una línea que podía actuar como separadora del resto de la ciudad. Creole construyó una nueva sede entre Bello Monte y Los Chaguramos, proyectada por Lathrop Douglass (1947-54). El edificio Creole es un edificio-manifiesto que pregonaba que el automóvil había hecho obsoleto al rascacielos. Se planteaba como un edificio de oficinas de suburbio, económicamente eficiente, óptimo para la corporación a la que servía, dispuesto cardinalmente, y su forma horizontal surgía de consideraciones climáticas, de su flexibilidad espacial y circulación directa, y de su condición periférica. En 1960 la Compañía Shell de Venezuela[27] se mudó a un nuevo edificio de oficinas en Chuao, una estructura de 17 pisos obra de Diego Carbonell y Miguel Salvador, con la colaboración de José Lino Vaamonde. Salvador también era exiliado español. El contenedor, de formato horizontal, se situaba como un objeto aislado en un entorno periférico[28].

En el desarrollo del Distrito influiría la creación de la urbanización Las Mercedes, que sería lugar de residencia de los cuadros principales de Creole. El equipamiento incluiría la tienda por departamentos Sears Roebuck Bello Monte (1950), que significó un cambio radical en cuanto a la presencia de lo comercial en Venezuela[29], así como el Centro Comercial Automercado[30] (1954), obra del arquitecto Don Hatch  y del ingeniero Claudio Creamer. El Distrito también tendría su gran hotel, el Tamanaco (1947-53), obra de Gustavo Guinand y la firma estadounidense Holabird, Root & Burgee, que sería el principal hotel de Caracas y cuya toponimia, al igual que en el caso del hotel Ávila, tendría referencias locales[31]. Cerca estaría el Caracas Theater Club (1951), institución recreativa y cultural, y se crearía la Policlínica Las Mercedes (1960). También aparecían en la zona el Centro Venezolano Americano, The British School, que funcionó en la antigua casa de hacienda de Las Mercedes, y el Colegio Americano, presbiteriano, y la instalación del primer restaurante chino en Caracas, El Palmar, respondía a la presencia del personal corporativo.

El tercer Distrito Petrolero se ubicó en el sector La Floresta-Los Palos Grandes, en el Este de la ciudad. Allí propuso en 1956 el arquitecto italiano Angelo De Sapio, un proyecto de Centro Petrolero de Caracas, que albergaría las oficinas de las empresas Atlantic, Mene Grande y Texaco. Del conjunto sólo se realizó el edificio Atlantic (1956-58), en el que se instalaron tanto Venezuelan Atlantic Refining Company como Continental Oil Company of Venezuela. La impronta del edificio, aleación de concreto y vidrio, con una estructura de pilares centrales que soporta losas en voladizo, de concreto en obra limpia, hacen del mismo un hito de lo que fue esa modernidad «intensificada» de los distritos petroleros.

En el entorno se construyeron los edificios de la Socony Mobil Oil Company de Venezuela (1957-59)[32] y la nueva Embajada de los Estados Unidos (1958-59), ambas obras de Hatch y Creamer[33]. Alrededor de la embajada se fueron conformando núcleos de centralidad, en las distintas zonas residenciales. En La Floresta, un edificio como el San Carlos, obra de Graziano Gasparini[34], generaría un imaginario de campamento. Y otras petroleras se instalarían en el sector, como Mene Grande que erigió su nueva sede (1966), una torre con planta en forma de «H», obra de Rafael Larrain, y Texaco, que se ubicó en un edificio de Los Palos Grandes. La inauguración del Parque del Este en 1961 brindó un espacio lúdico al distrito, y, para ser consecuente, en el mismo se construyó el Centro Comercial Canaima (1963), obra de Coto y Loperena Arquitectos, que tenía un automercado CADA, y se instaló un equipamiento médico-asistencial como la Clínica La Floresta (1967-71).

La continuidad de estos Distritos Petroleros fue cuestionada por la nacionalización petrolera y, de hecho, PDVSA, la principal empresa del país, terminó acoplándose a un edificio en construcción que fuera proyectado para la Corporación Venezolana de Petróleo (CVP), obra de Félix Álvarez Romero y la oficina de Proyectos Especiales de la empresa, en la avenida Libertador, sin generar articulaciones que pudieran «re-crear» un nuevo Distrito Petrolero. En los 90 se intentó construir una sede significativa, un hito urbano, y se llamó a varias firmas de arquitectura a un concurso privado en el terreno de la hacienda La Estancia en La Floresta, que terminó declarándose desierto. Un arquitecto inmigrante, Dietrich Kunckel, alemán, quedó a cargo del plan maestro. Al final, el espacio se ocupó de una forma más adecuada, mediante la creación del Centro de Arte La Estancia.

Urbanización Los Chaguaramos. En primer plano el antiguo edificio Creole, Caracas. Lathrop Douglass, 1947-54 (s/f). © Archivo Fotografía Urbana

Procesos migratorios de profesionales y técnicos del extranjero

En apenas 40 años, entre 1920 y 1960, Venezuela «agregó algo más de 5.000.000 a su total poblacional»[35], coincidiendo dicho lapso con el momento de su súbita asunción como país petrolero. Parte de esa cifra se debe al impresionante proceso que vivió el país como receptor de migrantes del exterior. Tal como ha señalado Edgardo Mondolfi Gudat, resaltando el trabajo de Luis Ugalde, la vertiginosa migración proveniente de Europa en el contexto de la posguerra mundial muestra «datos tan reveladores como el hecho de que, en menos de 50 años del siglo XX, ingresaran más italianos al país de lo que alguna vez lo hiciera la población de origen africano, o que en general, entraran más extranjeros durante 30 años de ese mismo siglo de lo que fuera su población total en 1900»[36]. En el caso por ejemplo de los españoles, habla de la afluencia de un número mayor de ellos a partir de la década de 1940 «de lo que alguna vez hubiera sido el caso previo a esa fecha desde que Venezuela se constituyó primero en Provincia (siglo XVI) y, luego, en Capitanía General (siglo XVIII)»[37]. De manera significativa, Mondolfi Gudat considera que vale la pena poner de relieve lo que esta movilidad geográfica implica también en términos de movilidad mental.

Existe una asimetría evidente en cuanto a la cantidad de profesionales y técnicos que arribaron al país antes y después de la Segunda Guerra Mundial. En el primer caso, gran parte de esa cantidad estuvo asociada a las empresas transnacionales, pues numerosos profesionales vinieron a ejercer sus labores en los campos y campamentos petroleros. Fuera de este ámbito se dieron otros casos, pero fueron más reducidos. En el segundo caso, Venezuela recibió una parte cuantitativa y cualitativamente importante del contingente de europeos desplazados por razones políticas o económicas de sus países, como consecuencia de dos guerras —la española y la mundial— y sus traumáticas posguerras. Este grupo de desplazados, con diferentes niveles de instrucción, influyó de manera determinante en la conformación social, económica y física de la nación.

En el caso de los exiliados de la Guerra Civil Española, el gobierno de Venezuela limitó inicialmente su entrada, por recelos políticos. El arquitecto Fernando Salvador, quien fungía como Encargado de Negocios de la Embajada de la República Española en Venezuela desde septiembre de 1938, trasladó al gobierno el deseo de 200 mil republicanos españoles de venir a Venezuela, pero tras estudiar la proposición, el gobierno venezolano decidió «la no conveniencia de traer a esos 200 mil españoles»[38]. Posteriormente se permitó el ingreso al país de pequeños grupos de exiliados.

El ingreso de migrantes se ampliaría sobre todo en la posguerra europea, pero a partir de este momento el peso lo llevaría la inmigración por motivos económicos. Venezuela será un país que, a lo largo de la década de los cuarenta recibirá tal llegada de inmigrantes que la proporción neta de los mismos respecto a la población total será «la segunda más alta del mundo durante ese período»[39]. La llegada de todos ellos coincidió con el momento en que aquella sociedad oligárquica de base agrícola y comercial, que reflejaba no sólo la república decimonónica sino también el pasado colonial hasta las primeras décadas del siglo XX, pasaría a evidenciar de manera dramática el impacto de la revolución petrolera. Así pues, dicha llegada supuso no sólo la traumática pérdida del mundo previo sino el arribo a una sociedad en proceso de cambio. En ambos casos se trataba de mundos que se desvanecían.

Revisaremos a continuación, casi a nivel de escenas, la presencia de algunos de esos migrantes vinculados a la arquitectura, la construcción o temas asociados. Y es que a partir de la década de 1920 laborarán en el país profesionales extranjeros como el belga Leon Hoet, quien dotaría a la Maracaibo petrolera de edificaciones como el Teatro Baralt (1929-30) y el Mercado de Maracaibo (1928-31), esta última obra una estructura metálica contratada con la casa Richter & Picks de Londres y cuyo montaje dirigió in situ[40], o André Potel, proyectista de la fábrica de Telares Maracay (1926), además de un conjunto de viviendas para los obreros de la fábrica, el llamado Barrio Catalán, del inconcluso Hotel Rancho Grande (1933-34), en el parque Henri Pittier, y de la reconstrucción del Hipódromo Nacional de El Paraíso (1931), en Caracas.

Un caso singular es el de Carlos Raúl Villanueva. Y es que su condición «excéntrica» es componente esencial de su obra, una obra que se vincula excepcionalmente con un territorio en el que siempre sería, de alguna forma, un transterrado. Compartirá con tantos otros que arribaron a Venezuela el deslumbramiento primigenio ante la luz y el clima. Se trata de algo distinto a la común «vuelta a la patria» de muchos de nuestros creadores. En 1929, recibió el encargo de diversas edificaciones en la ciudad de Maracay la cual, debido al traslado del dictador a ella, se había convertido en la capital de facto del país. El carácter ecléctico de esas edificaciones, la sede de los bancos Obrero y Agrícola y Pecuario, el Hotel Jardín y el Cuartel de Caballería, marcaría no sólo las necesarias transacciones de Villanueva con el poder y su entorno, sino su directriz arquitectónica inicial. La misma Ciudad Universitaria de Caracas (1944-59), obra representativa de Villanueva, viviría un proceso que daría cuenta de diversas concepciones de su autor. Pérez Oramas lo ha ejemplificado a partir de la inicial planta beauxartiana de la universidad: «la planta de la ciudad universitaria en 1944 era ―como podía serlo el país de entonces― una imagen; la ciudad universitaria que aún tenemos es ―como el país actual― el espacio de una experiencia»[41]. Ese «espacio de la experiencia» sería también el espacio de lidia con la luz: «entrar», en el trópico, no significa nunca atravesar una puerta, significa pasar de la luz a la sombra.

La necesidad de solventar problemas estructurales del Hotel Majestic sería la puerta de entrada para la temprana presencia en el país (1927) del arquitecto español Manuel Mujica Millán. Mediante una operación historiográfica llevada a cabo por Juan Pedro Posani[42], su figura quedó asociada a la introducción de la arquitectura moderna en el país y a un grupo de casas que subsisten en Campo Alegre, Caracas. Migrante él mismo en territorio nacional, se mudará en 1945 a Mérida, construyendo, entre otras obras, la Catedral. Pero al hablar de trasvases, es ineludible referirse a la raigambre hispánica que, con motivo del centenario de Bolívar, le insufló al Panteón Nacional, cambiando las fachadas a un diseño neobarroco, concentrando la atención en una torre central de 48 metros de altura.

Pero no sería esta intervención el acto principal del centenario. Aprovechando la favorable coyuntura brindada por el petróleo, el propio 17 de diciembre de 1930 Juan Vicente Gómez anunciará el pago de la deuda externa del país. De esta forma, la celebración del centenario será el «borrón y cuenta nueva» con el que el petróleo permitía saldar «mágicamente» una deuda que en 1902 había propiciado el bloqueo de los puertos venezolanos. El petróleo recubría simbólicamente a Bolívar, envolviéndolo además en un manto neohispano. A partir de aquí la amnesia y la ilusión de lo «inaugural» campearían en la nación.

En 1938, al crearse la Dirección de Urbanismo del Distrito Federal, son contratados los franceses Henri Prost, Jacques Lambert y Maurice Rotival, y el suizo M. Wegenstein, especialista en obras sanitarias, para que elaboren el llamado Plan Monumental de Caracas. Tanto el grupo francés como un grupo español, encabezado por Secundino Zuazo, habían entrado en contacto con la gobernación del Distrito Federal en 1937 en relación con la posibilidad de trabajar en el plan rector de la ciudad. La selección de los franceses ratificó el todavía existente predominio cultural y técnico de dicho país en el imaginario venezolano. En 1939, presentaron el plan, en el que laboraron sobretodo Rotival y Lambert. El mismo no tendría mayor acogida. Rotival volvería a Venezuela en 1946, contratado por dos años por la Comisión Nacional de Urbanismo, en este caso con el fin de hacer una revisión y análisis de diversas ciudades del país. Se trataba de un Rotival que venía de estar entre 1939 y 1942 como profesor en la Universidad de Yale y que había adquirido la nacionalidad norteamericana. El estudio encomendado iniciaría por el occidente, Maracaibo y los poblados petroleros[43], y en él Rotival haría uso de su nuevo instrumental operativo. Luego, en 1959 sería contratado «por el Centro Simón Bolívar para replantear el problema de la avenida Bolívar y el Plan de 1951»[44].

Como consecuencia de la Guerra Civil Española arribaron al país diversos profesionales y técnicos, entre ellos varios arquitectos. En general, en este exilio se había producido una criba en su origen, pues la mayor parte de los exiliados españoles que pudieron trasladarse hasta América Latina eran profesionales y técnicos, mientras que en Francia se quedaron mayoritariamente los soldados y obreros, aparte de los políticos de mayor peso. Venezuela fue el segundo país en el mundo, tras México, que acogió mayor cantidad de arquitectos. Uno de ellos será Rafael Bergamín, arquitecto e ingeniero de montes, quien rápidamente registra el escenario con el que habrá de lidiar: «En primer lugar, el arquitecto aquí, no existe, y lo que es peor nadie echa de menos su falta»[45], por otro lado, hay «dos tipos fundamentales de vivienda» en el país: la casa antigua, en la ciudad tradicional, y la «Quinta» en la expansión de ésta, y por último, «la influencia norteamericana es enorme»[46]. Ante las carencias encontradas Bergamín responderá siendo uno de los fundadores de la Sociedad Venezolana de Arquitectos y de la Escuela de Arquitectura, y edificando viviendas multifamiliares. De manera recurrente formulará la idea de un Metro en Caracas, y como ingeniero forestal (título que convalidará) la preservación de la naturaleza será siempre elemento relevante sobre el que llamará la atención.

Así pues, el que sería el arquitecto exiliado más prolífico en el país, con numerosos proyectos realizados, tanto en programas residenciales como comerciales y de oficinas, o lúdicos, en una carta de 1940 criticará la desforestación llevada a cabo por el Instituto Técnico de Inmigración y Colonización en sus colonias de Guanare, Chirgua y Guayabita, desforestación que vio en un documental de Estudios Ávila en el que se ensalzaba al tractor como signo de avance y progreso. Esta destrucción de la masa de árboles y vegetación en general sucede igualmente, anota Bergamín, en una urbanización como Los Caobos en Caracas. Así pues, sostendrá una temprana oposición a aquello que se convertirá con el paso del tiempo en imagen de «avance y desarrollo» del país, el tractor, el buldózer que arrasará con el verdor[47].

Como contracara a esa modernización apabullante, haremos un paréntesis para señalar la presencia entre los exiliados españoles del doctor José María Bengoa, que llegó a Venezuela contratado por el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (1937) y quien ha sido destacado como autor de un estudio pionero sobre los barrios de Caracas[48]. En su estudio social sanitario de El Guarataro[49] advirtió «cómo los problemas estudiados» se alargaban «desde el mundo rural hacia los centros de población», y se agrupaban «en los suburbios de las ciudades».

Precisamente, en relación con las edificaciones médico asistenciales es de destacar el trabajo del ya mencionado Fernando Salvador, también desde el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. Responsable entre 1939 y 1946 de proyectos como el sanatorio Antituberculoso de Maracaibo; medicaturas rurales tipo construidas en más de 60 poblaciones; el Hospital de Guanare; un modelo de hospital mínimo de 17 camas; el Hospital Central de Valencia (1941) y un anteproyecto de Hospital Clínico para la Ciudad Universitaria de Caracas (1942). A finales de los 40, realiza el Hospital de Caucagua, el Sanatorio Antituberculoso Infantil en El Algodonal, Caracas, y el Sanatorio Antituberculoso de Cumaná.

Otros arquitectos exiliados españoles a nombrar son el ya mencionado José Lino Vaamonde, director de la Sección de Arquitectura de Shell en Venezuela; Juan Capdevila, quien junto al arquitecto Erasmo Calvani, proyectara, entre otras obras, el edificio Las Gradillas (1946-47), en Caracas, la Catedral de San Felipe (1969-73), estado Yaracuy, y el Templo Votivo Nuestra Señora de Coromoto (1975-96), en Guanare, estado Portuguesa; Eduardo Robles Piquer, polifacético arquitecto paisajista, caricaturista y crítico teatral, autor del diseño paisajístico de la Casa González Gorrondona (1958), proyectada por Richard Neutra, de los jardines de la Universidad Simón Bolívar (1972-78) y del Parque Zoológico de Caricuao (1973-77), estas dos últimas obras realizadas con Pedro Vallone, todas en Caracas; Javier Yárnoz, quien como arquitecto del Ministerio de Obras Públicas participa en el Plan del Hospital General de Barquisimeto (1948), estado Lara, y luego, por libre ejercicio de la profesión, proyecta el llamado Complejo de Recuperación de Delincuentes (1955) de los benedictinos, en Camurí; y Urbano de Manchobas, quien laborara mucho años en la oficina de la Constructora Paúl, participando en el diseño del edificio Colimodio (1949-51), y proyectando luego por su cuenta el Colegio El Carmelo (1957), ambos en Caracas[50].

Formando parte de la migración de la Segunda Guerra Mundial, el arquitecto turco Arturo P. Kan[51] llegó al país en 1942. Autor de obras que son hitos memorables, como el edificio Altamira o el Pasaje Zingg, en Caracas, interesa aquí dirigirnos a la capital petrolera y rememorar una de sus obras: la sede principal del Banco de Maracaibo (1951-54), un edificio de siete pisos que, en su momento, fue el más alto de la ciudad. De estructura metálica, incorporó al volumen del edificio, sin diferenciación, un estacionamiento elevado automático. La edificación formó parte de un conjunto de estructuras que renovaron el paisaje del centro de Maracaibo y los equipamientos. En este sentido, fue una operación diversa a la de las petroleras. De hecho, el banco se ubicó en la parcela original de la Casa Guipuzcoana, con lo que se posesionó simbólicamente de un territorio histórico ligado al poder financiero de Maracaibo, enlazando al pasado, con su singular presencia, el futuro de una entidad en «armonía» con el desarrollo. La historia no sería consecuente con esta pretensión.

Tras la Segunda Guerra Mundial arribarían arquitectos de diversas nacionalidades europeas. Entre ellos tres arquitectos alemanes, compañeros en la Escuela de Arquitectura de Braunschweig, quienes fueron invitados a trabajar en la oficina de Luis Malaussena: Federico Beckhoff y Klaus Peter Jebens arribarían en 1951, y Klaus Heufer en 1952. Beckhoff rápidamente se independizó de Malaussena y creó su propia compañía. Jebens fue, entre otras cosas, arquitecto de obra del hotel Guaicamacuto, denominado luego hotel Macuto Sheraton. Jebens y Heufer serían socios hasta el regreso del primero a Alemania hacia 1958. Heufer, tras realizar el hotel Maracay (1956) bajo la égida de Malaussena, y una vez que Jebens se marchó, se asocia con Francisco Pimentel en 1958 y producen obras como la Sede Centro del Banco Nacional de Descuento (1960) y el edificio Santa María (1959), ambos en Caracas. Sin embargo, es en el terreno residencial en el que la arquitectura de Heufer alcanzaría sus cotas más altas, pues aplicaba de manera similar en casas que en apartamentos residenciales la fluidez espacial, la secuencialidad y la relación exterior-interior. Será su propia residencia, la Casa H (1960), la mejor prueba de ello, ya que explorará al máximo las condiciones climáticas subtropicales, creando un umbral de conexión íntima entre jardín, terraza y casa.

Igualmente llegarán desde Italia diversos arquitectos y personajes ligados a la arquitectura, entre ellos Domenico Filippone, proyectista de la Casa de Italia (1962), en Caracas, y director del Programa de Vivienda Rural; Athos Albertoni y Guido Guazzo, quienes diseñaron la Casa Los Borges (1956-59), en Caracas; y los ya mencionados Angelo De Sapio, Graziano Gasparini y Juan Pedro Posani, proyectista el primero del edificio Atlantic y de la casa Ellison (1954), otra obra en Caracas, e historiadores, profesores y críticos de arquitectura los otros. Un caso singular es el de Giovanna Mérola Rosciano, quien llegaría de niña a Venezuela, formándose como bióloga en la UCV, y tras realizar un par de postgrados en Francia, ingresaría como profesora de acondicionamiento ambiental en la FAU-UCV, desarrollando una línea de investigación en torno al ecofeminismo, y publicando Arquitectura es femenino (1991), libro pionero en América Latina en cuanto al estudio de la relación mujer-arquitectura. Pero entre los arquitectos italianos que realizarían obras en Venezuela, sin residir en el país, es pertinente destacar a Gio Ponti. Sus casas, El Cerrito (Villa Planchart) (1953-57) y Villa Arreaza (1955-56), ya demolida, se alimentarán de esa «materia luminosa» que sondeará en Caracas, y que lo llevará a proclamar a la Villa Planchart como su obra maestra.

De Polonia arribarían Jan Gorecki, de origen ruso, y Leszek Zawisza. El primero, uno de los más prolíficos proyectistas y constructores del país, en sociedad con el ingeniero Samuel Zabner, sobre todo a nivel de arquitecturas residenciales, como en el caso del edificio Los Llanos (1956) o el edificio Tiuna (1963). El segundo, historiador, profesor y crítico de arquitectura, con una también prolífica tarea de investigación. Igualmente llegarían al país desde Polonia, pero siendo niños o adolescentes, Harry Abend, quien se desarrollaría como escultor, si bien con una obra vinculada en parte a la arquitectura, y Mariano Goldberg, quien formara parte del equipo de Diseño en Avance e Investigación del Banco Obrero, creadores de programas experimentales de vivienda como San Blas o La Isabelica, en Valencia. Goldberg proyectaría también el Complejo Educacional Hebraica, en caracas, y el Instituto Experimental Pedagógico de Maturín.

A mediados de los 50, Félix Candela, arquitecto español exiliado en México, creará una sucursal de su empresa en el país: Cubiertas Ala de Venezuela. La misma era dirigida por el arquitecto mexicano Guillermo Shelley, y en ella participaban también los arquitectos Álvaro Coto, mexicano, y José Gabriel Loperena, argentino, quienes a la larga serían los representantes «exclusivos» de la misma en el país.[52] Uno de las obras más relevantes en las que participarán en Venezuela será la Planta de Ensamblaje Volkswagen en Morón, dirigida por los arquitectos de origen alemán, Dirk Bornhorst y Pedro Neuberger. Sobre este territorio, y por conjunción de migrantes, se desplegará uno de los más notables momentos de la disciplina arquitectónica en Venezuela[53]. Los arquitectos propondrán una nave industrial con colores apagados y sobrios, inscrita en la sutil tradición de la factoría europea. Se trata de una gran empresa productora de carros económicos que se prepara para el ingreso en un país que acaba de inaugurar la democracia. El carácter serial y la modestia motriz hablan de una modernidad distinta, sustituta de la ficción de lo nuevo. La decisión determinante en relación con el imaginario industrial fue la selección de paraboloides hiperbólicos y estructuras de concreto en forma de hongo para la nave de montaje[54].

La industria petrolera en Venezuela estaba soportada por capital foráneo, y casi 60% era de origen estadounidense. Apoyando esa considerable actividad, para mediados de siglo más de 30.000 ciudadanos de ese país residían en Venezuela, la más grande cantidad en cualquier país de América Latina. No todos laboraban directamente en la industria petrolera, diversos profesionales, entre ellos arquitectos, se establecieron en el país, como el ya mencionado Don Hatch y Emile Vestuti. Este último desarrollaría su actividad profesional en Venezuela en dos períodos: el primero entre 1949 y 1960, el segundo entre 1975 y 1998. En la década de los 50 ejerció la docencia en la Facultad de Arquitectura de la UCV, y a su regreso a Venezuela, y a partir de 1976 y hasta su muerte, en la carrera de arquitectura de la Universidad Simón Bolívar. En el Edificio Montserrat (1950-53), en Altamira, Caracas, primer apart-hotel en Venezuela, con 54 apartamentos amueblados tipo estudio y comercios en planta baja, trabajó para la firma de Guinand Baldó y Benacerraf, con otro arquitecto de origen norteamericano: Roger Halle. Para Hitchcock los apartamentos eran «algo todavía novedoso en Caracas», pero casos concretos como el del Montserrat, se salían de las características que tenían la mayoría de los construidos hasta entonces, que eran «comunes en el diseño y en la ejecución»[55].

Aparte de los europeos y norteamericanos también se instalarían en Venezuela diversos arquitectos latinoamericanos, además de los ya mencionados Coto y Loperena. José Miguel Galia, uruguayo nacido en argentina, llegó a Venezuela en 1948, conformando con Martín Vegas una firma que sería conocida por obras como el conjunto de la Torre Polar y Teatro del Este (1953) en plaza Venezuela, Caracas. En 1971, ya en solitario, realiza el edificio sede de Seguros Orinoco, en el que, mediante la generación de una volumetría dinámica, que explota la situación de esquina, produce secuencias espaciales continuamente cambiantes que rompen con la imagen reiterativa del edificio terciario. En 1976 reproduciría dicha estrategia volumétrica en el edificio sede de Seguros Orinoco en Puerto Ordaz. En ambos proyectos colabora con Galia el arquitecto también uruguayo Adolfo Maslach, llegado al país en la década de 1960. El argentino Julio Volante llega al país en la década del 50. Será profesor en la FAU-UCV, llegando a dirigir uno de los talleres de diseño. Entre sus proyectos destacan la Concha Acústica de Bello Monte (1954), en Caracas, y el Hotel El Tama (1957), en San Cristóbal. El chileno Julio Ripamonti llega en la misma época y también funge como profesor de la FAU-UCV. De Colombia arribarán Carlos Celis Cepero y Jaime Hoyos, siendo Celis Cepero uno de los integrantes del Taller de Arquitectura del Banco Obrero (TABO), participando, entre otros, en el diseño de la reurbanización de Ciudad Tablitas (1952-53) y de la Unidad Residencial El Paraíso (1954-55), ambas en Caracas. El peruano Eduardo Neira Alva sería asesor del banco Obrero desde 1959, permaneciendo varios años en el país, trabajando temas de vivienda popular.

Venezuela en el exterior

Así como la Venezuela del siglo XX se convirtió en un país de acogida de inmigrantes, en pocas ocasiones ocurrió lo contrario, la emigración no fue una característica que se asociara con el venezolano. Pero ello no quiere decir que la arquitectura hecha en Venezuela no «saliera» en determinadas ocasiones al exterior a lo largo del siglo XX. Hemos de poner atención por tanto a las variadas formas en que se ha producido dicha manifestación. Y nada más pertinente para ello que iniciar este recorrido por un bienio en el que la representación del país se ubicó en extremos casi imposibles.

Y comenzamos por el Pabellón de Venezuela en la Exposición Internacional de las Artes y las Técnicas de París de 1937, pues será la primera obra realizada por profesionales del país en una exposición de este tipo[56]. Contando con la autoría de Luis Malaussena y Villanueva, que les fuera encomendada por el gobierno de Eleazar López Contreras, el elenco de imágenes del pabellón era de raigambre neohispana, prosiguiendo la estela de ese neocolonial que se había hecho presente en gran parte de América Latina. El pabellón se extendía alrededor de un patio, presentando cubiertas de tejas. Una rotonda constituía el hito espacial del mismo. En el interior, una primera sección mostraba las industrias de exploración y explotación del subsuelo, con fotografías aéreas de campos petroleros y terrenos auríferos. La segunda sección mostraba productos del suelo e incluía granos de café y cacao y documentación detallada sobre dichos productos, maderas y herboristerías. Las imágenes de la industria petrolera estaban “resguardadas” por una obra de imaginario premoderno, como si de un estuche valioso pero anacrónico se tratara. El Pabellón recibió una Mención Especial en la exposición[57].

Sin embargo, en la Feria Mundial de Nueva York de 1939, Venezuela presentará un pabellón radicalmente distinto. El mismo será prácticamente asumido por Nelson A. Rockefeller, cuya familia era propietaria de Standard Oil, la principal compañía petrolera en el país. Rockefeller estaba comprometido con la promoción de formas expresivas modernas. Con el apoyo de Standard Oil y la consultoría de Luis López Méndez, Venezuela participó en la Feria, cuyo tema era «El Mundo del Mañana», con un pabellón diseñado por la firma de Skidmore & Owings, con John Moss como arquitecto asociado[58], siendo liderado el proyecto por Gordon Bunshaft, futuro premio Pritzker (1988).

El resultado será una caja de acero y vidrio a doble altura, en la que se incrusta un muro diagonal ciego. El edificio prescinde de referencias tradicionales, y constituye una apuesta por un país futuro, inserto en ese imaginario de modernidad que se aspira alcanzar. Pero aparte de su estética, el pabellón dejará una impresión perdurable por la declaración, reflejada en la pared interior y en el folleto patrocinado por la Standard Oil, de ser Venezuela un país libre de deuda externa, y en el que no se cobran impuestos.

Pero regresemos al Pabellón de París, pues en su ámbito se sucederá un hecho que será clave para la arquitectura de la modernidad en Venezuela. Y es que Villanueva queda conmovido por el Pabellón de la República Española, obra de Luis Lacasa y José Luis Sert, y además, descubre en su interior la Fuente de Mercurio de Alexander Calder.

Otros episodios de la presencia de la arquitectura venezolana en el exterior estarán ligados a las exposiciones, a los artefactos de exhibición que conforman «muestras» que, bajo determinadas líneas temáticas, se trasladan por ciudades y espacios específicos «culturales». Así pues, en 1953 Hitchcock incluyó a Venezuela en el viaje que lo llevó además por México, Colombia, Brasil, Chile y Argentina, con el fin de organizar una exposición que mostraría la nueva arquitectura de la región en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. A mediados del siglo XX los viajes de arquitectura saldrían fuera del ámbito «euronorteamericano»: «Ya no se tratará solo o principalmente de llevar a los países periféricos la buena nueva de la arquitectura moderna, o de salir a la búsqueda de alternativas a la herencia clásica en culturas primitivas o exóticas. Por el contrario estos nuevos viajes estarán orientados al descubrimiento o incluso a la celebración de nuevos caminos para la arquitectura moderna»[59]. En las décadas del 40 y del 50 se desató un inusitado interés por la nueva arquitectura producida en las zonas cálidas del planeta, interés que Jorge Francisco Liernur considera fue tan importante «que podríamos hablar incluso de una fase de “tropicalización” de la arquitectura moderna»[60].

En 1954, la obra de Villanueva y del equipo del TABO conformó un viaje expositivo iniciático, en el que se dio cuenta de uno de los programas que mejor identificó al régimen dictatorial de Pérez Jiménez, el denominado Plan Nacional de Vivienda, que, siguiendo la estela del lenguaje militar, emprendió la «batalla contra el rancho», es decir contra los cinturones de miseria que rodeaban las ciudades, sobre todo en el caso de Caracas.  La exposición Banco Obrero construye a Venezuela se presentó en Bogotá[61]. La incidencia de estos conjuntos de bloques de viviendas colectivas sobre el paisaje social y urbano de Caracas y de otras ciudades del país fue ineludible, modificando el patrón tradicional de habitabilidad y generando diversos sistemas de relación e imaginarios mentales.

El mencionado viaje de Hitchcock se saldó con el montaje de la exposición Latin American Architecture since 1945 en el MoMA (1955). En ella, Hitchcock volvió su mirada sobre una limitada selección de obras (solamente una diseñada por una firma estadounidense: la embajada de los Estados Unidos en La Habana, de Harrison & Abramovitz) y un pequeño grupo de figuras locales y heroicas del movimiento moderno como Lucio Costa, Oscar Niemeyer, Carlos Raúl Villanueva y Le Corbusier. De los 47 trabajos exhibidos, catorce eran de Brasil, nueve de México, seis de Venezuela, cinco de Colombia, y tres de Cuba. Argentina, Chile, Puerto Rico y Uruguay aportaron cada uno dos trabajos, mientras que Panamá y Perú tuvieron uno cada uno[62]. La presencia venezolana por tanto fue significativa en una exhibición que «certificaba» el «reservorio de modernidad» que constituía la arquitectura latinoamericana en la postguerra. En particular reconocía que Venezuela era «la nueva región latinoamericana en términos de logros arquitectónicos»[63].

Tras la exposición del MoMA, y dada la repercusión que tuvo para la arquitectura de Venezuela, Creole Petroleum Corporation patrocinó, junto a la Sociedad Venezolana de Arquitectos (SVA), la exposición Architecture in Venezuela, que se llevó a cabo en el World Affairs Center de Nueva York en 1957. Los responsables de la misma fueron Cipriano Domínguez, presidente de la SVA; Luis Ramírez, curador; Mateo Manaure, diseñador, y Paolo Gasparini, cuyas fotografías integraron la mayor parte de los paneles de exhibición, estando conformados el resto por fotografías de Hamilton Wright Organization. El folleto incluyó textos de Richard J. Neutra y de Villanueva[64].

Otra exposición celebrada en el MoMa, en este caso en 1961, sería significativa para la arquitectura de Venezuela. Y es que los curadores de Roads, Bernard Rudofsky y Arthur Drexler, le dieron un sitial privilegiado al Helicoide. Resaltaron cómo sus arquitectos, siguiendo ideas de Frank Lloyd Wright, Le Corbusier y otros, «lograron convertir las calles en parte integral» del edificio, así como el uso de la tecnología servía en este caso «no para hacer edificios tipo “cajas individuales”, sino más bien para crear dentro del paisaje una colina entera con una terraza continua», cuya escala «empequeñecía» a «los anticuados edificios de apartamentos y negocios “modernos” ». Se imaginaban, además, «calles extendiéndose en cualquier nivel, siguiendo los variados contornos de la tierra para conectar con terrazas similares en colinas cercanas», recalcando como colofón que «esta empresa aventurera fue emprendida en América Latina y no en los Estados Unidos, donde tanto autopistas como también centros comerciales se encuentran entre nuestros esfuerzos más ambiciosos»[65].

Entre los reconocimientos internacionales obtenidos por arquitectos y edificaciones de Venezuela debemos señalar el del edificio Creole en 1956: 1er. Premio en el Festival Internationale d’Architecture en Paris[66]. El edificio, como en tantos otros casos vistos en el país, ostenta una condición de «doble patrimonialidad» que ya fuera referida por Lorenzo González Casas en cuanto al Hotel Ávila[67]. En 1957, la IV Bienal de São Paulo otorgó a los estudiantes de 5º año de la FAU-UCV el 1er premio del III Concurso Internacional de Escuelas de Arquitectura, premio relevante para la docencia arquitectónica en el país.

José Miguel Galia recibió el 1er. Premio Escala Andina por el Banco Metropolitano de Caracas, en la III Bienal de Arquitectura de Quito (1982). En la IV Bienal (1984), Jorge Dupuy obtuvo Medalla de Oro por los Sistemas Dli para edificaciones de interés social. En la VII Bienal (1990), Hélène de Garay obtuvo el 1er. Premio Internacional, Gran Premio del evento, por el Edificio Fosforera Nacional, de Caracas (1988-90). El premio constituía un reconocimiento fundamental de la actividad profesional de las mujeres en un entorno hasta el momento reacio como el de la arquitectura venezolana. Y en la IX Bienal (1994), Jorge Rigamonti recibió el 1er, Premio Internacional, Gran Premio del evento, por el Campamento Turístico Cayo Crasqui en Los Roques.

Los profesores de la Facultad de Arquitectura del Zulia (LUZ), Francisco Mustieles, Pablo La Rocha e Ignacio Oteiza, con María Verónica Machado y Claudia Urdaneta como asistentes, y un nutrido grupo de colaboradores, obtuvieron uno de los premios en el Concurso Internacional «25 Viviendas Bioclimáticas para las Islas Canarias», concurso que implicaba la construcción de las 25 viviendas ganadoras. La propuesta del equipo de LUZ, «Vivienda Bioclimática. Habitar los Dispositivos», era en parte heredera del manejo bioclimático de las arquitecturas residenciales petroleras.

Al margen de premios y reconocimientos, es pertinente destacar ciertos episodios que se dieron en el país en el siglo XX, que han tenido presencia significativa en el panorama internacional. Entre las obras más relevantes de la modernidad en Venezuela se encuentra el Hipódromo La Rinconada. El proyecto fue encomendado en 1954 a la firma norteamericana Arthur Froehlich Arquitecto y Asociados, con gran experiencia en el diseño de hipódromos. Junto a Froehlich trabajaron profesionales como los ingenieros Henry M. Layne y Tung-Yen-Lin, así como los arquitectos paisajistas Roberto Burle-Marx, Fernando Tábora y John Stoddart. Lin, en particular, señaló que él jamás volvería a realizar en toda su carrera una obra con las condiciones excepcionales y extrañas con las que contó en Venezuela.

Esas condiciones se basaban, entre otras cosas, en la carencia de límites presupuestarios y en una relación obligatoria con los jerarcas del régimen, lo que lo llevó a trabajar en una propuesta estructural que no tenía ningún tipo de regulación ni de restricción económica, por lo que no podía considerarse una propuesta racional, ajustada al rigor que el ajuste presupuestario le brinda. Ello nos permite visualizar una singular manera de «adquirir» la modernidad a la fuerza, una manera marcada por una presencia inaudita de la riqueza petrolera, un chorro que no cesa, y por los exabruptos que el manejo de la misma propició, convirtiéndose en signo del siglo XX venezolano y anuncio de la debacle posterior.

La celebración de exposiciones internacionales posibilitaría nuevamente la realización de obras venezolanas en el extranjero, en este caso pabellones. Entre ellos podemos mencionar, el pabellón realizado por Guido Bermúdez para la Interbau de Berlín de 1957; el diseñado por Dante Savino para la Exposición Universal de Bruselas de 1958; el Pabellón de Venezuela en la Feria Mundial de Nueva York de 1964, obra de los arquitectos Edmundo Díquez y Oscar González Bustillo, que recibiría un premio concedido por el American Institute of Architecture; los cubos realizados por Villanueva para la Exposición Universal de Montreal de 1967, y la estructura desplegable del Pabellón para la Exposición Universal de Sevilla de 1992, de Henrique Hernández, Ralph Erminy y Marcel Erminy.

Con la llegada al poder de Chávez en 1999, el Programa de Habilitación Física de Barrios formó parte de la nueva Política Nacional de Vivienda. Dicho programa fue la plataforma para lograr el reconocimiento oficial de los barrios de ranchos y su incorporación a la sociedad urbana contemporánea y, por tanto, para el mejoramiento de numerosos barrios en todo el país, una iniciativa que por su magnitud no había tenido precedente a nivel nacional[68] y que contó, en algunos casos, con el apoyo del Banco Mundial, aparte de recibir un gran respaldo a nivel social, técnico y profesional, y visibilidad internacional. El mismo propició sentido participativo, pero no tuvo tiempo para su efectiva realización, pues fue cerrado en sólo tres años por el propio gobierno que lo había instaurado.

Por otro lado, en el año 2000, la Ciudad Universitaria de Caracas fue inscrita como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Estas noticias, la asunción de un programa centrado en la dotación de servicios e infraestructuras que equipararan a los barrios con el resto de la ciudad, y el reconocimiento de la Ciudad Universitaria de Caracas como patrimonio mundial, denotaban que esa modernidad «ficticia» finalmente «tuvo» que aceptar a un «otro», el barrio, que albergaba un sentido particular de vitalidad y caos, y era un testimonio permanente de las desigualdades socioeconómicas. Pero el alborozo por ambas nuevas, palidece hoy en día ante la supresión abrupta que sufrió el Programa de Habilitación Física de Barrios y ante la situación vivida por la Ciudad Universitaria, no solamente debido a la caída de la cubierta del pasillo central, sino por otro proceso de supresión: el de las universidades públicas históricas. Tan sólo dos décadas atrás, ambas condiciones de esa modernidad elusiva del siglo XX concluían el siglo en conjunción.

Casa El Cerrito (Villa Planchart), Caracas. Vista aérea. Gio Ponti, 1953-57 (2004). Fotografía Nicola Rocco. Caracas cenital. Fundación para la Cultura Urbana, 2004

A manera de epílogo

El petróleo representó mucho más que el sostén económico fundamental de Venezuela durante el siglo XX, generó paisajes sociales, industriales y culturales que propiciaron variados intentos de trocar en modernidad permanente la renta producida por la actividad extractiva.

La asunción de la nación como petrolera transcurrió por diversos escenarios, signados por la actividad de las empresas transnacionales, que desarrollaron particulares formas de ocupar y construir el territorio; por el arribo al país de profesionales y técnicos desplazados por confrontaciones bélicas y condiciones económicas depauperadas, que contribuyeron a la construcción no sólo del medio físico en un destino preciado como Venezuela, sino también a la irrupción de imaginarios y paisajes mentales enfrentados con seculares y atávicas presencias premodernas; y por el intento paulatino de romper con la asimétrica condición de país de acogida a fin de tener presencia en el exterior como forma de  difusión e intercambio de ideas.

Y si bien la nacionalización petrolera puso punto final a la presencia de las transnacionales en el país, no lo hizo tanto en cuanto a su «cultura» empresarial y forma de actuar urbana y arquitectónicamente, lo que sí sucedió tras el cambio de rumbo político vivido a final de siglo, que terminó de anclar el discurso asociado al petróleo fuera de su pretendido estrato de modernidad, a pesar de la carga de ficción que dicha noción de modernidad pudo cargar sobre sí misma desde la década del 20. Y si pareciera que la sustitución de esos estratos habrá de concluir en el tránsito de una modernidad excluyente a una premodernidad incluyente e inevitable, bajo cualquiera de sus afantasmadas formas la futura remembranza de la modernidad, de su ilusa y ficticia vida en estos territorios, habrá de comenzar con aquella frase de “érase una vez el petróleo”.

***

Notas:

Harry Vicente Garrido es arquitecto, MSc., PhD y Profesor Titular de la Universidad Simón Bolívar.

[1] Si bien el caso de La Alquitrana no puede limitarse a la existencia de la compañía Petrolia y, por tanto, a un rol meramente «pionero» de la explotación del petróleo en el país, sino que hay que destacar su carácter excepcional como «heterogénea unidad de producción de café, querosén, benzina y carbolina para el consumo urbano y rural de una sociedad agroexportadora», en la que «la agricultura no decayó», conviviendo con la presencia petrolera. Alfonso J. ARELLANO CÁRDENAS, «Petrolia, Urbanæ Res». En: Juan José Martín Frechilla y Yolanda Texera Arnal, (Comps.), Petróleo nuestro y ajeno (la ilusión de modernidad). Caracas, Universidad Central de Venezuela, Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, 2005: 76.

[2] Lorenzo GONZÁLEZ CASAS y Orlando MARÍN CASTAÑEDA, «El transcurrir tras el cercado: ámbito residencial y vida cotidiana en los campamentos petroleros de Venezuela (1940-1975)». En: Espacio Abierto. Cuaderno Venezolano de Sociología, vol. 12, no. 3, julio-septiembre 2003: 377.

[3] Lorenzo GONZÁLEZ CASAS, «Nelson A. Rockefeller y la modernidad venezolana: intercambios, empresas y lugares a mediados del siglo XX». En: Juan José Martín Frechilla y Yolanda Texera Arnal, (Comps.), Petróleo nuestro y ajeno (la ilusión de modernidad). Caracas, Universidad Central de Venezuela, Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, 2005: 175.

[4] Aníbal R. MARTÍNEZ, «Centros poblados petroleros». En: Diccionario de Historia de Venezuela, Caracas, Fundación Polar, tomo 4, apéndice 2, 1997: 456-458.

[5] GONZÁLEZ CASAS y MARÍN CASTAÑEDA, op. cit., 2003: 385.

[6] Nicanor F. GARCÍA, «El Primer pozo petrolero productor de la Creole en Venezuela». En: El Farol, no. 240, enero-marzo 1972: 11-12.

[7] Pedro ROMERO, Imagen del paisaje petrolero venezolano. 100 años de presencia y trascendencia, [Caracas], Shell Venezuela Productos C.A., [2011]: 82.

[8] MARTÍNEZ, op. cit., 1997: 454-456.

[9] GONZÁLEZ CASAS y MARÍN CASTAÑEDA, op. cit., 2003: 383.

[10] Ibidem.

[11] Miguel Tinker Salas, «Cultura, poder y petróleo: campos petroleros y la construcción de ciudadanía en Venezuela». En: Espacio Abierto. Cuaderno Venezolano de Sociología, vol. 13, no. 3, julio-septiembre 2003: 328.

[12] GONZÁLEZ CASAS y MARÍN CASTAÑEDA, op. cit., 2003: 384.

[13] «El Comisariato de Caripito». En: El Farol, no. 31, diciembre 1941: 4.

[14] «El Comisariato de Caripito», En: El Farol, no. 48, mayo 1943: 9.

[15] Andrés M. GARCÍA, «Espacios arquitectónicos en la segunda colonización. Caso: las colonias petroleras en el Estado Zulia, Venezuela». En: VI Conferencia Internacional sobre Conservación de Centros Históricos y Patrimonio Edificado Iberamericano. La conservación de la arquitectura moderna. Ponencias tema 3. 24 al 30 de julio de 1994 / Caracas / Venezuela, Caracas, 1994: 85-86.

[16] ROMERO, op. cit., [2011]: 56.

[17] GARCÍA, op. cit., 1994: 87.

[18] ROMERO, op. cit., [2011]: 87.

[19] ROMERO, op. cit., [2011]: 126.

[20] Francisco MUSTIELES, «Escuela de Ingeniería de Petróleos: un plan abierto a múltiples lecturas». En: Francisco MUSTIELES et al., La Escuela de Ingeniería de Petróleos de Carlos Raúl Villanueva (1954-1958), , Maracaibo, Instituto de Investigaciones Facultad de Arquitectura LUZ, mimeo, 2004: 21.

[21] En agosto de 1943, Standard Oil consolidó sus intereses en Venezuela bajo esta compañía.

[22] Henry Vicente Garrido, «La arquitectura urbana de las corporaciones petroleras: conformación de “Distritos Petroleros” en Caracas durante las décadas de 1940 y 1950». En:  Espacio Abierto. Cuaderno Venezolano de Sociología, vol. 12, no. 3, julio-septiembre 2003: 396.

[23] Nombre que desde diciembre de 1948 comenzó a designar los intereses de la compañía en el país.

[24] Nelliana Villoria S. y Orlando Marín, «Un arquitecto-urbanista en la industria. Entrevista con Rafael Valery». En: Boletín IERU, no. 8, 2000: 4.

[25] Resulta elocuente que dicho hotel tuviera un nombre que aludía a Caracas mientras que la toponimia de los otros evocaba a los Estados Unidos.

[26] González Casas, op. cit., 2005: 191.

[27] Denominación que tuvo desde mayo de 1953 la subsidiaria del grupo Shell en el país.

[28] «New Shell Home». En: Venezuela Up-To-Date, vol. 10, no. 4, septiembre-octubre 1960: 10.

[29] «Sears, Roebuck Opens New Store in Caracas». En: Venezuela Up-To-Date, vol. I, no. 5, abril 1950: 7.

[30] El supermercado CADA, eje del centro comercial, era el punto final de un sistema creado por IBEC, que imbricaba la industria petrolera con la agraria.

[31] Lorenzo González Casas y Orlando Marín Castañeda, «Investigación Histórico-Arquitectónica». En: Luis Guillermo Marcano Radaelli, coord., Estudio y Diagnóstico de Hotel Tamanaco, Urbanización Las Mercedes-San Román, mimeo, Caracas, 2015.

[32] «Mobil Headquarters». En: Venezuela Up-To-Date IX, no. 10, noviembre 1959: 14.

[33] «U.S. Embassy in New Building». En: Venezuela Up-To-Date IX, no. 12, enero 1960: 8.

[34] Rafael Pineda, Italo-venezolano. Notas de inmigración, Caracas, Oficina Central de Información, 1967: 478.

[35] Luis UGALDE, «Movimiento poblacional y su significado». En: Ramón J. VELÁSQUEZ (Coord.), Balance del siglo XX venezolano, Caracas, Editorial Grijalbo, 1996: 33.

[36] UGALDE, op. cit., 1996: 34, citado por Edgardo MONDOLFI GUDAT, «Introducción». En: Edgardo MONDOLFI GUDAT (Coord.), La política en el siglo XX venezolano, Caracas, Fundación para la Cultura Urbana, 2020: [9].

[37] Ibidem.

[38] VELLUTO, «Cumplió 50 Años Como Profesional el Arquitecto Fernando Salvador», El Nacional, julio 1972.

[39] U.S. Bureau of Foreign and Domestic Commerce, Investment in Venezuela: Conditions and Outbook for United States Investors, Washington, U.S. Government Printing Office, 1953: 7, citado en Lorenzo González Casas, «Geografías e historias desplazadas». En: Henry Vicente Garrido (Ed.), Arquitecturas desplazadas. Arquitectura del exilio español, Madrid, Ministerio de Vivienda de España, 2007: 82.

[40] Leszek ZAWISZA, León Achiel Jerome Hoet. Un Ingeniero de la Vieja Maracaibo, Maracaibo, Gobernación del Estado Zulia, 1989: 104.

[41] Luis Enrique Pérez Oramas, «La voluntad moderna», en William Niño Araque (Ed.), Carlos Raúl Villanueva. Un moderno en Sudamérica, Caracas, Galería de Arte Nacional, 1999: 304.

[42] Graziano GASPARINI y Juan Pedro POSANI, Caracas a través de su arquitectura, Caracas, Fundación Fina Gómez, 1969.

[43] Leopoldo MARTÍNEZ OLAVARRÍA, Gustavo FERRERO TAMAYO, Julián FERRIS, Juan Andrés VEGAS y Martín VEGAS, «Maurice Rotival». En: Punto, no. 65, julio 1983: 58.

[44] Marta VALLMITJANA, «Presentación». En: Marta VALLMITJANA (Ed.), El Plan Rotival. La Caracas que no fue, Caracas, Fondo Editorial del Instituto de Urbanismo de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, 1991: 14.

[45] Rafael BERGAMÍN, «Carta a Secundino Zuazo (París)», mimeo, Caracas, 17 de abril 1938, Archivo Familia Bergamín, Madrid.

[46] Ibidem.

[47] Ocarina Castillo D’Imperio situará el protagonismo decisivo de dicha idea de tabula rasa en la década militar de 1948-58: Ocarina Castillo D’Imperio, Los Años del Buldózer: Ideología y Política 1948-1958, Caracas, Fondo Editorial Tropykos, 1990.

[48] Teolinda Bolívar e Iris ROSAS, «Los caminos de la investigación de los asentamientos humanos precarios». En: Alberto Lovera y Juan José Martín Frechilla (Comps.), La ciudad: de la planificación a la privatización, Caracas, Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico Universidad Central de Venezuela / Fondo Editorial Acta Científica Venezolana, 1994: 114.

[49] José María Bengoa, «Estudio Social Sanitario de un Distrito de Caracas. Distrito ‘B’ del Guarataro. Parroquia de San Juan». En: Revista de Sanidad y Asistencia Social, vol. VII, no. 1, febrero 1942: 5-50.

[50] Henry VICENTE GARRIDO, «De Venezuela: la ficticia “ilusión” del destierro». En: Henry Vicente Garrido (Ed.), Arquitecturas desplazadas. Arquitectura del exilio español, Madrid, Ministerio de Vivienda de España, 2007: 61.

[51] Recupero aquí el nombre Arturo P. Kan, con el que firmaba sus trabajos y tarjetas de presentación, en lugar de aquel otro, Arthur Kahn, que se había hecho costumbre en su caso, y con cuyo uso contribuí previamente.

[52] Coto, quien trabajaba en Cubiertas Ala en México, llegó a Venezuela en 1959 y se estableció en el país, creando posteriormente su propia firma, Arquitectura Orión. Loperena estuvo varios años en el país, siendo también profesor de la Escuela de Arquitectura. En los años 80 se trasladó a Estados Unidos.

[53] Henry VICENTE GARRIDO, «El destino de los objetos. La arquitectura de Dirk Bonhorst en el programa inicial de modernización nacional». En: Dada. De Arquitectura, Diseño & Autores, no. 3, 2001: 6.

[54] Dirk BORNHORST y Pedro Neuberger, «Nave de montaje Volkswagen». En: Informes de la Construcción, no. 177, enero-febrero 1966: 93.

[55] Henry-Russell Hitchcock, Latin American Architecture since 1945, New York, Museum of Modern Art, 1955: 157.

[56] Orlando MARÍN CASTAÑEDA, «Construir la nación, construir sus imágenes: Los pabellones de Venezuela en las exposiciones internacionales». En: Tomás STRAKA (Comp.), La tradición de lo moderno. Venezuela en diez enfoques, Caracas, Fundación para la Cultura Urbana, 2006: 289.

[57] Paulina VILLANUEVA y Maciá PINTÓ, Carlos Raúl Villanueva, Caracas, Tanais Ediciones / Alfadil Ediciones, 2000: 166.

[58] González Casas, op. cit., 2005: 188.

[59] Jorge Francisco LIERNUR, «Fiebre tropical. Nuevos trayectos y nueva geografía en la cultura arquitectónica internacional como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial (1940/1960)». En: Viajes en la transición de la arquitectura española hacia la modernidad. Actas preliminares. Pamplona: T6) Ediciones / Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Universidad de Navarra, 2010: 49.

[60] Ibidem: 50.

[61] VILLANUEVA y PINTÓ, op. cit., 2000: 166.

[62] Jorge Villota Peña, The Hyperamericans! Modern Architecture in Venezuela during the 1950s / ¡Los Hiperyanquis! Arquitectura Moderna en Venezuela durante los años 1950. Trabajo de Ascenso presentado para optar a la categoría de Profesor Titular. Universidad Simón Bolívar, 2015: 16-17.

[63] Hitchcock, op. cit., 1955: 45.

[64] SOCIEDAD VENEZOLANA DE ARQUITECTOS, Architecture in Venezuela, Nueva York, Sociedad Venezolana de Arquitectos / Creole Petroleum Corporation, 1957: s/p.

[65] Dirk BORNHORST, Arquitectura, Ciencia y Tao, Caracas, Fundación Ecología y Artitectura, 1991: 253-254.

[66] American Institute of Architects American Architects Directory, Nueva York, R.R. Bowker Company, 1962: 176.

[67] Lorenzo GONZÁLEZ CASAS, «El Hotel Ávila: la nacionalidad dual de un monumento». En: Arquitectura Hoy, no. 350, 2000: 8-9.

[68] Josefina BALDÓ y Federico Villanueva, «Situación actual del programa de habilitación física de barrios». En: La Ciudad del Sol, no. 0, noviembre 2008: 12-15.

 


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