Perspectivas

El otro brazalete del capitán

Bobby Moore sostiene el trofeo Jules Rimet mientras sus compañeros lo cargan tras la victoria de Inglaterra sobre Alemania, en 1966. Fotografía de Central Press | AFP.

07/09/2022

Bogotá, mayo de 1970. Dos ingleses, ambos llamados Bobby y futbolistas también los dos, entran a la joyería Fuego Verde ubicada en el hotel Tequendama. Uno de ellos tiene calvicie prematura; el otro, una maraña rubia y ensortijada. El Bobby que se está quedando calvo quiere comprarle un regalo a su esposa; le ha pedido a su mejor amigo que lo acompañe a escoger algo bonito. Ven en la vitrina un brazalete de oro con trece esmeraldas incrustadas; cuesta unos ochocientos dólares. “Seguro que a Norma le gusta, deberías comprárselo”, comenta el otro Bobby, y pide a la asistente de la tienda que saque el brazalete para poder mirarlo bien. Al final no se deciden, mejor en otro momento, ya volverán, y se marchan. De pronto, la asistente entra en pánico, llama al encargado de la tienda que está en su oficina en la parte trasera del negocio, asegura que se acaban de robar el brazalete de trece esmeraldas, nunca lo regresaron a la vitrina. Que fue el amigo del calvo, ella lo vio. Llaman a seguridad, el acusado es detenido en medio del hotel. Los hombres son requisados ante la mirada atónita de los presentes. El joven de la cabellera ondulada, el señalado por la señorita como ladrón, se deja arrestar sin ofrecer ninguna resistencia: se llama Bobby Moore, es el capitán de la selección inglesa, entonces campeona del mundo y que dentro de pocos días –junto con su amigo Bobby Charlton y otros veinte jugadores– debe estar en México para defender el título en el Mundial 1970.

Mientras se llevan detenido a Moore, que apacible y flemáticamente ha aceptado encarar con dignidad lo que corresponda ante las autoridades colombianas, viajamos cuatro años al pasado para verlo –un poco más joven y con pelo corto– en actitud casi idéntica mientras avanza por las escalinatas y pasillos del estadio Wembley en dirección a la reina Isabel II. Los comentaristas de la BBC aseguran que el hombre más apacible de Inglaterra en ese momento debe ser su capitán Bobby Moore. De resto ni la misma reina, que sostiene en sus manos la copa mundial Jules Rimet, es capaz de controlar la emoción (es que además ganaron la final del Mundial en casa, a Alemania, y en tiempo suplementario). Moore hace una pausa, se seca las manos llenas de sudor y lodo sobre un mantel de terciopelo que halla en el camino: él es un modesto muchacho nacido en Essex, no se le puede recibir el trofeo a la reina con las manos sucias.

Se dice que la copa que recibió Moore de manos de la reina no era la auténtica, que era una réplica, que la original estaba en una caja de seguridad custodiada por la FIFA porque se la habían robado misteriosamente hacía pocas semanas. Casi se tiene que suspender el Mundial por culpa de ese hurto; pero milagrosamente, cuando todo se daba por perdido, la encontró un perrito llamado Pickles (Pepinillos) mientras paseaba con su amo: la copa estaba envuelta en papel periódico, tirada en medio de unos arbustos. De manera que el trofeo que levantó el gran Bobby Moore, y con el cual dio la vuelta olímpica y lo levantaron en hombros y se tomó las fotos para la posteridad, era una copia del trofeo Jules Rimet. Pero ese es otro cuento; ahora es momento de regresar a la historia de ese mismo hombre con el brazalete de capitán en el brazo y que cuatro años más tarde había robado, supuestamente, otro brazalete (esta vez de oro y esmeraldas) en Bogotá.

La reina Isabel de Inglaterra entrega la Copa Jules Rimet a Bobby Moore. Fotografía de AFP.

Esto parece una comedia de enredos. Porque obviamente mientras interrogan a Bobby Moore se dan cuenta de que ese flaco es nada menos que el capitán de la selección inglesa, la campeona del mundo. Que están en una gira preparatoria para jugar contra la selección colombiana en Bogotá y unos días más tarde contra la ecuatoriana en Quito. De ahí se tienen que ir a Guadalajara a jugar contra Rumania, luego contra Brasil y finalmente contra Checoslovaquia. Moore no tiene el dichoso brazalete, él lo vio por última vez en la tienda en manos de la empleada, considera que es su deber como caballero quedarse arrestado si las autoridades así lo requieren, pero puede jurar por Dios y por la reina que sería incapaz de cometer un acto tan deshonroso, mucho menos siendo el capitán de Inglaterra. Finalmente, lo dejan en libertad después de una noche en la cárcel. Los ingleses viajan a Quito, enfrentan a Ecuador y lo derrotan 0–2, pero cuando toca viajar a México hay dos opciones: hacer escala en Panamá (lo que recomiendan los allegados al entrenador) o hacerla de nuevo en Bogotá. Y como Alf Ramsey, seleccionador británico, era un tipo orgulloso y empecinado decidió que la escala sería en Colombia. Tal y como estaba programado desde un principio.

La primera noche en que la selección inglesa aterriza en Bogotá se fueron al cine (qué ganas de saber qué película verían), pero en la entrada la policía colombiana arrestó de nuevo a Bobby Moore por el caso del brazalete que seguía sin aparecer. La noticia se dispara como polvorín, los medios amarillistas británicos y de otras partes del mundo hacen ruidoso eco al escándalo asegurando que se había destapado el caso del hombre que había pasado de Capitán a malhechor, que ahora Bobby Moore se perdería el Mundial por delincuente; que aquel tipo que hacía cuatro años había recibido la copa de manos de la reina resultaba ser un vulgar ladrón de joyas.

Para echarle más aliño al caldo Alf Ramsey, con su lengua siempre larga y mordaz, declaró a la prensa que cómo iban a pensar que Moore era capaz de robarse un brazalete cuando tenía suficiente dinero para comprarse la joyería entera. Se agitó también una vieja polémica: la teoría tan manoseada de que los árbitros y las autoridades del fútbol mundial siempre se las arreglaban para que los europeos no ganaran la copa en suelo americano y viceversa. En fin, que todo se trataba de una estratagema porque querían perjudicar a Inglaterra al ser probablemente la única selección que podía arruinarle el carnaval a la gran favorita para llevarse el torneo: Brasil.

Mientras tanto, Bobby Moore se hallaba otra vez preso. Clara Padilla (la asistente de la joyería Fuego Verde) y su jefe Álvaro Suárez (el que estaba en la oficina y alertó a seguridad del robo), fueron llamados nuevamente a declarar. La embajada británica en Bogotá se movilizó; incluso también lo hizo el primer ministro inglés: Harold Wilson. Las autoridades inglesas ofrecían depositar el costo del brazalete así como cualquier otro monto para indemnizar a los afectados con el fin de liberar al capitán inglés y acallar el escándalo de una buena vez.

En este momento es cuando entra en escena Alfonso Senior, presidente del club bogotano Millonarios FC, hombre muy influyente en la sociedad colombiana de la época, así como directivo de la Federación Colombiana de Fútbol y persona muy relevante dentro de la FIFA. Senior está dispuesto a ofrecer su casa para que Bobby Moore cumpla arresto domiciliario mientras se aclaran los hechos; eso sí: tanto el capitán inglés como el embajador británico tienen que dar su palabra de que no habrá fuga. La propuesta es vista con buenos ojos por todas las partes y aceptan ponerse de acuerdo. Moore se despide de sus compañeros que viajarán a México sin él. Les promete que los alcanzará allá, cuenten con eso, y que seguirá entrenando por su cuenta para estar en plena forma para jugar el Mundial. Dicen que durante cuatro días se vio a Bobby Moore con una camiseta del Millonarios FC entrenando en los jardines de la casa de don Alfonso.

Las declaraciones de los encargados de la joyería comenzaban a enredarse y luego a contradecirse. En un punto, Álvaro Suárez llegó a asegurar que era él quien había visto a través de un cristal a Bobby Moore metiéndose en un bolsillo el brazalete de esmeraldas. De manera que ahora no era la empleada, Clara Padilla, quien lo había alertado del hurto, sino que él lo vio con sus propios ojos desde su oficina. Tiempo después Suárez confesó que él se había robado el brazalete y que había arrastrado en su plan a Padilla, quien ya ni siquiera vivía en Colombia porque se había marchado a Estados Unidos.

Bobby Moore fue liberado al cuarto día de arresto domiciliario. Se subió a un avión y fue recibido por sus compañeros de equipo en México –quienes le hicieron el pasillo, ese gesto de honor que se le hace los grandes campeones– cuando por fin llegó al lugar de concentración de la selección inglesa. El capitán había cumplido su promesa, ahí estaba, sin haber dejado de entrenar, aunque con tres kilos menos. La procesión la había llevado por dentro.

Una foto de Bobby Moore realizada por un fotógrafo desconocido para el Daily Sketch, a principios de la década de 1970. Fotografía: Galería Nacional de Retratos de Londres.

Inglaterra jugaría contra Rumanía su primer juego de México 70 con Bobby Moore luciendo su brazalete (el de capitán). Lo mismo que en ese partido monumental donde días más tarde se enfrentaron al «mejor Brasil de todos los tiempos»: el de Pelé, Tostão, Rivellino, Carlos Alberto, Jairzinho. Imaginen ustedes lo que era aquello. Brasil ganó 1-0 con gol de Jairzinho (el pase magistral se lo dio Pelé), pero aquello fue un choque titánico, de los mejores juegos de la historia de los mundiales. Porque Brasil jugaba más bonito, pero Inglaterra era un equipo compacto, aguerrido, con casta de campeón. Se dieron con todo, limpiamente pero sin miedo. Jugadas de peligro en una y otra área, el mundo con el corazón en la boca. Inglaterra estuvo cerca de empatar al menos en cinco ocasiones (incluyendo un disparo al travesaño); Brasil estuvo a punto de ampliar la ventaja pero entre el portero Gordon Banks y el capitán Bobby Moore se las arreglaron para impedir otro gol canarinho. Ocurre en este juego una barrida limpia, milimétrica, colosal, mítica, donde Jairzinho se venía con todo a meter el segundo gol de Brasil y de pronto es encarado por Moore que le quita el balón de los pies en el último aliento. Moore salió jugando la pelota como si nada, con ese estilo tan suyo que revolucionó el concepto del defensa para convertirlo en un líbero.

Al final del partido Pelé buscó a Moore y le pidió intercambiar camisetas. Más tarde, Pelé reconocería a Bobby Moore como el mejor defensa contra el que había jugado en su vida. Y también el gran Franz Beckenbauer, considerado el más elegante defensor de todos los tiempos, a pesar de la rivalidad que siempre ha habido en este deporte entre alemanes e ingleses, aseguró: «Bobby Moore ha sido el mejor defensa de la historia de este juego».

Pelé y Bobby Moore al final del juego. Fotografía de John Varley tomada de varleymedia.com

Bobby Moore murió de cáncer de colon a los 51 años. Diez días antes de fallecer anunció públicamente su ya muy avanzada dolencia: «Ahora tengo otro juego que enfrentar»; eso dijo, y pidió respeto y discreción por su esposa y por sus hijas. Había llevado aquella enfermedad con dignidad y en estricto silencio durante largos años. Con la frente en alto y la procesión por dentro, como siempre fue.

Uno se pregunta cuánto le habrá afectado por dentro, sin que nunca lo dijera, aquel episodio cuando lo acusaron de ladrón, se quedó solo entrenando en un jardín y perdió tres kilos.


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