Fotografía de Stephen Lovekin | Getty Images North America | AFP.
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Estaba Cormac McCarthy cierta noche asomado a la ventana de un motel perdido por los alrededores de El Paso, Texas. En la cama contigua dormía apaciblemente su hijo de seis años. El padre miró al chico en la penumbra, ahí estaba el pequeño con sus ojos cerrados y la respiración profunda, era la imagen vívida de la ternura y la bondad. Luego McCarthy miró de nuevo hacia la noche cerrada al otro lado del cristal y por alguna razón se preguntó cómo sería ese paisaje dentro de cincuenta o cien años. De pronto imaginó fuegos a la distancia, algunos gritos lejanos, la certeza de que el mundo había cambiado hasta convertirse en un lugar inhóspito y desolado. Y así, entre esa doble visión, la de la bondad adentro y el horror afuera, nació la chispa que daría luz a La carretera, novela que le haría ganar el premio Pulitzer y que se convertiría en su libro más leído, más admirado, también (cómo negarlo) el más padecido. Porque uno lee La carretera con un nudo en el esófago y con el estómago estrujado. Uno recorre esa obra como quien se somete al más demoledor test de Turing para saber si uno es una máquina capaz de imitar a los humanos o de verdad es una persona de carne y hueso. Quizás La carretera sea el auténtico test de Voight-Kampff utilizado en Blade Runner para distinguir a replicantes de humanos.
Hablando claro y en criollo (porque, como decía mi padre, “uno se emociona en su idioma”): tendré pocas certezas en la vida pero de esta estoy seguro: si a usted no se le agua el guarapo y no está a punto de largar el llanto por tanto horror y tanta belleza reunidos mientras recorre junto a ese padre y ese hijo ese mundo terrible de La carretera, bienvenido al mundo real, usted no tiene sangre en las venas, usted será otra cosa pero no un ser humano.
Se le suele endosar a McCarthy la etiqueta de «El gran pesimista americano». Son pocas las oportunidades en las que el autor se da licencia para defenderse. No le gustan las cámaras, es enemigo de las entrevistas, es una especie de ermitaño que de vez en cuando deja su mensaje en la botella y vaya a saberse quién lo lea y cómo lo lea, él no está esperando respuestas ni pretende hacer justificaciones a posteriori. Sin embargo, el éxito de La carretera (2006) fue tal que la famosa presentadora Oprah Winfrey lo incluyó en su club de lectura durante 2007, y le extendió entonces una invitación a McCarthy para que apareciera en su programa, a la que que el veterano escritor no pudo rehusarse. Esa aparición del autor ante las cámaras permitió que durante algunos meses pudiera ser entrevistado por otros medios, para poderlo escuchar y leer en primera persona aunque fuera a través de una estrecha ventana. Luego el monstruo callado se refugió de nuevo en su caverna y guardó silencio por más de una década.
Algunas curiosidades que supimos de La carretera de la voz de su creador: la inmensa mayoría de los diálogos entre padre e hijo protagonistas de la novela son fragmentos reales extraídos de conversaciones entre Cormac y su hijo menor: “como dos tipos que hablan en confianza sobre la vida”. También nos enteramos de que ese mundo distópico, desolado, postapocalíptico donde el hombre se erige –como pocas veces habíamos visto antes– en auténtico lobo de otros hombres, no tiene una causa para McCarthy, no sabe de dónde salió ni por qué ocurrió, nunca se preocupó por eso, de manera que a cada lector le toca la tarea de inventar su propia versión de lo que antecede al horror que sirve de punto de partida a La carretera. Que padre e hijo estén luchando no solo por sobrevivir sino por aferrarse al valor de “ser buenas personas” en medio de ese contexto furibundo y atroz es lo único que importa; no lo que vino antes, tampoco lo que vendrá después. También el autor confesó que siempre tuvo claro el inicio y el contexto donde se desarrolla la obra, pero comenzó a escribir y a incorporar cosas según le fueron viniendo y según su hijo le iba haciendo preguntas sobre la vida, pero jamás tuvo somera idea de a dónde llevaba todo aquello. Como los personajes del libro: vamos por la carretera en dirección al sur, qué nos espera en el camino y, peor aún, en el destino, probablemente no lo sepamos jamás.
Nos enteramos asimismo de que durante doce años de su vida Cormac McCarthy no tuvo casa, era una especie de indigente que vagaba por las carreteras de Estados Unidos, la mayoría de las veces por las noches (así escapaba de las inclemencias del sol a cielo abierto y de la crueldad de los hombres cuando actúan en manadas), armado de una mochila con lo esencial para sobrevivir y con una linterna para iluminarse los pasos y poder leer los anuncios al borde de la carretera, y así saber en qué punto exacto del medio de la nada se hallaba. Cuando estaba muy cansado se metía en cualquier motel; de ahí la costumbre de alojarse en este tipo de establecimientos con alguna frecuencia, de ahí la escena con el hijo con la que empieza este texto.
En fin, que la ciencia ficción se hermanaba con una íntima experiencia de vida. Que lo que estábamos leyendo como una distopía en esencia era un relato autobiográfico. Porque como bien lo señalaba Jean-Luc Godard en su Histoire(s) du cinéma: «al final toda buena película de ficción acaba siendo un documental y todo buen documental acaba siendo una película de ficción».
Hay algo curioso también en el lenguaje con el que escribe Cormac McCarthy; para algunos críticos es un inglés que no se parece al que escribiría alguien que se dedica a la literatura, no solo por la manera peculiar en que usa o prescinde de comas, puntos, guiones de diálogo, oraciones y párrafos “debidamente” estructurados, sino porque algo extraño funciona en el núcleo mismo de ese lenguaje. “Así no se dice”, “así no acostumbramos”, “no es la manera ortodoxa o convencional de expresarlo”, dirá un lector acucioso que busca que los escritores escriban como escritores (lo que sea que eso signifique). Entonces Cormac desveló su intención: su lengua materna es la inglesa, pero siempre ha estado hechizado por el español (idioma que habla con soltura, pues vivió durante muchos años en Ibiza y luego lo ha cultivado metódicamente gracias a sus interlocutores hispanoparlantes en su lugar de residencia en Texas). Dicho en otras palabras: él busca que el inglés sea la vía, el medio de transporte, pero el habitante que viaja en el interior de ese vehículo es el español; escribir en inglés pero con un sentimiento que solamente puede expresarse en español. De ese experimento lingüístico nace también la manera en que está escrita La carretera.
Cuando el cineasta australiano John Hillcoat y el guionista Joe Penhall contactaron a McCarthy para decirle que tenían un guion cinematográfico inspirado en su novela La carretera, Cormac apenas se tomó unas horas para revisar el manuscrito y de inmediato les respondió que sí, adelante, que contaban con su total beneplácito y les deseó éxito. A lo mejor realmente le gustó, pero a lo mejor ocurrió algo tan simple como que McCarthy no se mete en lo que otros hagan a partir de su obra, pues eso ya no le pertenece ni le incumbe. Si nunca pretendió controlar los eventos de su propia novela cómo iba a meter las narices para decirle a otros autores qué hacer ahora con algo que se desprendía de ella.
Sin embargo, Hillcoat, Penhall y los productores ejecutivos de la versión cinematográfica de La carretera se valieron de la “bendición” de Cormac para invitar al actor Viggo Mortensen a involucrarse en el proyecto. El padre de ese hijo tenía que ser Mortensen y el muchachito (acertada elección) estaría encarnado por un debutante Kodi Smit-McPhee (uno de los jóvenes actores más promisorios de la actualidad). En aquel entonces Mortensen había pedido que no lo fastidiaran por un buen rato, estaba exhausto después de protagonizar la saga fílmica de El señor de los anillos, pero cuando le dijeron que se trataba de su libro predilecto, que McCarthy había dado su aprobación y que había sugerido que no podía ser otro sino él, el tipo dejó a un lado su año sabático, se subió a un avión rumbo a Los Ángeles y así acabó interpretando uno de los personajes más conmovedores de su carrera.
La película de La carretera (2009) tiene, como era de esperarse, detractores y defensores a ultranza. Hay un acierto indiscutible en el filme, más allá de ser un guion muy apegado a la novela en la que se inspira, y es que Hillcoat se empeñó en que los escenarios postapocalípticos fueran locaciones reales, lugares donde el desastre había ocurrido y donde lo que quedara fueran ruinas vivas del presente. Gran parte de la película está filmada en Nueva Orleans y otros escenarios de Luisiana donde el paso del huracán Katrina en 2005 dejó terrible huella. Una vez más, en un guiño a lo asegurado por Godard, la buena ficción acaba hibridándose con la realidad, el buen cine de (ciencia)ficción llega a buen puerto cuando se funde con el documental.
Cormac McCarthy se mantuvo ausente y callado por largo tiempo. Tardó once años luego del éxito de La carretera en publicar algo nuevo, pero no fue una novela ni un guion ni una obra de teatro, sino un texto ensayístico editado por el Santa Fe Institute: The Kekulé Problem (2017), su primer libro de no-ficción. No fue sino hasta 2022 cuando se decidió a publicar, una tras otra, en un lapso de apenas tres meses, dos novelas hermanas y complementarias: The Passenger (octubre de 2022) y Stella Maris (diciembre de 2022).
Pienso en el pesimismo con el que se etiqueta a Cormac McCarthy. Pienso también en las maneras en que nutrió secretamente La carretera con algo tan cálido, tan vívido, tan íntimo. Lo veo en esa imagen fantasmal con su linterna en medio de la vía nocturna, sin destino, iluminando los carteles para tener una vaga idea de por dónde va. Eso es: una luz en medio de la oscuridad, un destello en la penumbra. No tiene razones para ser optimista, pero hace lo que mejor puede para imaginar un futuro donde resiste junto a su hijo. La máxima resistencia, la de insistir en permanecer humanos, la de seguir siendo gente de bien a pesar de todo. Como quien decide plantarse ante la oscuridad del mundo con su linterna «porque nosotros llevamos el fuego» (se dicen padre e hijo una y otra vez a lo largo del libro) y dejar claro que se intentará ser el mejor padre posible para tener un buen hijo.
Convendrán conmigo en que esto no es poca cosa.
José Urriola
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