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Cuando el médico te receta migrar para no morir: venezolanos con VIH ponen a prueba al sistema de salud en Perú

09/12/2018

Fotografía de Nathalie Sayago

LIMA, Perú. – El médico le habló sin tapujos. “Si quieres vivir, te tienes que ir de Venezuela». Era diciembre de 2017. Aquel día, Alfonzo sintió que su diagnóstico de VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humano) no sólo lo empujaba a la muerte con apenas 37 años, sino que también lo desterraba de su país. “Me quedé en blanco (…) Pensé en mi pareja, en la posibilidad de haberlo contagiado. Repasé mi historia. Los nombres de mis anteriores relaciones. Tuve mucho miedo”, recuerda.

En ese momento, no tenía cabeza para pensar que si conseguía tratamiento podía vivir con VIH y evitar caer en etapa Sida. Su doctor llevaba semanas descartando cuál podría ser el origen de su malestar. Todo comenzó con una molestia en la rodilla. Luego vino el dolor en sus testículos. A las dos semanas, se le hincharon los pies. Pensaron en diabetes o en problemas circulatorios. Hasta que le apareció un herpes en la pierna y su médico le hizo la prueba de VIH que resultó positiva.

Lo vieron 10 especialistas. El panorama no era alentador. Requería hacerse un recuento de las células CD4 (glóbulos blancos que ayudan a organizar la respuesta del sistema inmunológico) y un estudio de carga viral, para detectar la cantidad de VIH en la sangre. Pero los laboratorios privados en Venezuela los cobran en dólares y Alfonzo ganaba tan solo 2 salarios mínimos como administrador, el equivalente a 4 dólares.

“Me angustiaba pensar que no iba a conseguir las medicinas”, dice. “Aparte, me estaba alimentando mal. Ya mi sueldo no me alcanzaba. Perdí 15 kilos”.

Sus pies, mientras tanto, seguían hinchados. Se tornaron púrpura. Pero no había manera de saber qué tenía por falta de reactivos. Su médico le volvió a insistir que se fuera. Le consiguió bajo cuerda dos meses de antirretrovirales y le sugirió irse a Argentina. Alfonzo buscó entonces información sobre países que brindaran tratamiento gratuito. En el camino, vendió todo. Pero una subida del precio del dólar en el mercado negro redujo sus ahorros a 600 dólares y Perú se convirtió en su destino final.

El sábado 24 de febrero llegó a Lima. Deshidratado, con los pies hinchados y el dinero justo para un mes de hospedaje y comida. Necesitaba ponerse a trabajar. Pero su prioridad era su tratamiento. El lunes tocó la puerta de la ONG SIDAVida, quienes lo llevaron a un hospital. Al día siguiente, logró hacerse el conteo de CD4, que le reveló que estaba en etapa Sida por tener un conteo de 150 glóbulos blancos cuando lo normal es 1.000. Le siguieron las consultas y al mes obtuvo su tratamiento.

“Sentí tanto alivio… Tuve la sensación de que ahora sí había un mañana”.

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En Venezuela no hay datos certeros ni actualizados. La última cifra de la Organización Panamericana de Salud (OPS) revela que para 2016 había 120,000 venezolanos con VIH y 71,000 estaban en tratamiento. El Estado es quien les suministra los antirretrovirales de forma gratuita. Una responsabilidad que asumió forzosamente, después que un tribunal dictara, en julio de 1999, una orden favorable a las personas con VIH.

“Venezuela ocupó los primeros lugares en atención a los pacientes con VIH”, afirma Alberto Nieves, director de Acción Ciudadana contra el Sida. “Pero, desde 2010 aparecemos en los informes de la OPS como el país con mayor desabastecimiento de la región. En abril de 2017 fue el último reporte de compra de antirretrovirales. A la fecha, tenemos más de 58,000 personas que carecen de medicamento”.

El desabastecimiento de antirretrovirales en el país que está sumido en una profunda crisis económica, ronda el 90%, lo que significa una sentencia de muerte para los venezolanos con esta condición. Frente a la escasez, muchos hacen uso intermitente de las pastillas, dosifican su inventario, toman el tratamiento de manera incompleta o, incluso, vencidos. Una práctica que tiene riesgo de generar resistencia y comprometer la efectividad.

Emigrar es la única salvación. Una opción forzosa a la que ha recurrido al menos 3 millones de venezolanos en los últimos dos años, como consecuencia del hambre y la hiperinflación.

Los pacientes con VIH acuden a Perú por ser uno de los países que garantiza el tratamiento de forma gratuita. Los primeros casos se presentaron a partir de 2017. En ese entonces, el Ministerio de Salud reportaba 200 venezolanos en tratamiento. Este año, se contabilizan 1,179 personas, de acuerdo con Byelca Huaman, representante del equipo técnico de la Dirección de Control de VIH del Ministerio de Salud.

Las ONG que trabajan a favor de las personas que viven con VIH y Sida en Perú, sin embargo, calculan que debe haber al menos 8,000 venezolanos con esa condición en el país. Incluidos, mujeres y niños.

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A Julio le diagnosticaron VIH cuando ni siquiera había cumplido la mayoría de edad. “Era un chamo. Vivía muy liberal”, dice ahora a sus 34 años. La enfermedad se le manifestó con infecciones bucales e inflamaciones en las amígdalas. Las afecciones eran recurrentes. Así que su doctora le recomendó hacerse la prueba y salió positiva.

Su condición, hasta entonces, era estable. Con episodios de enfermedades oportunistas que pudo combatir. Pero, a principio de este año, la escasez de medicamentos arreció. Así que comenzó a tomar el tratamiento de forma intermitente. Empezó a perder masa corporal. Tuvo brotes de herpes dos veces al mes. Hasta que le dio neumonía.

“Sentí miedo de morirme”, cuenta. “Un amigo ya había fallecido. Otro se fue a Colombia porque estaba muy deteriorado. Así que mi pareja y yo decidimos irnos a Perú”.

Llegaron a Lima el 17 de marzo de 2018. Tres días después estaban en las oficinas de la ONG AHF Perú. Un vinculador lo encaminó en el proceso de las consultas médicas y los exámenes. Incluido el conteo de CD4 y la carga viral, que no había podido hacérsela desde hace dos años. Los costos corrieron por cuenta de la ONG. Y ese día recibió tratamiento para dos semanas.

Los problemas vendrían después. El cambio de clima le generó una bronconeumonía que lo dejó en cama. No tenía ahorros. Solo traía lo justo para renta y comida. Su mejor opción era ingresar al Sistema Integral de Salud (SIS), que garantiza el pago de gastos médicos a las personas de pobreza extrema y condición vulnerable previa evaluación socioeconómica. Sin embargo, el Permiso Temporal de Permanencia (PTP) que otorga Perú a los venezolanos no permite el acceso a este beneficio.

Mes y medio le tomó obtener el carnet de extranjería como persona vulnerable. Un proceso demorado y costoso. Al SIS gratuito, todavía no ha podido acceder.

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César Gálvez, presidente de la ONG Illari Amanecer, viene acompañando desde julio de este año a los venezolanos con VIH que buscan ayuda en Lima, donde se concentra 74% de los casos. Cada vez que se encuentra con alguno le sorprenderle el deterioro físico con el que llegan tras seis meses o más sin tomar el tratamiento. Ya cuenta cinco jóvenes que han fallecido por complicaciones asociadas al Sida. En total, las ONG registran ocho muertos. El Ministerio de Salud solo habla de 4.

“No quiero contar un muerto más”, afirma Gálvez.

Las trabas burocráticas y la discrecionalidad en los tiempos de respuesta hacen que una persona con esta condición le tome hasta tres meses el ingreso al sistema de salud público de Perú. Un tiempo que para estos pacientes resulta demasiado riesgoso.

Hasta hace tres años, el ingreso de las personas con VIH al SIS era automático. Pero la norma se suspendió. Nadie se explica por qué. Ahora, existe un proyecto de ley para exigir su reanudación, según explica Marlon Castillo, director de la ONG Givar. Pero se requiere un presupuesto de 50 millones de dólares para su implementación durante los próximos tres años. Una vieja deuda que tienen el Estado con 72,000 peruanos con VIH.

La sociedad civil se mantienen presionando porque sabe que la llegada de los venezolanos en condición crítica de salud no se detendrá. Y el Ministerio de Salud de Perú lo reconoce. “Para el año que viene se tiene previsto un ajuste adicional de 10% para la compra de medicamentos antirretrovirales en respuesta a este crecimiento de la demanda”, afirma Huaman.

Pero no se trata solo de presupuesto. “Para atender estos casos de VIH se requiere una respuesta multisectorial”, afirma Alberto Stella, director de ONU Sida Perú. “Ser creativos para promover la prueba, porque tenemos personas que podrían tener VIH y no lo saben. Necesitamos un trabajo en los albergues para evitar la discriminación, agilizar los procesos migratorios y hacer un estudio de resistencia a la población. Hay que garantizar una estructura adecuada para permitirles a los venezolanos acceder al derecho a la salud”.

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Tras su llegada a Perú, los pies de Alfonzo no mostraban mejoría. Necesitaba que lo viera un dermatólogo, pero le resultaba difícil conseguir una cita en el hospital. Cinco meses después, un especialista lo evaluó y le practicó una biopsia. El resultado: positivo. Tenía Sarcoma de Kaposi, una lesión en la piel que suele afectar a las personas con deficiencias en el sistema inmunológico.

«Ya había asimilado que tenía VIH. Ahora, cáncer. Otra condición de salud crónica. Fue rudo. Pero si estuviera en Venezuela, no lo estaría contando», afirma.

En Perú, no se veían casos de Sarcoma de Kaposi desde los años 90. Su reaparición en los pacientes venezolanos con VIH ha sido una señal para los médicos peruanos del deterioro de la salud en Venezuela.

“En los años 90 yo trabajaba en una clínica en Villa Salvador con pacientes VIH”, recuerda el doctor José Luis Sebastián, coordinador de la ONG AHF Perú. “En los 90, aquí no había tratamiento. Llegó en 2004. Así que cuando me topo con estos casos siento mucha pena. Es frustrante, porque pensábamos que nunca más íbamos a ver a personas en esas condiciones y lo estamos viendo de nuevo”.

Julio Rondinel , director de la ONG Ccefiro, asegura que en Perú habían superado los casos en etapa Sida. Las muertes de pacientes con VIH en Perú, explica, se producen por abandono de medicinas, por síndrome metabólico o por efectos emocionales. Por tanto, la llegada de los pacientes venezolanos con VIH en condiciones de deterioro físico, sin recursos y con exceso de estrés supone un nuevo reto para el sistema de salud.

“El VIH es un problema de salud pública. Hay que ofrecer protección social, garantía de trabajo y condiciones de vida apropiadas que les permita sobrevivir a la enfermedad. De ahí que nos vemos en la obligación de pensar en un corredor humanitario”, comenta Rondinel.

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Martes 20 de noviembre de 2018. Hora: 4 de la mañana. Alfonzo espera a las afueras del Hospital Cayetano Heredia para anotarse en una lista y conseguir una cita para una endoscopia. Es su intento número 10. Va bien abrigado para no resfriarse. Mientras aguarda, un señor de edad avanzada que está en la fila comenta a viva voz: «Todas las venezolanas que llegan a Lima tienen Sida».

Alfonzo se contiene. El hombre hace referencia a una información falsa que se corrió en redes sociales y que decía que 70% de las venezolanas en el país tenían Sida. Los comentarios discriminatorios y con contenido xenófobo se multiplicaron. “Han venido a quitarnos los medicamentos”, se leía. Las fuentes oficiales lo desmintieron. Pero el mensaje caló.

Aún así, muchos saunas clandestinos buscan exclusivamente migrantes de esa nacionalidad para trabajar. En la entrevista, los desnudan, los hacen ver pornos para observar su erección y los ponen a desfilar en bóxer para seducir a los clientes. Julio da fe de ello. Nunca pensó en prostituirse. Lo hace por necesidad. Y nadie le preguntó si tenía VIH.

“Lo que tú hagas con tu culo, es tu responsabilidad”, fue la única advertencia.

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Este texto fue publicado originalmente en Univisión.


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