Homenaje a José Balza

Espacio y alegoría de un ejercicio narrativo: “Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar”

21/06/2023

José Balza fotografiado por Javier Narváez

Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar (1974) demuestra cómo se va modulando el proyecto de escritura de José Balza. Si en sus dos primeras novelas, Marzo anterior (1965) y Largo (1968), se vale de títulos referenciales, Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar sugiere ya directamente un movimiento espacial y alegórico1.  Lo primero que sorprende al lector es la belleza del título que el propio escritor justifica al decir que hay “un sentimiento órfico ligado a las palmeras”; orfismo que es búsqueda, purificación y reconocimiento en un lugar en el que se manifiesta la sacralidad, la belleza y el conocimiento. Paraíso e infierno al mismo tiempo, poblado de seres con los que interactúa el narrador, ese lugar conecta con lo universal del mundo y propicia la comprensión de lo real. Su «atmósfera admirable», de la que habló Julio Cortázar, la belleza formal de su escritura y el rigor de su entramado demuestran el avance compositivo respecto a su obra precedente. El Delta sigue siendo ese lugar indispensable, pero también es el mundo, porque a través de él se comprende y se interpreta, se gana su complejidad. Como dice Juan Carlos Méndez Guédez, respecto a esta novela, «la mirada del narrador comienza a expandirse a los distintos niveles de lo real-inmediato, impregnándose de ellos, alimentándose de las posibilidades anecdóticas, referenciales y estilísticas», y de ese modo se va creando un universo novelesco que gira y acompaña el proceso introspectivo característico de su narrativa haciéndolo sensible al mismo tiempo. Pero primero de todo hay que reconocer que todo texto, sea cual sea su origen o destino, es un «ejercicio narrativo» en un intento más que justificado por demostrar que la escritura lo invade todo.

José Balza en Atenas

La novela es un acierto constructivo, son tres las partes de que se compone, imperceptibles por lo compactas, pero indispensables para ordenar y justificar su decurso. El resumen, trazado por el narrador en la página final, justifica la búsqueda y el hallazgo en ese entorno del Delta: «Veo de un golpe la historia de mi infancia aquí, la huida a la ciudad, el regreso hace un mes; en cada segmento estaba la huella de una proposición: rasgar lo cotidiano, extender las fugaces vibraciones del pensamiento y de la sensibilidad, quería ser otro» (334). Ser otro, cumplirse en la multiplicidad del ser, algo que va reconociendo en el entorno recobrado: «Y durante tantos años únicamente me rodearon seres aptos para esas emociones: sin saberlo volví a San Rafael a cumplirme: sin saberlo encontré aquí mi íntima potencialidad reflejada en otros» (334). Esos otros son seres proyectados por la propia voluntad de imaginar, pero son indispensables y cercanos. Notemos que lo primero que apunta en el comienzo es el mundo griego, la necesidad de perseguir y proyectar el conocimiento de sí mismo. Algo que se suma al reflejo en el agua, el mito de Narciso, el agua como necesidad y conocimiento que reside en ese centro privilegiado del Delta. Tanto Aglays como Praxíteles son cuerpos proyectados, son desdoblamientos, proyecciones de él mismo o variaciones sobre sí mismo; la primera, en su ausencia, propicia el amor, el segundo se fragua como creación o invención. Volver a San Rafael es al mismo tiempo buscar la sabiduría y la belleza de los griegos a través del proyecto de Praxíteles, pero también es la recuperación del amor y del pasado de la niñez y la adolescencia. Por eso dice: «el muchacho que fui, al enredarse en cada cuerpo joven, solo se perseguía a sí mismo pero inconscientemente: como durante un juego de gallina ciega» (252). Ese lugar sagrado impregnado de luz tiene la necesidad del agua, del río, como lugar delimitado cargado de simbolismos: «Dioses del Delta, silenciosos nudos del agua» (254), aunque no sea inmediatamente accesible, «Cuánta oscuridad: qué difícil es ver el río y reconocerlo» (254).

La segunda parte sitúa al narrador en la ciudad. Es la fase de salida y contacto con el mundo, de ahí la importancia de su ingreso en el grupo de malandros, aunque el fondo de sus percepciones persiste y el mundo griego sigue impregnando su pensamiento a través de Praxíteles. Esta parte está vinculada con el conocimiento del medio, lo mismo en la ciudad como en San Rafael. Es el momento de la recuperación de los amigos, tanto los que tienen conexión con la guerrilla como los que forman parte de bandas de malandros. Ahora, una vez superada la fase de apertura al mundo, se produce ese reconocimiento del medio: «La casa y el niño eran la misma identidad: una dorada metamorfosis» (277). El lugar sagrado se yergue como vértice privilegiado de la casa, que presenta también su lado oscuro en la figura del padre violento y despectivo. Una figura que domina la tercera parte, aunque siga inexorablemente unida al agua: «Me resta San Rafael y aún sueño con Praxíteles porque ambos no existen fuera de mí» (293). De este modo se refuerza la multiplicidad, porque «La multiplicidad del ser está en cada cambio perceptivo: en el desvanecimiento de relaciones que habíamos considerado estables» (298). Es necesidad y urgencia crear cuerpos imaginarios como Praxíteles, también San Rafael, que se fusionan con él y lo multiplican. Todo se erosiona con la irrupción de la muerte por la violencia del padre.

Su cuarto en el Delta

Es la de Balza una escritura que tiene en cuenta, y necesita, al lector, que domina el discurso, que surge de un sujeto, de su mirada y de la percepción del mundo que lo rodea. Un sujeto constantemente analítico, en el que la descripción del fondo del Delta está conformada por sensaciones que golpean visualizando su perceptibilidad, y no solo eso, sino que, analizándose constantemente, van surgiendo conceptos que exploran ese mundo. Un mundo que procede en exclusiva de la subjetividad de ese yo entrevisto, pero insistente, que narra.

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Notas:

1. Revisamos los textos de Balza por Tres ejercicios narrativos, Caracas: Monte Ávila Latinoamericana, 1992.


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