Fotografía de RAUL ARBOLEDA | AFP
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“Los hipopótamos conquistan a los colombianos con su aspecto bonachón. Les tienen simpatía, pero también temor”, dice a DW David Echeverry, biólogo de la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare (Cornare), con sede en El Santuario, departamento de Antioquia. Echeverry dirige los trabajos de monitoreo y estudio de esta singular especie africana en el corazón de Colombia.
“Gracias a la experiencia de Cornare llevamos la vocería en el analisis del impacto de su crecimiento y buscamos instituciones o países dispuestos a acoger a algunos ejemplares. Nuestra tarea es velar por los ecosistemas nativos”, apunta el científico colombiano.
Pero ¿cómo llegaron estos megaherbívoros a América del Sur? Entre las fantasías megalómanas del narcotraficante Pablo Escobar estaba la de poseer un pedazo de África en su país. Para ello, hizo trasladar en 1981 hasta la Hacienda Nápoles, un territorio de 3.000 hectáreas de extensión, en Doradal, a 251 kilómetros al noroeste de Bogotá, a un gran número de rinocerontes, elefantes, camellos, cebras, jirafas, grullas, impalas, flamencos, avestruces e hipopótamos.
“La especie que tenemos en Colombia es el Hippopotamus Amphibius”, especifica Echeverry. Dicha especie se extendía desde Egipto, extinguida allí, a Tanzania y Mozambique.
Después de que el criminal fuera abatido el 2 de diciembre de 1993, sus propiedades quedaron prácticamente abandonadas durante el tiempo que le tomó al Estado expropiar lo que fue producto del delito. Pero antes de que las autoridades pudieran abrir el que hoy se llama Parque Temático Hacienda Nápoles, en donde, «se disfruta de la verdadera aventura salvaje”, muchos animales habían sido llevados a otros zoológicos, o habían escapado. Como en el caso de los cuatro hipopótamos, los padres de la población actual. “Sin sus depredadores naturales, los hipopótamos han aumentado su población a unos 60”, revela el científico de la Cornare a DW.
A sus anchas en ríos y humedales de Colombia
Gozando de plena libertad, los hipopótamos comenzaron a conquistar la cuenca del Magdalena, el mayor río de Colombia, que nace en los Andes, desemboca en el mar Caribe y recorre más de 1.500 kilómetros. El Magdalena es el hábitat de más de 2.700 especies de animales, además de ser una importante cuenca fluvial e irrigar vastas zonas agrarias colombianas. “El mayor grupo de animales se asentó en un lago de la Hacienda Nápoles en el Magdalena Medio. Allí los monitoreamos. Allí cuentan con suficientes pastos que comen en las noches. Su éxito se debe a su gran capacidad de adaptación a diversos climas y entornos, así como a las condiciones favorables de la región”, agrega.
Pocos le daban crédito a las historias de lugareños que narraban sorpresivos encuentros con estos gigantes que no conocían de los libros de geografía o historia de Colombia. “Hay rumores de pescadores, más no evidencias de ataques. Como defienden con agresividad su territorio, a quienes los estudiamos sí nos han perseguido”, cuenta, por su parte, David Echeverry López.
«Cornare vela por los ecosistemas nativos»
Científicos colombianos y extranjeros cooperan en el estudio del impacto de los hipopótamos. «Grupos muy grandes de estos inmensos animales pueden cambiar la calidad del agua y las condiciones de los humedales», recalca Echeverry advirtiendo que «los hipopótamos en Colombia son un problema, porque se trata de una especie invasora que puede desplazar a manatíes y nutrias». Además, su uso para el turismo es una tarea muy compleja.
La profesora Elizabeth Anderson, especialista en conservación de la biodiversidad tropical de la Florida International University (FIU), concluye en el portal FIUNews que «los amados hipopótamos colombianos» crean un dilema: “Si su población crece un 11% cada año, en 30 años podrían llegar a 5.000”, dice un cálculo de proyección conjunta de Cornare, el Instituto Humboldt, la Universidad Javeriana de Colombia y la Florida International University (FIU).
A pesar de los riesgos, los colombianos quieren a «sus hipopótamos»
“Esta especie puede pasar de habitar 1.915 kilómetros cuadrados a un aproximado de 13.587 km2 de humedales en cinco departamentos”, dice el reporte de Anderson. “Los estudios confirman nuestra hipótesis de cómo los hipopótamos cambian drásticamente la calidad del agua”, acota David Echeverry.
A pesar de ello y de todos los riesgos, los habitantes se han opuesto exitosamente, incluso ante las cortes, a la cacería de los hipopótamos ordenada por las autoridades. «Vemos cómo los factores humano y social son tan importantes como las implicaciones ecológicas de la introducción de animales foráneos y cómo, a menudo, pesan más en las decisiones sobre qué hacer”.
Preocupación de las autoridades
Un estudio de la corporación regional Cornare los describe como «animales silenciosos, sosegados, bellos y exóticos», pero advierte que también «representan un alto riesgo para otras especies, para los ecosistemas y para los seres humanos. Su impacto en el hábitat también se da por su tamaño y su condición de especie ingeniera de ecosistemas».
¿Cómo enfrentar la singular situación? David Echeverry termina recordando que ya se «han esterilizado 10 ejemplares. Buscamos instituciones nacionales y extrajeras que les ofrezcan a algunos animales un hábitat digno. Pero queremos conservar una población regulada, dentro de un territorio demarcado, para evitar que lleguen a zonas urbanas”.
(ers)
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José Ospina-Valencia
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