Telón de fondo

El negocio de los indios

De izquierda a derecha: Antonio de Ulloa y Jorge Juan

04/06/2018

En 1736, por encargo del rey de España, los oficiales Jorge Juan y Antonio de Ulloa realizaron un viaje ultramarino de averiguación, con el objeto de informar en forma sigilosa sobre la situación de las colonias americanas. La monarquía tenía la intención de renovarse, de ser más morigerada, de romper con un conjunto de prácticas perjudiciales para los vasallos.

Los agentes redactaron un precioso texto que hoy circula bajo el título de Noticias secretas de América, de cuyas páginas provienen los ejemplos de explotación de los indios peruanos que aparecen en esta crónica. El documento está repleto de referencias sobre el tema, pero ahora solo nos ocuparemos de casos referidos al comercio manipulado por los corregidores.

Una manipulación que comenzaba en la casa de los tenderos mestizos, pues los corregidores tomaban a crédito las mercancías y usualmente se olvidaban de cancelarlas, o las pagaban cuando les parecía. Los tenderos jamás los acusaban por temor a represalias, o porque se podían resarcir de las pérdidas negociando con los indios viajantes.

Con las mercaderías que no pagaban, o que adquirían a precios irrisorios, los corregidores obtenían ganancias escandalosas. Lo que valía cinco pesos era negociado con los indios por cuarenta, o por más, sin que existiese la posibilidad de evitar el trato. Aterrorizados por el poder de los funcionarios, los “clientes” se quedaban con los objetos negociados por la autoridad.

Pero, si ya estamos ante una injusticia flagrante, la situación se hace más odiosa cuando nos enteramos de los productos que dominaban el tráfago. Aquellos rústicos estaban obligados a comprar varas de terciopelo y de tafetán que podían costar cincuenta pesos. O medias de seda, cuando solo en ocasiones las usaban de lana. O candados para las puertas de unos ranchos sin puertas, o de unos domicilios vacíos. O navajas de afeitar, sobre las cuales Juan y Ulloa hacen la siguiente advertencia:

Son inútiles entre quienes no solo carecen de barba, mas ni tienen un vello en parte alguna del cuerpo. Se debe recordar que, en lo exterior, los indios no son como nosotros los españoles.

O plumas para escribir y papel blanco, que eran presencias baldías en el seno del analfabetismo y en la rutina de quienes ni siquiera entendían el castellano. O libros de comedias y de oraciones que no podían utilizar por razones obvias. O paquetes de barajas cuyas figuras y reglas de juego desconocían. O cajetas de tabaco que no les llamaban la atención, porque “despreciaban el asunto de tragar y botar humo por la boca”. Los indios apenas requerían lienzos de algodón, habitualmente manufacturados en Quito, así como bayetas y sombreros resistentes, pero jamás venían en la valija de los traficantes.

Con los comestibles pasaban igual apuro, pues los corregidores los llenaban de productos como aceitunas, aceite de comer, botellas de vino y botijas de aguardiente. Según se lee en Noticias secretas de América:

Son cosas que los indios no consumen, ni aun las prueban, ocasión para que salgan a vender por diez o doce pesos entre los mestizos o pulperos, lo que les han cargado por setenta u ochenta pesos.

Debido a los contactos de los corregidores en la Audiencia, o entre los secretarios del virreinato, pocos casos como los descritos se presentaron ante la justicia. Los procesos sobre la materia que pudieron ser atendidos por los jueces:

…llegan tan deformados y desfigurados, que las situaciones son causa de irrisión y todo da mucha pena y es una burla.

Ahora veamos la conclusión de los oficiales Juan y Ulloa sobre el tema:

Su Majestad debe informar a sus ministros, para que remedien estas tiranías y costumbres pérfidas, contra números incontables de vasallos, y para que determinen el castigo de los corregidores, quienes más bien parecen agentes del demonio que del discreto gobierno de Su Majestad.

Se sabe que el rey recibió las novedades, pero también se sabe cómo continuaron en el Perú las perfidias denunciadas por los probos funcionarios. La Corona, pese a las buenas intenciones que llegó a confesar cuando ordenó la sigilosa exploración, se hizo de la vista gorda ante el predominio de los “agentes del demonio” denunciados por sus emisarios de confianza. Las Noticias secretas de América son la evidencia de una posibilidad de rectificación que apenas se asomó en la corte, de un examen misericordioso que no cupo en la sensibilidad de quienes no tuvieron la entereza de observar el infierno que habían establecido en sus colonias.


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