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Después del desmantelamiento de Colombia, Venezuela nace bajo la inspiración de la doctrina liberal que concede lugar fundamental a la producción de riqueza por los particulares. Los padres fundadores entienden, grosso modo, que la felicidad social depende del incremento de las fortunas de los negociantes y de los propietarios en general, aspecto que debe tener preferencia en los planes oficiales. Estamos ante una conducta revolucionaria, en relación con la compresión del gobierno durante el periodo colonial y a los pasos vacilantes que se dan entre 1811 y 1830 para crear un entendimiento diverso de la vida. Por fin se concreta un designio de influencia capitalista debido a cuya implantación nace un republicanismo prometedor, raíz de los impulsos esenciales de la nueva sociedad que se levanta de las cenizas de la guerra para lograr cometidos dignos de atención.
Pero, debido a la profundidad de sus intenciones, a que entonces se dan pasos enfáticos para que la sociedad deje de ser lo que era, choca con los individuos acostumbrados a la lectura tradicional de la cohabitación y atados a los valores que más influían en la cotidianidad del pasado. En ese marco debe entenderse la reacción de Fermín Toro contra el capitalismo puesto en marcha, contra una transformación capaz de demoler los pilares de una vida sustentada en siglos de historia, que esbozaremos ahora. Como el proyecto liberal que arranca en 1830 no se queda en el papel, como se concreta en la aparición de fortunas inesperadas que se rigen por reglas insólitas, en profesiones impensadas por la educación colonial, en tertulias públicas que jamás habían ocurrido, en espectáculos y bailes demasiado desenfadados, en modas y roces contrarios al recato de los antecesores, un observador de la talla de Fermín Toro, letrado que bebe de las fuentes antiguas pero, a la vez, conocedor de las innovaciones del siglo que lo llenan de preocupación, se les opone en escritos fundamentales.
Entre las regulaciones que entonces se decretan para apuntalar la mudanza liberal destaca la Ley de 10 de abril de 1834, que permite la libertad de contratos. De acuerdo con sus contenidos, los particulares pueden pactar transacciones según las condiciones que ellos establezcan, sin que los poderes públicos se inmiscuyan en el trato. Aspectos esenciales en las operaciones, como los plazos de expiración, las obligaciones que acepte el solicitante de capitales y el monto de los intereses establecidos en los acuerdos, dependerán exclusivamente de la decisión de los individuos que realicen las operaciones, mientras el gobierno se exime de cualquier tipo de interferencia. Para las diferencias que surjan entre los contratantes se crea un estrado especial, el Tribunal Mercantil, en el cual se dirimen los pleitos de acreedores y deudores que el Ejecutivo se limita a observar desde prudente distancia. Una revolución de entidad, por fin, un revulsivo capaz de provocar mutaciones estelares, materiales y morales, que conmueven a la sociedad y que provocan la acometida del campeón de las tradiciones que es entonces Fermín Toro.
Escribe un ensayo de especial trascendencia, Reflexiones sobre la ley de 10 de abril de 1834, que muchos consideran como el primer análisis panorámico de la sociedad nacida de la Independencia y encaminada hacia la meta de la modernidad laica y progresista, como el primer diagnóstico detenido de la colectividad venezolana en proceso de transformación. Ahora veremos los aspectos relacionados con la creación y la distribución de la riqueza que lo ponen a pelear con los capitalistas pioneros. Toro se escandaliza por el crecimiento escandaloso de la llamada logrería, y echa mano de la Biblia, pero también de autores modernos, para censurar a los prestamistas amparados por el gobierno.
Como observa muy bien un escritor norteamericano, en el idioma en que está escrito el más antiguo de los libros, en la más antigua de las lenguas, el sinónimo de usurero prueba la existencia del odio que inspiraron los usureros desde que por primera vez tuvieron nombre.
No fue ciertamente el fanatismo o la Santinomia de los sacerdotes cristianos lo que inspiró este odio a los hebreos, que si, como dice Bentham, se han ocupado preferentemente e tratos usureros, ha sido en olvide e infracción de los sagrados preceptos que recibieron al mismo tiempo que la promesa de la venida de Cristo. El que dijo: No prestarás a usura a tu hermano, ni dinero, ni grano, ni cualquier otra cosa.
Así las cosas, ¿qué había hecho el régimen con la promulgación de la ley de 10 de abril? Había borrado las tachas a una conducta juzgada como infracción cardinal por los patrones clásicos. Había poblado de criaturas materiales a una colectividad que debió guardar recato durante tres siglos en sus tratos de negocios. En suma, marchaba contra los mandamientos que nadie podía olvidar: «ni el buey que trilla en la era, ni el asno que pace en el campo».
Pero el aspecto que más interesa a Toro es la entronización del dios individuo, que va por sus fueros en perjuicio de los valores éticos y morales que deben tener preeminencia. Así escribe sobre el punto el alarmado pensador que presencia un cambio de costumbres y conductas:
En este sistema puramente personal no hay acción uniforme, no hay fuerza colectiva, no hay comunicación de pensamientos. El individuo forma su propia legislación y poco a poco es conducido a rechazar todo sistema universal de moral, de religión y de legislación positiva que se oponga a sus intereses y cálculos individuales. En esta lucha constante el interés general es siempre sacrificado; la noción del deber para con la sociedad se va extinguiendo; lo ideal de la humanidad como persona moral a quien se debe algún sacrificio del egoísmo personal llega a verse como una ridícula ilusión; y en el predominio de lo individual y de lo material las ideas de deber, patriotismo, virtud, moral y religión quedan tan debilitadas que puede asegurarse que por si solas son incapaces de producir una acción. La unidad de fines de la sociedad se pierde y los poderes públicos quedan privados de toda acción directa, de toda tutela protectora de los intereses generales sacrificados en la contienda reñida de las pretensiones individuales.
Si alguien tiene interés en el descubrimiento de los obstáculos que tiene el capitalismo para establecerse entre nosotros, pero también para entender las fórmulas que se arbitrarán después para que los gobernantes se deshagan de la cartilla liberal, encuentra luz formidable en los ensayos de Toro guarecidos en las pautas de la ortodoxia. Pero también, desde luego, en las reacciones que provocan entonces las quiebras de los deudores cuando el verano quema las cosechas o cuando cae el precio de los productos agrícolas sin que el estado, fiel a los purismos del laisser faire, mueva un dedo para auxiliarlos. Son elementos que conducen a la división de los fundadores del estado nacional y a la guerra civil. Los fragmentos que ahora se han mostrado ofrecen pistas elocuentes sobre un asunto que merece tratamiento profundo.
Elías Pino Iturrieta
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