Literatura

“Hopper y el fin del mundo”, de Fedosy Santaella

13/01/2022

Fotografía de @Fedosy

Lo que suponíamos era que el final iba a ser caótico, estruendoso, incomprensible. Un desastre natural. Una invasión alienígena. Un ejército de zombis. Una guerra nuclear entre naciones belicosas. Pero muy poco imaginamos sobre lo que sucedería luego de ese clímax catastrófico. Ni qué pasaría con los sobrevivientes. Los afortunados. Los olvidados después del rapto divino. A través de la nueva novela de Fedosy Santaella, Hopper y el fin del mundo (Editorial Milenio, España, 2021), podemos darnos una idea aproximada de esas postrimerías. El libro está dividido en tres partes y ofrece un mosaico, un caleidoscopio sobre las escenas y los personajes que pueblan ese mundo postapocalíptico donde lo que abunda es el silencio, un silencio que impregna y ensancha los contornos de lo conocido, alterando las percepciones que teníamos sobre lo que ocurriría alrededor del final. Porque quizás el fin del mundo nos alcanzó y nos dejó atrás y ni siquiera nos dimos cuenta de que así era el final: sin gritos, sin estrépitos, sin ruidos cacofónicos; un final silencioso y casi imperceptible que nos envolvió con su hálito mortal. Santaella dice que se inspiró en parte con el trabajo del pintor Edward Hopper y algo hay de eso en estos relatos. Es inevitable hacer las asociaciones, porque en esas pinturas también abundan las soledades y los silencios, y el mundo pictórico tiende puentes hacia el literario mediante esa ausencia de cháchara y ruidos molestos que abundaban en el viejo mundo.

En casi todos los cuentos el silencio funciona como un telón de fondo, un personaje secundario, una subtrama camuflada en el discurso de los sobrevivientes. Son historias intercaladas por el desastre que se ignora y está presente al mismo tiempo; un despliegue moroso, sin prisas, porque ya lo peor pasó y sólo queda acostumbrarse a la nueva normalidad, que también es aparente. En uno de los cuentos se lee: “…haciendo silencio en un nuevo mundo que ha ido perdiendo las formas de la lengua, las articulaciones del lenguaje”. Es el hilo conductor que sostenemos entre los dedos y seguimos con cautela. “Y así voy pasando mis días, en esta tranquilidad, este silencio”. O incluso: “Mi silencio es mi escudo, lo que guardan mis palabras lleva demasiado dolor, demasiada furia”. La tranquilidad y el sosiego van detrás del silencio. O algo que pudiera interpretarse de esa manera, porque, desaparecido el ruido y la cólera, ¿qué es lo que queda? Y los sobrevivientes intentan hacer las paces con esas repentinas certezas. Los abandonados, los solitarios, los locos. Uno de ellos se atreve a expresarlo: “Nunca entendimos, en el silencio estamos mejor”. Pero, ¿qué tan cierto es eso? ¿Hasta dónde puede protegernos o empujarnos ese silencio que permea las páginas de esta novela? Las respuestas son elusivas y particulares.

La mayoría de nosotros nos hemos acostumbrado a visualizar el Más Allá como un lugar lleno de tranquilidad y sosiego, mucha calma, sin estrés; pero ¿qué pasaría si el Más Acá también pudiera ofrecer esas características después del fin del mundo? Parece que nunca nos hubiésemos detenido a pensar en ello. Cabría entonces preguntarse: ¿quiénes son más afortunados, los que se fueron o los que se quedaron? Esta novela de Fedosy Santaella nos permite jugar con esas posibilidades, esas variaciones, esas alternativas. La buena literatura funciona a veces como un espejo para reflejar inquietudes e interrogantes sobre las vidas que creemos vivir y atraer nuestros ojos para mirar lo que siempre estuvo allí, pero nunca supimos ver. Entonces parecería posible cruzar hacia una de las pinturas de Hopper y tratar de entender lo que subyace detrás de esas figuras hechas de trazos y colores estáticos. El mundo después del fin del mundo. Todo esto me hizo pensar en Facundo Cabral. Hay una entrevista que le hizo Leila Guerriero, y allí el cantante argentino, ya cerca del final, responde: “Para mí la muerte nunca fue un tema serio. Más bien es excitante la idea de la gran hembra, la muerte. Yo me imagino que el paso final debe ser como el silencio en el teatro, antes de que se encienda la luz. El paso al otro lado debe ser así. Ese silencio”.


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