El daño a largo plazo del cierre de escuelas por la COVID

Fotografía de Norberto Duarte | AFP

06/03/2022

CAMBRIDGE/CHICAGO – Decidir cómo equilibrar los riesgos por la COVID-19 en las escuelas del mundo ha sido difícil. Mientras los líderes escolares en EE. UU. debaten si se debe obligar a los alumnos a usar tapabocas, en Uganda reabrieron recientemente las escuelas por primera vez desde que comenzó la pandemia. Pero aunque los trastornos fueron más graves para los estudiantes en los países más pobres (allí las escuelas estuvieron cerradas el doble de tiempo que en los países ricos y tuvieron escasas oportunidades de aprendizaje remoto), la cohorte mundial de niños actualmente en edad escolar se verá afectada durante las próximas décadas. Si no actuamos rápidamente, tan solo el costo económico de los cierres de las escuelas ascenderá a billones de dólares.

Lograr que los estudiantes vuelvan al aula es extremadamente importante, pero de todas formas necesitamos acciones inmediatas y específicas para reducir las pérdidas de aprendizaje. Además, los responsables de las políticas deben reflexionar sobre las alternativas que planteaban las decisiones que tomaron (como dejar que abrieran los bares y restaurantes mientras prohibían a los alumnos ir a la escuela), contabilizar los costos de esas decisiones, y establecer prácticas y políticas para gestionar futuras olas de la COVID-19 o de la próxima pandemia.

Durante el año pasado trabajamos con un grupo mundial de investigadores para reunir evidencia del impacto que tuvo la pandemia sobre la educación de los niños e identificar las mejores formas de reparar el daño. Nuestro panel estuvo formado por investigadores que trabajan en países con ingresos bajos, medios y altos —una diversidad poco frecuente—, e incluyó a economistas, psicólogos y especialistas en educación. A pesar de la diversidad de nuestras especialidades, las lecciones que obtuvimos fueron extremadamente similares.

Encontramos que en todo el mundo los niños volvieron a las escuelas después de los cierres por la pandemia con niveles de aprendizaje por debajo de los habituales para sus edades. Los estudios muestran una gran reducción del aprendizaje: desde un tercio de un año en Ohio hasta un año completo en Karnataka, India. Esto es preocupante porque la evidencia sugiere que cuando los estudiantes se atrasan en el plan de estudios les es difícil ponerse al día sin ayuda adicional. Además, las interrupciones en el aprendizaje pueden llevar a los alumnos a abandonar la escuela. En Sierra Leona, después del Ébola el 17 % de las niñas nunca volvió a inscribirse cuando las escuelas retomaron las clases, lo que convirtió un impacto de corto plazo en algo permanente.

Se ha comprobado que cierres educativos mucho más cortos en el pasado llevaron a una reducción del aprendizaje de los niños. En Estados Unidos, los estudiantes más pobres suelen atrasarse cada verano cuando las escuelas cierran por un par de meses. En el norte de Pakistán, cuatro años después de que un terremoto obligara a cerrar las escuelas temporalmente en 2005, los alumnos mostraban un retraso escolar de un año y medio frente a sus pares.

Considerando la relación entre la escolarización y los ingresos como guía, los investigadores estiman que los cierres de escuelas por la COVID-19 hasta el momento podrían causar una pérdida de ingresos de 17 billones de dólares a lo largo de las vidas de los niños afectados. Los cierres adicionales en 2022 aumentarían ese monto.

¿Qué podemos hacer?

La prioridad debe ser mantener las escuelas abiertas. El costo de los cierres de escuelas es inaceptablemente alto y probablemente sea mucho más duradero que el costo de las cuarentenas en otros sectores de la economía.

La evidencia sugiere que las medidas de mitigación de la COVID-19 —entre ellas, el uso de tapabocas de calidad, la vacunación de los docentes y alumnos elegibles, y la mayor ventilación posible— pueden reducir el riesgo de transmisión en las escuelas. Si se implementan esas medidas, la probabilidad de contraer COVID-19 en la escuela sería mucho menor que en la mayoría de los demás entornos, especialmente en bares y restaurantes donde no es posible usar tapabocas.

Pero aunque las escuelas hayan abierto nuevamente sus puertas, eso no significa que todo volvió a la normalidad. Los trastornos que generó la COVID-19 profundizaron las desigualdades educativas existentes, e hicieron que enseñar y aprender sea más difícil. Por ese motivo, las escuelas deben evaluar primero en qué medida esos trastornos perjudicaron el aprendizaje de los estudiantes. Los distritos escolares tienen entonces que permitir a los docentes que ajusten la enseñanza para reflejar la situación educativa real de los niños, no la deseable. Esta ha sido una de las principales lecciones de la investigación educativa. La aplicación de este enfoque a los alumnos de escuelas secundarias en Chicago tuvo como resultado un aumento del 20 % en sus calificaciones, y en Uttar Pradesh, India, se duplicó la cantidad de niños capaces de leer un párrafo o una historia.

Para esto, los docentes necesitarán asistencia. Enfrentan ahora aulas con una mayor dispersión en el nivel de aprendizaje que antes, y muchos deben solucionar nuevos desafíos (como arreglárselas simultáneamente con la enseñanza remota y la presencial). Las investigaciones muestran que una manera eficaz de mejorar los resultados educativos puede ser proporcionando planes de lecciones guiadas. Y docenas de estudios en países con altos y bajos ingresos mostraron que las tutorías individuales o en grupos pequeños mejoran las notas de los estudiantes en dificultades.

Finalmente, debemos aprovechar algunos de los beneficios que surgieron durante la pandemia por innovaciones educativas. En EE. UU. muchos padres que habitualmente tienen poca interacción con las escuelas de pronto se vieron obligados a ayudar a sus hijos con las lecciones en línea. Aunque ese grado de participación es insostenible en el largo plazo, los experimentos en Francia y Chile mostraron que los niños salen beneficiados cuando sus padres están más conectados con las escuelas. En Botsuana la falta de nociones elementales de aritmética cayó un 31 % en los distritos escolares que se mantuvieron en contacto con los padres y los niños a través de mensajes de texto y llamados telefónicos mientras las escuelas estuvieron cerradas.

Aunque la pandemia perjudicó en gran medida el aprendizaje de los estudiantes, las acciones urgentes, a gran escala y eficaces por parte de los gobiernos y los líderes educativos podrían frenar el aluvión. Sin esas intervenciones, el grado actual de reducción del aprendizaje causado por las interrupciones escolares producirá pérdidas de billones de dólares por la caída de la productividad. Y es inevitable que haya nuevas crisis. Establecer ahora sistemas que permitan mantener abiertas las escuelas en esas circunstancias nos ayudará a proteger a nuestros niños y nuestro futuro.

***

Traducción al español por Ant-Translation

Susan Dynarski, profesora de Educación en la Escuela de Posgrado de Educación de Harvard, es investigadora asociada de planta en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas y Carnegie Fellow 2020. Rachel Glennerster, ex economista jefe del Departamento para el Desarrollo Internacional del Reino Unido y ex directora ejecutiva del Laboratorio para la Acción contra la Pobreza Abdul Latif Jameel (J-PAL) del MIT, es profesora en la División de Ciencias Sociales de la Universidad de Chicago.

Copyright: Project Syndicate, 2022.
www.project-syndicate.org


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo