Fragmento de “Batalla de Carabobo” (1887), de Martín Tovar y Tovar
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Las últimas dos semanas han demostrado hasta qué punto los venezolanos nos sentimos orgullosos de la batalla de Carabobo. No hubo un sector que se sintiera ajeno a su bicentenario. Aunque no se llegó al extremo de superar las grandes divisiones políticas, el relato épico de Eduardo Blanco, aprendido de un modo u otro en la escuela, y el plafón de Martín Tovar y Tovar, reproducido de mil maneras distintas, probaron su eficacia como lugar de encuentro nacional. Hubo actos oficiales, se inauguró un monumento, se estrenó una miniserie, salieron algunas publicaciones, cada día hubo un evento académico distinto, se multiplicaron las notas y entrevistas en los medios, así como las actividades en organizaciones de la sociedad civil y en los gremios; los manifiestos de partidos políticos y las tareas con las que las maestras, vía Zoom, obligaron a todos los padres y representantes a repasar el tema. La Iglesia celebró el aniversario con repique de campanas en todo el país, una carta pastoral de términos bastante categóricos y la ratificación, obligatoria en cada parroquia, de la consagración de la república al Santísimo Sacramento. Los tuiteros, instagramers y blogueros que hablan de historia, y que en Venezuela son una legión, tocaron el tema en todo el abanico de sus enfoques posibles: desde los cantos patriotas hasta el hispanismo que ve en la Independencia la causa de todos nuestros males (cuando no en la salida de los Austrias del poder).
Lo anterior puede hacer pensar en un país embobado por la Historia Patria, que insiste en el expediente de eludir la dura actualidad con las glorias pasadas. La buena noticia es que no ha sido tan así. Más bien al contrario: si el bicentenario ha servido de algo, ha sido para demostrar que Venezuela está mucho más viva y dinámica de lo que pueda pensarse, al menos de cara al tamaño de sus problemas. Tal vez porque nuestras urgencias, numerosas y enormes, no dan espacio para demasiadas florituras, o quizás porque ya contamos con una práctica de veinte años hablando de historia en el ámbito político, la catarata de conmemoraciones ha demostrado un mayor sentido histórico de lo que suele ocurrir en estos casos. En vez de insistir en los discursos castelarianos, o incluso cuando se les siguió remedando (¿para qué negar que los venezolanos aún nos emocionamos con sus giros?), la tendencia fue a ir hacia problemas medulares, revisiones más o menos críticas y, sobre todo, a mirar al porvenir.
La historia oficial, vieja y nueva
Nadie (o casi nadie) niega lo esencial de la vieja épica: el heroísmo del Negro Primero o de la Legión Británica, o la gallarda retirada del Valencey (Carabobo siempre ha sido, también, una oportunidad para hablar bien de España, aunque no desinteresadamente: “Vencimos a los vencedores de Bailén” dijo un locutor en la transmisión del desfile militar). Pero todos (o casi todos) decidieron ir más allá en sus análisis. Incluso en el discurso oficial hubo aspectos, y no irrelevantes, de las nuevas interpretaciones. Por ejemplo, tanto Nicolás Maduro como el general Vladimir Padrino López, en sus intervenciones durante el gran desfile militar del 24 de junio, dijeron que la batalla solo es comprensible dentro de un conflicto político y geopolítico más amplio, que no puede desligarse del triunfo político y diplomático de los Tratados de Trujillo, en los que España reconoció a Colombia y a Simón Bolívar como su presidente (y eso con cierto énfasis en que las negociaciones significan siempre alguna forma de reconocimiento); y en que Carabobo fue un éxito de Colombia, la de entonces, la hoy llamada Gran Colombia.
No es poca cosa, si consideramos que lo usual es exaltar a Carabobo como “la batalla que selló la independencia de Venezuela”, eludiéndose el hecho de que con ella no nació la República de Venezuela, como piensa mucha gente, sino que lo que quedaba de la Capitanía General de Venezuela se incorporó a Colombia. Incluso, si nos apegamos tajantemente a los hechos, lo que ocurrió con Carabobo es que Venezuela desapareció, tal como había existido hasta entonces, para ser dividida en tres departamentos colombianos. De igual modo, también se tiende a desligar lo militar del resto de lo político, de modo que, en este contexto, las tesis de Maduro y Padrino López, con su énfasis en lo diplomático, lo político y lo geopolítico, no dejó de ser toda una novedad en un discurso de ocasión. Por supuesto, la Historia Oficial siempre tiene un contenido político, y a renglón seguido se señaló que el sueño grancolombiano, que era el de Bolívar, sigue siendo el de los bolivarianos de hoy; que la lucha por la independencia consagrada en Carabobo es antecedente de las actuales luchas antiimperialistas; que ser bolivariano hoy significa ser chavista; que, en suma, Carabobo debe ser un aliciente y un ejemplo de lo que queda por hacer. Son cosas de las que los analistas políticos tendrán más cosas que decir.
El desfile se distinguió por los uniformes históricos, basados en los modelos de los usados en la batalla; por un impresionante despliegue de armamento recién adquirido, y por ser el primero, en mucho tiempo, en el que pudieron marchar veteranos de combates recientes (los “defensores de Apure”). Pero también fue parte de un conjunto de acciones políticas más amplias, como el Congreso Bicentenario de los Pueblos, que con más de quinientos delegados se reúne actualmente en Caracas, por la presencia de Evo Morales y Rafael Correa flanqueando a Nicolás Maduro, por la inauguración de un nuevo monumento, que se ha agregado a los ya existentes en el campo de Carabobo, y que ha dado mucho de que hablar. También se ha comentado mucho el estreno de una miniserie en la televisión. La lección de Carabobo, en la que lo militar fue sólo parte de muchas cosas más, parece haber sido aprendida.
La sociedad que piensa y discute
En la acera del frente, hay tres documentos que resaltan por su calado: el del Partido Comunista, hoy en la oposición (aunque reconoce al gobierno como legítimo); el del episcopado y el voto salvado del secretario de la Universidad Central de Venezuela, Amalio Belmonte, ante el Consejo Nacional de Universidades. Los tres pueden hallarse en Internet. Hay muchos más, pero de momento detengámonos en estos tres.
El del Partido Comunista es en realidad un breve ensayo de Wladimir Abreu, miembro del Comité Central, que apareció en Tribuna Popular[1]. Sorprendentemente, es el menos político y el más historiográfico. Es un llamado a ver la batalla en una perspectiva global: “Carabobo, en el ámbito de la Capitanía General de Venezuela, representa el punto culminante de una ola revolucionaria que estalló en Francia en 1789, recorrió Europa y conmocionaría al imperio bi-hemisférico español; barriendo los restos del Ancienne (sic) Regime y las rémoras feudales que aún nos ataban al pasado pre-capitalista: la unión del Trono, el Altar y la propiedad semi-feudal de la Tierra”. El texto tiene el sabor de las viejas tesis sobre las revoluciones burguesas de un Albert Soboul, Manfred Kossok e incluso un Eric Hobsbawm, en lo esencial, llámese burguesas o atlánticas las revoluciones, considerándoselas una etapa hacia el socialismo o un fenómeno que ya con la democracia liberal se consumó, el ensayo de Abreu llama la atención sobre una dimensión que, en eso tiene razón, suele dejarse de lado.
Continúa el texto: “la ola revolucionaria que arrancó en París en 1789, con la influencia de los liberales españoles de la Constitución de Cádiz de 1812 y la herencia de la Ilustración europea de finales del siglo XVIII, con sus matices, recorrerá los campos de Carabobo. El 24 de junio de 1821 moría en Venezuela el «antiguo mundo»”. Estamos ante el caso notable de una tesis histórico-historiográfica, con un enfoque de historia global, corriente casi desconocida en Venezuela, planteada por un partido político en medio de un gran debate nacional. La Conferencia Episcopal Venezolana, por su parte, hizo una reflexión teológica sobre lo que representó Carabobo en 1821, lo que representa hoy y lo que podrá representar mañana como “signo de los tiempos”. Leemos: “la Iglesia puede ver en todos los acontecimientos de la humanidad una señal de la presencia de Dios en ellos. Así, tiene la capacidad de «leer los signos de los tiempos»”[2]. ¿Y qué signo ven los obispos? El legado de “la vocación libertaria recibida para dar una respuesta en todo momento con un compromiso que permita seguir adelante y vencer las batallas que las circunstancias puedan generar en el país”.
Llama la atención el uso, varias veces, de la palabra libertaria, que hoy es tan compleja por su sentido anti-Estado, tanto desde el anarquismo como desde los liberales “anarco-capitalistas”. No parece ser la postura del Episcopado, que solo se limita a asociarla con la libertad, cosa que, como veremos más abajo, es lo políticamente menos notorio del documento. Los obispos, en lo que parece ser la gran tendencia del momento, tampoco descontextualizan a la batalla de la faena más grande de construir una república, cosa en la que “la Iglesia no pasó desapercibida ni se aisló en este andar histórico. Paulatinamente hizo sentir su presencia y misión evangelizadora con una contribución decidida desde lo que le es propio: el anuncio de la liberación plena de todos los seres humanos. No pocos católicos se dieron a conocer con su ejemplo y el aporte personal como contribución desde su fe y pertenencia a la Iglesia para la edificación de la Patria. Entre muchos podemos mencionar a Juan Germán Roscio, Fermín Toro, Cecilio Acosta y el Beato José Gregorio Hernández”.
Siguiendo, así, la senda de estos repúblicos católicos, sostienen que deben participar en el “Carabobo hoy”, que es el enfrentamiento a “la paulatina implantación de un sistema totalitario propuesto como “Estado comunal” que busca poner al margen el protagonismo del pueblo, verdadero y único sujeto social de su propia existencia como Nación”, por lo que “hace suyo desde un compromiso cierto por la liberación integral de todos”. Y señala lo que ha de ser el “Carabobo del futuro”, a su juicio: “la urgente necesidad de «REFUNDAR LA NACION»”. Para eso pidieron a todos los párrocos celebrar el bicentenario con repique de campanas, eucaristías y, muy significativo, la renovación de la consagración de Venezuela al Santísimo Sacramento. Desde 1899 la república está consagrada al Santísimo, en parte por la devoción personal del arzobispo (entonces sólo gobernador del Arzobispado) Juan Bautista Castro, y en parte porque era una devoción común en aquel momento para oponerse al liberalismo. El decreto de consagración de Venezuela es imposible de ser desligado del hecho por Gabriel García Moreno en Ecuador.
Hoy que la Iglesia se declara libertaria, el objetivo debe ser distinto, salvo en el de salvar a la república de sistemas que consideran peligrosos. En cualquier caso, y que admitir que monseñor Castro fue bastante exitoso en casi todo cuanto se propuso. Escapa de nuestras posibilidades determinar en qué medida el Santísimo lo ayudó en ello. Pero los obispos de hoy no se quedaron solo en eucaristías y exposiciones del Santísimo. También propusieron cosas más profanas. Por ejemplo, convocar “a todos los laicos quienes por su índole secular deben colaborar con la edificación del reino de Dios en el mundo, a que no escatimen esfuerzos y sean los principales colaboradores en esta tarea que encontramos ante nuestros ojos”. ¿Se puede pedir más para entender cómo la lectura de la historia es una reflexión sobre el presente, y suele conducir una planificación del porvenir?
El voto salvado y las batallas del porvenir
Lo de la Universidad Central de Venezuela en el Consejo Nacional de Universidades (CNU) seguramente merecerá textos más amplios. El CNU propuso un acuerdo en homenaje al Bicentenario de la Batalla de Carabobo. Leído el documento, el profesor Belmonte decidió no suscribirlo, salvando el voto[3]. Sustentó su postura en cuatro aspectos: primero, que el documento recoge solo la visión actual del Estado, cuando, por la naturaleza de la efeméride, debería ser más plural. Segundo, que el documento en vez de subrayar la acción de Simón Bolívar y quienes lo acompañaron en la batalla, básicamente exalta los “méritos al fallecido Presidente Hugo Chávez «por habernos revelado la verdadera dimensión del 24 de junio de 1821», diferente a los conocidos criterios de las élites”. En tercer lugar, al carácter exclusivamente bélico que se le da al hecho:
En cuanto a la expresión según la cual “la patria venezolana se construyó en los campos de batalla”, observamos que se sobredimensiona el ius belli, mientras se prescinde de antecedentes irrefutables, inmanentes a la Independencia. Los autores del Proyecto omitieron la figura de José Antonio Páez, posiblemente para que Guaicaipuro ocupara espacio preferente. Así mismo, soslayaron eventos que permitirían una mayor compresión de la génesis de la nación venezolana, y trascender la visión épica militarista expresa en el Acuerdo. En este sentido conviene mencionar, la Constitución Liberal impuesta a Fernando VII en 1812, que debilitó a su gobierno para enviar tropas a las colonias; la oposición de los blancos criollos a las reformas borbónicas que estimularon la incipiente conciencia independentista (John Lynch); la Rebelión de Juan Francisco de León contra el monopolio comercial colonial; las acciones de la Sociedad Patriótica que transformó sus objetivos de fomento económico en políticos; el Acta de la Independencia (5 de Julio 1811), cuyo texto fue responsabilidad de Don Juan Germán Roscio, quien posteriormente presenta, un proyecto de Constitución, aprobado el 21 de Diciembre de 1811, acompañado en esa notable tarea por Francisco Javier Ustáriz y Francisco Isnardi. Ellos pueden ser considerados los Próceres Civiles de la Independencia. En otras palabras, la Batalla de Carabobo es el resultado de un complejo número de movimientos políticos, de fechas, personalidades civiles y militares que sirven de sustento a la memoria del país.
Dicho lo anterior, la conmemoración del Bicentenario de la Batalla de Carabobo debe exhibir con orgullo sus figuras civiles, quienes con su talento y sacrificio consiguieron los primeros fundamentos de lo que hoy es Venezuela, en el continuo que condujo de la Capitanía General a la condición de República. Gracias a estos próceres civiles, Venezuela fue el primer país que dispuso de una Constitución donde se asumía como nación independiente.
En cuarto lugar, “merece atención, la pretendida vinculación, presente en el Proyecto de Acuerdo, entre la Batalla de Carabobo y la educación. Sostienen los responsables de su redacción, que el resultado de la Batalla «permitió que asumiéramos con vocación humanística la educación como factor determinante»”. El profesor Belmonte considera que el pensamiento ilustrado y personajes como “Mariano Moreno (Arg), José María Heredia y Félix Varela (Cuba), Manuel Lorenzo de Vidaurre, (Perú) Fray Servando Teresa de Mier, y Lorenzo Zavala (mexicanos), Vicente Roca Fuerte Guayaquil, (Ecuador), Andrés Bello, Juan Germán Roscio y Simón Bolívar” serían más a propósito para el humanismo hispanoamericano que una batalla en sí. Eso no significa que la UCV desmerite el valor de la batalla, al contrario: “la Universidad Central de Venezuela valora los hitos históricos nacionales, así como a las correspondientes figuras que sirven de referencia al ethos fundacional del país, ello incluye, sin lugar a dudas la Batalla de Carabobo, al Libertador Simón Bolívar y los personajes civiles y militares. En tal sentido, nuestro Consejo Universitario elaborará el Acuerdo correspondiente al Bicentenario de la Batalla de Carabobo desde una perspectiva Académica, Histórica y Doctrinaria procurando la mayor inclusividad posible que refleje las distintas opiniones, tal como corresponde a una Institución autónoma y democrática”.
Queda demostrado que hay un pensamiento plural en Venezuela con los documentos acá consignados. La vieja épica y las nuevas ideas, nuestros revolucionarios y nuestro Santísimo Sacramento, el descubrimiento de la importancia de lo civil, la demostración de que se reflexiona, se debate y se habla; de que la libertad es un asunto central y de que el pasado glorioso ha dejado de ser una nostalgia (los obispos lo dijeron sin rodeos), sino de que la historia, si alguna utilidad tiene, es para poner los pies en la tierra y, erguidos, ver hacia adelante. Sí, quedan los cuentos de Eduardo Blanco, “vengo a decir adiós porque estoy muerto” y mucho de la “rodilla en tierra” de los ingleses, pero ya vistos, al menos para muchos, en una clave distinta. Es para un muy cauteloso optimismo. Un país que se piensa históricamente y que se siente con fuerzas para plantearse batallas en el porvenir, sigue teniendo alguna oportunidad.
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Referencias
[1] Wladimir Abreu, “200 años de la batalla de Carabobo: un hito revolucionario”, Tribuna Popular, 24 de junio de 2021, https://prensapcv.wordpress.com/2021/06/24/200-anos-de-la-batalla-de-carabobo-un-hito-revolucionario/
[2] Mensaje de la Presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana al Pueblo de Venezuela con ocasión del bicentenario de la Batalla de Carabobo, Caracas, 23 de junio de 2021, https://conferenciaepiscopalvenezolana.com/presidencia-de-la-conferencia-episcopal-venezolana-comparte-mensaje-con-ocasion-del-bicenten
[3] Amalio Belmonte, “Voto salvado ante la propuesta-acuerdo homenaje al Bicentenario de la Batalla de Carabobo”, Caracas, 17 de junio de 2021, https://ucvnoticias.wordpress.com/2021/06/18/voto-salvado-ante-propuesta-acuerdo-homenaje-al-bicentenario-de-batalla-de-carabobo/
Tomás Straka
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