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Es un problema recurrente que, al revisar La pasión de Cristo y tratar de evaluar su vigencia, hay múltiples temas que oscurecen la discusión: la excesiva violencia, las acusaciones de antisemitismo, la fidelidad de la película respecto a la Biblia, y las ominosas anécdotas que rodearon la producción del film (tanto el protagonista Jim Caviezel como el director asistente Jan Michelini quienes fueron golpeados por un rayo dos veces). Algunos de estos elementos son relevantes; otros no: la idiosincrasia del director trasciende lo que hizo en esta película y, como en toda producción controversial sobre un tema religioso (recordemos El exorcista o Antichrist), cuentos volarán y en abundancia.
Claro está que La pasión de Cristo no es cualquier película bíblica: recaudó más de 370 millones de dólares en Estados Unidos y 611 millones más alrededor del mundo. Es la película religiosa más taquillera de todos los tiempos. Para ser una película filmada en dos idiomas muertos (latín y arameo) y de censura R, no puede decirse simplemente que las expectativas fueron excedidas; no hay precedente alguno al fenómeno de La pasión. Fue apoyada por varios grupos católicos estadounidenses, que contribuyeron a la distribución y promoción de la película cuando ningún distribuidor establecido quería tocarla. Al poco tiempo se diseminó la palabra sobre la obra de Gibson: que era esencial para cualquier católico, que se mostraba detalladamente la tortura y crucifixión de Jesús, y que era “bueno para el alma” según el propio director.
Es difícil no señalar que la atracción generada por el film de Gibson provenía en iguales cantidades de interés devoto por el destino de Jesús como de morbo propagandístico por ver la extrema matanza en sí. Muchos críticos de cine intercambiaron roles con la derecha cristiana, que destruyó a La última tentación, y vapulearon la película argumentando que en vez de una reafirmación de fe, el público obtiene un sádico intento por nublar todo levantamiento espiritual a cambio de tratar los eventos como espectáculo.
Esta lectura es acertada en ciertos puntos, pero también descansa mucho en las supuestas intenciones religiosas del director, y en el presunto valor moral que deba tener una película para su audiencia. Vista ya casi diez años después de su estreno, La pasión efectivamente se sostiene como un testamento estético de probar al espectador, de explorar desde un realismo casi clínico la violencia y su efecto en un público que, horrorizado, no puede tampoco evitar un vistazo rápido. Aprovechar el voyeurismo mórbido del público ha sido una herramienta común del cine de terror y exploitation: directores como Pasolini, Von Trier y Miike han sido recipientes de premios por retratar con igual o mayor detalle la violencia y el asco en todo su horror. Puede que usar de fondo la historia de la crucifixión y muerte de Jesús condicione la mirada crítica. Muchos reseñadores cayeron ante sus propios prejuicios sobre lo que debe ser o no una película sobre Cristo, pero olvidaron señalar el inmenso trabajo artesanal invertido por Gibson: desde la fotografía hasta los decorados. La pasión es una película estéticamente hermosa, una que salta entre la belleza y la fealdad en cuestión de segundos y que construye una atmósfera de seria lentitud, la autoridad de una película que demanda ser vista a su ritmo por lo que es. Con total y ciego compromiso, La pasión es una de esas películas que pueden gustar o no, pero que son imposibles de ignorar.
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Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 3 de abril de 2015.
Nelson Algomeda
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