Fotografía de Luis Robayo / AFP
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Es claro que vivimos la peor crisis económica de nuestra historia sin guerra, que los ingresos están pulverizados, la población empobrecida, la inversión y la producción en el piso y el consumo deprimido. Pero es incorrecto tomar esto como la realidad para todos los individuos y empresas y esto explica la sorpresa que genera para muchos el hecho de que en el medio de la crisis haya algunos sectores activos, surgimiento de nuevos proyectos y consumidores resilientes, que mantienen su consumo parecido al que tenían en el país precrisis.
Este fenómeno no se puede despachar con el simplismo que pretende explicar las diferencias únicamente entre los enchufados y el resto del país.
La “clusterización” de la sociedad se genera alrededor de una variable clave: acceso a divisas. Pero ésta la define también la historia: 1) consumidores con acceso a moneda extranjera, resilientes-independientes, y 2) consumidores sin acceso a ellas: empobrecidos-dependientes.
En número de personas, el grupo empobrecido-dependiente es una clara mayoría (3/4 partes de la población). Sus ingresos están pulverizados. Su acceso al consumo está condicionado a los subsidios que reciben del Estado a través de los CLAP, los bonos y los subsidios cruzados del sector privado. Lo que ganan no define su consumo, pues éste no alcanza ni para un cartón de huevos. Sus accesos provienen de las transferencias de recursos del gobierno, que aunque bajas e irregulares, son usadas por éste como un mecanismo perverso de control político y social y a juicio de los resultados en términos de penetración y pacificación social, habrá que decir que ha sido políticamente útil al chavismo, aunque la población sea mucho más pobre y el país primitivo. Dentro de este grupo esté la población excluida. Aquélla que, sin recursos externos, tampoco tiene acceso a las políticas sociales y su vida queda marginada. No es un grupo menor. Alcanza casi el 14% de los venezolanos (6 puntos porcentuales más que a finales del 2017). Ellos no tienen recursos para cubrir necesidades fundamentales. Se concentran en la mendicidad, la minería de basura y la migración desesperada.
Pero en el otro extremo se encuentra una cuarta parte de los venezolanos con acceso a divisas y, por ende, al consumo convencional. La mayoría no tiene vínculos con el gobierno ni el chavismo, aunque por supuesto que ahí también estén ellos. Muchos han acumulado divisas en el exterior desde hace años, entendiendo que el ahorro en bolívares era una bomba de tiempo. Tomaron ventaja del verdadero bolívar fuerte, presente durante las décadas de sobrevaluación cambiaria y ahora sus ahorros sirven para compensar déficits en bolívares, con repatriaciones que les permiten mantener el consumo. Algunos reciben compensaciones en divisas de sus patronos para retenerlos en crisis. Éste es el segmento de alta capacidad de consumo. Los otros miembros de este mismo grupo son consumidores modestos, de estratos medios bajos y bajos, cuyo ingreso se ha hecho dependiente de las remesas que reciben de familiares en el exterior o de sus actividades en el sector informal. No tienen acceso a consumo de lujo, pero con una media de remesas o ingresos de 60 dólares al mes, estos grupos son capaces de cubrir necesidades básicas y mantener el consumo que su estrato tenía antes de la hiperinflación. Viven con limitaciones, pero son los papás de los helados entre sus pares.
Como verán, la crisis no sólo ha generado un empobrecimiento severo y dramático del país en su conjunto y una gran destrucción de valor, sino una división económica mucho más profunda en términos de la población, que se amplifica exponencialmente en revolución. Por cierto, ninguna sorpresa.
Luis Vicente León
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