Perspectivas

Armando Rojas Guardia: noche y verdad

11/07/2020

Fragmento del ensayo que cierra el libro Poesía y verdad. Mínima meditación. (Caracas, Fundación para la Cultura Urbana, 2007).

Armando Rojas Guardia retratado por Vasco Szinetar

Sé –al tiempo que conoces la condición de no ser– el principio infinito de su vibración interna para que por entero te cumplas por única vez.

(R. M. Rilke)

…entre la vida y la verdad ha habido un intermediario… Es el amor, el amor que lleva su nombre, quien dispone y conduce la vida hacia la verdad.

(María Zambrano)

Hacia el encuentro de una verdad capaz de conciliar el paraíso y el infierno de la vida moderna ha ido un poeta de nuestra lengua castellana, Armando Rojas Guardia, en quien su amigo y editor Juan Liscano creyó hallar «cierta santidad, cierta pureza insólita, cierta inocencia nómada, cierto júbilo inocente»,[1] rasgos todos ellos que sus lectores hallaremos en su poesía, en sus ensayos, en el resto de sus textos y aun en su propia silueta, serenamente dulce, en la que un asombro casi infantil es su más permanente huella.

De 1979 data su primer amoroso lance[2] en pos de unas bodas con su deidad personal. Y si ciertamente ha celebrado esas nupcias no ha sido eludiendo la experiencia de la noche y sus tinieblas.

En las siguientes décadas Rojas Guardia cultivará con goce vivo, que es lo que significa fruición, un conjunto de géneros[3] a través de los cuales dará cuenta del denodado esfuerzo que ha sido para él armonizar, en nuestro desapasionado siglo, en el corazón bullicioso y dramático de nuestras urbes,[4] y sobre todo en el interior de nuestro ser desasosegado, esas dos significativas entidades: Dios y hombre, verdad y ser creador.

En el temprano «Poema de la llegada» (El Dios de la intemperie) ya aparecen definidas la hondura filosófica que caracterizará sus diálogos, la cadencia de plegaria que adquirirá tanta de su poesía y la belleza exacta, transparente, de su lengua.

(…)

Cuando tú vienes
nada dices
y me dices.
Nada pides.
Qué vas a ser tú el Implacable,
el Exterminador, el Enemigo.
Nada pides,
eres.
Sólo oigo cómo eres,
sólo oigo cómo soy
y quiero
ser
así eso que escucho,
me abandono.

Cuando tú vienes
hay
una exacta coincidencia,
te miro en lo profundo
de aquello que deseo,
qué mentira,
qué imposible,
qué estúpido
querer lo que no quieres
querer lo que no quiero.
Y entonces
ya no es sino la paz,
la precisa ubicación,
el ser
escueto.
Cuando tú vienes,
no has venido,
Estás ya desde siempre.

En estos versos hay, de una parte, una profunda clarividencia: quien así siente la Presencia Divina, quien así la interioriza e interroga, ya no se separará de esa tutela en adelante y a ella se dirigirá en todas sus obras posteriores con el rigor y la piedad del hombre reverente, con una obediencia prácticamente inédita en la poesía de nuestro tiempo y geografía.

De otra parte, el autor ofrece a la luz su ritual más observado: ese de elevar una oración a quien, sin decir nada, dice por entero al hombre, al poeta, dialoga y reverbera en su verbo, en sus acciones.

En el poema se invoca al Tú sagrado para que haga su epifanía y allí, en el encuentro con el Amado, Rojas Guardia y su Dios conversan amigamente: «Qué vas a ser tú el Implacable», le dice el poeta a su interlocutor magnífico, qué tono tendría esa implacabilidad en quien absolutamente nada pide, confidente extraordinario que acepta dejarse oír para revelar a su oyente su propio latido enamorado en la sosegada conversación. Entonces oímos el anhelo del hablante por devenir sonoridad metafísica: «y quiero / ser / eso que escucho», solicita, para agregar: «qué estúpido / querer lo que no quieres / querer lo que no quiero» parafraseando así el designio de Jesús: «Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14, 36-37). Así, decíamos, poesía que es canto nupcial, boda, pero que no elude atravesar la noche dramática, el Getsemaní agónico.[5]

Como es evidente, esta relación no es idílica. El Dios que Armando Rojas Guardia invoca no vive lejano e inaccesible, cómodo y servido, ni es ajeno al ajetreo y los padecimientos de este mundo. Al contrario, es un Dios bregante y vigilante que como buen Padre conmina a su hijo a hondo discernimiento en cada paso, a recalar en la experiencia hasta su síntesis en la geografía del desierto, es decir, en la más absoluta desnudez.[6]

Si el judeocristianismo es una religión de la historia (Xavier Picaza dixit), nuestro sujeto entregado a ese credo asumirá hasta sus últimas consecuencias su aventura lírica y espiritual. Y con sobrada humildad pasará a autodenominarse como aquel «De la casta de los escribas, heme aquí, / mago, monje laico» («Casi salmo, en Del mismo amor ardiendo). «Yo, minúsculo / monje laico / fraile menor» (Texto N° 1, Poemas de Quebrada de la Virgen). «Yo, gregario y mínimo» («Anatema de la oficina», Hacia la noche viva).

«En el principio moraba / el Verbo, y en Dios vivía» dirá San Juan de la Cruz y Rojas Guardia va a seguir a pie juntillas este dictamen para asumir que si en el comienzo «la palabra era Dios» es claro que «Dios consiste en la palabra», esa palabra de naturaleza interpelante que está en el origen y en el centro de toda conversación con lo divino. Adhiriéndose al mandato de la tradición hebrea, fuente del cristianismo, el poeta asume que ante la Palabra solo resta obedecer, oír lo que Ella dice porque así se tiene la verdadera experiencia con-el-Otro, acto que posibilita, a su vez, una activa autocomunicación.

Esta vía desemboca en el Tú (único y plural) de la palabra que apostrofa, Dios personal e intransferible que mientras es interpelado nos devuelve nuestra voz trascendida, unificado el ser, integrado en su dinámica operante de lo que piensa, siente y hace. Lo que ocurre en esta experiencia, dice el autor en El Dios de la intemperie, es un encuentro personal entendido como el-ser-con-el-Otro, con el absoluto, y por tanto lo que se revela, lo que se escucha en este diálogo es la voz de Dios que mora al fondo de nosotros mismos, la del Dios que cobija nuestro fuero interior.

Al optar por la vía más radical del cristianismo original, la vía regia de una ascesis inclusiva en la que Dios y el prójimo se dan la mano, a la intemperie, porque este prójimo –próximo–, como él ha dicho, es aquel que nos necesita y no otro, al optar por esta vía Rojas Guardia se decide por acompañar la suerte del hombre que brega su día a día, y más expresamente, la suerte de las figuras clásicas del nomadismo cristiano, el excluido, el extranjero, el desconocido, el hombre anónimo, el extraño, «el gordo, el ruin, el feo, el tartamudo, / aquel Pérez escueto sin un nombre / o ese simple Juan sin apellido» (Fragmento 21, Poemas de Quebrada de la Virgen), «el Único y múltiple, Otro central y repartido», como lo nombra en «El excluido».[7]

Esta ética de la compasión y la confraternidad encarna en una mística del amor generoso, desinteresado y atento al Otro, un amor que se vive no solamente como un sentimiento sino acaso y sobre todo como un compromiso genuino con el Otro, hermano y compañero[viii] que es el prójimo («Uno quisiera decirle a los amigos / que Te buscan sin saberlo: / Él está aquí, este es su Rostro» —Fragmento 24, Poemas de Quebrada de la Virgen), con Él:

(…)

mi hijo ajusticiado, hermano íngrimo,
padre a quien engendra mi ternura,
mi Señor que apaleo, último amigo
al filo de la noche, en plena duda,
por debajo del asco y la vergüenza
y más allá del estruendo de la dicha,
porque no hay otro amor, otra respuesta:
apenas sus dos ojos que me otean…

(Fragmento 30, Poemas de Quebrada de la Virgen)

Lección humana, espiritual, religiosa, en verso libre, con la manifestación de su verdad Armando Rojas Guardia nos afina las cuerdas del alma (Rilke dixit). Lo hace, además, con esa mirada suya que conoce las trampas de la apariencia y las trampas de la cultura y, delante de nosotros, se da a la tarea de desenmascararlas para dejar al descubierto lo auténticamente esencial, una cruda, lírica y magnánima visión del ser.

In memoriam, hermano mío

***

[1] Juan Liscano en su prólogo a El Dios de la intemperie, de Armando Rojas Guardia. (Caracas, Editorial Mandorla, 1985, p. 21).

[ii] En esa fecha apareció su primer libro, Del mismo amor ardiendo (Caracas, Monte Ávila Editores, 1979).

[iii] Estos géneros en sus manos se hibridarán: a su ensayística se adhiere el rítmico endecasílabo libre de sus poemas (no hay contradicción en esa libertad medida) y la confesión de sus diarios conecta narrativa y lírica en lúdica y leal intimidad.

[iv] «Tanta estridencia atroz es mi congoja: / yo aspiraba al simple roce de tu paz, / ¡Altísimo y Clemente y Bien Amado!». Del poema «La plegaria de Husayin Halladj» en «Hacia la noche viva», Obra poética (Mérida, Editorial El otro, el mismo, 2004, p. 192).

[v] «Getsemaní agónico» es una imagen del poeta en su impresionante texto «La desnudez del loco» (2005).

[vi] «Soy hijo de la comunidad cristiana, de los hombres y mujeres que con su testimonio y su palabra formaron en mí la columna vertebral de una axiología sin la cual no me parece auténticamente vivible la condición humana. Mi espíritu infantil, juvenil y adulto se expandió dentro de esa comunidad heterogénea y sin embargo convergente. Cada vez que deseo absolutizarme, totalizarme como instancia autónoma que está más allá de la comunidad y la supera, enfermo mi perspectiva vital de narcisismo, egotismo, misantropía larvada o explícita». Armando Rojas Guardia, Diario merideño (Mérida, Solar de Ensayo, Dirección de Cultura del Estado Mérida, 1991, p. 18).

[vii] Alto poema del que es quizá su libro más refinado y maduro espiritual y estéticamente «El esplendor y la espera», en Obra poética (2004).

[viii] En el taller de “Poesía mística española” (Pen Club, 2004-2005), Rojas Guardia lo expuso sin adornos: “El amor, cristianamente hablando, consiste en la aceptación, la acogida y la benevolencia radicales hacia el otro entendido como alteridad personal distinta a la mismidad yoica. El otro en cuanto otro, distinto de mí. Esa alteridad nos sale al encuentro en todos los ámbitos y se concreta en los pobres, en las víctimas y en los excluidos porque solo la interpelación que significan para la conciencia humana obliga a la mismidad yoica a salir de sus fronteras para amar al otro en cuanto otro”.


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