Telón de fondo

Cuando Venezuela no tenía ríos

Vapor de guerra "Reivindicador"

17/09/2018

La mayoría de los estudios sobre la incomunicación del país durante el siglo XIX se detienen en la ausencia de carreteras y en la tardía construcción de ferrocarriles, sin ponderar otro tipo de trabas para los contactos rutinarios y para el control político de la sociedad. En esta ocasión veremos cómo el abandono de los canales fluviales, crónico durante décadas, contribuye a hacer de Venezuela un país archipiélago. Se llega a extremos de aislamiento, debido a la dificultad casi insuperable de los contactos que habían dependido de la navegación de los ríos en un contorno que los tiene caudalosos y extensos, pero que llega al extremo de no poder utilizarlos.

Acudimos ahora a un par de informes poco conocidos sobre el asunto. En noviembre de 1842, el ministro del Interior recibe el siguiente oficio:

Vistos veinte y cuatro caudales que podían traficarse en el año de 1816, la situación es como anunciaban las cartas recibidas. Hay diez sin remedio en el llano, llenos de elementos de guerra inservibles, restos de barcos, ramas de árboles, árboles enteros y piedras llevadas por la mano del hombre. Los barcos no pueden pasar, por pequeño que sea el calado, ni pensando en el transporte de cargas ligeras. Hay cinco con probabilidad a partir de Cúpira, consiguiendo dinero y hombres para trabajarlos en unos seis meses. Para el sur del oriente está el resto, de los que se conoce una mejor situación, a pesar de no estar en perfecta condición. Con el presupuesto de obras del año en curso no se puede pensar en planes, para circular barcos mercantes y de pasaje. La decantada idea de buscar suscripciones de particulares y de invitar compañías para el movimiento comercial, tiene actualidad: para que no persistan los productos en su lugar de origen, para los viajes de las personas, el estudio del país, la difusión de las luces del progreso y el movimiento más desenvuelto de tropas.

En 1850, el oficial mayor del ministerio escribe para su superior un breve pero elocuente billete:

Puertos y comercio no pueden existir, si no hay ríos navegables. Siendo ese el caso, hay que empezar desde el principio con sesiones pensadas para iniciar un trabajo que tiene treinta años de parálisis. Los cuatro barcos nacionales que aventuran por el Orinoco no sirven de ejemplo. Media docena de barcos extranjeros, soliviantados con su bandera y tarifas, contribuyen al engaño.

Como los testimonios provienen de fuentes oficiales que elevan diagnósticos sombríos a la cabecera del gobierno, parece difícil que alguien se haga ilusiones sobre las posibilidades del tráfico fluvial durante los años abarcados por los informantes. Refieren a una situación que remonta a 1816 para llegar hasta la mitad del siglo, sin llamar la atención sobre alguna mejora emprendida por la autoridad o por la iniciativa privada. El segundo de los documentos llega a asomar la intención de estudiar el tránsito de los ríos como si jamás hubiera existido, dada la precariedad de su estado. Unas confesiones de tal naturaleza hacen que el historiador agregue el entuerto de la inutilidad de las corrientes de agua dulce al inventario de las soledades intestinas.

Pero, para ver cómo son de veras tales dificultades, se puede acudir ahora al testimonio del pintor Ferdinand Bellermann. En 1844, el artista alemán quiere viajar a Cumaná en una embarcación para captar las características del paisaje desde el mar y desde los ríos. Acompañemos su experiencia:

El 20 de mayo nos embarcamos en el Constitución, un buque de guerra venezolano donde pudimos conseguir pasaje gracias a que habíamos conocido al capitán Patist en Puerto Cabello. El barco debía recorrer la costa hasta el golfo de Cariaco en busca de barcos contrabandistas y además tenía que llevar a unos congresistas a Cumaná. El primero y el segundo días no hubo casi viento. Yo observé con interés el pico Naiguatá, montaña gemela de la Silla que es además la más alta de la cordillera, después rodeamos el cabo Codera. (…) El calor es inaguantable, por las noches dormimos en cubierta envueltos en mantas, muy incómodos, pues los señores diputados reclamaron los dos camarotes para ellos. (…) La tripulación no siquiera sabía maniobrar, porque en parte la acababan de reclutar en la Guaira.

El fragmento destaca la improvisación. El pintor se vale de contactos personales para adquirir boleto en un navío del Estado, sin facilidades para el transporte de particulares y cuyos tripulantes carecen de experiencia en el arte de navegar. El Constitución acepta de pasajeros a un extranjero que transporta materiales para sus bocetos y a unos representantes del Congreso, cuando debe cumplir la delicada misión de perseguir matuteros. La situación da una idea de cómo pueden ser laxos los requisitos para el viaje y las reglas durante el itinerario.

Ya en aguas del Orinoco, Bellerman describe un combate campal digno de atención. Dice así:

Anoche libramos una gran batalla contra los mosquitos, pero nos derrotaron horriblemente. El ataque fue tan furioso que creímos enloquecer. A la hora del té los mosquitos nos sacaron del camarote. El capitán trató de sacarlos a ellos a la fuerza rociando pólvora, pero fue inútil. A pesar de que tomamos las precauciones más ingeniosas, y de todo lo que nos tapamos, tampoco pudimos dormir nada en las hamacas colgadas en cubierta. El capitán se puso tres camisas, ropa de paño y botas altas, y se metió en un cobertor, y de nada le sirvió. Soportamos un tormento indescriptible (…) Solo ahora entiendo lo que informó Humboldt en sus viajes: que el gobierno español utilizó la región, tristemente célebre por los terribles mosquitos, como Rusia utilizó su Siberia, para desterrar allí a sus criminales. Para colmos, no teníamos un práctico para buena navegación. El último se había marchado a Angostura. El buque Contramaestre, que había salido de Puerto Cabello a Angostura dos días antes que nosotros, estuvo siete días varado aquí, donde estamos nosotros, y apenas hace dos días pudo volver a flotar.

El curioso crucero del Orinoco conduce los recuerdos al pavoroso aislamiento de Siberia. ¿Está exagerando Bellermann? No, si hace memoria de los itinerarios europeos de entonces, precavidos y llevaderos, precisos y mullidos que seguramente disfrutó.

En todo caso, sus peripecias no contradicen los informes de gobierno que acabamos de conocer, a través de los cuales se da cuenta de una situación de aislamiento interior que debe formar un tipo de mentalidad para la cual la idea del progreso no pasa de ser una quimera, o una locura metida en la cabeza de unos escritores desubicados. Lo rudimentario de la vida, expresado a través de la inutilidad de unas imponentes corrientes de agua que no sirven para mayor cosa, ofrece para el desarrollo material, para la posibilidad de establecerlo, unos escollos comparables con la dificultad de domesticar al padre de los ríos.


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