Perspectivas

Hiram Bingham en Caracas (antes que en Machu Picchu)

Fotografía de Harris & Ewing | Library of Congress

21/10/2023

 

“Este contraste entre esplendor y miseria es uno que con frecuencia aparece en Caracas”.

Hiram Bingham, The Journal of an Expedition across Venezuela and Colombia, 1906-1907… (1909)

 

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Al inicio de un periplo que recreaba la campaña del Libertador en 1819, entre Venezuela y Nueva Granada, incluyendo los campos de Carabobo y Boyacá, el doctor Hiram Bingham III (1875-1956) pasó un mes en Caracas, al finalizar 1906. Nacido en Hawái, Bingham fue, como se sabe, un académico, explorador, militar y político estadounidense. Doctorado por la Universidad de Harvard en 1905, trabajaba como profesor de historia latinoamericana en Yale cuando emprendió viajes a diferentes partes de Suramérica. El pormenorizado registro de aquella expedición que recreaba la marcha libertadora apareció en 1909 como The Journal of an Expedition across Venezuela and Colombia, 1906-1907: an Exploration of the Route of Bolivar’s Celebrated March of 1819 and of the Battle-fields of Boyacá and Carabobo, publicado por la Yale Publishing Association, en New Haven.

Hiram Bingham es archiconocido por su visita en 1911 a la ignota Machu Picchu, aunque su supuesto descubrimiento de la ciudadela fue desde entonces muy controvertido. Se argumenta que el hacendado cuzqueño Agustín Lizárraga halló la llamada «ciudad perdida de los Incas» en un viaje realizado a la zona selvática del departamento sureño del Cuzco, el 14 de julio de 1902, nueve años antes que el arqueólogo norteamericano. También ha sido señalado que el misionero británico Thomas Payne y el ingeniero alemán J. M. von Hassel lo precedieron, así como el también alemán Augusto R. Berns, quien construyera un aserradero en las cercanías, durante la década de 1860. Pero todas esas polémicas no opacaron el prestigio de Bingham en Estados Unidos: tras participar en la Primera Guerra Mundial, su  carrera se tornó principalmente militar y política, llegando a ser gobernador y senador por el estado de Connecticut.

Más allá de su figuración gubernamental, lo más perdurable del legado de Bingham ha sido su labor exploradora, plasmada en un exitoso corpus divulgativo. Además de la obra citada y de una serie con The National Geographic Society entre 1913 y 1919, publicó Across South America: an Account of a Journey from Buenos Aires to Lima by Way of Potosí, with Notes on Brazil, Argentina, Bolivia, Chile, and Peru (1911); Inca Land, Explorations in the Highlands of Peru (1922), y Machu Picchu, a Citadel of the Incas (1930). Esos libros fueron completados por  Lost City of the Incas (1948), traducido el mismo año al castellano como La ciudad perdida de los incas, publicado en Santiago de Chile por la popular editorial Zig-Zag. Impulsada por los libros y la controversia histórica, la fama de Bingham y su epopeya cautivante se extendió al cine durante la segunda mitad del siglo XX: primero a través del personaje de Harry Steele, en Secrets of the Incas (1954), interpretado nada menos que por el épico Charlton Heston, con notable semejanza física con el explorador. Y después por el Indiana Jones de Raiders of the Lost Ark (1981), protagonizada por el mismísimo Harrison Ford y producida por George Lucas, cuya franquicia ha perpetuado la saga del arqueólogo hawaiano.

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Para cuando visitara Caracas en diciembre de 1906, el joven profesor de historia latinoamericana vio sin mayor sorpresa la ciudad entre afrancesada e hispánica, con carruajes y tranvías de mulas, con corridas de toros y damas sentadas en los ventanales de sus casas, o en las retretas de la plaza Bolívar los domingos por la noche. Al igual que otros visitantes norteamericanos que le antecedieran y saludaran las reformas guzmancistas – de Richard Harding Davis a Ira Nelson Morris, pasando por William L. Scruggs – Bingham confirmó el simpático afrancesamiento de la capital de la Bella Época venezolana, el cual se tornaba pintoresco por la herencia hispana:

“Caracas parece mostrar una mezcla de influencias españolas y francesas. Uno ve gran número de tienditas donde las provisiones son vendidas en pequeñas cantidades. Muy a mano pueden encontrarse los diminutos establecimientos de sastres, barberos y boticarios. Su gran número y pequeño tamaño recuerdan constantemente las ciudades europeas meridionales. La moneda está basada en el sistema francés, siendo el bolívar la unidad de valor, que equivale a veinte centavos. Del mismo modo hay un Panteón, una imitación directa de París. La policía hace pensar en los gendarmes parisinos. Los carruajes públicos son pequeñas victorias como uno ve en París, excepto que aquí es más acostumbrado tener dos caballos que uno”.

Tras las impresiones generales de la primera semana, en diciembre 13 anotó en su diario sobre el río Guaire y la expansión hacia El Paraíso. Desde su aparición durante la década de 1890, el primer suburbio crespista se había constituido en referencia obligada para visitantes extranjeros, antes y después de Bingham. No olvidemos en este sentido que el italiano Tommaso Caivano, quien pasara unos meses en la capital entre 1895 y 1896, recogidos en Il Venezuela (1897), comparó (con amable desproporción) la avenida de El Paraíso a los paseos de La Reforma en Ciudad de México y Palermo en Buenos Aires. Más de una década después, al abrir la era gomecista, el colombiano Pedro A. Peña, en su visita a Caracas en automóvil en 1913, hizo notar que el paseo de El Paraíso se había convertido en “el rendez-vous de las elegancias caraqueñas, con sus alamedas frondosas, sus palacios magníficos, sus quintas primorosas y sus graciosos chalets”.

Si bien reconociendo la traza vial y la arquitectura residencial – presidida por la quinta que el general Cipriano Castro hiciera construir en 1903 para su esposa doña Zoila – nuestro arqueólogo hizo notar más bien la belleza natural del paisaje suburbano, con matices poco después captados por el Círculo de Bellas Artes:

“Al sur de Caracas, a través de un pequeño y atractivo río, se eleva una suave serranía donde crece rápidamente El Paraíso, un suburbio a la moda servido por nuevos caminos y puentes modernos. El presidente Castro ha construido aquí una gran villa, y varios de sus amigos están haciendo lo mismo. La vista desde sus casas es maravillosamente atractiva. No recuerdo haber visto colores más bellos. El azul intenso del cielo, los azules más leves de las montañas lejanas, cada posible tono de verde en las laderas y en los jardines, así como los tejados rojos y las paredes encaladas de Caracas hacen todos una combinación maravillosa”.

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Siempre orientado por la arqueología, pareció el visitante gringo interesarse, entre otras muestras del acervo patrimonial capitalino, por la verosimilitud, los personajes y detalles de las pinturas del Capitolio; así como por los retablos coloniales de la iglesia de San Francisco, con su “maravilloso altar cubierto con elaboradas tallas doradas de trescientos años, según dicen”. Y también por el magnífico púlpito tallado de la Universidad, el cual epitomaba, para Bingham, algo de la ciudad contrastante:

“En el centro de la sala hay un bello púlpito antiguo, usado ahora como tribuna desde donde los candidatos a graduación leen sus tesis. Para entrar uno tiene que trepar una escalera tan tosca e indigna como es magnífica la tribuna con sus ricas tallas doradas y paneles bellamente decorados. Este contraste entre esplendor y miseria es uno que con frecuencia aparece en Caracas”.

Como buen académico, reconoció los esfuerzos del general Manuel Landaeta Rosales en la Biblioteca Nacional, quien “ha arreglado los libros en orden excelente”, acotó el visitante. Este saludó asimismo la labor del ingeniero Luis Pérez Ugueto en el Observatorio Cajigal, el cual dirigiría hasta su muerte en 1936; el también profesor de astronomía y cálculo explicó a su par estadounidense “los cuidadosos métodos” con los que estaba siendo elaborado “el nuevo mapa militar de Venezuela”. Bingham resaltó por lo demás los experimentos bacteriológicos en el hospital Vargas, aunque puso en duda la profilaxis de las cirugías que presenció.

“Un letrero sobre la pared detrás de la mesa de operaciones no dejó de parecernos gracioso. ‘¡A los que escupen se les prohíbe estar alrededor de la mesa durante la operación!’ Después de leer este aviso no nos sorprendió ver que varios de los visitantes fumaban, que cerca de quince o dieciséis personas curiosas, incluyendo doctores, estudiantes y un paciente convaleciente en camisón, se amontonaban alrededor de la mesa durante la cirugía. Los cirujanos intentaron métodos modernos, pero no llevaban guantes de goma y permitían que el paciente estuviera en una corriente fría sin casi ninguna cobertura. Todo era hecho de manera tan torpe que lo hacía a uno temblar”.

Lamentó asimismo el arqueólogo de Yale el estado del Museo Nacional, ubicado en una de las alas de la universidad, donde todo se encontraba en “condición miserable”, incluyendo publicaciones de la Smithsonian Institution, fundada en Washington en 1842.

“Los especímenes de animales y reptiles, mal preservados, comidos por polillas y en descomposición, parecían estar literalmente en sus últimas. Las muestras geológicas, pájaros disecados, publicaciones del Instituto Smithsoniano, armas e implementos indígenas, así como los huesos de un mastodonte encontrado cerca de Coro, todos desordenados y cubiertos con polvo, lo hacían a uno sentir que el museo no era muy apreciado por las autoridades”.

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No obstante esas ironías sutiles con las que sazona su diario, Bingham se muestra casi siempre respetuoso con sus anfitriones y los caraqueños en general, sin dejar de ser crítico. Por ejemplo, en la nochebuena de navidad, al asistir a un concierto en el recién inaugurado teatro Nacional, registró en su diario que la música “fue aceptable, aunque claramente la orquesta necesitaba más ensayos”. Y tampoco dejó de observar que la concurrencia femenina no estaba arreglada de manera adecuada para la ocasión: “La mayoría de las damas en los palcos llevaba grandes pamelas, pero pocas estaban en atuendo de noche convencional”, Bingham dixit.

Durante toda su estancia caraqueña, interés especial le despertó al académico estadounidense conocer al general Castro, a quien ya afectaban las dolencias renales. En un té con el cuerpo diplomático al cual asistiera el 14 de diciembre, el autor observó en su diario:

“El principal tema de conversación era la enfermedad del presidente Castro. Él ha estado ausente por algunos meses; uno o dos días antes de mi arribo fue bajado al litoral cerca de La Guaira, con la esperanza de que un cambio de aire podría beneficiarlo. Toda suerte de rumores está corriendo y se dice que no puede vivir más de unos pocos días. Todo el mundo se pregunta qué pasará a continuación”.

Desde mediados de la década, como se sabe, la salud del Cabito fue minada por sus excesos, manifestándose sobre todo en las susodichas deficiencias renales. De hecho – tal como nos recuerda Mariano Picón Salas en Los días de Cipriano Castro (1953) – tuvo en ocasiones que dejar el gobierno en manos de su compadre y vicepresidente, general Juan Vicente Gómez, retirándose por temporadas a Los Teques y Macuto. Y uno de estos retiros en 1906 coincidió con la visita de Bingham, quien no pudo encontrarse con el mandatario, antes de partir a Carabobo y Barinas. Acaso habría develado el arqueólogo gringo al caudillo criollo sus planes de internarse al sur del continente, en pos de Machu Picchu, la legendaria ciudadela de los incas.


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