Entrevista

Josefina Mondolfi Blanco: “He aprendido a estar todo el tiempo haciendo algo”

08/05/2020

Fotografía de Irene Estévez

Siempre es motivo de desgarro tener a una hija en los confines del mundo, aún más en estos tiempos aciagos. Pero más difícil resulta arrancarle un testimonio de lo que ha sido su experiencia, como estudiante de ballet en Moscú, sin que este diálogo padre-hija, gobernado por los nueve mil novecientos veintisiete kilómetros de distancia que separan Caracas de la capital de la Federación rusa, termine convirtiéndose en algo meloso o sensiblero. Ambos –Josefina Eugenia y yo– tratamos de evitarlo, como se evita todo cuanto sea ingrato en la vida. Y, así, teniendo que recurrir por fuerza a las portentosas tecnologías que han venido a socorrernos en medio de nuestras desgracias actuales, Josefina Eugenia ha querido compartir la experiencia que está viviendo en Moscú, atrapada en medio de la pandemia, junto al grupo de trece estudiantes internacionales que aún se encuentran dentro de la propia Academia Estatal de Coreografía de Moscú, conocida más comúnmente como Escuela de Ballet Bolshoi, donde es alumna desde comienzos del año 2019.

Si bien la mayoría de los alumnos internacionales regresó a sus países de origen, Josefina Eugenia –de catorce años de edad– cayó dentro del caso de países que, como el nuestro, permanecen con el espacio aéreo prácticamente cerrado desde que se oficializara la pandemia a nivel global por recomendación de la Organización Mundial de la Salud. Tuvo que quedarse en Moscú y sigue recibiendo clases a distancia, pero con la ventaja –y con toda razón puede decirse así– de hallarse dentro de las instalaciones del Bolshoi. Por tanto, para Josefina Eugenia, así como para el resto de quienes conviven con ella, ha sido un privilegio poder seguir disponiendo –pese a su aspecto desolador y fantasmal– de unos salones de clase que, en este caso, cuentan con la capacidad, las medidas, el diseño y los equipos propios de lo que, a lo largo de sus más de doscientos años de existencia, han venido a convertir al Bolshoi en una de las academias de ballet más prestigiosas a nivel mundial. Hablamos de que tal Academia fue fundada en 1776, el mismo año en que vino a darse la declaración de independencia de las trece colonias de Norteamérica o, cuando en las guarniciones del sur de España, Francisco de Miranda proseguía su despreocupada vida de joven oficial.

Estas vivencias, descritas por Josefina Eugenia, podrían verse como algo alentador en medio de lo que ha significado que otras expresiones artísticas, acerca de las cuales tal vez se hable menos, hayan tenido que acoplarse también a las exigencias impuestas por tan rudo azote. El ballet no es en este caso una excepción, ni ha permanecido inmune a los estragos que trastocan la vida cotidiana de quienes lo practican. De hecho, una nota recientemente publicada por The Washington Post, al referirse justamente al ballet, da a entender algo que, no por obvio, deja de tener resonancias e implicaciones profundas: que el arte también está en pie de guerra contra esta nueva forma de miedo que es el COVID-19.

Pese a las asperezas del control remoto, logré acercarme a la suave voz de mi hija. Y esa voz, en medio del azote y la pesadumbre que estamos viviendo, se ha traducido en una nota auspiciosa.

¿Cómo son tus clases de ballet en este momento?

Las clases son a través de una aplicación llamada Zoom, que es para video-conferencias on line. Habiéndome quedado internada, tenemos derecho a usar un salón mientras que mis compañeras de clase, que son todas rusas, se encuentran en sus casas y, desde allí, practican como pueden; la profesora nos ve a todas a través de la computadora y nos va corrigiendo.

¿Qué otras materias estás estudiando on line y cómo es el proceso de estudio?

Estoy estudiando, como materias, Ballet clásico, Gimnasia y Preparación física, Danzas de carácter, que son danzas folclóricas rusas, danzas españolas y danzas húngaras; también recibo clases de idioma ruso, todo a través de la aplicación de video-conferencia.

Fotografía de Irene Estévez

¿Cómo es tu día típico?

Un día típico mío, sin cuarentena, comenzaba con idioma ruso, luego seguía con clases de piano (dos días a la semana); también tenía hora y media libre para prepararme para la clase de Ballet clásico; después del almuerzo y un poco de descanso, y dependiendo del día, tenía por la tarde Danza-carácter (las danzas folclóricas) y, los otros días, otra clase de Ballet o de Preparación física. Luego de cenar (porque se cena temprano en Moscú), normalmente salía un rato a caminar.

En cambio, un día típico “en cuarentena” empieza un poco más tarde, pero las clases siguen siendo iguales, aunque a través de la aplicación Zoom, tanto Ballet como idioma ruso. Luego, durante el resto de la tarde, normalmente hago mi colegio –es decir, mis estudios de bachillerato– on line.

¿De dónde son los demás estudiantes internacionales que quedaron en la Academia?

En estos momentos somos trece los que quedamos en el internado: una de España, dos de Italia, una de Panamá, una de Canadá, uno de Noruega, dos de Kazajstán, uno de Rumania, uno de Vietnam, una de Indonesia, una de Argentina y yo, que soy de Venezuela.

¿Cómo llegaste a la Academia Bolshoi?

Llegué porque la Academia del Bolshoi tiene programas de entrenamiento vacacional en varios sitios, como en Italia, Japón y los Estados Unidos. Yo audicioné en Connecticut (EE.UU.) para ir a un curso de verano del Bolshoi y, cuando regresé a mi casa, en Caracas, me llegó un correo diciéndome que había sido seleccionada y que me invitaban a estudiar un año en Moscú. El año pasado me vine, cursé y, después, presenté mis exámenes y me invitaron a regresar este segundo año.

Del personal de la Academia, ¿quiénes están con ustedes allá?

Pues ahora del personal de la Academia solamente están las que llaman diyurni (las señoras que cuidan el internado, una por día), los cocineros, que son tres, y las enfermeras que cambian de guardia, además de un fisioterapeuta. Las maestras, como te dije, nos dan clases de ballet, ruso y todas las demás materias, a distancia.

¿Qué ha sido lo más difícil en esta experiencia de la cuarentena?

Lo más difícil para mí ha sido el hecho de desacostumbrarme a salir, pero he podido manejarme bien porque aquí me encuentro con mis amigas, tenemos un patio interno al que podemos salir; pero –sí– pienso que lo más difícil ha sido el hecho de no poderme asomar a la calle después de clases.

¿Qué te ha enseñado esta experiencia?

Lo que más me ha enseñado es a aprovechar el tiempo porque, en muchos casos, pensé que no era mucho lo que podría hacer y perderlo. Que el tiempo me quedara vacío. Pero sí lo he aprovechado porque, durante las horas en las que normalmente salía, me pongo a hacer más ejercicios, más clases de ballet, estudiar horas extras de ruso por mi cuenta, seguir con el bachillerato y hacer improvisaciones de danza contemporánea. He aprendido a no quedarme sin hacer nada.

Fotografía de Irene Estévez

¿Cómo haces con el bachillerato venezolano desde Moscú?

Estoy haciendo el bachillerato a través de un programa que se llama DAWERE, que es un bachillerato on-line de Venezuela. Estoy cursando segundo año. Ahorita, en esta cuarentena, estoy haciendo más colegio que nunca porque tengo el tiempo que no tenía antes.

¿Cómo has ido aprendiendo ruso?

El idioma ruso es muy difícil, empezando porque tiene otro alfabeto y muchas reglas gramaticales. Pero, por ejemplo, siento que este año es cuando más he mejorado mi ruso porque, además, tengo que hacer el esfuerzo de comunicarme con mi profesora o mis compañeras rusas, a las que les pido que no me hablen en inglés para poder practicar. Y eso ha hecho que mi ruso haya mejorado muchísimo.

Siendo un grupo de más de cien estudiantes internacionales, ¿cómo se sienten los trece alumnos que se quedaron debido a la cuarentena?

En verdad ha sido una sensación extraña ver el internado vacío porque, normalmente, había mucha gente en los pasillos, en la cafetería o en los salones. Pero, aunque ha sido extraño, por otro lado ha sido muy cómodo porque hemos tenido la Academia para nosotros solos. Es una sensación extraña –te repito– pero que también hemos sabido aprovechar.

Seguramente el cielo de Moscú ya se ha puesto opaco cuando aquí, en Caracas, apenas nos visita el mediodía. De golpe dejamos de hablar. Las palabras de Josefina Eugenia, remotas y distantes como pudieran sonar a través del amasijo de cables invisibles que conecta al globo, sólo me confirma una cosa: que este torvo y cruel engendro llamado COVID-19 no nos va a dejar vencidos indefinidamente.


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