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“Cuando estaba entendiendo lo que pasaba, ya había pasado lo que estaba entendiendo”.
Carlos Monsiváis
A pocos días de empezar a estudiar Economía en la universidad, un profesor nos inquietó con una frase de John Maynard Keynes:
“El gran economista debe poseer una rara combinación de dotes. Debe ser matemático, historiador, estadista y filósofo. Debe comprender los símbolos y hablar con palabras corrientes. Debe contemplar lo particular en términos de lo general y tocar lo abstracto y lo concreto con el mismo vuelo del pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con vistas al futuro. Ninguna parte de la naturaleza del hombre o de sus instituciones debe quedar por completo fuera de su consideración. Debe estar tan fuera de la realidad como un artista y tan cerca de la tierra como un político”.
Estas superlativas exigencias del economista inglés encuentran su raíz en la Ilustración. Por eso hablan de un profesional-intelectual con una mirada capaz de abarcar toda la complejidad que el mundo ofrece.
La labor del periodista no tiene una exigencia menor a la propuesta de Keynes, porque su tarea fundamental es contar los acontecimientos del mundo. Sin embargo, antes de hacerlo hay un obstáculo que debe superar: no se puede contar aquello que no se entiende.
La alternativa es peligrosa: es posible contar bien algo que no está ocurriendo y, sin embargo, creer que se cuenta lo que debe ser contado.
A Ryszard Kapuściński le preocupaba la desaparición del periodista entendido como el sujeto que dispone de la caja de herramientas necesarias para entender las complejidades del mundo. En su conferencia “Los cincos sentidos del periodista (estar, ver, oír, compartir, pensar)”, el polaco dice, a lo Keynes:
“…mientras el mundo progresa y se mueve, nosotros estamos en esos cambios porque la sociedad espera que lleguemos a ellos para que contemos qué está pasando, para que interpretemos qué quiere decir la novedad. Eso nos impone la obligación de estudiar, permanentemente y de todo. El periodista es un cazador furtivo en todas las ramas de las ciencias humanas”.
El estándar propuesto por Keynes y el imperativo de Kapuściński se encuentran con una dificultad propia de la contemporaneidad: la hiperespecialización del conocimiento.
Cada vez más, la capacidad de generar conocimiento requiere estudios específicos; estudios que normalmente toman años de postgrados en áreas limitadas del saber. El periodismo (y cada periodista) se enfrenta al hecho de que cada vez es más difícil entender lo que pasa.
Un sencillo ejemplo nos servirá para ilustrar la situación: ya ha transcurrido un año de la pandemia por covid-19 y las autoridades comenzaron a notificar los casos confirmados, algo que a los periodistas les tocaba, por supuesto, notificar.
Recuerdo a varios medios informar sobre el número de casos reportados por las autoridades y tratar esos datos como un reflejo del verdadero número de casos existentes. En su información no consideraban el número de pruebas realizadas ni el tipo de esas pruebas. Se trata de un error básico en el que se incurre al ignorar cómo funciona una epidemia, las pruebas para diagnosticar casos y el fenómeno del subregistro.
Hoy las mesas de redacción utilizan diferentes aproximaciones ante la hiperespecialización del conocimiento. Una posibilidad es convertir a los especialistas en comunicadores. Recientemente, la periodista Valentina Oropeza y yo compartimos –en una maestría de Periodismo Científico de la Universidad Javeriana– una sesión con alumnos de la reconocida periodista colombiana Ginna Morelo para conversar sobre el trabajo de Prodavinci sobre la malaria. Al presentarse, los alumnos mencionaron sus profesiones: físicos, biólogos, ingenieros electrónicos, químicos, entre otras disciplinas. Son expertos que ahora aprenden a comunicar, con base en los principios fundamentales del periodismo.
La pandemia nos ha entregado un santo patrón para este tipo de periodistas. Ed Yong es quizás el periodista cuyas piezas produjeron más impacto en el mundo durante el año uno de la nueva era. Su obra, en The Atlantic, es ya de culto. Veamos su formación: licenciado y máster en Ciencias Naturales (Zoología) de la Universidad de Cambridge. Una maestría en bioquímica de la University College London completa una educación que lo preparó para brillar como periodista en tiempos pandémicos.
La más tradicional de las aproximaciones al problema es la formación de periodistas especializados no sólo en una fuente, sino en un área específica del conocimiento. He conocido a algunos (y leídos a otros) capaces de manejar un tema con propiedad.
Justamente: la hiperespecialización hace más escaso este tipo de periodista; pero todavía existen, aunque corran peligro de extinción. Y una de sus mayores virtudes es reconocer los límites entre especializarse en una fuente y ser un especialista. Uno de mis entrenadores de béisbol decía: “Un buen jugador tiene talento y lo aprovecha. Un excelente jugador también conoce sus limitaciones”.
Otra forma de sortear el problema es poner a trabajar a expertos y periodistas en equipo. Una solución que plantea desafíos de procesos e interacción, pero es una fórmula capaz de generar productos periodísticos valiosos. Cada medio mezclará sus aproximaciones de acuerdo con sus posibilidades y necesidades. Pero, como todo, el primer paso es reconocer que existe un problema que está por resolver.
El mismo profesor que nos citó aquella desmesurada frase de Keynes al comienzo de mi carrera también dijo algo el día de mi graduación. Se trata de una idea que mantengo como principio y creo puede aplicarse a todos quienes pretendan entender y contar la realidad: “Antes de que digas que realmente sabes algo, pregúntate: ¿Realmente lo sé?”. Sólo cuando estemos seguros de que la respuesta es afirmativa podremos contar lo que debemos.
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Este texto es parte de la ponencia dictada en el Festival Cocuyo organizado por Efecto Cocuyo en el coloquio: “Redacciones híbridas: el periodismo no se hace solo con periodistas (y otras rutinas)”.
Ángel Alayón
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