Crónicacovid-19

Confinada en Trinidad y Tobago

20/07/2020

Oficiales de una estación de bomberos aplauden al personal de salud de un hospital en Trinidad y Tobago. Fotografía del Ministerio de Salud de Trinidad y Tobago @MOH_TT

Las calles de Puerto España estaban renuentes a sacudirse el papelillo y la escarcha todavía. Las aceras de la Queen´s savannah guardaban, para el 12 de marzo, el registro de la batalla colorida librada allí la semana anterior. En los postes ondeaban carteles con invitaciones a bacanales expirados. De no ser porque el calendario lo demanda, la celebración del Carnaval se podría extender todo el año en Trinidad y Tobago.

A una semana de volver a Caracas, decidí cenar doubles como lo hacen los locales: en un puesto callejero. Era tarde, y el vendedor tenía encendido un televisor con las noticias. Entre el barullo y el inglés incompresible de los trinitarios, por su acento y slang confuso, no podía escuchar nada. De pronto, hubo silencio y al ver que todos atendían a la reportera, decidí leer el cintillo: “El ministerio de salud confirma el primer caso de covid-19 en Trinidad y Tobago”. A partir de entonces, la alegría postcarnaval fue suplantada por miedo.

Las autoridades no vacilaron en actuar. Ese mismo día fueron suspendidas las actividades académicas por dos semanas. El 17 de marzo, tras conocerse 5 nuevos casos del virus, el primer ministro, Keith Rowley, se dirigió al país. Pidió calma y estableció otras medidas preventivas. “No estamos deteniendo nuestra existencia, respondemos a un reto (…) estamos juntos en esto”, dijo Rowley.

Al día siguiente, Trinidad y Tobago amaneció paralizada. El gobierno canceló la música para todas las celebraciones, permitió abrir solo supermercados y farmacias, y los restaurantes podían servir a domicilio o realizar despachos para llevar. Además, aisló a la isla: fronteras cerradas. Desde ese día, mi regreso a Caracas se congeló ´till further notice.

La respuesta de los locales fue sensata. Aquel 18 de marzo los trinitarios se enfrentaban a una situación inédita. Corrieron a los supermercados y se encontraron con colas, desesperación, caos y escasez de algunos productos. Muchos iban nerviosos, empujaban los carritos con prisa, llevaban tapabocas, guantes, guardaban distancia y compraban más de lo necesario; otros iban sin protección y parecían indiferentes ante la anarquía cortesía de los paranoicos.

Durante marzo, cientos de nacionales varados en el extranjero pedían al gobierno que los rescataran. 68 personas confinadas en el crucero Costa Favolosa fueron los primeros en regresar. 49 de ellos dieron positivo para covid-19. Y con el tiempo, se sumaron más personas que regresaron en vuelos desde Guayana y Surinam. Todos, sin excepción, entraron en cuarentena.

La crisis llegó a su pico a finales de marzo. Con 82 casos positivos y 4 fallecidos por el virus, el primer ministro tomó la decisión de confinar a los trinitarios en sus casas. A partir del 26 de marzo había llegado el momento de probar la paciencia de los ciudadanos durante 14 días.

Pero la cuarentena parecía no tener fin. Cada dos semanas, Rowley extendía la orden de quedarse en casa. Era lógico. Los casos del virus aumentaban con el regreso de ciudadanos. Las prórrogas se sentían como pequeñas inyecciones de claustrofobia.

Todo estaba cerrado menos el mar. El tráfico de personas entre Venezuela y Trinidad y Tobago no se detuvo con la cuarentena. Medios venezolanos hablaban de 207 personas rescatadas entre mayo y junio. Sin embargo, las noticias trinitarias solo reseñaban la deportación de 32 venezolanos que naufragaron en Cedros el 25 de mayo, y la detención de 12 que entraron ilegalmente a la isla el 28 de junio.

Los piratas del golfo de Paria practican también otras formas de contrabando. Entre abril, mayo y junio, la guardia costera trinitaria interceptó tres peñeros que cargaban camarones. Incautó de una embarcación que se dio a la fuga 200kg de droga y capturó a tres hombres que, durante el asedio, lanzaron unas jaulas al mar y ahogaron a más de 40 aves exóticas. Sobre esto se habló poco en los medios, pues los encabezados estaban dedicados al incremento en los crímenes y violencia doméstica en la isla.

Seis fases para la nueva normalidad

La señal de que todo marchaba bien fue el estancamiento de las cifras de contagios. Durante 10 días, comenzando el 26 de abril, los casos de covid-19 se mantuvieron en 116. La población lo hizo bien y las autoridades supieron atajar las amenazas a tiempo. Afuera, las personas ya habían interiorizado el concepto de distanciamiento social y las colas en los supermercados desaparecieron. Los protocolos de higiene se normalizaron y la ansiedad –en general– era menor que en marzo.

Ahora, el gobierno debía aplicar medidas para revertir los daños de la cuarentena. Era el momento de explicar cómo Trinidad y Tobago se enfrentaría a la “nueva normalidad”, esa que trasciende al uso del tapabocas y se extiende a todas las aristas de la vida.

El 9 de mayo, Keith Rowley se dirigió al país una vez más. Traía buenas noticias. A las 2 p.m., junto con Terrence Deyalsingh, ministro de salud, explicó minuciosamente la situación del país y reveló el plan de reapertura. Este consistía en seis fases cuyas fechas de inicio dependerían del progreso del virus en la isla.

La primera fase se inició el 10 de mayo. Esa mañana salí a caminar y me encontré con una decena de personas que, como yo, deseaban respirar aire fresco. Sin embargo, en el camino me tropecé con aromas estridentes típicos de la cocina trinitaria. La gente abarrotaba los pequeños quioscos de doubles y los cafés de Puerto España. Ese día nadie comió en casa.

Tan solo dos semanas más tarde, el primer ministro anunció que podían continuar con la segunda fase ya que no se habían registrado más casos de covid-19. En esta oportunidad, se incorporó el sector público de construcción y producción. La tercera etapa de apertura también se adelantó: el 1ro de junio todo el sector público y las construcciones privadas podían volver a laborar. Como consecuencia del reinicio de actividades, al transporte público se le permitió funcionar a 75% de capacidad.

Finalmente, el penúltimo paso para la nueva normalidad había llegado. En mayo, Keith Rowley anunció seis fases, pero el 22 de junio –y aun cuando el número de casos aumentó a 123 y 8 fallecidos– sorprendió a la población al juntar la cuarta y quinta etapa en una sola. Aquel lunes, playas, cines, centros comerciales, restaurantes y demás negocios podían acoplarse a la cotidianidad. Ese mismo día, los trinitarios se apresuraron a disfrutar de la vida como antes del encierro.

El último paso aún no llega. Hoy, el único vuelo disponible es el roundtrip hacia Tobago. De vez en cuando, aterrizan aviones con repatriados que van directo a cuarentena, pero las fronteras no abren. Caracas sigue muy lejos todavía. Mi esperanza estaba depositada en las elecciones presidenciales de este año. Quizás la avaricia de votos los llevaría a abrir sus puertas, pero lo único cambió fue la fecha electoral que se adelantó al 10 de agosto.

Estamos a mediados de julio y las cifras de covid-19 alcanzan los 133 contagios, pero están bajo control. No hay alarmas encendidas. De hecho, ya los trinitarios se preparan para el Carnaval de 2021. Quizás yo todavía esté en la isla para verlo.


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