Fotografía de Oliver Morin | AFP
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MILÁN – Los compromisos de cero emisiones netas están de moda. Los países, las empresas y otras entidades en todo el mundo se han comprometido a eliminar sus emisiones netas de gases de efecto invernadero hasta una fecha determinada, para algunos, dicha fecha está muy cercana, por ejemplo se la fijó en el año 2030. Pero los objetivos de cero emisiones netas no equivalen a limitar el calentamiento global al objetivo determinado en el acuerdo climático de París que es de 1,5° Celsius, o, por ende, cualquier otro nivel particular de calentamiento. Es el camino hacia cero emisiones netas lo que marca la diferencia.
Este es un tema que entre los expertos se entiende muy bien. Un informe del año 2021 de la Agencia Internacional de la Energía, por ejemplo, traza un camino detallado, dividido en intervalos de cinco años, con dirección hacia la consecución de cero emisiones netas en el año 2050, lo que da al mundo “una oportunidad equitativa de limitar el aumento de la temperatura global a 1,5° C”. Lo más llamativo de este análisis, al menos para mí, es la magnitud del descenso que se requiere hasta el año 2030: a grandes rasgos, se necesita disminuir ocho mil millones de toneladas de emisiones basadas en combustibles fósiles, lo que nos llevaría de las actuales 34 gigatoneladas (Gt) de dióxido de carbono a 26 Gt.
Para lograr lo antedicho, las emisiones tendrían que disminuir un 5,8% por año. Si la economía mundial crece conservadoramente a una tasa anual estimada del 2% durante ese periodo, la intensidad de carbono de la economía mundial (emisiones de CO2 por cada 1.000 dólares de PIB) tendría que disminuir en un 7,8% por año. Si bien la intensidad de carbono ha venido disminuyendo a lo largo de los últimos 40 años, la tendencia no se ha acercado en absoluto a esta tasa: de 1980 a 2021, la intensidad de carbono se redujo sólo un 1,3% por año, en promedio.
Esa tasa no era lo suficientemente alta como para mantener las emisiones de CO2 casi constantes, y mucho menos para hacer que disminuyeran. De hecho, dado que el crecimiento del PIB mundial superó la tasa de disminución de la intensidad de carbono en aproximadamente dos puntos porcentuales, las emisiones prácticamente se duplicaron durante ese período. Una de las razones es que se hizo muy poco esfuerzo para reducir la intensidad de carbono durante la mayor parte de ese tiempo. La disminución que ocurrió fue en gran medida un subproducto del hecho que las economías emergentes se iban tornando en economías más ricas. (Las economías más desarrolladas tienen intensidades de carbono más bajas).
Sin duda, a medida que los responsables de la formulación de políticas fueron prestando mayor atención al cambio climático, la tasa de disminución se aceleró, llegando a un promedio de 1,9% por año desde el 2010. Y debido a que existen ahora restricciones del lado de la oferta que afectan a la economía mundial (el crecimiento anual bien podría ser de tan sólo el 2% en los próximos años) una modesta reducción adicional en la intensidad de carbono podría ser suficiente para poner a la economía mundial en el pico o cerca del pico de sus emisiones totales de CO2. Es posible que un crecimiento global más alto ni siquiera haga retroceder los esfuerzos a favor de reducir la intensidad de carbono de la economía, si dicho crecimiento global es impulsado por la proliferación de las tecnologías digitales.
Un pico de emisiones sería un hito importante. Pero, a menos que inmediatamente después de alcanzar dicho pico sobrevenga un fuerte descenso, seguiríamos bombeando a la atmósfera unos 34 Gt de CO2 por año. Si bien el informe de la AIE no aborda qué sucedería si nos quedáramos muy por debajo de los dos primeros objetivos intermedios (2025 y 2030), probablemente se puede suponer que será casi imposible evitar cruzar el umbral de los 1,5º C.
Tenemos las herramientas para alcanzar los objetivos de la IEA. Como deja claro el informe, no se necesitan nuevos avances tecnológicos en la primera década. Además, los costos no parecen ser prohibitivos. Los precios de la energía eólica y solar, por ejemplo, han disminuido sustancialmente en los últimos años. Pero se tendrían que realizar enormes cambios en casi todos los rincones de la economía mundial, y no parece que esos cambios se estén produciendo con la rapidez que demandaría el seguir el calendario propuesto por la AIE.
El hecho aleccionador es que el objetivo del informe de la AIE de 26 Gt de CO2 hasta el año 2030 no está al alcance, porque la intensidad de carbono de la economía mundial está disminuyendo a apenas una cuarta parte de la tasa que se necesita para ello. Es posible que se produzca una discontinuidad brusca en esta variable, y quizá algunos sostengan que 26 Gt continúa siendo un objetivo útil al que se aspira llegar. Pero no parece ser uno particularmente realista.
¿Es mejor aferrarse a un objetivo inalcanzable, porque representa el mejor camino para las personas y el planeta, o es mejor revisar ese objetivo llevándolo hacia algo más factible? ¿Puede que seguir pregonando un objetivo poco realista obstaculice el progreso, ya que las personas se desmotivan o simplemente dejan de ver el esfuerzo como creíble? O, ¿es peor aceptar las consecuencias de abandonar el camino ambicioso, incluido el riesgo de cruzar puntos de inflexión irreversibles?
Sea cual sea el camino que el mundo elija, el reto seguirá siendo el mismo: reducir drásticamente (y rápidamente) las emisiones de CO2. Por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo. La economía mundial está compuesta por 195 países que tienen diferentes culturas y sistemas políticos y que se encuentran en diferentes etapas de desarrollo económico, a su vez la economía mundial abarca innumerables empresas de todos los tamaños y tipos, así como ocho mil millones de personas. Para complicar aún más las cosas, los efectos distributivos generalizados tanto de la acción (transiciones energéticas rápidas) como de la inacción (cambio climático) son difíciles de abordar, especialmente durante negociaciones internacionales.
Pero hay formas de simplificar el reto. La mitad de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero proceden de sólo siete economías: China, Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, India, Canadá, Australia y Rusia. Las economías del G20 dan cuenta del 70% de las emisiones. Un esfuerzo concertado y coordinado en estas grandes economías marcaría una diferencia sustancial en las trayectorias de las emisiones y, lo que quizás es lo más importante, generaría las tecnologías y los enfoques de gestión que se necesitarán para alcanzar el objetivo de cero emisiones netas.
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Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos
Michael Spence, premio Nobel de Economía, es profesor emérito de la Universidad de Stanford, miembro sénior de la Hoover Institution, y consejero senior en General Atlantic.
Copyright: Project Syndicate, 2022.
www.project-syndicate.org
Michael Spence
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