Retrato del rey Felipe II.
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La conquista de América por los españoles dependió de las necesidades específicas de los capitanes que la realizaron. Fue un proyecto que nominalmente auspiciaba y controlaba la Corona desde la lejanía, pero estuvo sujeto a las fuerzas que se apoderaban del territorio sin fiscalización institucional. El tema ha sido desarrollado por el maestro Silvio Zabala en su libro sobre Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España y por el colega Pablo Ojer en La formación del Oriente venezolano, por ejemplo. Gracias a sus investigaciones, vemos cómo no podía la autoridad metropolitana tomar las decisiones fundamentales por no estar presente en el lugar de unos acontecimientos de los que se enteraba cuando eran hechos cumplidos que debía tragar a la fuerza. Los reyes no sabían ni la mitad de una misa que debían oficiar como si la hubieran dispuesto, mientras la dominación tomaba rumbo propio en ultramar.
El caso más destacado en tal sentido se expone en la crónica de Bernal Díaz del Castillo sobre el poder de Hernán Cortés en México, debido a que nos descubre que el Rey Emperador, Carlos V, sólo tiene conocimiento de la exploración del territorio azteca y de la sujeción de Tenochtitlan después de sucedidos los hechos. Don Carlos está ocupado de la política alemana, pero no le queda más remedio que celebrar las victorias y premiar al guerrero que ofrece unas adquisiciones extraordinarias por las que no ha movido un dedo. Veremos ahora la carta que envía Lope de Aguirre a Felipe II, hijo del Emperador y supuesto dómine de una vastedad territorial que lo convertía en el monarca más poderoso de la tierra, porque es otro testimonio esencial del poder que tienen los conquistadores sobre el terreno y de la precariedad institucional que no puede controlarlo.
Como se sabe, Lope de Aguirre participa en la dominación del Virreinato del Perú gracias al control ejercido por una sanguinaria hueste, cuyos miembros son llamados ¨marañones¨. Promueve sublevaciones en Chuquisaca y es condenado a muerte por el asesinato del Corregidor Pedro de Hinojosa, pero la sentencia no se cumple debido al terror que inspira su soldadesca. Está entre los capitanes que buscan El Dorado por tierras de Perú, Ecuador y Brasil a la altura de 1560, aventura que concluye con la ejecución del más importante de ellos, Pedro de Ursúa, animada por nuestro personaje. Después ordena la decapitación del capitán Fernando de Guzmán porque se hace llamar Príncipe del Perú. Llamado ya Loco y Tirano, Aguirre llega a Margarita en julio de 1561 para ser objeto de persecuciones que concluyen con su ajusticiamiento en Barquisimeto. Su cuerpo es descuartizado y colgado en garfios para público escarmiento. Las peripecias confirman las extremas dificultades de la monarquía para controlar a sus representantes, vacío que permite la osadía de la carta que se comentará de seguidas.
El cabecilla de los marañones afirma ante Felipe II que ha hecho sus hazañas
… siempre conforme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga ni socorro, como parescerá por tus reales libros.
No ahorra los detalles de su sacrificio, antes de acusar de perfidia al soberano:
Estoy cojo de una pierna derecha de dos arcabuzazos que me dieron en el valle de Chuquinga.
O:
Caminando nuestra derrota pasando todas estas muertes y malas venturas en este río Marañón tardamos hasta la boca del, que entra en la mar, más de diez meses y medio; caminamos cien jornadas justas, anduvimos mil y quinientas leguas.
Y termina con la amenaza de su destinatario:
Mira, mira Rey español que no seas cruel a tus vasallos ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los reinos de España sin ninguna sosobra, te han dado tus vasallos a costa de su vida y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes, y mira rey y señor, que no puedes llevar con título de rey justo ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado y sudado sean gratificados.
El texto despeja la cortina de una realidad en la cual se eleva el protagonismo personal sobre las instituciones y sobre la cabeza del sistema. Plantea una situación de precedencia individual -la precedencia de los hombres de armas que han dominado las colonias- capaz de convertirse en un reclamo conducido sin ceremonias ante el trono.
El rey representa a las instituciones y a una realidad con la cual no se rompe, pero Lope de Aguirre es ahora, en unas letras que parecen desproporcionadas, la encarnación de una situación concreta a la que deben someterse, de grado o por fuerza, la legalidad y los funcionarios que la custodian. Si la Corona distante y cómoda ha de acoplarse a tal tipo de presiones, se puede pensar en cómo puede ser peor la situación en los contornos dominados por los conquistadores. De allí la trascendencia del documento que hoy se ha traído a colación.
Elías Pino Iturrieta
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