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SÃO PAULO— ¿Se acuerdan del zika?
Ahora que el sarampión y el ébola acaparan los encabezados, es fácil olvidar el pánico sanitario de 2016, cuando el zika fue vinculado con varios defectos de nacimiento en miles de recién nacidos brasileños, cuyas madres fueron infectadas durante el embarazo, lo cual provocó temor en ese país y gran parte del continente americano.
Mientras los funcionarios de salud se esforzaban para detener su propagación, el virus recorrió Latinoamérica y el Caribe en la primavera y el verano de ese año, hasta finalmente llegar a Estados Unidos, donde hizo enfermar a decenas de habitantes en Florida y Texas y provocó que un sinfín de viajeros cancelaran vacaciones en los trópicos.
Entonces, al parecer de la noche a la mañana, la epidemia se evaporó y la atención pública pasó a otras cosas.
Sin embargo, la enfermedad de Zika no se esfumó.
“El zika ha salido del radar por completo, pero la falta de atención de los medios no significa que haya desaparecido”, comentó Karin Nielson, especialista en enfermedades infecciosas pediátricas en UCLA, quien estudia el impacto del zika en Brasil. “En algunos aspectos, la situación es un poco más peligrosa porque la gente no está consciente de ella”.
El virus —que principalmente es propagado por mosquitos, pero también al tener sexo con una persona infectada—, aún se encuentra circulando en Brasil y otros países que estuvieron en el epicentro de la epidemia; además, hace dos años la misma cepa llegó a África por primera vez. Según los descubrimientos recientes de los investigadores, esa cepa había estado circulando silenciosamente en Asia mucho antes de la epidemia de 2016.
Otra preocupación son los lugares de donde es endémico el mosquito que transmite el virus —la hembra del Aedes aegypti—, pero que hasta el momento no se han visto afectados por casos localmente transmitidos de zika. El martes 2 de julio, la Organización Mundial de la Salud emitió un informe sobre el virus de Zika en el que enumeró a 61 países con presencia del virus, entre ellos colosos densamente poblados como China, Egipto y Pakistán, así como gran parte de África.
Incluso Brasil sigue siendo vulnerable; la epidemia de 2016 azotó gran parte del suroeste del país y São Paulo, la ciudad más grande, y se espera que las altas temperaturas asociadas con el cambio climático extiendan el hábitat del mosquito Aedes, de acuerdo con un estudio reciente, lo cual pone a más decenas de millones de personas en riesgo de contraer zika y otras enfermedades transmitidas por mosquitos.
“No se trata de saber si habrá otro brote o no, sino cuándo ocurrirá”, comentó Ernesto T. A. Marques, investigador de salud pública en la Fundación Oswaldo Cruz en Río de Janeiro, quien también es profesor adjunto en la Universidad de Pittsburgh.
En Estados Unidos, el mosquito Aedes puede encontrarse en sectores importantes del país durante el verano, aunque los epidemiólogos dicen que el potencial para brotes a gran escala en ese país es limitado, porque casi en todas partes hay aire acondicionado, mosquiteros en las ventanas e iniciativas locales de control de mosquitos.
“También ayuda que la gente en Estados Unidos suele vivir bastante separada entre sí en hogares unifamiliares”, dijo Lyle R. Petersen, quien monitorea las enfermedades transmitidas por vectores en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). “Se trata de un mosquito que no vuela muy lejos”.
Aunque hasta ahora son pocos los casos nuevos de zika —el año pasado se calculó que hubo 20.000 infecciones en Brasil en comparación con las más de 200.000 durante el punto álgido de la epidemia—, países como Angola, Tailandia, Vietnam y Cabo Verde han estado informando sobre el nacimiento de bebés que padecen microcefalia relacionada con el zika, la enfermedad que provoca que los recién nacidos tengan cabezas deformes y un grave daño neurológico y que causó ansiedad en todo el mundo.
El zika ha estado siguiendo el camino de las infecciones virales, con la inmunidad entre los que se han enfermado y recuperado. En Brasil, Colombia, Puerto Rico y otros lugares muy afectados por la epidemia la llamada inmunidad colectiva limita el potencial de nuevos brotes porque el virus ya no obtiene suficiente tracción para propagarse entre quienes nunca han sido infectados.
Sin embargo, con el tiempo, los beneficios de la inmunidad colectiva disminuyen conforme nacen más niños, lo cual proporciona una nueva base para el siguiente brote epidemiológico.
Los funcionarios de salud pública se han mostrado frustrados por la cooperación irregular de países preocupados por el estigma asociado con la enfermedad de Zika, así como los que se han visto abrumados por otras crisis de salud. En Angola, el gobierno en un principio no informó sobre decenas de casos de microcefalia que fueron descubiertos por investigadores portugueses. En abril, los CDC relajaron su advertencia dirigida a mujeres embarazadas con planes de viajar a India después de que el gobierno indio se quejó de la inclusión de su país en la lista de alertas.
Eve Lackritz, quien dirige el Grupo Operativo para el Zika de la Organización Mundial de la Salud, dijo que una de sus principales tareas es dejar claro que se trata de una emergencia. “Mi temor más grande es el exceso de despreocupación y la falta de interés de la comunidad global”, comentó. “No es alarmista decir que ningún lugar donde vive este mosquito está a salvo del siguiente brote”.
En su nuevo informe, la OMS concedió que no había manera de saber si el zika aún estaba circulando en los 87 países con casos de transmisión previamente registrados. El consejo de la organización para las mujeres embarazadas que planean viajar refleja esa ambigüedad: cubre la piel expuesta con ropa de color claro, usa repelente para insectos y “considera los riesgos”. (También aconseja que los hombres que regresen de zonas con brotes conocidos de zika consideren abstenerse de tener sexo por lo menos durante tres meses).
Peterson, de los CDC, y otros que estudian el zika y algunos virus muy relacionados —entre ellos el dengue, la fiebre amarilla y la chikunguña— dicen que les preocupa que el mundo no esté preparado para el siguiente brote.
En primer lugar, las condiciones subyacentes que permitieron la epidemia —los vecindarios urbanos hacinados cuyos residentes son demasiado pobres para comprar repelente de insectos o mosquiteros para las ventanas— siguen siendo un problema en gran parte del mundo en vías de desarrollo. El mosquito Aedes ha adquirido un gusto especial por la sangre humana y se ha adaptado tan bien al estilo de vida urbano que rápidamente puede reproducirse en tapas de botellas y otros desechos con agua acumulada después de las lluvias.
“Nuestro temor más grande es que jamás nos deshagamos del zika, así como no hemos podido deshacernos del dengue”, dijo Paolo Zanotto, virólogo molecular en la Universidad de São Paulo. Ese miedo se agrava por la posibilidad de que el virus de Zika pueda llegar a albergarse en los animales, sobre todo en los monos, lo cual dificultaría mucho más su control.
Las primeras esperanzas de contar con una vacuna contra el zika también se han desvanecido. Aunque se están creando algunas vacunas potenciales, la disminución de la epidemia ha vuelto difícil probar su eficacia en el campo.
Los arbovirus, como el dengue, el chikinguña y la fiebre amarilla, proporcionan una suerte de patrón para el futuro del zika. Durante las décadas de 1940 y 1950, las campañas exitosas de erradicación dirigidas a frenar los brotes mortales de fiebre amarilla vencieron al mosquito Aedes en Brasil y gran parte de la región. Pero para la década de 1970, conforme se abandonaron esas iniciativas, el mosquito rápidamente se restableció, lo cual provocó brotes cada vez más intensos de dengue y fiebre amarilla, y recientemente el surgimiento de nuevos patógenos arbovirales como el chikunguña y el Zika. Actualmente, el dengue afecta a cien millones de personas en todo el mundo al año y mata a 10.000 de ellas.
Hasta 2015, el zika era un virus poco conocido y bastante inofensivo que producía síntomas parecidos a la gripe. El virus, que fue identificado por primera vez en 1947 en monos ubicados en la selva de Zika, de Uganda, más tarde se abrió paso a los humanos y después se propagó por toda África, el sureste de Asia y el Pacífico sur. Se cree que lo más probable es que el virus haya llegado a Brasil con un viajero que asistió a la Copa Mundial de Futbol en ese país en el verano de 2014. Los científicos aún no saben por qué el zika comenzó a provocar defectos de nacimiento.
“Creímos que el zika era una enfermedad inconsecuente, pero entonces estalló en Brasil con consecuencias devastadoras”, dijo Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas. “La lección para nosotros es que siempre debemos estar preparados para el surgimiento y el resurgimiento de virus y microbios”.
El zika ha impuesto varios desafíos a los funcionarios de salud. Ha sido difícil dar seguimiento a su propagación debido a que muchos países, sobre todos los que tienen sistemas de salud pública débiles, no tienen la capacidad de identificar nuevos casos. El problema empeora porque la gran mayoría de gente infectada experimenta síntomas tan leves que rara vez buscan atención médica. Además, debido a que tanto el zika como el dengue y el chikunguña producen fiebre, dolor en las articulaciones y sarpullido, los casos de zika a menudo han recibido diagnósticos erróneos.
Uno de los obstáculos más grandes para mejorar la vigilancia —y para informar a las mujeres embarazadas que se han infectado— es la falta de una prueba diagnóstica veloz y barata.
“En este punto solo podemos suponer el número de infecciones nuevas”, dijo Scott C. Weaver, virólogo de la División Médica de la Universidad de Texas en Galveston, que estuvo entre los primeros en predecir la llegada del zika a América.
Mientras los expertos en salud pública de todo el mundo siguen con su trabajo de prevención, miles de familias en Brasil ya están teniendo problemas con el impacto del zika. Los primeros bebés que fueron infectados por el virus están cumpliendo 3 y 4 años, y sus familias, muchas de ellas pobres, se ven cada vez más abrumadas, comentó Marques, el investigador de Río de Janeiro.
“Es una pesadilla para las madres”, agregó. “Y no será más fácil conforme crezcan”.
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Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.
Andrew Jacobs
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