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— Papi, la cosa se está poniendo fea. ¿No crees que deberíamos tener un Plan B?
— Claro, mi china. Yo tengo uno.
— ¿En serio?
— En serio… pero primero es importante recordar toiticos los puntos del Plan A.
1. Contesta por Tío Simón. Lo pasaban en el canal 8, pero su famoso “Muchacho, dame esa china” se escuchó también en el 4 y en el 2. “¿Y 4 por 2? ¡8!”, solía decir, porque el 8 era su número favorito: su padre nació en 1888 y tuvo 8 hijos. Él, en cambio, nació el 8 del 8 de 1928 a las 8, así que el 08/08/2008 cumplió 80. Estoy seguro de que le habría encantado morir a los 88 y hacerle algún chiste al respecto a su hermano Joselo, quien a pesar de que vino después se fue antes. Casi lo logra, pero el 19 de febrero de 2014, con 85 años de edad, el tío de Venezuela vio el Ávila por última vez, sonrió y dejó de respirar. Eso sí: a las ocho de la mañana en punto.
Nació en Barbacoas cuando Barbacoas era un pueblito llanero del estado Guárico, sin agua y sin luz, pero con amor por la tierra y al trabajo. Casi nueve décadas después, las cosas no han cambiado demasiado, salvo que Barbacoas es ahora parte del estado Aragua.
Ese pedacito olvidado del mundo fue el primero en escuchar el llanto afinaíto de Simón Narciso Díaz. Su segundo nombre fue en honor a Simón Narcizo Rodríguez, el maestro de Simón Bolívar. Tal vez por eso siempre quiso ser maestro de escuela. Sin embargo, fue muchacho de mandados, buscador de agua y leña, becerrero, ordeñador, vendedor de leche, remolachas y mamones, pelotero, boxeador, instalador de micrófonos y atriles, cajero de banco, humorista, caricaturista, imitador de Gardel, cuatrista, pianista, bajista, guitarrista, maraquero, furruquero (¿y serruchero?), cantante, compositor, músico, poeta, loco y hasta empresario… pero nunca maestro de escuela.
Simón se levantaba tan temprano que muchas veces se quedaba soñando con los ojos abiertos. Con esa vocación ahí, se las arregló para convertir a la televisión en un salón de clases gigante donde se aprendía jugando. Y así, siendo un niño, casi sin querer, la música y el folclore de Venezuela se nos metía por las venas vuelto amor… amor de ése que no tiene horario ni fecha en el calendario.
Desde la televisión, Simón se convirtió en el Tío de Venezuela. Y desde la tonada se convirtió en “el músico de Venezuela”.
2. La Tonada y el paisaje vuelto diván. A mediados de los años cincuenta del siglo pasado, muchos hacendados comenzaron a mecanizar la extracción de leche para aumentar la producción. Simón temía que esta nueva práctica hiciera desaparecer a los ordeñadores, quienes cantaban tonadas para acompañar la soledad de su oficio.
La tonada, como buena canción de trabajo, suele cantarse a capella. En ella la melodía de la voz navega en el ritmo, repetitivo y constante, de la tarea que se realiza. Por eso el cuatro y las maracas de “Tonada del Cabrestero” imitan el galope a caballo del arreador de ganado, así como la base rítmica de “Tonada de Luna Llena” sincroniza perfectamente con el sonido de la leche golpeando el tobo cuando cae en chorros mientras se ordeña a la vaca.
La letra de la canción de trabajo suele improvisarse mientras se canta. Esta improvisación le permite a los trabajadores tocar ciertos temas tabúes, como el deseo de escapar de la esclavitud en el caso de los esclavos afroamericanos o quejarse del capitán de un barco en el caso de los marineros. De esta manera, la canción de trabajo suele crear complicidad y afinidad entre quienes la cantan.
Pero la tonada tiene dos particularidades: se canta a solas y de madrugada.
Mientras ordeña, el llanero confiesa las penas, los secretos y esos miedos que nunca va a contarle a nadie más. Y se los cuenta al paisaje. Por eso la tonada se parece tanto a una llanura infinita en la que no se escucha “Sabana” sino “Sabaaaaaanaaaaaa”.
El paisaje y la vaca se convierten en terapeutas silenciosos de un llanero que improvisa su tonada muy temprano en la madrugada. Tan temprano que el cofre del subconsciente continúa abierto para develar aterradores secretos:
La luna me está mirando,
yo no sé lo que me ve.
Yo tengo la ropa limpia,
ayer tarde la lavé.
Y entonces la luna es un espejo, una suerte de Pepe Grillo diciéndote “Dejaste preñada a esa muchachita, casi menor de edad” y tu voz le contesta: “Sí, pero tengo la consciencia limpia, porque ayer fui a hablar con su papá y le dije que no se preocupara, que yo iba a casarme con su hija y a darle mi apellido a su futuro nieto”. Y tal vez esa muchachita se llamaba Rosa y, años más tarde, mientras ordeñas a Pintora, te darás cuenta de que no sólo las vacas tienen cachos con la “Tonada del tormento”:
Las arenitas del río
corren debajo del agua.
Debajo de mis pesares
corren las penas de mi alma.
No sé qué le pasa a Rosa
que me da los hijos blancos,
pues cuando el caballo es negro
salen zainos los potrancos
Cuando ella no corresponde
y yo sigo respondiendo,
las muchachas de mi pueblo,
cuando paso, se van riendo.
¿Qué pajarillo es aquel
que canta en aquella rama,
que cuando ya estoy más lejos,
ella lo busca y lo llama?
No sé qué le pasa a Rosa
que se muere de alegría
cuando ensillo mi caballo
y me voy de travesía.
***
— Dime, pues.
— El Plan A es crear, creer, componer, trabajar, levantarse bien temprano. Es enseñarles a nuestros niños a ser buenos amigos, a ser buenos hermanos, a ser buenos hijos… no sólo de su mamás sino también de su país. Y recordarles que en una sola boca no caben dos arepas al mismo tiempo, así que es preferible compartir la otra con el que no tiene ninguna.
3. Luna de Margarita. De madrugada, en la bahía de Juan Griego y durante su aniversario de bodas, su esposa estaba con una barriga de tres meses y Simón limpio como nalga de recién nacido. Iba a ser niña y se llamaría Bettsimar. Simón presentía que esa bebé sería el amor de su vida y así fue… pero no nos adelantemos.
Volvamos a la playa: Simón se revisó los bolsillos otra vez, por si acaso. Nada. Ni un vuelto. Simón era bueno contrapunteando y para contrapuntear hay que saber improvisar, así que agarró su cuatro, le sacudió la arena y comenzó a improvisar un regalo, el más grande que se haya dado jamás: el Mar de las Antillas para su esposa y la luna de Margarita para su hija, quien ya estaba loca de amor por su padre y ni siquiera había salido de la barriga.
Es la historia detrás de esa canción que arranca diciendo “Luuunaaa de Margarita eees…” y recuerdo que había buena vibra en el Centro de Arte Los Galpones, en Los Chorros. En el aire había algo que hacía agua los ojos, como el humito de leña verde de las canciones de Simón. Al arte le dan Sabana se llamaba la exposición en la que varios artistas, de distintas disciplinas, rendíamos nuestro humilde tributo al Tío. “Para vivir, para gozar, para soñar contiiiiiigooo”, terminé de cantar.
Y entonces una que loca comenzó a llorar cuando empecé a contar la anécdota y no paró de llorar hasta que canté la última frase de la canción se abrió paso entre la gente y me abrazó. Lo hizo con tanta fuerza que si tenía algo roto se volvió a pegar. Esa loca era Bettsimar Díaz, la dueña de la Luna de Margarita.
Fue amistad a primera vista.
El currículo de Bettsimar es amplio, pero si tuviera que resumirlo en pocas palabras diría: “Doctorado Honoris Causa en Simón Díaz”. Echar cuentos no es cosa fácil: es un don. Y cuando uno escucha a Bettsimar identifica de inmediato los genes de uno de los más grandes cuentacuentos de la música y la televisión venezolana.
Gracias a ella me enteré de que lo primero que hizo su papá al despertar de la operación en la que le sacaron el fémur fue preguntarle al doctor si le había guardado el hueso para hacer un buen sancocho de Simón Díaz. Gracias a ella sé que el 4 de febrero de 1992 era martes y que los martes era el día de pagarle a los peones de la Hacienda Bella Vista y que, ignorando las súplicas de toda su familia, Simón se lanzó un viaje hasta San Sebastián de Los Reyes, en el estado Aragua, para honrar un compromiso que no tenía sentido incumplir por culpa de “un golpecito de Estado en curso”. Y lo pararon en infinitas alcabalas en las que un soldado asustado le decía que no podía pasar, que se regresara a su casa, a lo que Simón le respondió “Dale esto a tu superior” y le dio una nota, escrita a mano, que decía:
“Buenos días, Sargento, le habla Simón Díaz. Sí, el Tío Simón. Ustedes tienen sus asuntos y yo no me meto, pero yo también tengo los míos y hoy me toca pagarle a la gente que trabaja en la hacienda. Ellos están contando con esos reales y no les puedo faltar. Así que, por favor, ¡déjeme pasar!”
La reacción de los soldados y de sus superiores fue, era tomarse fotos con él y pedirle autógrafos, darle abrazos y cantar pedacitos de sus canciones. Así era Simón, ése que nos recordaba todo lo que nos unía y nos hacía olvidar lo que nos separaba, incluso en pleno “golpecito de Estado”.
Gracias a Bettsi también me enteré de lo difícil que era convencerlo de salir de Venezuela. Una vez logró llevarlo a Nueva York. El invierno estaba comenzando y Simón se asomaba por la ventana, una y otra vez, esperando ver el sol y el Ávila. Y como no los encontraba, decidió que se quedaría en la habitación del hotel hasta que le tocara ir al aeropuerto para tomar el avión de regreso a casa. Un par de días después, a regañadientes, accedió a dar un paseo con su hija por Central Park. Durante todo el camino no hizo otra cosa que comparar el gris del cielo de Nueva York con el azul de Caracas y se convirtió en una ametralladora de quejas que lamentaba, una y otra vez, que lo hubiesen convencido de ir a esa ciudad en la que los edificios no dejaban ver el horizonte… y el frío… y la comida… y la gente y… y… y en eso cayó del cielo una estrella de hielo perfecta y aterrizó justo en su mano. Simón vio ese copo de nieve y dijo: “¡Ah, pero aquí también está Dios!” y siguió caminando con una sonrisa que le duró el resto del viaje.
También fue Bettsimar Díaz quien me enseñó que Nube de Agua es una vaca gris. Noche Buena es una vaca negra y la Vaca Mariposa es una vaca blanca con una gran mancha negra en forma de mariposa. También me ayudó a descifrar el significado de diez de los elementos más importantes y recurrentes del imaginario de Simón Díaz: la alpargata es el camino; el sombrero la protección; el cuatro la compañía; la totuma es la humildad; el liqui-liqui es la armadura y la franelita blanca el trabajo; la vaca es nobleza; el becerro, inocencia; la luna un espejo y la hamaca como el merecido descanso después de la tarea cumplida.
Y fue sentado en una hamaca como me recibió Simón el día que lo conocí en persona: el 8 de Agosto de 2013, el día de su cumpleaños y el último que pasaría entre nosotros los mortales.
4. La verdadera muerte es el olvido. Simón estaba muy enfermo. El Alzheimer ya le había robado la memoria y el habla, pero nunca pudo quitarle la música. Bettsimar le cantaba una frase de “Caballo viejo” o de “Mi querencia” y Simón completaba el verso con ese silbido suyo que era la envidia de todos los canarios. Ese día nos tomamos una foto.
Y justo después le dije “Gracias por todo, Tío”. Él me miró fijamente a los ojos y dijo: “De nada…”. A Bettsi y a mí casi nos dio un infarto de la sorpresa. Tratamos, inútilmente, de hacerlo hablar otra vez. Tratamos de vencer por unos segundos más a esa enfermedad que poco a poco desconecta el alma del cerebro. Y digo esto porque cuando uno veía el brillo en los ojos de Simón, incluso en sus últimos meses de vida, quedaba muy claro que su alma seguía intacta, sana. Llena de amor y de música… valga la redundancia.
Siempre he pensado que, más o menos, una vez al siglo nace un artista que le sirve de traductor al Universo. Estoy convencido de que el cosmos nos dijo a los venezolanos a través de la vida de Simón Díaz un “¡Quiéranse, coño! ¡Quieran a su casa! ¡Quieran a su tierra!”, así como también estoy convencido de que el Alzheimer de Simón no es una casualidad. Es más bien una dura metáfora de lo que nos pasa como país: esto de no tener memoria.
Por eso escribo hoy: para recordar cosas como que “Caballo Viejo” es una de las canciones latinas más versionadas de la historia; para recordar cómo se escucha “Tonada de Luna Llena” en la voz de Caetano Veloso y cómo se baila “Luna de Margarita” según el corazón de Pina Bausch y el ojo de Wim Wenders; para recordar que en 2008 todos ganamos ese Grammy Latino a la trayectoria y que Simón fue a buscarlo, a pesar de que ya estaba muy enfermo y había jurado que no viajaría nunca más al exterior… pero aún así dijo: “Tengo que ir, porque ese premio no es mío: ese premio es de Venezuela”.
Escribo para recordar que el día de su funeral no había una sola nube en el cielo. El tío le montó una silla al sol y cabalgó en sus rayos por cada rincón de Venezuela, como lo hizo en vida tantas veces, recordándonos, especialmente en estos tiempos en los que las sombras se creen dueñas del país, que la oscuridad no existe: que es sólo ausencia de luz.
– Ajá, papá: ¿y cuál es el Plan B? –le preguntó Bettsimar.
– Echarle el doble de pichón al Plan A.
***
Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 8 de agosto de 2015
Alain Gómez
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