Conversación sobre lo inútil

Eleonora Requena: “las palabras están, hay que escuchar su dicción de fondo”

29/10/2023

Eleonora Requena retratada por Dolores Guerrico

Nacida en 1968, Eleonora Requena cursó estudios de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello. Participó en los talleres de creación literaria del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. Autora de los poemarios Sed (1998), Mandados (2000), Es de día (2004), La Noche y sus agüeros (2007), Ética del aire (2008), Nido de tordo (2015), Textos por fuera (2020), Textos por fuera / Outside Texts (2022) y Partir es andar (2023). Obtuvo el Premio de la V Bienal Latinoamericana de Poesía José Rafael Pocaterra (2000) y el Premio Italia 2007 para la Poesía, auspiciado por el Instituto Italiano de Cultura de Venezuela y el Centro de Poesía Contemporánea de la Universidad de Boloña. Su trabajo está incluido en varias antologías venezolanas o extranjeras. Reside en Buenos Aires.

¿De dónde bebe el ritmo permanente de tus poemas?

Hay un estado de escucha que sirve de generador de la situación de escritura. No tengo lugares o rituales de escritura establecidos o familiares, pero sí reconozco que este momento está dado por la intrusión o, más bien, el habitar en un espacio temporal anímico que me conecta con un ritmo interno. La escritura se da como la transcripción de un murmullo que se expresa rítmicamente, es un tono singular que reconozco, entonces trato de serle fiel a esa imposición urgente de escritura. Siempre he estado pendiente del sonido de las palabras, de su capacidad y cualidad de resonar íntimamente, más allá de su significado, la palabra como elemento de vibración sensible de sonido. Este ritmo no está relacionado con lo musical, de hecho soy una persona poco musical, no escucho mucha música, aprecio mayormente su ejecución en vivo, pero prefiero el silencio, o en todo caso los pequeños ruidos que se oyen en la partitura del silencio, el sonido de las ciudades, el sonido de un bosque, los ruidos de la noche. Pienso en el ritmo vinculado a la organicidad, al pulso y al pálpito, cuando reconozco ese estado rítmico singular, escribo en ese tono, es como una frecuencia, cuando ese ritmo aviene, abre un canal de lenguaje. Los tonos varían, dependiendo del tipo de material que sostienen. Procuro atender a ese advenimiento porque sé que me permitirán entrar en mi voz. Aprecio las poéticas enmarcadas en las estructuras clásicas que trabajan lo rítmico formal, sobre todo a poetas que marcaron su propia voz a pesar de la preceptiva, Góngora, Fray Luis, Borges, Montejo. Pero me interesan mucho más las poéticas que marcan su propio ritmo, poéticas desestructuradas que atienden al rumor o al escándalo interno; leo los poemas de Trilce, de César Vallejo, en voz alta en atención al ritmo, son textos que quiebran el sentido, desfragmentan la linealidad del discurso y nos enfrentan al borde angustioso de la imposibilidad del decir. María Auxiliadora Álvarez también estuvo en mis primeras lecturas, y sigue estándolo, maravillándome siempre con su voz jadeante y tasajeada, o Blanca Varela y su lengua de animal herido.

En los últimos tiempos he estado leyendo a Henri Meschonnic y su apuesta por la teoría del ritmo, en la que plantea otra manera de escucha y de escritura donde el poema es la circunstancia en la que el cuerpo canta en su lenguaje libremente.

En tus poemas lo amoroso es un grito, un reclamo contra el olvido, el descuido, la inconstancia. Háblanos de ese grito.

A lo largo de mi escritura la enunciación desde lo amoroso ha sido una constante, como constantes han sido también otros temas y lugares, como la reflexión sobre el silencio, el sueño, la palabra. El devenir y lo circunstancial siempre ha marcado el pulso de mis escritos, no escojo o planifico los textos, me dejo llevar por el rumor que los tienta, de este modo, los poemas acompañan y apuntalan el deseo de escritura, responden a momentos de concentración y a la necesidad de explorar otras formas de decir. La vertiente amorosa se deja correr cuando esa es la urgencia. Mis textos siempre dialogan en el torpe deseo de la comunicación, siempre me dirijo a una escucha imposible a sabiendas del fracaso, es como un terco tambor que hila y deshila. Me ha tocado escribir en la alegría y en el gozo, y también en el dolor o la rabia, como un cuerpo y su deseo, siempre en falta. Nido de tordo, por ejemplo, es un libro de amor que medité y sopesé mucho antes de atreverme a publicar. Es un librito cerrado y concentrado en sus alcobas, fue escrito en un mismo tono, muy rítmico y lúdico. A pesar de la máscara que argüí para escribirlo, develaba bastante sobre lo íntimo y sensible, que se centra en los devaneos y la consecución de lo amoroso desde una erótica singular, como un cofrecito procaz.

Háblanos del proceso de construcción de tus poemas.

El momento de escritura del poema se rige por sus propias reglas, lo que al inicio es disperso y polimorfo, de pronto comienza a cristalizarse en voz. Hay una tensión entre una suerte de desarticulación del habla y el deseo de habitar el artificio de la palabra. En los últimos tiempos le he prestado más atención a algunos dispositivos usados por los surrealistas, la escritura automática y los estados salvajes o silvestres del decir. Provocando y tensionando situaciones de una expresión que drene, como dice Jaroslav Seifert, en el intento «por buscar en vano una palabra nueva para lo que otros llaman sueño».

A veces encuentro espacios cómodos que se acoplan a molduras y erijo textos formales que conforman bloques de sentido. Ante esas edificaciones, surge un tipo de escritura alterna, que viene a confrontar esas estructuras desde otros espacios exiliados. Son textos que se expulsan, que subvierten desde regiones por fuera de la construcción y hacen sorna o ironía, vanagloriándose de su propio artificio. Dialogan con esa otra escritura que se arma desde zonas más racionales, textos que remueven y desarticulan un ordenamiento del pensamiento. En Textos por fuera, que fue editado primeramente por El taller Blanco en Bogotá y luego publicada otra versión, traducida por Guillermo Parra, en Ugly Duckling Presse, en Nueva York, pude finalmente liar estas frases expósitas y medio ordenarlas en un libro.

Decía Odiseo Elytis: «La poesía nace allí donde la última palabra no la tiene la muerte»

Y sí, la poesía es cosa de los mortales, es como un testigo que pasamos de mano en mano, y aunque a veces bordea lo innominable, celebra con sus chispas la energía vital. Nos emociona con su hondura, así vista trajes largos o muy sencillos, nos inscribe en su reino atemporal cuando la leemos o escuchamos.

¿Hasta cuándo la infancia en los poemas?

Y cómo no volver a bañarnos en ese río, la infancia es un portento. Fue el tiempo cuando nombramos las cosas por primera vez; pensar en la niñez nos remite al momento de la inscripción en el lenguaje. Harry Almela, en un breve y precioso ensayo sobre la práctica del lugar común, habla de la infancia como uno de los temas de la poesía, junto con el de la vida, la muerte, el amor y el viaje; Harry dice que la infancia no es otra cosa sino la extensión del asunto del Paraíso perdido (los únicos paraísos son los paraísos perdidos). Toda memoria tiene sombras y agujeros, zonas de agudo temblor donde se ceban los poemas a lo largo de la vida, pero en la niñez conocimos la soledad por primera vez y la hicimos nuestra aliada. Toda la configuración del mundo poético parte de esos encuentros con lo íntimo, con esa soledad grande, ahí empezó todo; cito a Rilke y con eso termino: «Porqué empeñarse en querer cambiar el sabio no entender del niño por un espíritu constante en guardia y lleno de desprecio frente a los demás».

Sostiene Ingeborg Bachmann: «Escribir un poema no es esperar un llamado» ¿Qué es para ti?

El poema no llega, de algún modo ya estaba ahí, sedente en el limo, las palabras están y hay que agitar el agua con un palito, hay que acercar la oreja y escuchar su dicción de fondo. Se escribe en un lugar y un tiempo otro, auspiciante y angustioso, suerte de limbo, de estado memorioso; el poema encarna su ausencia, se hace cuerpo con la palabra que lo atrapa y lo libera al mismo tiempo.

Es casi inevitable acudir a metáforas para explicar qué es escribir poesía; cada poeta crea sus propias versiones de ese misterio, y seguro estas van cambiando con el tiempo. Me gusta la respuesta naturalista que nos da Vasko Popa en sus Cosas de poetas: «¿qué significa una manzana? ¿Por qué nadie te contesta? Tu poema significa un secreto concebido en algún lugar dentro de ti, que ahí fue madurando y cuando maduró, tú lo pronunciaste en las sílabas de tu lengua».

¿Dejas marchar a tus poemas o siempre los resguardas de la realidad?

Esta pregunta es como un juego. Los poemas ni parten ni se quedan, no saben qué es real y qué no, solo son lenguaje, pueblan el presente. En todo caso esperan. Una vez escritos y trabajados, ganan autonomía e independencia. Yo escribo por una razón secreta, como elaboración de asuntos vagos o concretos, pero nunca clarificados, y una vez escritos, me siento en la responsabilidad de enviarlos a la calle lo más prolijos posibles, vestiditos y arreglados para que salgan al ruedo. El lugar de poema es el de la posible escucha, siempre signada por el azar, como botellas tiradas al mar, a veces con mensajes teledirigidos, como dice Cristina Peri Rossi, soñando con una playa, un lector, una lectora, aunque cuando alguien finalmente lea su mensaje, quien lo envió ya esté en otra cosa. El poema, a fin de cuentas es un resto.

Y sobre la realidad y las realidades psíquicas, por una parte está la de quien escribe el poema, haciéndose voz en él, y por otra, la de quien lee y toma ese texto como punto de partida o de llegada. Al final, ese podría ser el sentido de escribir y soltar, que los poemas queden ahí, inmanentes y latentes, en el reino de la posibilidad de decir algo a cada quien, alguna vez.

¿Cuándo son dañinas las palabras?

Las palabras dañan cuando mienten o falsifican, pero la palabra poética se inscribe en otro espacio, es una palabra necesaria, imantada de verdad.

¿De qué belleza nos intentan hablar tus poemas?

Cuando pienso en la belleza siempre vuelvo a las primeras y recurrentes lecturas de poesía que me hicieron una marca en el gusto, la precisa y elegante contención en los poemas de Yolanda Pantin, Joao Cabral de Mello Neto y sus estructuras líricas; Cabral tampoco era un poeta musical, manifestaba su rechazo a la música clásica en relación a la poesía, sin embargo sus poemas son profundamente rítmicos, tienen una formulación muy equilibrada, una edificación verbal del poema como una ingeniería sonora y visual, vinculado con el constructivismo y con los orígenes de la poesía concreta brasileña. Me interesa la rítmica de la composición de determinados artistas plásticos, que de algún modo busco trasladar a mi propia escritura. Los bloques de colores y formas en las pinturas de Paul Klee, las tachaduras de la forma y el sentido en los cuadros de Joan Mitchell, esa abstracción tan sensible y femenina que logra Elsa Gramcko en su obra, las dinámicas de los bloques de colores y formas de Mercedes Pardo. No sé si mis textos al final se verán influenciados por estas estéticas, pero aspiro a una correspondencia escrita con sus trazos, cada vez entiendo más la modulación de mi voz en relación con la abstracción en vez de la figuración.

¿Será posible una estética del desconcierto?

No encuentro un sentido de unidad en mis textos, en todo caso no la persigo, los poemas son cápsulas con su propio sistema sintáctico, dentro de conjuntos más grandes. Son parches que tratan de decir lo informe, se amoldan a la irregularidad de una geografía imposible de medir. Los textos son como retazos que dan cuenta de la desfragmentación. Me cuesta mucho pensar la escritura en función de la construcción de un libro, los poemas van armando sus libros, pero de eso me doy cuenta más adelante, cuando toca recoger. Van ramificándose y tomando nuevos cursos a partir de un tronco hueco.

¿Cuándo sabes que es tiempo de cerrar un libro?

El tiempo de armar el libro es tan intuitivo y anárquico como el tiempo de la escritura, pero sin duda hay temas y formas que siempre hacen serie, es cuestión de escuchar a qué rumor atienden y tener también mucha flexibilidad y compasión con ellos, para entender qué me están diciendo en ese momento. No tengo muy claro cuándo termina de escribirse un libro, muchas veces el azar, o una oportunidad de publicación concreta fuerzan la gestación de los libros. Hace dos meses pude finalmente agrupar un conjunto de textos que fueron escribiéndose, a la par de otros, en estos seis años de migración. El libro se titula Partir es andar y sale publicado aquí en Argentina en Luba Ediciones, un proyecto editorial independiente, del cual formo parte junto a Luba Casta y las veteranas de la edición Blanca Strepponi y Silda Cordoliani, donde publicamos chapbooks de autores consagrados y emergentes, en diferentes géneros: poesía, ensayo, relato y novela gráfica. Este proyecto se inscribe en una tradición importante en Argentina de editoriales alternativas, con productos más artesanales y cuidados que muestran su trabajo en ferias y espacios culturales. Presentaremos sorpresas muy interesantes de Igor Barreto, Yolanda Pantin y Piedad Bonnett.

Muéstranos un poema de tus libros publicados que nunca hayas leído en público.

Rudimentos

Puertas adentro, un dispositivo celerífero funciona con óptima eficiencia, al menor asomo de una frase, hurga con la aguja el brote, lo sujeta con la pinza y lo desprende de raíz, mutis de nuevo

Si le leo la mano al sueño, su escurridizo acertijo, si me muestra algo de lo que no supe, entonces lo sabré

Al rostro le ha crecido un maderamen: calloso en la base, tierno en los extremos, insensible pero irreversible, la transformación provoca un gran desasosiego

Cavaban hasta hacer visible la boca de un abismo, era preciso abrir el orificio, exponer su gástrico crujido, rodearlo luego, hilar el borde imberbe del hechizo, todos en círculo, atentos al menor zumbido

Nunca como en el sueño supe cuáles nombres hacían justicia a un decir ajeno pero propio en la profunda y dócil medianía, tomaba rápidas notas de lo que iba saltando sobre lo que creía era una hoja en blanco, como una taquígrafa de juzgado, una tras otra

Basta de cháchara, ni hablar de los sueños, esos que en sus coros me reiteran: cállese o hable bajito, no se brinque de improvisto, disimule al menos

***

¿Qué es el poema?

El poema es el gato que bebe su leche en un cuenco

se limpia el bigote enroscado en la silla

medita un reducto, las lame despacio

murmura absolutos, ideas cernidas, serrallos de

[adentro

el poema es un grano de arena en el fondo del bolso

un trazo tecleado en la vieja Olivetti

un verso de Whitman, un libro extraviado

la vida mirada, toda ciencia traduciendo

la flor desterrada, la amante memoria

moroso tugurio recién descubierto

la vida que fluye en sus tercos denuedos

morar y callar, amar sin sosiego, lo justo diciendo.

 

(De Partir es andar. Buenos Aires, Luba Ediciones, 2023)


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