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Pour tout dire d’un mot, les causes, en histoire pas plus qu’ailleurs, ne se postulent pas. Elles se cherchent… Así, con puntos suspensivos, termina uno de los libros más influyentes de la historiografía del siglo XX. La frase simplemente se corta, sin demasiado sentido, y los puntos fueron colocados por el editor, como indicando que quedaron muchas cosas por decir. Era el detalle que faltaba para terminar de construir la leyenda. Todo lo que el autor había hecho cierra con un golpe trágico, casi de ópera: las circunstancias en las que escribió el texto y, sobre todo, aquellas que le impidieron terminarlo. Lo primero, el ostracismo de ser judío en la Francia ocupada y los sobresaltos que generaba ser de la Resistencia; lo segundo, la gran redada organizada por Klaus Barbie después del desembarco en la Normandía, en la que es detenido, enviado a la cárcel de Montluc, sometido a golpes y baños de agua helada y, cuando los torturadores consideraron que ya era imposible arrancarle delaciones, fusilado el 16 de junio de 1944. Se trata de Marc Bloch, entonces un afamado profesor que está a dos semanas de cumplir cincuenta y ocho años, y el libro es la Apologie pour l’histoire ou Métier d’historien. Ambos cambiaron la forma en la que estudia y escribe la historia. Es decir, cambiaron la forma en la que el mundo se mira a sí mismo.
Cuando estamos celebrando los ochenta años del Día D, es necesario recordarlos a los dos. No sólo por lo que Bloch representa para la historia -y, con eso, para la humanidad- sino también porque recuerda aspectos de aquella fecha que suelen pasarse por alto y que, hoy más que nunca, demuestran su vigencia. Por ejemplo el papel de la Resistencia que, comprensible, aunque también injustamente, siempre es opacado por el tamaño del desembarco en la Normandía; el sufrimiento de la población civil, que puso casi tantos muertos como los ejércitos; y, sobre todo, la tragedia que todo aquello significó para Francia, un país mucho más dividido de lo que suele admitirse, en el que la Milice del gobierno colaboracionista apoyó con entusiasmo a hombres como Barbie, la policía se encargó de las redadas de los judíos, que entregaron después a las SS, y en la que no fueron pocos los ciudadanos que consideraron que, ante el avance de la izquierda, las infinitas peleas de los políticos y su completa incompetencia manejando la guerra, Hitler era un mal menor. El ochenta aniversario del Día D y del fusilamiento de Bloch ocurre en medio de un gran triunfo electoral de la extrema derecha en Europa, muchos de cuyos partidos son herederos directos de los colaboracionistas, con líderes que se muestran muy condescendientes con la invasión rusa a Ucrania. Es decir, aquello que llevó a Bloch al paredón no está tan atrás como podría suponerse. Una de las grandes frases de su libro inconcluso, l’incompréhension du présent naît fatalement de l’ignorance du passé (la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado), se vuelve a confirmar: la hora actual sólo puede ser realmente comprendida si tenemos al menos una idea de lo ocurrido hace ochenta años.
Bloch tiene todo para ser el héroe de la historiografía del siglo XX que es, pero, precisamente por eso, para ser odiado por los nazis y fascistas de su momento (y acaso por sus sucesores contemporáneos): intelectual, judío y comunista era algo así como la síntesis de aquello que querían eliminar por el bien del Travail, famille, patrie, la Europa y la civilización cristiana tal como las concebían. Bloch había nacido en Lyon, en 1886, en el seno de una familia de optants, es decir, de alsacianos que emigraron a otros puntos de Francia cuando Alsacia fue incorporada al Reich alemán en 1871. Para más señas, su padre, Gustave Bloch, era profesor de historia, por lo que Marc llega al mundo en un entorno muy nacionalista, intelectual y republicano. Aunque judíos, los Bloch estaban muy laicizados e integrados al resto de la sociedad. Son rasgos que mantendría toda su vida. El joven Marc decide seguir el camino de su padre y se inscribe en la Escuela Normal Superior, de la que egresó como profesor de Geografía e Historia en 1908. Los siguientes seis años los pasó dando clases en liceos, experiencia que fue clave para sus ideas de la historia y para sus reflexiones acerca de su didáctica (otro libro que el fusilamiento le impidió culminar). Cuando en 1914 estalla la Primera Guerra Mundial, el joven profesor es llamado a las filas. Como era de esperar en un optant, es un soldado muy comprometido, que termina la guerra con el grado de capitán y la Legión de Honor en su pecho.
En 1918 Alsacia retorna a Francia y el optant tiene la oportunidad de volver a la tierra de sus mayores. Del mismo modo, la famosa Universidad de Estrasburgo, ahora reconvertida en una universidad francesa en las que las clases, como es de esperar en medio del revanchismo de la época, pasan a ser sólo en francés, se convierte en una oportunidad laboral para que jóvenes profesores franceses ocupen el espacio de los profesores de habla alemana. De ese modo Bloch y otro profesor de liceo, Lucien Febvre, encuentran, además de una posición, un terreno virgen para experimentar, sin la supervisión de viejos académicos a los que rendirles cuentas. Aunque discrepan en varias cosas, son buenos amigos y coinciden en lo esencial: la historia tal como se venía estudiando se había quedado muy atrás con respecto a las ciencias sociales. Por una parte, la historia tradicional, basada en el relato de hechos y el estudio de grandes personajes, guerras y política, daba una explicación muy limitada de la realidad. Por la otra, los grandes científicos sociales franceses de finales del siglo XIX, simplemente habían generado una nueva visión de la humanidad y su destino ante la que los historiadores no podían seguir indiferentes. La sociología de Emilio Durkheim, la geografía de Paul Vidal de La Blanche, los estudios antropológicos de Lucien Lévy-Bruhl, la psicología social de Maurice Halbwachs, dejaban pálidos a los trabajos de la mayor parte de sus historiadores coetáneos. Era necesario hacer una revolución, y Estrasburgo, donde se estaba formando una universidad casi desde el principio, era el lugar ideal para ello. Además, Bloch y Febvre se sentían con las ganas y las fuerzas para la tarea.
De ese modo, a inicios de los años veinte comienza lo que Peter Burke ha llamado la Revolución historiográfica francesa, que en unas décadas se hizo global. La historia, postulan, debe estudiar problemas sociales, en diálogo con las ciencias sociales. No se trata de, por ejemplo, narrar una batalla, de contar los hechos de un reinado o la biografía de un grande hombre. Se trata de explicarlos con base en las grandes variables sociales, culturales y económicas de su tiempo. Confrontarlos con las estadísticas, lo que arroja la arqueología, lo que puede explicar la psicología. No es que la escuela alemana no haya dicho muchas de esas cosas: de hecho, Bloch y Febvre sólo son explicables con base en esa tradición que estudian y atienden mucho (su nacionalismo nunca llegó al extremo oponerse de base a lo alemán, con lo que eso podía significar en el Estrasburgo de 1920, donde justo se quería borrar el pasado del Reich). Tampoco es que la escuela positivista del siglo XIX no hubiera avanzado en esa dirección. Bloch y Febvre fuero posibles por el camino abierto por Charles-Victor Langlois y Charles Seignobos, incluso por encima del encono de Febvre hacia los positivistas, exagerado desde nuestro visor actual y, probablemente, atizado por conflictos puntuales con coetáneos suyos. Pero la diferencia fundamental es que abandonaron sus ideas deterministas de raza y geografía, su visión lineal de la historia, su confianza en la evolución y el progreso. Se suele decir que el marxismo jugó un papel clave en las nuevas ideas de Bloch y Febvre, pero leyéndolos da la impresión de que, si tuvo alguna importancia, fue más bien puntual. Sí, lo de la importancia de la economía, el carácter dinámico de la historia o el papel del sujeto histórico en condiciones no escogidas por él, había sido, sin duda, ya señalado por el marxismo, pero Febvre y Bloch no discurren como marxistas, mucho menos marxistas de la era de la III Internacional, con sus categorías de manuales. Los reyes taumaturgos, publicada por Bloch en 1924, sobre el poder milagroso que se le daba a la imposición de manos de los reyes en la Edad Media; y Un destino, Martín Lutero, publicada por Febvre en 1928, sobre el papel del individuo en la historia, ya tendieron el camino de la historia de las mentalidades y de la historia comparada contemporáneas.
En 1929, para dar salida a sus investigaciones y a las de los historiadores que compartían sus inquietudes, fundaron las revista Annales d’Histoire Economique et Sociale. El nombre indicaba muy claramente de qué iba la propuesta: una historia centrada en los económico y social frente a la vieja historia política, y además para ninguno pasó desapercibido que se llamaba como los Annales de géographie de Vidal de La Blanche. Al movimiento que se nucleó en torno a ella se la conoce como Escuela de los Annales, y en los siguiente cincuenta años le dieron a la historiografía francesa el liderazgo en la disciplina. Muchos de los nombres esenciales de la disciplina del siglo XX estuvieron asociados, en mayor o menor medida asociadas a los Annales: Fernand Braudel, Geoges Duby, Jacques Le Goff, Ernest Lambrousse, Emmanuel Le Roy Landurie, Philippe Ariés, Pierre Chaunu, Roger Chartier, Pierre Nora, Michel de Certau y Marc Ferro, por sólo nombrar a los muy famosos. Bloch nos enseñó que los historiadores debemos explicar, no juzgar, pero con respecto a los Annales esto es casi imposible: el balance simplemente es impresionante. Incluso la historiografía anglosajona, por mucho tiempo poco entusiasta de la francesa, terminó dejándose seducir por los Annales, y si hoy el liderazgo se inclina hacia autores de habla inglesa, varios de ellos son franceses como Peter Burke y Roger Darton.
Annales d’Histoire Economique et Sociale nacieron justo en el año del Crash de Nueva York, por lo que sus inicios no fueron fáciles. Siempre al borde de la quiebra y con una relación entre Bloch y Febvre que no siempre fue de miel sobre hojuelas, tuvo que abrirse camino en un entorno cada vez complicado. Europa se va hundiendo en los conflictos que en una década llevarían a otra guerra, aún peor que la de 1914. Pero son años en los que Bloch alcanza su madurez. La historia rural de Francia (1931) y su célebre Sociedad feudal, en dos tomos (1939-1940), se convierten en clásicos instantáneos. Pero la historia vuelve a interponerse en la vida del historiador: estalla finalmente la tan temida como esperada guerra y Bloch, tan patriota como siempre, se presenta a las filas a los 53 años de edad. Se le reconoce el rango de capitán que había alcanzado en 1918. Un capitán demasiado viejo para dirigir una compañía en el frente, pero capitán al fin, que se destina al servicio de transporte. Nuevamente sus servicios son distinguidos, pero esta vez Francia de desmorona en seis semanas. El shock de toda la sociedad queda reflejado en un texto que escribió durante la ocupación, La extraña derrota, publicado póstumamente. Para Bloch comienzan los días de “los peores dolores y las peores ansiedades personales y colectivas”, como los define en la dedicatoria a Febvre de su Apologie pour l’histoire ou Métier d’historien.
Alsacia es reincorporada a Alemania y su universidad, una vez más, geremanizada. En cuanto ciudadanos del III Reich, los jóvenes alsacianos son incorporados a la Wehrmacht y a la universidad se envían profesores de habla alemana. De hecho, se convierte en uno de los grandes centros de experimentación nazi con judíos y prisioneros de guerra. Por otro lado, el gobierno colaboracionista que se estableció en Vichy publicó un Estatuto de los Judíos, a imitación de las leyes nazis, por el que es separado de sus cargos. Su biblioteca personal, además, es requisada y enviada a Alemania. Bloch regresa a su Lyon natal. Jacques Chavalier, el ministro de educación colaboracionista, lo aprecia y decide ayudarlo: le da un permiso excepcional para que vuelva a dar clases, y después le consigue un salvoconducto para que se marche a Estados Unidos. Bloch, sin embargo, decide quedarse y se incorpora a la Resistencia.
Es en esos años de angustia y persecución que escribe su obra más famosa, Apologie pour l’histoire ou Métier d’historien, que en español conocemos como Introducción a la historia, porque fue el título con el que lo publicó el Fondo de Cultura Económica en 1952. No es extraño que haya decidido reflexionar sobre aquello a lo que había dedicado su vida. El texto es un ensayo en el que trata de responder una pregunta de su hijo Etienne: “Papá, explícame para que sirve la historia”. Así, poco a poco, va organizando toda su ars histórica: la relación de la historia con el presente (comprender el pasado por el presente, y comprender el presente por el pasado), la necesidad de la historia social, la historia como ciencia del hombre en el tiempo (y no sólo en el pasado), aspectos metodológicos clásicos (sí, muchos de ellos ya presentes entre los positivistas), como la observación histórica y la crítica. El resultado es un ensayo de unas ciento cincuenta páginas que hoy leen -directamente, o a través de intérpretes- todos cuantos se forman para ser historiadores.
Cuando el 6 de junio de 1944 ocurre el esperado desembarco aliado en la Normandía, Bloch estaba escribiendo este ensayo y diseñando otros proyectos, en tanto que trataba de sobrevivir (y probablemente de no enloquecer) de algún modo. Los días que siguen son de esperanza, pero también de mucha angustia. Por momentos, todo parece que va a salir mal. A pesar de la Fortaleza del Atlántico, los aliados logran, con gran esfuerzo, hacer una cabecera de puente, pero por dos meses el frente se estancó en la Normandía. Ciudades enteras fueron destruidas, bien por bombardeos o por convertirse en campos de batalla, en las que casa a casa los aliados son detenidos. Se calcula que tuvieron casi cuarenta mil muertos, ¡cuarenta mil en dos meses! Los soldados de ambos bandos saquean casas y violan mujeres. Los desplazados que huyen de un sitio a otro. Muchos se preguntan si de verdad no les iba mejor con los alemanes. Mientras el mundo contiene el aliento, asustado por un posible éxito de la Wehrmacht en Normandía, pero esperanzado por la abrumadora superioridad material americana y británica, la Resistencia contribuye volando vías férreas y generando bastante caos en las líneas de suministros. Por eso las autoridades de ocupación decidieron ahondar la persecución, detener a todos los sospechosos, torturar para arrancar confesiones, hacer fusilamientos ejemplarizantes. Millares de civiles franceses, probablemente la mayoría sin tener ninguna participación en las acciones de sabotaje, son encarcelados o ejecutados en aquellos días. Los habitantes del pueblo de Oradour-sur-Glane fueron masacrados por las SS en un acto de castigo colectivo (la masacre incluyó a todos los niños que hallaron). Klaus Barbie, jefe de la Gestapo en Lyon, redobló las prácticas por las que se le conoció como el “Carnicero de Lyon”. Bloch es detenido en aquella redada.
Al final la Wehrmacht se retira de Normandía, pero logra escapar con gran parte de su ejército intacto, cosa que ayuda a explicar su sorprendente resistencia por ocho meses más (sorpresa que crece cuando se toma en cuenta que, justo al mismo tiempo, en Rusia son destruidas la mayor parte de sus fuerzas en la Operación Bragation: sólo en esa operación mueren unos cuatrocientos mil, ¡cuatrocientos mil!, soldados alemanes entre junio y julio de 1944). Agotados y muy golpeados por las bajas, los aliados comienzan a avanzar y para todos queda claro que el destino de la guerra está sellado. El 24 de agosto entran en París. Aunque los alemanes perdonan a la Ciudad Luz, que no destruyen como ordenó Hitler, en su retirada continúan las masacres y asesinatos. En la derrota su deseo de venganza creció. La esposa de Bloch, Simone, cae enferma y muere en un hospital de Lyon el 2 de julio. Lo que le pasó a aquella familia permite compulsar la dimensión, en la gente normal, de a pie, de aquella tragedia.
Tras la guerra, Lucien Febvre asume las riendas los Annales d’Histoire Economique et Sociale. Hasta su muerte en 1956 será el gran líder de la Escuela, en gran medida su verdadero estructurador, que desde entonces ya suma cuatro generaciones. Febvre también se encargó de organizar los papeles de Bloch que encontró (gran parte de su archivo fue a parar a Alemania, donde en 1945 lo tomaron los soviéticos, por lo que no se supo de su paradero hasta la caída de la URSS). Afortunadamente, entre lo que consigue estaban las notas de la Apologie pour l’histoire ou Métier d’historien, que publicó en 1949. Es importante volver a leer libro, o hacerlo por primera vez si es el caso. Hay que insistir: no sólo se trata de la síntesis del pensamiento que cambió la forma de hacer historia, y con eso cambió el mundo, aunque no tanto como Bloch hubiera querido; sino que es además el testimonio de una época muy dura y tremenda que, infortunadamente y como nos gritan los medios y las redes a diario, no está tan atrás como habíamos soñado hace dos o tres décadas. L‘incompréhension du présent naît fatalement de l’ignorance du passé. Nunca olvidemos esto. Pour tout dire d’un mot, les causes, en histoire pas plus qu’ailleurs, ne se postulent pas. Elles se cherchent…
Tomás Straka
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