Perspectivas

Bruce Lee y Brandon Lee, del fénix al cuervo

01/10/2021

Brandon Lee sin maquillaje en The Crow, Miramax Films

Madrugada del verano de 1992, Los Ángeles. Dos jóvenes actores llegan a la casa de uno de ellos. Son las seis de la mañana, la noche ha estado intensa y descontrolada, pero deciden beberse una última copa en el hogar del más rubio de ellos: Brad Pitt. El más moreno de pronto, en medio de la borrachera –aliñada con otras hierbas–, sufre un bajón emocional y comenta que tiene una intuición, un pensamiento fatalista que no deja de rondarlo: “Siento que me voy a morir joven, como mi padre”. Brad Pitt lo reprende cariñosamente, le dice que no piense tonterías, que está joven y tiene mucho talento, que le augura una larga y exitosa carrera. Un año más tarde el moreno conseguirá el papel de su vida en una película llamada El cuervo, adaptación de un cómic dirigida por Alex Proyas. Será su gran película, también la última que filme, pues en ese rodaje encontrará la muerte. Se llama Brandon Lee y tiene veintiocho años, es hijo de Bruce Lee quien muriera a los treinta y dos, también mientras hacía una película, exactamente veinte años atrás.

Se dice que el abuelo de Brandon Lee, el también actor Lee Hoi Chuen (quien cantaba en la Compañía de Ópera Cantonesa), aseguraba ser víctima de un maleficio. Él y su esposa Grace habían atravesado un duelo después de la repentina muerte de su primogénito. Así que cuando nació el nuevo bebé lo registraron oficialmente como Lee Jun Fan (a la usanza china, con el apellido por delante), pero luego “para despistar a los espíritus” decidieron nombrarlo Sai Fon (Pequeño Fénix), un nombre que suelen llevarlo las mujeres. Según la maldición que supuestamente rondaba al abuelo Lee, y de la cual él estaba convencido, los hijos varones de tres generaciones estaban destinados a morir jóvenes. De manera que si el joven era llamado con un nombre de mujer –e incluso vestido como niña– podía evadir el funesto destino. Ese pequeño, nacido en San Francisco en 1940, durante una gira por los Estados Unidos de la compañía de ópera para la que trabajaba su padre, se haría famoso más tarde bajo el nombre de Bruce Lee.

Bruce Lee

El Pequeño Fénix llegaría lejos, aunque su ascenso al estrellato no fuera en lo absoluto un camino de rosas. Muy al contrario. Bruce Lee, además de ser un experto en artes marciales, era actor, estudiante de filosofía y guionista, pero sus propuestas eran rechazadas porque para las productoras estadounidenses era delicado eso de poner de protagonista a un hombre asiático. Así que para el joven Bruce estaban buenos los papeles secundarios como el de Kato, el asistente del Avispón Verde, y aunque fue considerado como primera opción para el papel principal de la serie Kung Fu (1972-1975), se decantaron por David Carradine, un hombre caucásico pero con los ojos rasgados. Bruce se cansó de ser un segundón en el país donde había nacido, pero que lo consideraba demasiado chino para ser una estrella americana, de modo que se fue a Hong Kong donde al programa El Avispón Verde lo llamaban El show de Kato y allá protagonizó los papeles que le negaban en este lado del mundo. Fue así como se hizo un nombre en China y sus películas comenzaron a consumirse con devoción en Europa y América (recordemos que Quentin Tarantino se formó en gran parte como trabajador en un videoclub donde no hacía otra cosa que consumir vorazmente películas chinas, muchas de ellas protagonizadas por Bruce Lee), de manera que Bruce Lee comenzó a forjarse su auténtica fama yendo y viniendo de Hong Kong a la costa oeste de los EE. UU. Fue entonces cuando protagonizó películas legendarias como The Big Boss, Fist of Fury, Enter the Dragon y Way of the Dragon. Lee fundó su propia academia de kung-fu, donde llegó a tener por discípulos, entre otros, a los actores Steve McQueen, James Coburn y Chuck Norris. Y aquí, en lo de la fundación de su academia de kung-fu, es donde la cosa comienza a ponerse rara. Realmente extraña. De esos momentos en que la realidad se muestra más delirante que la ficción o donde la realidad parece evidenciar que está siendo escrita por un guionista obstinado que se empeña en repetir la misma historia.

A partir de este momento entramos en el territorio de la especulación, de los mil y un vectores que comienzan a dispararse al infinito en un sinfín de teorías. Se dice que Bruce Lee cometió un error imperdonable al bautizar su academia de kung-fu con su nombre oficial: Jun Fan Gung-Fu (algo así como el kung-fu del auténtico Bruce Lee), pues de esa manera alertaba a los espíritus involucrados en el conjuro contra su familia –y que habían sido burlados durante décadas– respecto de dónde se hallaba Jun Fan Lee, así como de la existencia de su primer hijo, Brandon Lee, nacido en 1965. Más tarde Bruce cambió el nombre de su escuela a Jeet Kune Do, con una filosofía más profunda y mixta, un arte marcial en constante evolución, orgánico, adaptable a cada situación, donde también mezclaba el kung-fu con otra artes marciales y hasta con técnicas del boxeo aprendidas de Mohammed Ali. Pero –para los amigos de lo esotérico– ya el daño estaba hecho y los espíritus malignos habían sido advertidos sobre la auténtica naturaleza del Pequeño Fénix.

Fotografía de Bruce Lee Family Archive

En 1970 Lee se lesionó mientras entrenaba. Un mal levantamiento de pesas lo arrastró hasta el hospital y ahí recibió un diagnóstico que para él sería similar a una muerte en vida: jamás podría lanzar una patada de nuevo. Se quedó entonces meses postrado en cama leyendo los postulados de Krishnamurti, en los cuales se insistía en que las soluciones a los problemas nunca estaban fuera, sino que había que buscarlas y gestarlas en el interior de uno mismo. Con la fortaleza física y mental de un auténtico superhombre se levantó de aquella cama y contra todo pronóstico reinició los entrenamientos. Ese Bruce Lee que regresó de la parálisis y de los dolores más insoportables era aún mejor que el anterior, aún más deslumbrante, rápido y enérgico. En esa época mandó a acuñar un medallón que llevaba con frecuencia sobre el pecho, ahí se veía la inscripción: «No tener ningún camino como camino; no tener ninguna limitación como limitación». Una vez más el Pequeño Fénix había burlado la sentencia de los dioses malvados.

Hasta que llegó aquel fatídico día de julio de 1973. Esa tarde Bruce no se sintió bien, estaba filmando en Kowloon, Hong Kong, una película titulada (vaya ironía) El juego de la muerte. Pidió un receso, se fue a casa de Betty Ting Pei, la actriz con la que protagonizaba el filme. El dolor de cabeza era atroz, dicen que tomó unas aspirinas, es probable que haya sido Equagesic, un analgésico más fuerte, y se acostó un rato. No faltan quienes aseguran que Bruce quedó adicto a los calmantes para el dolor, que solía mezclarlos incluso con algo de cannabis. El punto es que se quedó dormido y nunca recobraría la conciencia. Hay medios que aseguran con algo de morbo e insinuando una relación extramarital que Bruce murió en la cama de la actriz. Pero la esposa de Bruce Lee, y madre de sus hijos, asegura que murió realmente en el hospital víctima de un edema cerebral. De cualquier manera el informe de los forenses no dejó satisfechos a los seguidores de Lee, porque ¿acaso mueren los superhombres de algo tan común y corriente?; qué va, ahí tenía que haber algo turbio, una mano oscura con poderosos tentáculos. Seguramente la mafia china que estaba disgustada con Lee porque se negaba a negociar con ellos. Probablemente fueron los grandes maestros del kung-fu molestos porque Bruce estaba revelando sus secretos milenarios al mundo occidental. No se sabe, nunca quedó del todo claro.

Bruce Lee durante el rodaje de El juego de la muerte

El juego de la muerte tardó cinco años en ser culminada, hubo que filmar nuevas secuencias, hacer uso de dobles y trucos de montaje para simular que Bruce Lee seguía allí. Un dato curioso pero para nada menor: en esa película un grupo de maleantes de la mafia coreana sustituye unas balas de salva por unas reales para intentar asesinar al personaje interpretado por Lee. Un acto desconcertantemente similar daría muerte a su hijo Brandon veinte años más tarde en pleno rodaje de El cuervo.

Volvemos aquí, entonces, a la noche aquella de fiesta desbordada en Los Ángeles en la que Brandon Lee le confiesa a su amigo Brad Pitt que siente que morirá joven como su papá. Y Brad lo mandará a callar, le dirá que deje de decir disparates, que mejor le cambia el enésimo trago de ginebra por un expreso doble. Y un año más tarde, cuando Brad se entere de que Brandon protagonizará El cuervo –un héroe proveniente del universo del cómic que es asesinado junto con su pareja, pero regresará de la muerte para hacer justicia, ahora inmortal y acompañado de un cuervo– seguro que Pitt le habrá dicho: “Te lo dije, ahora es cuando viene lo bueno”. Nadie lo podía sospechar: una serie de fatalidades se sumarán absurdamente para que las más oscuras premoniciones de Brandon se cumplan cuando apenas falten unos días de rodaje.

Bruce Lee y Brandon Lee

La producción de El cuervo, dirigida por Alex Proyas (que luego hará películas como Dark City y Yo, robot), se queda sin presupuesto. La cosa es tan grave que prescinden del personal encargado de supervisar los asuntos de balística y seguridad de los actores. Total, las escenas más riesgosas ya han sido filmadas. Solamente queda una en la que el protagonista, cuando aún es Eric Draven, un hombre normal y corriente, antes de convertirse en El Cuervo, llega a su casa para toparse con una escena de violación cuya víctima es su pareja. Los maleantes son varios y están armados, Draven intenta salvar a su novia pero es golpeado por los delincuentes y luego le disparan a quemarropa con un arma Magnum calibre 44. Se suponía que las balas eran de cartón, se suponía que el actor que recibe el impacto debe estar siempre protegido preventivamente por un chaleco antibalas, se suponía que el actor que ejecuta el disparo jamás lo dirige al cuerpo sino al vacío, un metro más allá. Se supone también que de todo eso debe encargarse un especialista en ese tipo de escenas que supervisa que se cumplan todas las medidas de seguridad, pero no había dinero para pagarle, lo habían mandado a casa y el experto brillaba por su ausencia. Entonces Funboy (interpretado por el actor Michael Massee) dispara a corta distancia contra el indefenso Eric Draven y el director grita corten, pero Brandon no se levanta y todos piensan que está bromeando porque Brandon se la pasa bromeando, no es la primera vez que finge que algo le pasó simplemente para reírse de la preocupación ajena. Es como un niño que no para de hacer muchachadas. Incluso hay veces que no lo encuentran en su camerino ni en ninguna de las áreas destinadas para los actores y es porque está correteando con los hijos de los otros actores y miembros del equipo de producción. Es un crío más, vestido de cuero, con la cara pintada de blanco y negro, el más jovial de los góticos. Dentro de tres semanas se casará con la directora de casting, su prometida Eliza Hutton (bueno, eso es lo que tienen planeado). Pero Brandon sigue en posición fetal sobre el suelo, no se mueve y un charco de sangre comienza a desbordarle la silueta. Esta broma se está pasando de la raya, esto no estaba en ningún guion.

Resulta que un pedazo de bala estaba atorado en el cañón de la Magnum, y resulta que la bala de cartón ha empujado al trozo de plomo al accionar el gatillo. Una punta de plomo ha impactado en el vientre al actor y ahora se está desangrando ahí sobre el set. Brandon Lee es llevado a urgencias en un hospital cercano. Lo intervienen durante doce horas, le hacen una transfusión de treinta litros de sangre. Todo en vano, la bala está alojada en un lugar de difícil acceso, pegada a la columna, y la sangre no deja de manar a borbotones. Es la madrugada del 31 de marzo de 1993, una de las más tristes en la historia del cine.

Fotograma de El cuervo

 

Michael Massee no se lo puede creer, era el supuesto asesino de Eric Draven en la ficción y ahora resulta que ha asesinado culposamente a Brandon Lee en la realidad. Se encierra durante un año entero en el que nadie tiene acceso a él. El director Alex Proyas también enloquece, se lleva todos los negativos filmados ese día a su casa y ahí los quema. No deja ni rastro de lo que realmente ha ocurrido. Obviamente hay una investigación y una demanda contra la productora, pero todo es tan confuso, un auténtico laberinto de desgracias amalgamadas, es prácticamente imposible determinar las responsabilidades. La culpa es de nadie, la culpa es de todos. Se logra un acuerdo fuera de tribunales con la demandante, la madre de Brandon Lee, y lo dejan de ese tamaño.

A los meses aparece en escena un sujeto que es un poderoso productor de Miramax, el hoy tristemente célebre Harvey Weinstein (quien está preso por cargos de acoso, abuso y violación a una docena de actrices). Al tipo el proyecto inconcluso de El cuervo le parece una oportunidad dorada, se le ha afilado el colmillo y una gota de sangre le escurre por el mentón: él pone ocho millones de dólares para terminar la película. Lo que haga falta de Brandon Lee se hará con efectos especiales, con dobles y con planos del actor sacados de otras escenas. Hay gente que se niega a continuar, les parece una falta de respeto, una traición a la memoria de Brandon Lee, pero hay otros que deciden seguir adelante, que El cuervo vuelva a la vida, entre ellos Eliza Hutton, la prometida de Brandon.

El cuervo se convierte en una película exitosa en la taquilla, ayuda –además del morbo que ya producía saber que era la película donde había muerto el hijo de Bruce Lee– el reciente suicidio de otro joven icónico: Kurt Cobain, de Nirvana. La película, con su estética gótica, con una banda sonora liderada por The Cure pero donde están también artistas como Nine Inch Nails, Stone Temple Pilots, Pantera, Rage Against The Machine y The Jesus And Mary Chain se convierte en un filme de culto. Se asegura, incluso, que la verdadera inspiración para Heath Ledger en su papel de El Guasón en la película Batman, el caballero de la noche fue ese Cuervo de Brandon Lee. Y aunque el Guasón tiene su propia maldición, algunos relacionan la trágica y temprana muerte de Heath Ledger también con la tragedia de los Lee.

Lapidas de Bruce y Brandon Lee. Fotografía de Joe Mabel

Brandon Lee yace junto a Bruce Lee en un cementerio de Seattle. La lápida del padre es de un naranja brillante, como el ave fénix que resurge de entre las cenizas ardientes. La del hijo está hecha de piedra oscura y lustrosa, como las alas de un cuervo.


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