Emeterio Gómez [1942-2020]: testimonios

22/04/2020

El 20 de abril de 2020, murió Emeterio Gómez, economista venezolano, autor de múltiples ensayos y libros, columnista y profesor de la Universidad Central de Venezuela. A propósito de su fallecimiento, compartimos testimonios y recuerdos de algunos estudiantes, colegas y amigos que compartieron con Gómez durante su trayectoria.

Francisco Monaldi

Se nos fue Emeterio Gómez. Uno de los más valiosos economistas y pensadores de la Venezuela contemporánea. Un hombre de una generosidad extraordinaria. Un profesor incansable. Lo conocí a los diecisiete años cuando, con el atrevimiento propio de la edad, lo invité a reunirse con un grupo de estudiantes amigos. Increíblemente aceptó y su tertulia nos abrió un nuevo mundo de búsqueda intelectual. Nos dejó colmados de preguntas que nunca habíamos vislumbrado y con un inmenso afán de indagar. Desde entonces se forjó entre nosotros una amistad perdurable, que me llevó a ser múltiples veces su alumno y orgulloso discípulo, a pesar de que no era profesor en mi universidad, sino que yo iba a donde él estuviera dictando algún curso. Emeterio, en esencia, me enseñó a pensar. Estaba dispuesto a discutir y reflexionar sobre una amplia diversidad de temas, sin tabúes ni ortodoxias. No volvería a perder su tiempo casado con una ideología rígida, como lo había sido el marxismo de su juventud. Por eso se transformó en liberal, pero crítico e inconforme. Decenas de colegas economistas me han expresado su profundo agradecimiento por el rol que Emeterio jugó en su desarrollo intelectual y humano. En mi caso, como en el de muchos otros, fue un factor clave impulsándome a estudiar un doctorado en el exterior. Hoy recuerdo con nostalgia las sabrosas conversas con Emeterio y mi padre en Il Vecchio Mulino de Sábana Grande, el inigualable pappardelle ai carciofi de la esposa de Romeo nos daba la excusa perfecta para regresar. Dejó una trascendental obra escrita sobre economía, ética y filosofía, pero me atrevo a decir que su mayor legado fue como maestro de maestros.

 

Tamara Herrera

Conocí a Emeterio como docente apasionado, sensible y metódico. Primero fue como profesor de Microeconomía, junto a Rodríguez Mena y también de Economía Política. Fue un excepcional docente. No importa cuán técnico o filosófico fuera el tema. Podía tratarse de una demostración del equilibrio del mercado o la Teoría del valor de Karl Marx. La fuerza de su voz, la inflexión de su voz, el crescendo que ponía mientras exponía el racional de cualquier tema era la prueba irrefutable de que había nacido para pensar y enseñar.

Con los años ya nos tropezábamos en foros y conferencias, y era lo mismo: pasión, secuencia, raciocinio y afecto.

Creo que fue el primer gran valiente ideológico de la escuela de Economía de aquellos años, donde la orientación de izquierda era un credo estrecho e inflexible muy reforzado por la cruel llegada al poder de Pinochet. Las escaleras de la vieja escuela estaban repletas de quienes querían escuchar y ver la defensa de su trabajo para profesor titular en la Universidad Central. Lamentablemente, no recuerdo el nombre del trabajo, pero sí es inolvidable el veredicto de rechazo.

Después de eso, en mi memoria, Emeterio quedó como un defensor de la libertad con la misma incansable sensibilidad, la misma voz in crescendo con su razonar. Pasión sin agresión. Era puro amor por el saber.

Mi abrazo a su memoria y a la querida Fanny.

 

Gerver Torres

Emeterio Gómez fue una pasión. Una pasión vigorosa e inagotable por conocer y entender al hombre. Fue la vastedad de esa necesidad cognitiva lo que lo llevó a saltar los estrechos linderos de la economía para explorar con intensa curiosidad los territorios de la filosofía, la ética, la poesía. En esos afanes adquirió una convicción profunda que se hizo su sello: la de que los seres humanos somos una creación en permanente despliegue, imposible de encerrar en ninguna parte, en ninguna estructura lógica o sistema de algún tipo. Fue esa convicción lo que lo llevó a romper con los sistemas totalitarios de pensamiento o de gobierno y hacerse libertario. Emeterio entendía al hombre como la libertad misma que necesita expandirse sin fronteras, para que afloren y cobren vida no sólo estadios superiores de bienestar material, sino también las creaciones más sublimes del arte, de la poesía y de la conductual humana en general. La caridad, la bondad, la solidaridad enriquecen el repertorio de esas dimensiones superiores que alcanza el hombre libre, en la visión de Emeterio.

Emeterio fue también un militante. Un militante que quería transformar el mundo, a ratos con angustia y desesperación. Lo intentaba hacer desde la cátedra, desde los medios, desde cualquier tribuna que se le ofreciese. Allí acudía. A debatir, a argumentar, a batallar. Y más de lo que él se pudo haber imaginado alguna vez, bastante hizo. Contribuyó con muchos a descubrir perspectivas, a derrumbar falsas creencias, a aprender nuevas formas de pensar las cosas. En otras palabras, a hacernos más libres. Entre éstos me incluyo. Emeterio, que en paz descanses. Te la mereces.

 

Rocío Guijarro

Emeterio Gómez, mi amigo.

Eme lo llamaba yo con todo el respeto, cariño, admiración. Guijarro me llamaba él. Una relación de amistad de más de 30 años. El maestro Eme tanto que enseñó con esa manera peculiar de hacerlo con vehemencia, profundidad, cuestionando y haciendo a sus alumnos cuestionarse. No sólo era un economista brillante, sino un filósofo profundo que aplicaba la mayéutica para llegar al conocimiento; él era un Sócrates moderno. Siempre dispuesto, divertido, ocurrente, brillante. Donde quiera que le solicitaran, en cualquier rincón, organización, espacio en Venezuela, para una charla, conferencia, taller, clases, allí estaba siempre. Estimular en los participantes de esos encuentros la reflexión acerca de la relación entre, por un lado, la Ética y, por el otro, la racionalidad, la economía, la política, el derecho, la psicología, la ciencia, la estética y la religiosidad. Quiso siempre sensibilizar a todos los que lo escuchábamos y leíamos acerca de la necesidad y posibilidad de aprovechar la crisis en el país para, como ser humano, crecer ética, política y espiritualmente. Amaba a Venezuela y quería ver su cambio hacia una sociedad próspera y moralmente comprometida con la libertad y la dignidad humana.

Para Cedice Libertad, es un honor que su trabajo intelectual haya influido a tanta gente a través de sus publicaciones, charlas, cátedras y muchas actividades, que hicieron posible el conocimiento del ideario liberal. Venezuela le debe mucho, y será reconocido como uno de los hombres que más luchó por la ética y la libertad en el país.

Eme, te extraño, pero celebro tu vida y tu legado. 

Siempre,

Guijarro.

 

Gustavo Guevara

Emeterio fue para mí el símbolo de la búsqueda incansable de la verdad. De joven la buscó en el marxismo, luego en la economía de mercado y terminó buscándola donde estaba y casi nadie la había visto: en la ética; pero no en un ética cualquiera, sino en la que partía de una esfera a la cual no teníamos acceso y que le daba su sustento: la religión.

Justo en esa época, cuando Emeterio hablaba de ese fundamento religioso de la ética, yo estaba muy imbuido por el laicismo francés, y estaba empeñado en que había que construir una ética independiente de la religión. En varias ocasiones, incluso, se formaron atajaperros cordiales pero muy intensos.

Años después, cuando leí el libro de Kurt Gödel sobre la “incompletitud de los sistemas lógicos” y lo relacioné con los tres axiomas de los que parte la Microeconomía (completitud-insaciabilidad-transitividad), pude comprender en toda su extensión el mensaje de Emeterio y, entonces, yo mismo me construí el siguiente esquema: los 10 mandamientos son los axiomas de la ética, nadie puede demostrarlos, pero todo el mundo sabe que su cumplimiento es conveniente. Finalmente, acepté la posición de Emeterio de que la ética tiene un fundamento religioso cuya discusión está fuera del alcance de los seres humanos. Podemos discutir todo lo demás, pero aceptamos sin discusión los 10 mandamientos.

Qué bueno sería escuchar la reflexión ética de Emeterio sobre el dilema más importante que enfrenta el mundo con la crisis del COVID-19: ¿hay que sacrificar la vida o la economía? y ¿vamos a trabajar con el riesgo de contagiarnos o nos quedamos en casa con el riesgo de quebrar la economía?

Con Emeterio se va uno de los grandes pensadores venezolanos, justo cuando más falta nos hace, pero queda sembrado su deseo de buscar siempre la verdad. Gracias por eso, Emeterio, y paz a tus restos.

 

Gustavo J. Villasmil-Prieto

Te marchaste teniendo razón, Emeterio. Cuando denunciabas las patrañas de los socialismos y las no menos deleznables del “cronyism” al que tantos en Iberoamérica tratan de hacer pasar por liberalismo. Y todo ello dicho desde este país, en el que atreverse a pensar nunca fue gratis. ¡Tenías razón! Y cuando con angustia llamabas a insuflarle a la economía de mercado la dimensión moral de la que aún hoy carece: ¡tenías razón! COVID-19, el infame mal que te arrancó de entre nosotros, así nos lo está demostrando: ¡cuánta razón tuviste siempre, Emeterio, amigo, mentor! ¡Cuánta razón!

 

José Gregorio Pineda

Emeterio no sólo fue un gran maestro, que inspiró mi vida profesional, sino una extraordinaria persona que me inspiró valores (la búsqueda constante de la verdad, la pasión y la honestidad intelectual, y el no tenerle miedo a pensar distinto, entre muchos otros) por los que estaré eternamente agradecido. Un alma generosa de extraordinaria vocación humana, que nunca perdió una oportunidad para inspirar lo mejor de mí y para poder corregir los muchos de mis defectos. Con Emeterio tuve mi primer trabajo de asistente de investigación, cuando yo apenas empezaba la carrera. Su incansable lucha por pensar y aportar soluciones a los problemas del país son una exigencia personal de continuar adelante dando lo mejor de mí. Al ver los múltiples problemas que agobian a mi amada Venezuela, no hago más que pensar lo mucho que necesitamos de él, de su mente y de su incansable capacidad de lucha. Sólo como ejemplo, quiero indicar que hoy cualquiera que intente pensar sobre la política cambiaría en el contexto venezolano tendrá que remitirse al pensamiento de Emeterio y su agudo análisis de los retos que enfrenta el diseño de política macroeconómica una economía petrolera. Discusión en la que todavía es y será una referencia. Quiero finalizar estas cortas palabras deseando que puedan expresar mi profunda admiración y respeto por uno de los más grandes economistas y seres humanos que ha parido Venezuela. A Emeterio, mi eterno agradecimiento, fue un privilegio el haberlo tenido no sólo como profesor, sino como maestro y amigo. ¡Que descanse en paz!

 

José Guerra

Emeterio fue mi profesor de Economía Política I en la UCV en 1976. Sus conferencias eran magistrales. Debatía mucho con el profesor José Luis Branger, quien era ingeniero y economista y sabía mucho de microeconomía rebatiendo la teoría marxista del valor. Ya graduado tuvimos una excelente relación.

 

Julio Pineda

Emeterio tuvo una significativa influencia en nuestra generación de economistas y también en mí como ser humano. Quisiera destacar algunos de los muchos momentos que han ido apareciendo en mi memoria desde que supe que nos había dejado físicamente. El primero es que Emeterio nos recomendó en su momento una serie de lecturas de los clásicos de la escuela austríaca, gracias a las que pude sacudirme el “sueño dogmático” y desarrollar una visión crítica de las teorías económicas en general. En segundo lugar, gracias al debate que Emeterio desató sobre el petróleo y el régimen cambiario, me reconcilié con la economía y me dediqué por años a una temática que me ha traído grandes satisfacciones a nivel profesional. Finalmente, las discusiones sobre ética y economía que sostuvimos, en los que yo solía usar argumentos del tipo “evolución de la cooperación” y él apelaba a su particular mezcla de Wittgenstein con Heidegger, me dejaron gratos recuerdos y mucho aprendizaje. Su intuición de los temas económicos, ya que él no era para nada amigo del modelado matemático, podría gustarnos o no, pero estimulaban la reflexión; y, tal como Edward Prescott les decía a sus alumnos, ese tipo de economistas era esencial para proveer de inspiración a los constructores de modelos.

 

Leonardo Vera

Emeterio Gómez fue un inquiridor por oficio, un polemista incisivo, un verdadero libre pensador que tuvo la valentía de cuestionar sus antiguas concepciones sobre cómo funciona y se organiza lo económico para dar entrada a una nueva abstracción, la de la subjetividad forjada por la prácticas mercantiles del individuo soberano. Sus maravillosos atributos (investigar, cuestionar y polemizar) fueron primeramente desplegados en un medio donde el marxismo, si bien había pasado su apogeo, aún poblaba en nuestras facultades de ciencias sociales como recetario ideológico y fenómeno cultural entre mentalidades dogmáticas y perezosas. Su cruzada contra el marxismo fue significativa, más no del todo destructiva. Emeterio saltó a lo público como ensayista y divulgador del credo y la filosofía liberal, pero no fue un abrazo incondicional. Supo distinguir en su lectura ya tardía entre el “ser natural” y el “ser humano”, dándole al primero la potestad de la lógica, que es lo que lo hace racional, y al segundo la potestad de la ética, que es lo que lo hace humano. Esa voluntad provocadora, esa cercanía sin menosprecio con los que piensan diferente, ese aliento por el debate, es lo que extrañaremos de él.

 

Omar Bello Maraver

Antes de graduarme de economista, trabajé en la firma Emeterio Gómez y Asociados durante 1989. Entre cafés y shawarmas en El Jabibi debatí con él, franca y abiertamente, en aquel año turbulento, sobre distintos temas económicos y sociales. La única regla implícita en esas conversaciones era que no pensara en términos categóricos; toda la argumentación debería basarse en construcciones hipotéticas teóricas. Su esgrima intelectual, incluso en esos diálogos, estaba basada en modelos. En mi opinión, allí radicaba la fuerza que tenían sus argumentos y el impacto que causaron, incluso en una sola conversación, en muchas generaciones de economistas. Agradecido de haber recibido esa lección, en el ambiente de cariño y bondad, que alguien profundamente humano como Emeterio era capaz de generar.

 

Omar Zambrano

A veces, tiene que venir la muerte a recordarnos cuán duradera es la huella que ha dejado una persona sobre otra. Me limitaré a mencionar las tres cosas en las que he estado pensando desde que supe la noticia. En primer lugar, una confesión, Emeterio fue el primer economista por el cual sentí pura y verdadera admiración: para un joven estudiante recién llegado a la UCV era inevitable verlo debatir y no asumirlo como arquetipo del “deber ser” de un economista. En mi vida profesional vi hablar a algunos de los mejores economistas del mundo, pero jamás vi a alguien que viviera con tal intensidad el ejercicio del debate de ideas. Emeterio era un polemista exquisito. 

En otra ocasión, siendo todavía estudiante, Emeterio me “contrató” como asistente de investigación para un proyecto, para el cual pasamos semanas leyendo y debatiendo con rigor. Fue un período de intenso aprendizaje para mí. Emeterio debatía a los estudiantes sin cuartel, pero con absoluta bondad, respeto y sentido pedagógico. No existía en él necesidad alguna de imponer sus ideas, pero su claridad e intuición con frecuencia te dejaban sin argumentos y te obligaban a reconsiderar tus propias convicciones. Emeterio era un método, no te enseñaba qué pensar, te enseñaba cómo pensar. Me reencontré años después con él, en un curso de formación sobre la dimensión ética de la economía, donde descubrí su versión más densa, más lúcida y más radical. Empeñado en una lucha titánica por entender –y transformar– al capitalismo, mediante una defensa ardiente de la libertad individual, pero alejándolo de la noción dogmática y mecanicista de esa individuo hiperracional y egoísta tan afín a los modelos económicos. Nos pasamos muchos fines de semana entre la mística de San Juan de la Cruz, María Zambrano y San Agustín y la filosofía de Heidegger, Wittgenstein, y Nietzsche. Ahí nos convenció de que la solidaridad es posible dentro del capitalismo, sin ceder ni un ápice a los enemigos de la libertad individual. Nos enseñó que no existe tal cosa como la naturaleza humana y que lo más “humano” del ser humano es esa “pura y simple posibilidad de ser”, para ponerlo en sus propias palabras. Emeterio pensó, habló, discutió y escribió siempre con Venezuela en la mente y el corazón, defendió ardientemente a la libertad de sus enemigos, combatiendo a todos, incluso al conjunto de desvencijadas ideas que él mismo alguna vez compartió. Fue un tipo que no temía a la figura del intelectual público, pero que rehuyó la fama a cualquier costo. Llevó una vida frugal, casi ascética, a ratos estrecha. Fue un tipo íntegro y de una honestidad a toda prueba, sobre todo consigo mismo. Fue una mente brillante y digna. Venezuela es hoy un poquito menos con su ausencia; sin su voz será un poco menos diáfano el camino. Lo echaremos mucho de menos.

 

Ramón Pineda

De los mayores honores que he recibido sin duda ha sido que me pidan escribir un párrafo sobre Emeterio, pero también es una de las cosas más difíciles que me ha tocado hacer pues “el Gómez” ya no está con nosotros. Ya no está el profesor que trataba de sacar lo mejor de sus alumnos, ya no está el amigo que en momentos difíciles siempre encontraba qué decir, ya no está “el nativo de la Vecindad”… Pero, afortunadamente, seguirán con nosotros sus ideas, sus lecciones, sus enseñanzas, porque Emeterio siempre será el “maestro”, el que nunca rehuyó a un debate, el de una honestidad intelectual descomunal, el que siempre estuvo dispuesto a buscar la verdad sin temor ni reserva y el de una generosidad infinita para compartir su conocimiento donde fuese necesario, pues pocas personas han hecho tanto por tantos y sin esperar nada a cambio… Se nos fue un grande, se nos fue uno de los buenos, se nos fue “Emeterio”. Gracias, maestro, fue un placer conocerte y buen viaje…

 

Richard Obuchi

A Emeterio lo conocí –como muchos de mi generación– cuando era un estudiante del cuarto o quinto año de Economía. Lo escuché en una conferencia en donde daba la batalla de introducir en el debate la valoración del contenido moral de las decisiones económicas. Lo conocí defendiendo –a plena conciencia– la importancia de las libertades en tanto cuestionaba los desafíos sociales del sistema económico. Una experiencia de formación que deja huellas como pocas. Emeterio vivió su vida como un intelectual inteligente y honesto, pero, sobre todo, como una persona buena, amable e infinitamente generosa con su tiempo. Un maestro al que vamos a extrañar.

 

Roberto Casanova

Toda vida es como un tapiz único, tejido con los innumerables hilos que cada quien crea en la interacción con los otros. Algunos de esos hilos pueden ser resistentes y, por tanto, definitorios de quiénes somos y cómo pensamos. Mi trato con Emeterio, a lo largo de muchos años, primero como alumno y luego como amigo, me hizo integrar algunos hilos intelectuales al tejido que yo voy siendo. Se trata de ideas fuerza que él enseñaba con singular pasión y gran capacidad pedagógica. Mencionaré aquí sólo cuatro de ellas. Gracias a Emeterio entendí que el valor de las cosas no depende del esfuerzo que supone producirlas, sino, fundamentalmente, de la apreciación subjetiva que las personas hagan de ellas; una idea que parece trivial, pero que, en realidad, desbarata la teoría marxista de la plusvalía y de la explotación. Fue también por Emeterio que comprendí que no puede haber desarrollo si se impide que la libertad creadora de las personas se despliegue, como emprendimiento, en todas las áreas del quehacer humano. De igual modo, él me ayudó a entender que la razón humana tiene límites insalvables y que toda decisión es, en el fondo, expresión de lo libre e indefinido en el ser humano, lo que él consideraba nuestro espíritu. Su reflexión, finalmente, me condujo también a pensar que el destino de nuestra civilización dependerá, en buena medida, de nuestra capacidad para asumir que el reconocimiento de la dignidad humana debe ir más allá del respeto a la libertad individual y debe expresarse, además, en la compasión y solidaridad con nuestros semejantes. Estas cuatro ideas que me marcaron constituyeron también hitos en la propia vida de Emeterio, en su intensa y valerosa evolución desde el marxismo al liberalismo y desde las ciencias sociales a la filosofía moral. Estos cambios, sin embargo, fueron siempre la expresión de una honda continuidad vital: la búsqueda incansable del conocimiento necesario para hacer de este mundo algo mejor para todos. 

 

Wladimir Zanoni

Fueron muchos a quienes Emeterio irradió. Un verbo articulado y vehemente, que rayaba en lo iracundo, sin ofender, invitando siempre a pensar. Es que vale la pena cuestionarse hasta lo que uno no sabe que cree. Así nos enseñó el maestro: ¿qué significa pensar? Y bueno, cuando la vida es un teatro, se paga un costo por ser genuino: ostracismo a veces. Al recordar a Emeterio, pensamos en la pérdida; y uno no puede sino añorar lo que perdimos del país que fue. Las discusiones en sus clases, las tertulias sobre filosofía, sus ideas sobre el significado del valor y su relación con la ética: todo desapareció. Emeterio se lleva un pedazo de lo que fue posible: un muchacho de “El Tigre” que reflexionó sobre hondas complejidades a menudo dadas por descontado. Y lo que supo no nos lo mendigó; por el contrario, nos invitó a sumarnos a su camino empinado, empedrado, frío y lleno de espinas. Sigue pendiente esa tarea si es que hoy queremos apartar a los vendedores de humos. De todo tipo. De todos los colores. Esa invitación es su verdadero legado.

Descansa en paz, viejo amigo.

 

Ronald Balza

La última vez que me encontré con Emeterio, hasta ayer, fue dentro de un libro. Leía para escribir sobre los tiempos de Leoni, quizás el más personal y peor escrito de mis trabajos. Necesitaba encontrarme con Emeterio para contar una historia que yo no había vivido, pero que era mía. En Marx, ciencia o ideología, publicado en 1980, no buscaba sólo las palabras de Emeterio: quería recuperar las de su prologuista. En su Prólogo para la crítica y la amistad, aunque Carlos Blanco le reclamaba que “todo su razonamiento está dedicado a agarrar a Marx con las manos en la masa, para luego exhibirlo en paños menores en sus supuestas operaciones especulativas”, también recordaba que ambos habían compartido por más de ocho años “los rigores del ejercicio de la docencia en la Cátedra de Economía Política IV, de la Escuela de Economía de la UCV”, en un “ambiente inhóspito… carente de estímulo a la investigación y el esfuerzo colectivo” y donde, precisamente por eso, a ellos y a otros compañeros correspondió “estimularnos… convertir las inquietudes y búsquedas individuales en base de la producción colectiva,… tratando de buscar más allá de los límites establecidos [algo que] no ha sido entendido o, siéndolo, ha sido repudiado porque hemos intentado crear, trascendiendo las fronteras marcadas por los maestros”.

Cuando conocí a Emeterio había transcurrido casi una década de aquel libro. Mi profesor de macroeconomía no discutía sobre Marx en sus clases, sus conferencias, sus artículos de prensa o sus entrevistas. Sus temas eran otros. El tipo de cambio real, los dilemas de una economía petrolera, el precio de la gasolina, el empresariado venezolano, el sistema del mercado, el neoliberalismo. Él discutía en escenarios públicos con Pedro Palma y Miguel Rodríguez, con evidente simpatía y notorias diferencias. Habían pasado pocas semanas del Caracazo, yo comenzaba el tercer semestre de la carrera luego de un paro de varios meses y no les entendía gran cosa sobre programas de shock. Durante los años siguientes, Emeterio siguió publicando libros y volvió a pedir prólogos o comentarios a amigos que estaban en desacuerdo con alguna de sus principales ideas. Parecía fácil que los encontrara al mismo tiempo: amigos y en desacuerdo. Alguna vez uno de ellos se refirió por accidente al grupo de los Emeterios y todos rieron con gusto, incluyendo al susodicho, porque en el grupo sólo había un Emeterio.

Tuve la suerte de encontrarlo otra vez cuando comencé como profesor y luego cuando hice el postgrado. Ya sus referencias no eran Marx, Keynes, Hayek o Prebisch. Escribía sobre el ser y la ética y desplegaba ante todos los que le escuchábamos sus ideas principales, destacadas en negritas en sus artículos o enfatizadas con su pronunciación entusiasta. Nada sobraba porque Emeterio creaba un ambiente grato alrededor de sus ideas principales. Una vez más me tocaba escucharle y no entenderle, aunque otra vez disfrutara hacerlo, mientras presenciaba a Emeterio entre filósofos que afirmaban que Emeterio era quien no entendía lo que estaba leyendo.

Una mañana, Emeterio me invitó a comer unas empanadas de cazón. Luego de conversar de no recuerdo qué, me propuso trabajar con él. Me dijo que ya no se sentía economista, pero que todavía le consultaban como economista, y que quería conversar con alguien para poder responder. En ese momento sí lo pude entender y estar en desacuerdo con él. Hacía ya muchos años que yo le tenía cariño y admiración no tanto por lo que había encontrado como por la pasión con la que continuaba buscando. Yo le quería más por esa necesidad que él tenía de escribir, discutir, reafirmar, desarmar argumentos en un tono de afectuosa disputa, más que por haber entendido o aceptado lo que exponía. Lo que compartía con él era la honestidad de su búsqueda y la generosidad que le hacía imposible no compartirla. Mientras él releía sus libros de autores vivos y muertos y nos contaba lo que sus lecturas le hacían pensar, era Emeterio quien hablaba y escribía a sus audiencias y les provocaba sonrisas y otras reacciones menos pacientes. Era Emeterio. No eran Marx ni Hegel ni Hayek. Era Emeterio.

Ayer me encontré con Emeterio otra vez. Esta vez, Emeterio había muerto. Que él se sintiera economista o no, que otros lo consideraran filósofo o no, no importaba cuando él estaba vivo y no importa ahora que está muerto. Emeterio dijo lo que quiso y dejó escrita una parte. Sus textos serán conservados, olvidados, redescubiertos, quién sabe. En ellos me lo encontraré otra vez, cuando yo sea otro. Pero una vez más, hoy, estoy frente a Emeterio, ante algo que no entiendo. No puedo preguntarle. No entendería su respuesta. Pero igual me lo pregunto. Si la vida tiene tantos vericuetos, ¿cómo será la muerte? 

 

Ángel Alayón

Hubo una generación de estudiantes de economía que esperaba los debates entre Emeterio y MJ Cartea como un combate entre Sugar Ray Leonard y  Marvin Hagler. Allá estábamos, en Mérida, presenciando un despliegue de ideas y argumentos que marcó a una generación. Un Emeterio que cuestionaba a la economía experimental desde la filosofía. Un MJ formado en la teoría de la elección racional pero que entendió temprano la transformación de la economía que venía del mundo de los psicólogos y que derivaría en la economía conductual. La tensión en esos debates era alta pero ninguno de ellos salió del terreno de las ideas. Nos hicieron pensar. Nos hicieron buscar autores. Nos hicieron leer. Nos hicieron cuestionar. ¿Qué más se le puede pedir a un profesor? Años después, compartimos en el IESA. En aquel tiempo, la ética y la libertad dominaban su atención. ¿Acaso no son esos los temas que deberían dominar la nuestra?


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo