Perspectivas

Eduardo Liendo: el niño “más libre que nadie” celebra ocho décadas de vida

12/01/2021

Eduardo Liendo retratado por Roberto Mata | RMTF

Si llevas tu infancia contigo nunca envejecerás

Tom Stoppard (dramaturgo, guionista británico)

En una apacible mañana dominical, Francisco José y Rosa esperaban con ansias la llegada de otro integrante. Debieron aguardar a que Rosa terminara el trabajo de parto para saber si por fin llegaría la niña o si a Héctor y a Francisco se les uniría un compañero de travesuras.

A las 10:30 a.m. se escuchó, en la sala de parto de la maternidad Concepción Palacios, el llanto de aquel rozagante bebé: ¡otro varón!

Se llamaría Eduardo Liendo Zurita. Más tarde completarían la familia Zaida, la esperada hembra, y luego Enrique, el menor.

Francisco José, oriundo de La Guaira, dedicó su vida a la talabartería, oficio que ejercía con esmero y para el que poseía «diestras manos de artesano», como escribió Eduardo en el texto Las manos de mi padre. Ese talento innato lo potenció en una escuela de Artes y Oficios, de esas que todavía existen en Caracas.

Así fue creando cinturones, carteras, maletines, polainas, fornituras, arreos de caballería y otras piezas que satisfacían a la más exigente clientela, al tiempo que le permitía poner en la mesa el sustento diario y cumplir con las responsabilidades que demanda la crianza de cinco hijos.

Entretanto, Rosa velaba por el orden de la casa y el cuidado de los cuatro varones y de la niña. En este hogar modesto, el afecto era tan importante como la honestidad y la integridad personal. Eduardo creció inspirado por buenos ejemplos; los juguetes costosos, las piñatas, la vestimenta de marca eran lujos poco asequibles, pero sus padres no escatimaban en proporcionarle felicidad desde el respeto y el amor.

Infancia libre y feliz 

El párvulo dio sus primeros pasos en la esquina de Peligro; luego se mudaron a El Silencio. Al descubrir el parque El Calvario, plantó bandera y demarcó ese territorio como patio de juegos: trompo, perinola, metras, pelotica de goma, chapita con palo de escoba eran sus formas de entretenerse. 90 escalones separaban la calzada de aquel oasis en el que exudaba alegría, mientras correteaba entre los bustos de Teresa Carreño y Cervantes. «Fui un niño más libre que nadie», expresa con satisfacción. Sus meriendas después del colegio sabían a Ovomaltina, a helado de mantecado o a algún quesillo preparado por su mamá.

Durante las vacaciones, su papá lo llevaba a la talabartería de unos alemanes donde laboraba. Le asignaba algunas tareas que recompensaba con generosidad. De esta manera, Eduardo aprendió el valor del trabajo mientras escuchaba a su papá silbar y cantar. «Tenía linda voz y tenía muchos cuadernos con apuntes», evoca. Piensa que su padre tenía inclinación por la escritura.

También elogia a su tía Carmen Liendo, una de las más destacadas sopranos de Venezuela. La primera venezolana que cantó en la Scala de Milán; una voz privilegiada que compartió escenario con Antonio Lauro, Inocente Carreño, Manuel Pacanins, Julio Liendo y otros, bajo la dirección de Vicente Emilio Sojo. Eduardo reconoce que le hubiese gustado ser cantante como su tía Carmen o como Agustín Lara, su predilecto.

En su infancia siempre hubo libros porque su padre los apreciaba, leía literatura, historia y otros temas. Para Eduardo, la libertad no estaba solo en el parque sino en las páginas de los numerosos títulos que llegaban a su casa: «Descubrí tardíamente que mi papá era un hombre de avanzada», reflexiona al evocar la diversidad de textos que adquiría su progenitor.

De los libros que ocuparon su niñez, afirma que todavía conserva una impresión de dos volúmenes: Cuentos de hadas chinos e Historias de dragones, «que estaban hermosamente ilustrados».

Era ávido lector de suplementos e historias ilustradas, especialmente de una saga titulada «El caballero del antifaz» publicada en España,  Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain. Tarzán de los monos, de E. R. Burroughs; Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, pasaron por sus manos y fueron maná para su intelecto. Incluso en la adolescencia, siguió deleitándose con lecturas cada vez más profundas como Balzac, de Stefan Zweig, la que definitivamente lo marcó.

Adolescencia soñadora, juventud rebelde

Los Liendo Zurita cambian de residencia a Los Jardines del Valle. Francisco remienda los zapatos a los muchachos, y lo que sea necesario. Expande sus fuentes de ingresos y comienza a vender productos importados, por catálogo. Rosa alterna sus labores domésticas con un pequeño negocio familiar en el que vendían un poco de todo.

«Mi mamá fue una mujer especial. Nunca se quejó. Me vengo a dar cuenta de eso ahora que estoy viejo. Ahora es que uno se da cuenta de los esfuerzos que hacen los padres. Yo apenas pude con una (su hija Olivia), y Yeska (su esposa) le puso muchísimo pulmón. ¡Imagínate! Nosotros éramos cinco muchachos», reconoce.

Con admiración, recuerda que su mamá fue la primera mujer en vestir pantalones en Los jardines del Valle, y aunque le parecía «detestable» y pese a que a él no le gustaba, admite que fue una osadía para la época. Su padre respetó la decisión.

Poco a poco fue prosperando el comercio. La ventana que Francisco transformó en vitrina, atraía nueva clientela. Eduardo disfrutaba del emprendimiento familiar: «Me dieron un sweater a cuadros que vi en el catálogo y me encantó».

Soñador confeso, en el inventario de bienes materiales no adquiridos incluye un futbolito y una mesa de billar. «Soñaba con tenerlos. Me jubilaba de clases para jugar». El devenir del tiempo fue sustituyendo sus deseos, la atención estaba más enfocada en asuntos del corazón. Para el romance había tiempo en Los Caobos, pero ya en el preludio de la mayoría de edad despertaron las pasiones ideológicas. Su quimera lo llevó a la lucha armada, lo que le costó seis años de cárcel.

Mucho se ha contado acerca de este período de su vida que, además, le costó el exilio en la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Sin embargo, Eduardo, joven, soñador e intrépido como era, no se amilanó. Los años en la cárcel lo consolidaron como lector y avivaron su deseo de escribir.

La verdadera musa 

Su fiel apego a las convicciones democráticas, la conciencia crítica y el interés de mantener sus principios de justicia social y de progreso con el país, lo llevaron a virar su camino porque «no quería ser perdedor dos veces y fracasar totalmente en la vida». Es cuando decide impregnar de tinta su inspiración y dejar que la pluma comenzara a danzar sobre el papel.

Siempre ha estado comprometido con el país y con su entrañable Caracas. Así ha forjado sus principios, esos que lo han hecho transitar con tino por senderos exitosos.

Reside en Los Palos Grandes desde hace muchos años, donde ha compartido con los vecinos en el café de la plaza, en el supermercado, en librerías, en el Centro Plaza, en el Wendy´s o en cualquier esquina. Recientemente, le dedicaron un mural de una de las avenidas principales.

Uno de los logros que ostenta con mayor orgullo es su familia: su esposa, por más de 40 años, Yeska (Estela Martha) Morúa, argentina de nacimiento, venezolana por elección, con quien procreó a Olivia, destacada periodista radicada en Estados Unidos. El rol de abuelo de Paula, su nieta que el próximo mes cumplirá seis años, ha tenido que ejercerlo desde la virtualidad. Aun así la dicha es indescriptible.

Yeska lo ha acompañado más de la mitad de su vida como brújula y como base de su carrera. Con ella ha compartido su afición por el cine, por la música y por los libros, mujer de arte y de gusto exquisito.

Sin esa dosis de paciencia, sin esa sonrisa que es faro en la niebla, sin la gallardía que implica haber guardado sueños propios para sumar arrojo a los anhelos comunes, quizás las musas de Eduardo no hubiesen encontrado el edén.

Fecundo como un mango

A Eduardo le fascinan los mariscos, el atún; su fruta preferida es el cambur:  «No hay otra cosa más deliciosa que un cambur. Yeska me prepara unos banana split muy buenos», sonríe y comenta que puede ser que para su cumpleaños celebren con uno.

Al preguntarle a qué árbol se parece Eduardo Liendo, responde: al mango, “porque da frutos, porque es fecundo, porque da sombra, porque en mi casa siempre hubo mangos en el Prado de María, porque en mi escuela, la Experimental Venezuela había mangos, porque íbamos a buscar mangos al parque El Calvario y a Los Chorros, aunque prefiero el de bocado al de hilacha”.

Se parece al mango porque Eduardo es tan venezolano como esa fruta que tan bien nos representa. Es un mango del Caribe porque la literatura que nos ha ofrendado durante su prolífica trayectoria es cálida y es un suculento manjar. ¿Quién puede resistirse ante un apetitoso mango? Nadie. Tampoco podemos hacerlo ante las letras de Eduardo.

Desde que escribió El Mago de la Cara de Vidrio en 1973, su primera novela, se convirtió en referencia imprescindible para incontables estudiantes que en sus años escolares han leído y analizado esta obra que aún en la actualidad mantiene vigencia y continúa leyéndose en nuestras aulas al punto de ser considerado libro de culto.

Ha compartido su sapiencia y pericia, desde la Academia, en la Universidad Católica Andrés Bello con talleres en los que estuvieron Yolanda Pantin, Krina Ber, Pakriti Maduro; en el Centro de Estudios Latinoamericano Rómulo Gallegos, y como profesor invitado en la Universidad de Colorado, Estados Unidos (1996), donde experimentó vivencias invaluables junto a Yeska y Olivia.

Su destacada trayectoria como escritor, eminente novelista, cuentista y ensayista contemporáneo lo ha hecho acreedor de numerosos reconocimientos como la mención honorífica en el Premio de Ficción de la ciudad de Caracas en 1978 y el premio de humor Pedro León Zapata en 1981, obtenidos por su novela Mascarada. En 1985 recibió el Premio Municipal de Literatura, y en 1990 el premio del CONAC. Y más recientemente, en abril de este año, recibió el en el 7° Festival de la Lectura Chacao, donde le fue conferida la orden “Juan Liscano” (2015) y el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Cecilio Acosta del Zulia (2015).

De igual manera, su obra ha sido conocida allende nuestras fronteras. Dos de esas destacadas expresiones internacionales fueron Clásicos de la literatura Universal de Ediciones Nuevo Mundo (España, Argentina, Colombia, Chile, México, Venezuela, 2000) y la de Editorial Arte y Literatura (Cuba, 1990).

Liendo ha forjado su identidad de escritor, sobre la base de un valor que estima imprescindible para alcanzar cualquier propósito de vida: la persistencia. Esa es su mayor baluarte y su mejor legado a escritores en ciernes.

Esa persistencia, su pasión por las letras y amor por el país, ha labrado una senda que todos los venezolanos deberían transitar porque sus textos son reflexiones ineludibles. Con el ejercicio  de su escritura ha contribuido a forjar el pensamiento de la sociedad venezolana, ha logrado despertar la moral y reflexión colectivas en búsqueda del bien común.

Vejez dolorosa

«Con la vejez empieza el dolor», resiente a pocos días de cumplir ocho décadas de vida. El mal de Parkinson que lo aqueja desde hace algunos años, no le ha dado tregua. Sin embargo, él le pide taima, se le escabulle y vuelve a insuflar sus denuedos con más escritura-lectura-literatura.

Lo más satisfactorio que le ha dado la vida «es vivir». Se refiere a vivir de manera digna y con la satisfacción de haber alcanzado metas importantes. Puede que su vigor haya menguado, que su movilidad y coordinación física estén disminuidas, pero su agudo sentido del humor, esa perspicacia que tiene para improvisar un chiste y provocar en sus interlocutores una sonrisa al minuto de conversar con él, siguen ahí.

Su signo en el horóscopo chino es el dragón, caracterizado por nunca cansarse de trabajar y perseguir sus sueños, aunque a veces peque de egocéntrico y egoísta. La figura del dragón interesó a Eduardo desde muy chico, al punto de escribir un código.

Flotando en el tiempo 

La sapiencia que demuestra en su oficio para registrar el imaginario latinoamericano, la fecunda imaginación y esfuerzo investigativo que lo caracterizan, es impronta que deja manifestación escrita.

Huelgan las razones para celebrar la vida del niño que sigue «flotando en la magia del tiempo», como escribió Antonia Palacios en El largo día ya seguro.

Cuando la oscuridad nos agobia, la mejor manera de iluminarnos es con la palabra y eso es lo que hemos recibido de este escritor: luz a través de sus letras, una flama que no se apagará jamás.

 

CODIGO DEL DRAGON (texto inédito de Eduardo Liendo).

En medio de todos, sin desplantes ni arrogancias, se sabe dragón y singular, jamás atenta contra su propio decoro.

1- Es soberano y solidario, transmite optimismo y entusiasmo. Cree en la fuerza de la sonrisa.

2- Cuida el estilo, la gracia y la entereza, y huye del ridículo  y del desaliño como de la peste.

3- No olvida que jamás se está fuera de la escena, ni en el propio sueño, ni siquiera en los predios de la muerte.

4- Busca la armonía con la oportunidad y nunca la mira pasar con indiferencia.

5- Si da un traspié recuerda en el acto que es un dragón y ello le basta para recuperar la prestancia y el ánimo.

6- Si alguna vez es herido en el pecho, reanimará su corazón con un velo de orgullo invulnerable.

7- El ingenio, el buen humor y la protección de la buena fortuna son sus mejores flechas de seducción.

8- Reconoce que su fuente de poder radica en la imaginación libérrima y la magia de la palabra que aspira  a trascender.

10- Cultiva la serenidad como aquilatada cualidad del espíritu

11- No cultiva la temeridad, pero si alguna situación reclama su audacia, no eludirá enfrentar una jugada decisiva si fuese indispensable.

12- Rechaza por principio el vicio que embota facultades, degrada la imagen y envilece la mente. Bebe vino con moderación.

13- No basta con ser un dragón, también hay que parecerlo.

14- Rehuye de la ordinariez primitiva, sabe que lo mejor de sí es frut o de la imaginación, el arte  y la inteligencia, El Código del Dragón  será para ti un  credo voluntario y su emblema: Yo el Dragón, el elegido.


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