Perspectivas

Carlos F. Duarte: una semblanza

14/02/2024

Carlos F. Duarte. Fotografía de Manuel Alvela | Institutional Assets and Monuments of Venezuela

Estas palabras quieren ser un agradecimiento personal sobre mi estimado Carlos, con quien compartí larga amistad, años en los que recibí de él un vasto conocimiento de nuestro pasado hispánico. A través de muchísimos encuentros, café o chocolate de por medio, también pude descubrir, entender y admirar su modus vivendi.

Carlos fue una persona completamente dedicada a la institución a la cual entregó su vida desde 1978: el Museo de Arte Colonial Quinta de Anauco. Con férrea voluntad y devoción absoluta estudió, cuidó, conservó y amplió la colección del museo. Realmente tenemos pocos ejemplos hoy día de este nivel de compromiso a una institución cultural.

Considerado un niño prodigio, desde los trece años comenzó a observar con interés los objetos que podía identificar como parte de nuestro pasado hispánico; interés que inmediatamente pasó a ser el enfoque de sus estudios y la pasión de su vida. Por su creciente dedicación casi de inmediato fue reconocido por los grandes coleccionistas del momento, como Manuel Santaella, Luis Suárez Borges, Juan Röhl, Carlos Möller, Lorenzo Herrera, Eduardo Paris y Alfredo Boulton; todos ellos constantemente nombrados por él en cada uno de nuestros encuentros.

Con ellos tuvo la suerte de intercambiar reflexiones y teorías, observar de primera mano sus colecciones y empezar a relacionar piezas por períodos y facturas similares. En varias ocasiones me contó sobre su primera visita, a los quince años, a la casa de Manuel y Carmen Elena Santaella, próxima al Panteón Nacional. Quedó impactado no solo por la exquisitez de la colección de los señores Santaella, sino al encontrarlos admirando y observando exhaustivamente una silla recién adquirida, como verdaderos coleccionistas estudiosos. Tal fue su excitación, contaba, que esa noche no durmió. Luego conoció otras grandes colecciones, como las de Leopoldo García Quintero y la de Lope Tejera, respectivamente. Siempre fue admirador de todos sus predecesores, en especial y con gratitud reiterada hacia Alfredo Machado Hernández, fundador del museo en 1942.

Con la creencia generalizada entre los coleccionistas del momento de que la mayoría de las piezas de nuestro arte colonial procedían del exterior, principalmente de México, Carlos comenzó a investigar el posible origen de las mismas, consultando sistemáticamente registros eclesiásticos y testamentarías.

Fue de la mano de Alfredo Boulton con quien emprendió esta tarea de armar el rompecabezas de nuestra historia artística. Comentaba que sobre la mesa de comedor de la casa de don Alfredo se apilaban numerosas copias de fotografías: esperaban descubrir en ellas los secretos de las pinturas y objetos retratados. En cada larga visita de Carlos a la casa de Boulton los dos agrupaban las fotos por características y estilos, rasgos y detalles, manos y tonalidades. Todos estos análisis permitieron a Carlos avanzar sobre los estudios ya realizados y publicados por don Alfredo en la materia, y que luego dio inicio a la amplia serie de investigaciones desarrolladas por el propio Carlos.

Cual detective con observación aguda y procedimientos acuciosos desarrolló un instinto natural para detectar detalles pictóricos en una obra, y las relaciones personales de los protagonistas, fuere el artista o el retratado, atribuyendo autorías a través de estilos o basadas en las relaciones entre artistas y creadores que trabajaban en la misma época.

Con ese método pudo catalogar, identificar y atribuir autorías a un importante número de obras de creadores venezolanos, incluyendo pintura, mobiliario, escultura, platería y objetos decorativos. Esa observación constante le permitió cambiar en el tiempo la atribución de obras ya consagradas a otros artistas, por ejemplo, de obras de Juan Pedro López: hace apenas dos años Carlos pudo, por fin, atribuirlas a Alonso de Ponte.

Todos sus estudios y análisis fueron reforzados por sus labores de restaurador. Cada obra restaurada y recuperada hablaba mucho más de lo que representaba. La forma del marco, las maderas utilizadas, el soporte pictórico, el bastidor; todos estos elementos los consideraba imprescindibles y conformaban la obra de manera integral. Tuve la oportunidad de presenciar muchas veces el antes y el después de este proceso simplemente fascinante.

Ahora bien, era posesivo respecto del arte del período hispánico venezolano. Cada vez que una obra salía de Venezuela para ser vendida o para formar parte de una institución en el extranjero lo sentía personalmente, sufriendo esa pérdida.

Todas sus investigaciones tuvieron final feliz: un desempeño editorial de dimensiones descomunales: más de cincuenta libros en su haber y una cantidad de artículos publicados sobre el tema. Considero que esto no tiene paragón en la región latinoamericana. Abarcó temas que van desde la historia exhaustiva de la Catedral de Caracas y de la Iglesia de San Francisco, una joya de nuestro acervo hispánico, hasta objetos de uso cotidiano como los cocos chocolateros y las lozas conmemorativas de Staffordshire.

Su primer libro: Muebles venezolanos. Siglos XVI, XVII y XVIII, editado en 1967, fue pionero en la investigación de esos enseres del periodo hispánico. Carlos me contaba que este primer trabajo levantó recelos entre los coleccionistas establecidos, cuyo deseo, para ese momento, era poder haber realizado una obra similar antes que él. Entre sus publicaciones más destacadas, según su opinión, estaban: La vida cotidiana en Venezuela durante el período hispánico (2001) y Misión secreta en Puerto Cabello y viaje a Caracas en 1783 (1991).

Fue miembro de número de instituciones, academias y museos en varios países de Hispanoamérica. Parte de sus investigaciones concluyeron en magnificas exposiciones, acompañadas por sus respectivas publicaciones, como «Venezuela 1498-1810», en conjunto con Miguel Arroyo (Museo de Bellas Artes, 1965); «Juan Pedro López. Maestro de pintor, escultor y dorador (1724-1787)» (Galería de Arte Nacional, 1996); «Lewis Brian Adams (1809-1853), pintor del romanticismo paecista» (Galería de Arte Nacional, 1997); «Un asiento venezolano llamado butaca» (Centro de Arte La Estancia, 1999).

Sin embargo, más allá del maestro de nuestra historia, arte y cultura despedimos con honra a un gran amigo y señor a quien llamé siempre “don Carlos”, no solo por el título de don dado por la Hermandad de San Sebastián de San Lorenzo del Escorial, sino por su don de señoría.

Carlos fue, sin duda, un caballero de otra época, un verdadero señor en todos los sentidos. Su personalidad austera, reservada e íntegra lo distinguía, mientras su sabiduría profunda y su entrega al Museo de Arte Colonial Quinta de Anauco eran evidentes, siempre expresadas con humilde serenidad. Lo conocí cuando yo tenía catorce años, en una función de El Trovador en el Teatro Municipal, y nos reencontramos veinte años después en casa de mis suegros; ya yo, por supuesto, con otros intereses marcados.

Como amigo, compartía generosamente su conocimiento y sus experiencias, desde apreciar los detalles más exquisitos de una obra hasta disfrutar anécdotas y risas cotidianas por las menudencias de la vida. Eso sí, con una rica torta de chocolate como aperitivo, si fuera posible.

Dedicó su vida ‒habrá que repetirlo siempre‒ al servicio del Museo de Arte Colonial Quinta de Anauco con pasión y devoción incomparables, dejando un legado de compromiso que debe continuarse. En este momento de despedida recordamos a un gran erudito, a un maestro invaluable pero, sobre todo, a un amigo entrañable. Aunque su ausencia física deja un vacío profundo, su legado perdurará para inspirar y guiar generaciones venideras.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo