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A los caraqueños –a los venezolanos– todo tiempo pasado les parece mejor. Quizá como consecuencia de las adversas circunstancias históricas padecidas los últimos años.
Así, Caracas podría lucir como recuerdo descolorido en el libro Caracas a doble página, del arquitecto Ramón Paolini. Sus fotografías en blanco y negro tal vez revelan imágenes de días mejores. ¿Será así?
Para responderlo, el propio Paolini nos habla de su obra. En ese volumen rechaza la añoranza, pues solo busca –dice– la profunda belleza de la urbe. Una labor en la que ha empeñado más de cuarenta años. Al pasearnos por las ciento veinte fotografías que ofrece Caracas a doble página la esperanza surge como una posibilidad real, legítima.
Usted tiene una relación complicada con la ciudad. Al inicio le hizo sentir fuera de lugar, luego experimentó una suerte de amor-odio, pero nunca ha dejado de cautivarlo. ¿Qué es lo que le hechiza de ella para dedicarse –por más de cuarenta años– a retratarla?
Esto tiene un origen, a mi manera de ver, ligado con lo que ha significado la ciudad desde la época petrolera. Soy andino, pertenezco a una familia de ocho hermanos, y en las condiciones en que se vivía en el interior del país la aspiración siempre fue Caracas, la ciudad de la esperanza. Llegar hasta ella era una cuestión existencial, una conquista. Implicaba salir del territorio y llegar a la capital de un país rural que se convirtió en el lugar de encuentro de todos los venezolanos. Esto no me pasó solo a mí, le sucedió a media Venezuela.
En esta ciudad de esperanza hice mi vida. Me formé, me casé con una caraqueña de pura cepa y, conforme el tiempo avanzó, le fui cogiendo cariño especial. Poco a poco se transformó en el lugar que calmaba mis angustias. Luego llegó la fotografía. Como hago arquitectura –y ella es muy limitada porque depende de los demás–, la imagen fotográfica se convirtió en una especie de alivio para mis angustias personales. Ya que no puedo construir la imagen, la capto. Por eso he hecho fotografías de la ciudad desde la perspectiva del arquitecto y ese es el motivo por el que hay una marcada insinuación arquitectónica en todo mi trabajo.
Su trabajo lo ha llevado a visitar diferentes ciudades. ¿Qué diferencia Caracas de otras capitales latinoamericanas?
La gran diferencia de Caracas con el resto de ciudades latinoamericanas es su emplazamiento. El emplazamiento de nuestra ciudad está situado entre montañas, en un valle plano de veinticuatro kilómetros de este a oeste, y de siete kilómetros de norte a sur. Esto no lo tiene nadie. Ahí reside uno de sus máximos atractivos en comparación con otras ciudades de origen español en América, pues todas tienen el mismo principio de una Plaza Mayor a partir de la cual crece la ciudad. Todas, en términos generales, parten de ese modelo. Precisamente por eso la diferencia está en su espacio geográfico y en los tiempos históricos en donde se mueve la arquitectura.
Para poner dos ejemplos, la diferencia entre Ciudad de México y Caracas es que el tiempo histórico de la primera ha sido más prolijo. Esto se puede ver en la cantidad de palacios y construcciones que se hicieron en México en el transcurso de dos siglos, a diferencia de lo que se construyó aquí. Sin embargo, los valores culturales de las dos ciudades son los mismos. Las diferencias son las magnitudes, pero los valores son exactamente los mismos: las plazas, las esquinas, el espacio, las calles, todos son valores culturales típicos en ambas.
Uno de mis grandes profesores y amigos, el arquitecto Martín Vega, decía que Caracas era una ciudad atacada por sus habitantes y defendida por su topografía. Esta ciudad, no tanto por el destino sino más bien por una especie de suerte, ha tenido un grupo de arquitectos bien formados desde la década de los treinta. Todos han erigido un importante número de obras y edificaciones de muy buena calidad, pero que están confundidas entre el supuesto desorden de la ciudad. Sin embargo, Caracas tiene una arquitectura contemporánea mejor concebida que muchas metrópolis. El problema es que los árboles no dejan ver el bosque. Con el tiempo la ciudad se ha llenado de talanqueras, taguaras y tenderetes amorfos que no la dejan apreciar. Si una orden municipal mandara a desmontar toda esa cantidad de muros y vallas, los ciudadanos descubrirían que tienen la ciudad más maravillosa del mundo.
Pero esa ciudad escondida está supeditada al avance del tiempo. Las fotografías de Caracas a doble página muestran el pasado y eso permite ver el contraste con el presente. ¿Le ha sentado mal el paso del tiempo a Caracas?
No, bajo ninguna circunstancia. Nos podría parecer, pero no es cierto. Si eso fuera cierto yo me niego a vivir. Lo que pasa es que, por la circunstancia en la cual nos estamos desenvolviendo en la cotidianidad contemporánea de hoy, vemos la ciudad como un bochorno. Eso es diferente. Pero la ciudad está ahí, los monumentos están ahí, las calles siguen allí. Por eso es que en varias partes de mi libro se combate la desesperanza. Las quebradas de Caracas están ahí, ahora; que estén embauladas no quiere decir que dentro de cien años desaparecerán. Lo que sí sé es que hay catorce, lo que sí sé es que está el Ávila, lo que sí sé es que la ciudad se puede volver a ocupar, pues la ciudad no es ni bonita ni fea, la ciudad la hacen sus ciudadanos. ¿Qué es lo que pasa? Que los ciudadanos de este valle nos negamos a ser urbanos. Porque si quisiéramos ser urbanos Caracas sería una maravilla.
Imaginemos, por ejemplo, que los ciudadanos aprendieran a respetar las paradas de autobuses. La diferencia sería brutal. Ya no es tan importante lo bonita o fea que pueda ser la ciudad, la ciudad es imagen del ciudadano. Por eso el problema está en que los ciudadanos de Caracas, en estos momentos, no se consiguen con su lugar y todo el mundo trata de meterse detrás de una reja y un muro, pero la ciudad está ahí.
¿Qué significa para usted este libro?
Este trabajo es para mí un descanso espiritual y un pago, en el mejor sentido de la palabra, a la ciudad que me lo ha dado todo. Me siento tranquilo al saber que tengo un lugar en la historia que me ha tocado vivir, porque aun teniendo la oportunidad de irme a cualquier lugar del mundo, decidí ser parte de este valle y en este momento me siento en paz. Yo ahora saco la cámara y ya no me sale. Ya no tengo fuerza, ya no tengo ánimo para retratar la ciudad debido a que ya lo hice. Ahora tengo que ver Caracas, al menos a través del lente, de otra manera. Tengo que reinventar la imagen para poder seguir haciendo clic. De lo contrario, voy a escribir lo mismo.
Entonces, todo esto me ha dado una paz y agradezco mucho a la Fundación para la Cultura Urbana por el esfuerzo que hicieron para que esto se hiciera realidad. Este libro es para que lo encarnen los demás. He hecho mi trabajo. Ya estoy tranquilo, estoy en paz conmigo mismo.
¿Quiere decir, mientras retrataba la ciudad lo perseguían algunos demonios?
Claro, vivía angustiado y ahora ya no me angustia la ciudad porque, entre otras cosas, cuando veo hacia adelante, veo una ciudad con puras cosas buenas. Cuando paso por una quebrada embaulada la veo con parques y casas, llena de verde y pájaros a lo largo de su trayecto, para mí ya no está embaulada. Incluso los monumentos aparecen frente a mí restaurados aunque no estén.
Desde 1976 su trabajo mantiene una precisa coherencia. ¿Siempre tuvo claro qué deseaba retratar?
Sí. Siempre. Tenía claro que lo que estaba buscando y quería retratar era belleza. Para mí ha sido fundamental la búsqueda de la belleza, el encuentro con la belleza. No soporto la fealdad y cuando la veo no la miro. Igual como no soporto la música que no me gusta, aunque la tenga al lado no la estoy oyendo. Eso para mí no existe. En Caracas no ando buscando basura, porque eso es lo que corre; estoy en la búsqueda de la belleza y ella está en todas partes; incluso donde hay pobreza porque pobreza no implica, forzosamente, fealdad. De hecho, la parte más difícil que me ha tocado retratar en la ciudad es precisamente las mal llamadas «zonas marginales», las barriadas populares de Caracas. La selección que hay en el libro de esa parte de la ciudad fue la que más me costó. Fui muy cuidadoso en mostrarla y me complace haberlo logrado. Me parece que es el mejor aporte que hay en el libro.
Sus fotografías retratan la arquitectura de forma absoluta, prescinden de las figuras humanas. ¿Por qué?
Creo que se debe a que, en el fondo, me he pasado la vida defendiendo los valores culturales, por eso me dediqué a la restauración. Siempre estuve en contra de la arquitectura violenta y, sin embargo, buena. Mi confrontación con ella ha sido muy fuerte.
Pero no creas que hice estas fotografías así como quien dice: «No, es que yo andaba por ahí y tal». No, no. Yo vi el nacimiento de las torres de Parque Central y siempre andaba con la cámara fotográfica debajo del brazo. Andaba por Caracas con mi cámara, nunca salía sin ella. Vi muchas personas en Parque Central y fui muchas veces hasta allí y las he retratado al menos unas mil veces. Pero recuerdo que cuando tomé esa foto que aparece en el libro sentí un alivio, me dije a mí mismo: «¡Saqué una fotografía! ¡Hice una imagen!»
¿Le pasó así con las ciento veinte imágenes del libro?
Con casi todas. He sido muy riguroso con la selección de las imágenes porque el discurso tiene que ser coherente. El hecho de que en la mayoría de las imágenes no aparezca gente no se debe a que no me guste la gente, ese no es el problema. En realidad, ese no es mí problema, es el de otro: a mí lo que me interesaba era resolver mi angustia personal y la única manera de resolverla era con la imagen arquitectónica de la ciudad. Por lo tanto, ¡me estorbaban hasta las nubes! La mayoría de las fotos fueron tomadas el primero de enero. ¿Por qué? ¡Porque la ciudad estaba sola! Yo quería ver el escenario en su verdadera dimensión y para eso hay que tener paciencia y estoicismo; hay que levantarse a las siete de la mañana el primero de enero y te confieso que en este libro el treinta por ciento de las imágenes fueron capturadas la primera semana del año, como mínimo. Porque era la única manera que tenía de ver el escenario real donde se desarrolla la vida de todos nosotros.
¿Al contemplar sus fotografías las coteja con el deterioro que tenemos actualmente?
Siempre he sido muy pragmático: la ciudad está ahí, ya los ciudadanos aprenderán, no me preocupa. Sin embargo, lo que lamento es que se haya sacrificado la ciudad decimonónica. Incluso me da tristeza, me producen tristeza las parroquias originarias de Caracas. Siento mucho pesar porque fue una decisión bastante pueril por parte de aquellos que tuvieron la responsabilidad de tomar decisiones, entre la década de los cincuenta y setenta, en relación con lo que terminó siendo el centro urbano de Caracas. Haber sacrificado Altagracia, San Juan, La Candelaria, Santa Teresa y Santa Rosalía me da profunda tristeza. La idea debió construirse en función de los valores que tenía ese pedazo de ciudad. ¿Cuáles eran esos valores? La esquina, la calle, la calzada, las cumbreras, las fachadas continuas. Esa es la principal diferencia entre Caracas y muchas ciudades latinoamericanas, el respeto por los valores culturales que definen nuestro centro urbano.
De resto, siempre he visto la ciudad con muchísimo optimismo. Debo agregar, además, que las nuevas generaciones de arquitectos están mejor educadas que nosotros. Mi conclusión con la ciudad es que nunca he visto lados negativos. Por eso mi discurso, en el fondo, es optimista. Trato de buscar el mejor lugar para vivir y como vivo aquí quisiera que, por ejemplo, la Plaza Altamira se pudiera caminar bien. Lamentablemente, por alguna razón a la gran mayoría de los caraqueños no les gusta ser urbanos.
¿Cree que parte de la ciudad está muriendo?
No, la ciudad no está muriendo. Se está muriendo un pedacito, pero ¿cómo se hace? Es como quien dice: «Se está muriendo Paolini». ¡Ya está! Si sucede viene otra cosa. No entiendo por qué hay que tener tanto miedo a las cosas que desaparecen si el mundo está hecho de apariciones y desapariciones. Desaparecen unas cosas y aparecen otras. Creo que debemos vivir al máximo en el breve momento que nos toca y hacer lo necesario para brindarle aportes a la sociedad.
Como restaurador, no me doy golpes de pecho porque tumbaron una casa vieja. Eso es como que el médico se dé golpes de pecho porque se le muere un paciente; ¡por favor!, son problemas estrictamente circunstanciales. Veamos las guerras, cosas peores han pasado: ¡destruyeron Cartago! Cuál es el miedo si apenas somos un pequeño momento histórico, un minúsculo momento histórico. ¿Quién podría imaginar lo que quedaría quinientos años después de la conquista por los españoles de la ciudad de México? ¡Cuánto tumbaron! ¡Pero cuánto construyeron! Hay que situarse en el momento histórico en el que se vive. Por eso insisto, el problema es cultural, tenemos que empezar a entender qué perdura y qué está de paso. A mí me gusta defender los valores culturales. Defiendo la Plaza Mayor, el zaguán, la calle y la fachada continua. No defiendo el suburbio, en mi libro no hay suburbios, no me fui a retratar Prados del Este ni quintas y mucho menos edificios. Ese no es mi problema. Retrato la ciudad donde vivimos todos, donde nos encontramos todos, nuestra ágora.
Un aire de manifiesto cruza su libro, específicamente en aquello que llama «la ciudad posible». ¿Cómo sería esa Caracas posible?
Limpia, sin talanqueras de concreto, sin santamarías, con los ciudadanos medianamente bien vestidos, con las paradas de autobuses en su lugar, con el metro funcional y con los arquitectos tratando de mejorar todo lo que hay, como en cualquier ciudad del mundo. Esa ciudad aparecerá en la medida en que los ciudadanos se culturicen y en la medida en que entiendan que la ciudad es un bien colectivo y que pertenece a todos.
El problema es que los vecinos bajan y se cogen las aceras; cada quien pone conos, la ciudad llena de conos. Todo el mundo se come las aceras, todo el espacio público. El caraqueño se ha ido apropiando de lo que no le toca, de lo que es de todos, lo ha ido parcelando. Ese es el problema. La apropiación del espacio público es nuestro problema. ¿Qué deberíamos hacer? Si yo fuese político, si me lanzara para alcalde, lo primero que haría es rescatar el espacio público. ¿Cómo es posible que los edificios pongan «zona de seguridad» en la calle, qué es eso? ¿Qué falta de respeto es esa? Eso no tiene nada que ver con la ciudad hecha, con su espacio geográfico ni su tiempo histórico, y mucho menos sus edificios. Eso es un problema momentáneo. Eso es una epidemia que hay que combatir: combata esa epidemia y cambia la ciudad sin tanta alharaca arquitectónica.
Es muy común el juicio de que esto se debe a que Caracas no está planificada. Eso es falso. Si hay una ciudad planificada es ésta. Ésta es una de las mejores ciudades planificadas a partir del año 1950. Compárela con Bogotá, con México; busque todos los planos de América Latina y verá que Caracas se lleva la delantera precisamente porque esa fue una decisión tomada por un movimiento moderno venezolano que vino con el mejor grupo de arquitectos formados en las mejores universidades del mundo en ese momento. De pronto se cometen errores, pero ese no es el cuento de la ciudad: la plaza Altamira no es de gratis, el bulevar del Cafetal no es de gratis, el bulevar de El Valle no es de gratis; todos esos espacios están muy bien planificados.
¿Qué es lo que ama de esta ciudad?
La solidaridad en la tragedia. Esa solidaridad espontánea que define en gran medida al venezolano y el venezolano es hechura de Caracas, y eso se está notando incluso en esta nueva tragedia que se está viviendo con la diáspora y el buen comportamiento que tienen en el exterior. Eso lo aprendió de Caracas porque Caracas se volvió el lugar que unió a toda Venezuela. Llegué aquí de Los Andes con un tipo de Güiria y otro de Falcón; entramos y nos reconocimos como venezolanos; aquí aprendimos a tener un comportamiento. Para bien o para mal es nuestro comportamiento y, como siempre, depende de nosotros llevarlo por buen o mal camino. Ese es el agradecimiento que le debo a Caracas. Estas son mis fotografías hechas con premeditación y alevosía. Nada es gratis.
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Bryan Alviárez
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