Telón de fondo

Gómez, Bolívar, Chávez y el Samán de Güere

30/07/2018

La utilización de la figura del Libertador para fines políticos encuentra capítulo estelar durante la dictadura de Juan Vicente Gómez. Una manipulación que se había insinuado durante la presidencia de Páez para llegar al clímax en el período guzmancista, reaparece a partir de la segunda década del siglo XX para apoyar el trabajo de legitimación de la tiranía que entonces se lleva a cabo. De seguidas veremos una parte destacable del asunto.

Son diversas las bifurcaciones a través de las cuales entrelazan los plumarios la figura de Gómez con la del Libertador, que ahora trataremos de describir siguiendo la orientación de Fernando González, célebre autor colombiano que recoge muchos de los rasgos del nexo en Mi compadre, un libro de 1934 que escribe sobre su tránsito por los salones venezolanos del poder y sobre lo que escucha del propio dictador. Para comenzar, González se asombra ante la reverencia de los individuos de la época por una planta convertida en monumento, motivo que lo lleva a profundizar sobre las características de la liturgia bolivariana que entonces predomina. “Este árbol es el Dios de los venezolanos”, llega a decir.

Se refiere al Samán de Güere, en cuya copa se refugió Bolívar durante las campañas de la Independencia. El dictador ve en el espejo de la “histórica” planta la esencia de su misión, dentro de una concepción expuesta en el siguiente monólogo recogido por el autor:

Allá en mis montañas, en mi juventud, yo tenía tres deseos muy grandes. El primero era ver a San Mateo y al Samán de Güere, en donde tanto sufrió por nosotros el Libertador, y donde acampó con sus ejércitos. En segundo era conocer La Puerta, donde fueron siempre los fracasos de las armas republicanas, y el tercero era conocer al general Luciano Mendoza. ¡Imagínese! ¡Luciano Mendoza, el que había derrotado a Páez! (…) Pues vine de mi tierra y llegué al Samán de Güere, no pude contener mi tristeza al ver cómo le habían cortado las ramas ; tenía machetazos en el tronco. Estaba herido. (…) Cuando llegué a San Mateo, me senté al frente de la casa de Bolívar, a la orilla del camino, en un barranco, y me puse a pensar: ¿Con que este es San Mateo? ¿Aquí fue donde el Libertador sufrió tanto por nosotros? ¡Cuántas noches terribles pasaría aquí; sus ayudantes creerían que dormía, pero cuantas cosas pensaría él! Y al general Luciano Mendoza lo conocí al lado del general Castro, (…) quien me lo presentó pues conocía mi gran deseo. Yo oí cuando Mendoza le dijo al general Castro: ‘Usted nada tiene qué temer mientras yo esté a su lado (…) Y ahora verá. Después me tocó resguardar el Samán de Güere y cuidar a San Mateo, en donde deposité las armas de Venezuela, porque ya no habrá más guerras; le hice una verja de bayonetas, con los colores nuestros, y me tocó vencer a Luciano Mendoza precisamente en La Puerta, cerrándole la entrada a las revoluciones.

Estamos ante un peculiar breviario de la historia patria, en el cual ocupa Gómez el sitio de protector de las reliquias bolivarianas y de fundador de la paz, gracias a la trayectoria que reconstruye para conceder espacio únicamente a los hombres de armas y a las proezas militares. Tal es el hilo que encuentra para atarse a la madeja del héroe, una asociación que solo por el hecho de su reiteración durante veintisiete años, el lapso completo de la dictadura, debe influir en su tiempo y también más adelante.

Los que no tienen oportunidad de escuchar el cuento de los labios de don Juan Vicente pueden visitar el sitio de Güere por una cómoda carretera que antes era una trocha de recuas. El general ha colocado allí unos bancos para que el público contemple el monumento con comodidad. Ha puesto en lugar destacado el lema de su administración: “Unión, Paz y Trabajo”. La cerca de bayonetas sin filo que rodean el samán, pintadas con los colores de la bandera nacional, representa el sosiego del pueblo debido a que el “Benemérito” acabó con las guerras civiles cuando retomó la obra pendiente de la Independencia y de Bolívar.

Tiempo después, cuando nadie lo podía siquiera imaginar, ocurre una sigilosa y estrambótica reunión en Güere. Una logia militar encabezada por el teniente coronel Hugo Chávez ha fundado una organización política denominada MBR-200 para hacer la revolución. Los oficiales quieren sellar el compromiso con un juramento solemne. Repiten ante el tótem vegetal las palabras que, de acuerdo con la tradición, el joven Simón Bolívar pronunció en Roma para ligarse con un movimiento contra la monarquía española. Nadie sabe si allí los jóvenes le agradecieran al tirano de los Andes la fábrica de un ara campestre que les servía para fraguar nuevas gestas que dependerían de elevar nuevas capillas patrióticas.

En una ocasión conté estos detalles al colega inglés Malcom Deas, quien los oyó con atención para pedirme, al final de relato, que lo llevara a Güere. ¿Para qué?, le pregunté. Quiero colocar allí un letrero grande que diga: ¡Prohibido jurar!, respondió.


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