Memorabilia

Autobiografía

08/02/2021

[Considerado, junto con Pablo Acosta Ortiz, el fundador de la cirugía moderna en Venezuela, Luis Razetti (1862-1932) fue uno de más importantes científicos de fines del siglo XIX y principios del XX venezolanos. Su papel en nuestra cultura civil, tal como queda expuesto en sus propias palabras, resulta ejemplar. El texto apareció en la revista Venezuela contemporánea, correspondiente al volumen V, del año 2°, en Caracas, 1917]

Luis Razetti. Reproducción de El Cojo Ilustrado de un retrato de Emilio J. Mauri. 1907

Cuando por la educación recibida ocupamos un puesto de cierta consideración en la sociedad, tal como el que nos da el título de doctor, nos procura el ejercicio de una profesión científica y nos crea el cargo de profesor universitario, hemos contraído con nosotros mismos, con la sociedad y con la patria compromisos especiales y superiores, cuyo cumplimiento no es posible eludir si queremos ser buenos ciudadanos. Yo no he hecho sino procurar cumplir esos compromisos hasta donde me lo han permitido mis facultades intelectuales y los medios de que he podido disponer. Si hoy, después de treinta y cuatro años de ininterrumpida labor, hiciera el balance de mi vida científica, seguramente tendría un déficit, porque sé que lo que he hecho no ha podido alcanzar ni la solidez, ni la extensión, ni la importancia de una obra digna de ser tomada en cuenta en el conjunto general de la cultura de la nación; y, además, debo haber cometido muchos errores, porque la infalibilidad no es atributo de los hombres y mucho menos de los que carecemos de las facultades cerebrales sobresalientes que son indispensables para realizar empresas de trascendencia y de verdadera utilidad general. Pero sí puedo afirmar, que ninguno de los actos de mi vida ha sido inspirado por mezquinas ideas de egoísmo personal y que todo cuanto he hecho en la esfera en la cual se ha desarrollado mi actividad académica lleva el sello de la honradez, que es mi orgullo, y de la buena fe, que es la norma de todas mis acciones. En la cátedra universitaria y en la tribuna, he defendido lo que he considerado expresión de la verdad; en la prensa y en el libro he divulgado lo que he creído útil a los demás; y en el magisterio de la enseñanza he demostrado a mis discípulos, que el amor y el respeto a la ciencia son las más excelsas cualidades del alma humana.

Mi ilustración puede haber variado con los años y por el estudio, pero mis convicciones han sido invariables desde que adquirí un concepto satisfactorio sobre la naturaleza del hombre y el origen de la humanidad. Como todos los hombres que han cultivado su espíritu, profeso opiniones filosóficas y políticas claras y precisas. Soy republicano demócrata liberal, porque no considero legítima ninguna autoridad que no proceda de la voluntad popular libre y soberanamente expresada, y creo que la libertad del pensamiento y de la conciencia son indispensables al perfeccionamiento humano; soy determinista, porque creo que todos los fenómenos de la naturaleza están sometidos a leyes absolutas y que cada uno de ellos tiene sus causas particulares, necesarias y suficientes, que son a su vez fenómenos anteriores o contemporáneos al fenómeno considerado; soy monista, porque creo que la materia y la energía son los dos atributos fundamentales, las dos propiedades esenciales de la sustancia universal, infinita y eterna; y considero que la moralidad es el resultado de la armonía de las actividades humanas en beneficio de la felicidad común, porque toda la doctrina moral de la humanidad está contenida en el célebre aforismo de Confucio: «No hagas a los otros lo que no quieras que te hagan a ti».

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Nací en Caracas el 10 de septiembre de 1862. Mi padre era comerciante italiano; mi madre, venezolana, era nieta del licenciado Miguel José Sanz, tutor de Bolívar y uno de los fundadores de la República. Étnicamente soy de pura raza europeo latina, mezcla de italiano y español. Perdí mi padre siendo aún niño y todo lo que soy lo debo a mi madre. Recibí la instrucción primaria en la casa paterna y la secundaria y la superior en la Universidad Central. Fui graduado de doctor en medicina y cirugía el 4 de agosto de 1884. Ejercí mi profesión en el interior de la República durante cinco años. Pasé tres años en Europa dedicado a estudios de perfeccionamiento, gracias a una pensión que me otorgó el gobierno. Vivo en esta ciudad [Caracas] desde fines de diciembre de 1892, consagrado al ejercicio de mi profesión y a la enseñanza universitaria. Me casé en 1897; no he tenido hijos. Soy discípulo directo de la Escuela francesa y un gran admirador de la gran República latina; sin embargo, soy uno de los pocos venezolanos que ha hecho el elogio público de la ciencia alemana y Haeckel ha sido mi maestro predilecto. En el actual conflicto europeo [Primera Guerra Mundial] mis simpatías son por la causa de los aliados, porque además de ser Francia mi madre intelectual y pertenecer yo a la raza latina y ser republicano, creo que el triunfo del militarismo pangermánico en Europa sería perjudicial a la civilización universal.

Cuando regresé de Europa y me establecí en esta ciudad como profesional de la medicina, mi único propósito era vivir honradamente de mi trabajo y contribuir, como uno de tantos, a la obra necesaria de restaurar la medicina científica en Venezuela, es decir, colocar de nuevo esta ciencia a la altura que la colocó Vargas en 1827, cuando fundó los estudios médicos en este país. Mi primer acto en este sentido fue promover y llevar a cabo, junto con mi amigo y colega el doctor Rísquez, la fundación de la que fue Sociedad de Médicos y Cirujanos de Caracas (13 de marzo de 1893). Todo el adelanto de la medicina venezolana en nuestra época deriva de aquella sociedad, cuyo único objeto era estimular por todos los medios posibles el estudio de la medicina científica; y al efecto invitamos a todos los médicos y cirujanos de la República a que contribuyeran con sus luces al cumplimiento del programa de la nueva Corporación. Nuestra primera manifestación fue crear la Gaceta médica de Caracas, tribuna que ha estado siempre abierta a todas las plumas médicas venezolanas sin restricciones de ningún linaje.

Esta obra ha prevalecido a pesar de todos los obstáculos, porque si la Sociedad no existe, yo mismo logré fundar la Academia Nacional de Medicina, sucesora de aquella corporación, y todavía soy el director de aquella revista, que está hoy en el vigésimo cuarto año de su existencia. No es empresa fácil en este país lograr que una revista científica viva durante más de veintitrés años consecutivos.

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En enero de 1893 no pensaba yo que pudiera ser profesor en nuestra Universidad, porque entonces creí, y lo sigo creyendo todavía, que los profesores universitarios deben ser elegidos por concurso, y este sistema no existía en las leyes de entonces. Para aquella época era rector de la Universidad mi sabio y respetado maestro el doctor Elías Rodríguez, y estaban vacantes las cátedras de anatomía y patología externa, por renuncia de sus respectivos profesores. El doctor Rodríguez, invocando la necesidad de llevar nuevos elementos a la Universidad y no estando autorizado para abrir concursos de suficiencia, nos impuso, al doctor Acosta Ortiz y a mí, como una obligación, que debíamos aceptar, dichas cátedras. Y fue así, llevado de la mano de mi venerable maestro, como ocupé la cátedra de patología externa y asumí la grave responsabilidad del profesorado universitario. En estos treinta y cuatro años he sido, sucesivamente, catedrático de patología externa, de obstetricia, de medicina operatoria, de anatomía y ahora lo soy de clínica quirúrgica. Enseñé la anatomía humana durante dieciséis años consecutivos y tuve la satisfacción de establecer los trabajos prácticos de disección y de medicina operatoria, y de lograr la fundación del Instituto Anatómico (1911), convertido hoy en Escuela de Medicina, después de su ensanche en 1915.

Repetiré aquí lo que dije en mi lección inaugural de la cátedra de clínica quirúrgica (12 de agosto de 1915) sobre lo que puede ser el profesorado universitario en Venezuela:

En nuestro país la misión del profesorado científico está perfectamente determinada. Nosotros no podemos ser maestros originales fundadores de teorías científicas nuevas, porque nuestra instrucción se ha desarrollado en un medio pobre, desprovisto de los recursos que la riqueza y la tradición han acumulado en los centros intelectuales de Europa, genitores del arte y de la ciencia. Así vemos que no obstante lo extenso y complicado de nuestra patología regional, nuestro caudal científico es todavía demasiado reducido para poder servir de base a la formación de una ciencia médica nacional propia y original. Tenemos, pues, necesariamente, que limitarnos a repetir lo que los grandes maestros enseñan, procurando explicar a nuestros discípulos la ciencia tal como sale formada de las mejores escuelas extranjeras. Nuestra libertad se reduce a escoger lo que consideramos mejor, según nuestro criterio personal, para interpretar los hechos a la luz de las doctrinas consagradas por el éxito y demostradas por la experiencia.

De modo que como profesor nunca he pretendido ser sino un buen repetidor de lo que he aprendido antes en los libros de los sabios, que son mis maestros, y mi esfuerzo se ha limitado a ser un sincero intermediario entre ellos y mis discípulos. Mi personalidad no ha influido en mi enseñanza sino para indicar a mis discípulos los resultados que yo he obtenido en la práctica con la aplicación de los principios establecidos por la ciencia, sin haber pretendido nunca que yo pueda modificarlas: es muy grande mi respeto por la obra de los sabios.

Amo la medicina y me he consagrado a su estudio, porque esta ciencia, la más complicada y difícil de todas, es, al mismo tiempo, la más humana, como que es la ciencia del dolor. Soy cirujano por natural inclinación de mi carácter que se adapta mejor a la lucha que a la pasividad, y porque en la práctica de este hermoso y brillante arte, veo con más evidencia la batalla empeñada con la enfermedad y puedo apreciar de más cerca la emoción del triunfo o el sinsabor de la derrota. No me envanece el éxito ni me amedrenta el fracaso, porque siempre procedo inspirado por el deseo de hacer el bien y obro en cumplimiento de mi deber profesional. El cumplimiento del deber y la práctica del bien pueden ser motivo de satisfacción, pero nunca de vano orgullo para las almas cultivadas. Publico sistemáticamente todos mis fracasos operatorios y procuro explicarlos a mis discípulos, porque no me creo infalible y porque en la práctica de la cirugía el fracaso explicado enseña más que el triunfo aplaudido.

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Los que ejercemos una profesión científica y, sobre todo, los que estamos encargados de enseñar una ciencia, debemos escribir y publicar el resultado de nuestras observaciones y divulgar lo mejor de lo que hemos adquirido por el estudio para conocimiento de los demás. El escritor científico en nuestro país tropieza con grandes dificultades, que a veces son invencibles: carecemos del indispensable elemento de las bibliotecas ricas en obras de consulta y nos cierra el paso el infranqueable obstáculo de nuestra pobreza. Ni poseemos los medios necesarios para afrontar los gastos de edición, ni contamos con público numeroso que compre libros de ciencia. Si yo he publicado algunos libros ha sido porque el gobierno o un editor amigo y benévolo me ha proporcionado la manera de llevar a cabo la impresión; pero nunca he visto caer en mi exhausta bolsa de autor ni un maravedí como producto directo de mi pluma: todas las ediciones de mis libros las he regalado. He sido colaborador científico gratuito de casi todos nuestros diarios y revistas, y en una ocasión publiqué sucesivamente ciento cincuenta artículos de propaganda científica y de higiene social en un periódico diario, a razón de un artículo por semana; he publicado en nuestra prensa médica más de doscientos artículos, casi todos relativos a observaciones clínicas personales; he colaborado también en algunos periódicos extranjeros y he tenido la satisfacción de que algunos de mis trabajos hayan sido reproducidos por periódicos de otros países; y, finalmente, he publicado los volúmenes siguientes:

La exploración externa en obstetricia. Un volumen de 212 páginas, 1901. —Este libro es un conjunto de reglas para el diagnóstico del embarazo y de las posiciones del feto y para la dirección del parto. En un apéndice se habla del tratamiento de las hemorragias puerperales.

La doctrina de la descendencia, en la Academia de Medicina. Un volumen de 261 páginas, 1906. —Libro destinado a conservar comentados, todos los discursos pronunciados en la Academia de Medicina durante la discusión promovida por mi tesis sobre la legitimidad de la descendencia orgánica como teoría científica. Esta discusión duró desde el 1° de septiembre de 1904, hasta el 4 de mayo de 1905.

¿Qué es la vida? Un volumen de [ilegible] páginas, 1907. —Obra de divulgación científica en la cual se hace una exposición de la doctrina de la descendencia y de la teoría mecánica de la vida.

La cruzada moderna. Un volumen de 330 páginas, 1907. —Obra de higiene social destinada a combatir el abuso del alcohol.

Manual del antialcoholismo. Un volumen de 126 páginas, 1913. —Texto oficial para el uso de las escuelas y colegios nacionales.

Lecciones y notas de cirugía clínica. Un volumen de 287 páginas, 1917. —Comprende algunas de mis lecciones clínicas y comunicaciones a la Academia de Medicina.

He publicado, además, algunos folletos: Homenaje a Haeckel, Elogio de Darwin, Consejos a las madres, El modernismo, Las enfermedades venéreas, Lección inaugural del Instituto Anatómico, El saneamiento de Caracas, La epilepsia del Libertador, Las histerectomías.

No me considero con las dotes necesarias para la oratoria y solo he pronunciado un discurso de orden, cuando la Academia de Medicina celebró en el paraninfo de la Universidad el centenario de Carlos Darwin (12 de febrero de 1909). Ocupé la tribuna aquella noche, porque yo estaba en el deber de hacer el elogio del gran sabio, y si mi pobre palabra no tuvo el brillo que exigía la inmarcesible gloria del maestro, tuvo, al menos, la sinceridad del discípulo y del admirador.

He dado algunas conferencias y he leído trabajos científicos en la Academia de Medicina. Fui de los fundadores de la Sociedad de Conferencias y di una sobre los peligros del alcohol y la influencia social del alcoholismo; inicié los cursos de conferencias populares en la Escuela de Artes y Oficios y di una serie de conferencias sobre el peligro venéreo. Desgraciadamente ambas utilísimas instituciones han desaparecido y no llegaron a dar todos sus frutos.

Los cargos públicos que he desempeñado son: Cónsul de Venezuela en Marsella, senador por el estado Zulia, vocal del Concejo Municipal de Caracas, como extraños a mi profesión. Todos los demás se han derivado de mi condición de doctor en Medicina: profesor de la Universidad, Vicerrector y Rector de la misma, inspector general de los Hospitales; secretario de la Comisión de Higiene; delegado de Venezuela a las Conferencias Sanitarias Internacionales de Costa Rica y de Chile; secretario general del Primer Congreso Venezolano de Medicina y delegado de la Academia de Medicina a la segunda reunión del mismo; y otros de menor importancia. En la actualidad desempeño los siguientes cargos: Director y profesor de Clínica Quirúrgica de la Escuela de Medicina; secretario perpetuo de la Academia de Medicina; cirujano del Hospital Vargas; vocal del Consejo Nacional de Instrucción y Presidente de la Comisión Nacional de Ciencias Médicas. Por mis servicios en el Consulado de Venezuela en Marsella, se me concedió la Orden del Libertador, en la Tercera Clase, y cuando la Academia de Medicina celebró su primer aniversario, fui agraciado con la Medalla de la Instrucción Pública.

Tanto por el propio impulso de mis propósitos en favor de la obra de la restauración de la medicina científica en Venezuela, como por los cargos docentes que he desempeñado, creo haber ejercido alguna influencia en el adelanto de la medicina nacional y en la organización de los estudios médicos. Mis tendencias siempre se han dirigido en el sentido de darle la mayor importancia a los estudios prácticos y experimentales, que son la base de la medicina moderna. Cuando fui profesor de anatomía y medicina operatoria, trabajé sin descanso hasta lograr, en 1911, la fundación del Instituto Anatómico, construido según mis indicaciones; pero desde 1896 había establecido los trabajos prácticos de disección y medicina operatoria en nuestra Universidad Central. Aprovechando la celebración del Centenario de Sucre, en 1893, logré, junto con Rísquez, que el gobierno fundara la enseñanza clínica en el Hospital Vargas, para ponerla en manos de Dominici, Acosta Ortiz y Ruiz. En el mismo año propuse a la Sociedad de Médicos y Cirujanos de Caracas la fundación del Concurso para el Internado de los hospitales y redacté el primer decreto creando esta utilísima institución. Por iniciativa mía creó el Congreso Nacional el Colegio de Médicos de Venezuela, en 1902; y en 1904 logré que dicho Cuerpo fuera elevado a la categoría de Academia Nacional de Medicina. En 1908 propuse a la Academia de Medicina la fundación del Congreso Venezolano de Medicina, cuya primera reunión se verificó el 24 de junio de 1911 como homenaje del gremio médico a la República en su primer Centenario. Inicié en la Academia de Medicina la idea de elevar un monumento sobre la tumba del doctor Vargas en el Panteón Nacional, por medio de una suscripción espontánea de todo el gremio médico venezolano, y este acto de justicia se verificó en los días del Centenario de la Independencia con el más completo éxito. Presté todo mi apoyo personal y protegí con toda mi influencia en la Universidad y en la Academia, los trabajos parasitológicos del malogrado Rangel, y obtuve del gobierno que pensionara en Europa, al doctor Guevara Rojas para que hiciera estudios especiales de anatomía patológica y fundara la enseñanza de esta importante materia en nuestra Facultad. Desde 1893 no he abandonado nunca mi puesto de trabajador en la grande obra de la regeneración de la medicina científica en mi país, porque he considerado esta actitud como una imposición del patriotismo, y mi palabra y mi pluma siempre han estado al servicio de la enseñanza universitaria y del perfeccionamiento de nuestros estudios.

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No obstante la infinita sinceridad de toda mi obra intelectual y profesoral, he sido muy combatido y no siempre hidalgamente combatido. Los adversarios de mis ideas, o mejor dicho, de las ideas que yo he defendido o divulgado porque las he considerado útiles, no siempre han logrado conservar la serenidad indispensable en toda discusión de principios, y para combatirme se han colocado a veces en terrenos inaccesibles a mi educación. Discuto doctrinas, teorías, hipótesis, principios, ideas, pero las personas de mis contendores han sido siempre para mí sagradas. No se ha procedido siempre de igual manera conmigo y en sus ataques algunos de mis adversarios han traspasado los límites señalados por la cultura en las polémicas científicas. Por fortuna los ataques personales jamás han podido detener la marcha triunfal de la verdad.

No existe en nuestros anales recuerdo de polémica más ardiente que la que yo tuve que sostener al mismo tiempo en la Academia de Medicina y en la prensa, con adversarios numerosos, muchos de los cuales ocupaban muy altas cumbres intelectuales y sociales. Triunfé, no por la derrota de mis adversarios, lo que no tuve nunca en mis propósitos, sino porque logré mi objeto: dejar establecidos en nuestra Facultad y en nuestra Academia los dos principios fundamentales de la biología: la «descendencia orgánica» para explicar el origen de los seres vivos, comprendido el hombre; y el «determinismo biológico» para explicar los fenómenos vitales, hasta las más altas manifestaciones del pensamiento y de la conciencia.

Debo manifestar aquí, que no figuraba en el programa de mi vida el propósito de aparecer como director de ninguna escuela filosófica, ya que si me vi envuelto en aquella célebre polémica, fue porque a ello me obligaron los adversarios de la doctrina científica que yo había adoptado libremente en mi cátedra. La influencia de mi enseñanza no hubiera nunca traspasado los límites de la Facultad de Medicina, hubiera quedado reducida a aquella parte de la juventud que estudia medicina y lee las obras de los maestros inspiradas en las mismas doctrinas que yo les recomendaba; pero provocada la discusión en la prensa diaria y acusado yo como maestro perjudicial, corruptor de la juventud, disociador y anarquista, tuve que defender mi reputación profesoral y mis opiniones científicas desde la misma tribuna elegida por mis adversarios. De aquella discusión pública, sostenida en la más popular de las tribunas, resultó algo que mis contendores no previeron: los que nunca hubieran oído, oyeron; y los que jamás hubieran sabido, supieron, precisamente, lo que mis adversarios no querían que oyera ni supiera nadie.

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He sido un paciente divulgador de principios de higiene pública y social, porque creo firmemente que la higiene es la gran protectora del desarrollo de las naciones, y muy especialmente de estas repúblicas jóvenes del continente americano, cuyo porvenir está vinculado en la inmigración. Los inmigrantes no llegarán a nuestras playas sino cuando podamos garantizarles la salud y la vida, ofreciéndoles un medio saneado de las grandes endemias tropicales que son el terrible fantasma que detiene al extranjero que se acerca a nuestros puertos. En este punto mi convicción es tan profunda que creo que así como Catón terminaba todos sus discursos diciendo: «Es necesario destruir a Cartago», nosotros deberíamos terminar los nuestros, diciendo: «Es necesario sanear a Venezuela».

Hice una campaña por la prensa para combatir el abuso del licor; publiqué un libro para demostrar el peligro del alcoholismo para el porvenir de la raza; obtuve que el Congreso Nacional decretara la enseñanza obligatoria del antialcoholismo, y redacté el Manual que sirve de texto a esta enseñanza.

Inauguré los Cursos de Conferencias Populares de la Escuela de Artes y Oficios, que el doctor Vicente Lecuna se propuso establecer en aquel establecimiento, con una serie de conferencias sobre el peligro venéreo. Estas conferencias las publicó, después, la Tipografía Vargas a sus expensas. La presencia de un auditorio numeroso compuesto por personas de todas las clases sociales, demostró entonces lo útil y necesario de esta manera de propagar la ciencia.

He escrito mucho sobre la mortalidad infantil en Venezuela, que es realmente alarmante. Publiqué un librito que contiene útiles consejos a las madres para dirigir la alimentación del niño durante la primera infancia y regalé los originales a “La Gota de Leche”. La Tipografía Americana hizo la edición gratis y el producto de la venta se destina a “La Gota de Leche”.

Intenté fundar una liga contra el tétanos infantil y fracasé, porque ni mis honorables compañeros ni yo tuvimos colaboradores para llevar a cabo semejante empresa. La filantropía es todavía planta exótica en Venezuela.

Redacté un proyecto de organización de la higiene escolar que no tuvo acogida, a pesar de la indiscutible necesidad de crear este servicio como complemento de la instrucción pública.

Mi ofrenda a la patria en su primer centenario fue una memoria sobre la necesidad de sanear a Caracas. Allí demostré, que si esta urbe acusa un porcentaje de mortalidad demasiado elevado, no es porque su clima natural sea mortífero, sino porque el abandono en que siempre hemos tenido la higiene pública, ha creado el actual medio insalubre. La mortalidad de Caracas descenderá a menos de 20 por mil el día que nuestra ciudad tenga cloacas, acueducto y pavimentos higiénicos.

Sé que mi obra de higienizador se ha perdido en el infinito mar de nuestra indiferencia, pero me ha quedado la satisfacción de haber cumplido mi deber.

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Desde el año de 1884 ejerzo mi profesión sin haberla abandonado nunca y ella me ha dado lo necesario para la vida. Como todos los profesionales de la medicina he tenido mis triunfos y mis reveses, mis momentos de satisfacción y mis horas de angustia, y he paladeado más veces el acíbar de la ingratitud que la miel del agradecimiento, porque en este oficio tremendo de salvar vidas, aliviar dolores, enjugar lágrimas ajenas, no hay para el médico sino una sola recompensa efectiva y perdurable: la íntima satisfacción de haber procurado hacer el bien.

Como cirujano he tenido oportunidad de operar en casi todas las regiones del organismo y he inaugurado la práctica de muchas operaciones modernas, no ejecutadas antes por ningún cirujano venezolano. No diré que he sido afortunado ni desgraciado en el ejercicio de mi profesión, porque no creo ni en la fortuna ni en la desgracia de los hombres: creo que el buen éxito no depende sino de las aptitudes de cada uno. La última estadística operatoria de mi servicio del Hospital Vargas da una mortalidad de 2,70 por ciento en un total de cerca de trescientas operaciones ejecutadas en 1916; y la estadística de mi clínica privada, en seis años, da una mortalidad de 3 por ciento.

Bien penetrado de que la práctica de la cirugía exige no solo conocimientos especiales en el ramo, sino que es necesario que el cirujano disponga de un medio adecuado para poder evitar la infección postoperatoria, fundé en 1911, y en sociedad con mi inolvidable y querido amigo el doctor Guevara Rojas, una clínica especialmente montada para el tratamiento de las enfermedades quirúrgicas, con todos los requisitos exigidos por el arte moderno.

Esta fue la primera clínica que se estableció en esta ciudad con elementos para hospitalizar enfermos y hacer grandes operaciones de cirugía.

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Esto es lo que he sido y lo que he hecho. He consagrado mi vida entera al trabajo, al cultivo de mi espíritu y al culto de mi hogar; he respetado la ciencia, porque la considero la única fuerza del progreso humano; he amado a mi patria con orgullo y deseo de engrandecimiento; he predicado y he practicado la fraternidad profesional con entera decisión y buena fe y jamás un compañero a sufrido por mi causa; he procurado hacer todo el bien posible y nunca he sentido la tristeza del bien ajeno; no he heredado bienes de fortuna, ni he logrado acumular un capital que me garantice la existencia el día que mi mano envejecida sea inhábil para el manejo del bisturí, porque entre las aptitudes de que carezco figura, en primera línea, la que nos permite resolver el problema de vivir sin privaciones y guardar dinero; moriré como he vivido: pobre.

No me atrevo a hacer la autocrítica de mi vida: dejo a los demás el derecho de juzgarme.

(Marzo de 1917).


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