Entrevista

Arianna de Sousa-García: “Somos demasiados con la misma historia”

Arianna de Sousa-García retratada por Alejandra González

21/05/2024

Atrás queda la luz bañando las montañas,
los parques de los niños y los blancos altares.
Pero también la noche con ciudades dolientes,
la noche cotidiana, la que no es noche aún,
sino descanso breve que tiembla en las luciérnagas
o pasa por las almas con golpes de agonía.

(Vicente Gerbasi)

Arianna de Sousa-García (Puerto La Cruz, 1988) ha publicado un libro necesario, conmovedor, retador, doloroso y auténtico: Atrás queda la tierra (Santiago de Chile, Seix Barral, 2024). Se trata de una obra de no ficción construida a partir de las memorias de la escritora. Un relato que se levanta sobre lo autobiográfico para dar cuenta del proceso de deterioro de la Venezuela del siglo XXI, que obliga a Sousa-García a emigrar a Chile, con las consecuentes aventuras y penurias que esta necesidad por sobrevivir acarrea en una madre que ha luchado –y no deja de hacerlo– por hallar un mejor destino junto a su hijo: el primer destinatario de estos recuerdos y reflexiones.

Estamos ante un texto hermoso e incómodo a la vez, que nos hace evaluar el pasado al punto de que ese pasado nos reviente en la cara y que de ese modo no lo olvidemos jamás. No obstante, el libro nos muestra también la belleza de quien transita por una cicatriz para contarnos la dualidad que esta encierra entre la herida y su sanación. Así, en Atrás queda la tierra se mezcla con elegancia la investigación periodística, las crónicas de viaje y las técnicas de escritura de un diario íntimo con el diálogo diáfano entre una madre y su pequeño. Un libro que no puede dejar indiferente a quien por propia experiencia, o bien por la partida de sus afectos, sabe lo que se siente tener que dejar la tierra atrás.

¿Dirías que este libro se inserta dentro de la literatura de la memoria y materializa la dualidad entre el recuerdo y el olvido?

Toda la intencionalidad del libro está puesta en generar una memoria reciente o ser parte de ella; una que además no trate los asuntos dolorosos como cosa de terceros, de otros, sino como lo que es, algo que vivimos todos, todos los días, dentro y fuera de Venezuela. Pero además siempre está estableciendo una conexión entre este hoy convulso y nuestra tradición literaria: pensándola, releyéndola, complementándola, invocándola, intentando entender su materia prima. Durante los años de escritura de este libro leí muchísimo a Gerbasi, casi como un rezo; de Mi padre, el inmigrante viene el título del libro, su epígrafe y una manera de recordar lo inalcanzable, de transitar el duelo. También leí obsesivamente a Cadenas, a Ossott, a Almela, a Pantin, a Otero Silva, a Massís, a Sánchez Peláez, porque ahí había un registro (en sus propias claves) de la historia colectiva que me interesa explorar. Una oscuridad que no pierde de vista la luz. El trabajo actual de La vida de Nos, García Arreaza, Montoya y Hernández Zambrano ‒por nombrar algunos que me vienen a la mente ahora mismo‒ comprueba lo innegable del surgimiento de esta literatura de la memoria de nuestra historia reciente y del registro del hoy, del que Atrás queda la tierra forma parte.

Arianna de Sousa-García retratada por Alejandra González

En Atrás queda la tierra parece haber una mezcla de registros: por un lado el de los acontecimientos y, por otro, el de la conversación de una madre con su hijo. ¿Nace este libro de un diario en el que tomabas notas de lo que acontecía?

La verdad no. En 2017, cuando comencé a escribirlo, no llevaba diarios; estaba demasiado ocupada criando. La protesta arreciaba y con ella la pulsión escritural. Por semanas, quizás meses, una parte del texto se acomodaba en mi cabeza, se reorganizaba, insistía, hasta que tomé una libreta y comencé a anotar. El texto estaba listo en mi cabeza, esperando el momento en que ya no fuese posible no atenderlo. Pasé horas escribiendo esas páginas. Luego era como una herida abierta a la que no se puede ignorar y pienso que su configuración es la que pidió su naturaleza: la rabia usa la crónica y el despojo, la poesía; las entrevistas constituyen la única herramienta para preguntar las cosas que no se pueden preguntar en una conversación casual. Es un libro convulso, como nuestros tiempos. Por supuesto que hubiese podido hacer una obra que se adhiriera en sus formalidades a un solo género. Claro que lo pensé, pero nunca me han interesado las camisas de fuerza, ni siquiera cuando reporteaba. Entonces, en lugar de hacer ese ejercicio hice lo contrario: exalté su diferencia, remarqué sus recursos. Durante su proceso de edición tuve la fortuna de tener quizás la conversación que me daría la templanza para no ceder ante las solicitudes de un texto más llevadero; fue con Carmen Berenguer, una poeta y cronista chilena que admiro y respeto infinitamente. Ella no tenía idea de mi libro; me hablaba de los suyos, pero me ofreció las palabras justas en un momento clave. O así lo leí yo, que me gusta creer en vainas. Con respecto a mi hijo, la única conversación que tengo con él en el marco del libro es la entrevista que ahí figura. Si existe otra conversación posible es esa postergada que tenemos en el texto, y que tendrán ambos en algún momento cuando tenga la edad suficiente para ello. Pero no me miento ni les miento: eso también es un recurso para explicar de otros modos ‒más cercanos, menos plásticos‒ el horror que nos alcanza.

¿Eres consciente de las críticas y apelativos que este libro te traerá cuando hay tanta gente convencida de estar del lado correcto y todo aquello que lo contradiga o critique su ideología es considerado un gesto fascista?

Lamentablemente estuve y estoy demasiado consciente de ello. Vivo en un país en que somos odiados transversalmente por la derecha y por la izquierda. Si algo une a este país absolutamente fracturado es el odio a nosotros. Hoy mismo, cuando te respondo estas preguntas, se cumplen tres semanas desde que se presentó el libro. Al día siguiente ya estaba siendo atacada. Para mi fortuna tengo solo una red social, así que tienen solo tres ventanas para eso: las cajas de comentarios de las entrevistas que he dado, la única red que mantengo y el cara a cara. Lo tercero no ha pasado aún y, por supuesto, que tengo miedo. Pero con miedo hacemos las cosas, no las dejamos de hacer.

Arianna de Sousa-García retratada por Yessen Bruce

Tiempos de literatura autobiográfica y de autoficción. ¿Qué dirías que aporta u ofrece de distinto este libro a esas corrientes?

Pienso que mi libro no se adhiere a ninguna de esas corrientes, aunque dé la sensación de que así es. A la autoficción no, de ninguna manera. No hay ningún trabajo ficcional en Atrás queda la tierraTampoco a lo autobiográfico porque mi ejercicio no es reconstruir mi biografía. Si hay escritura del yo es porque la uso para llegar a lo que me interesa: lo colectivo. Ahí no está escrito ni el 10% de ningún ámbito de mi vida. Si me nombro es por dos motivos: somos demasiados con la misma historia, somos millones hijos de chavistas, hijos de militantes o ex militantes, las escenas que narro no solo me pasaron, también las vi y escuché demasiadas veces. En segundo lugar, no fui capaz de no participar en la coral de voces que me empeño en armar. No hacerlo me parecía antiséptico, etnográfico y no me interesa ser esa persona ni esa autora. Ahora el libro dejó de ser solo mío: serán sus lectores quienes dirán qué es, en qué estante va.

Sobre el lector implícito: ¿hay algún destinatario en particular o un grupo de receptores idóneos que tuviste en mente mientras escribías la obra? ¿Quién sería el interlocutor ideal para tus líneas?

Principalmente, los hijos de la diáspora venezolana. Por añadidura, nuestros hermanos latinoamericanos a quienes tanto les ha costado aceptar el desplome de nuestro país.

El poema de Gerbasi es un elemento que también parece dialogar constantemente con tu texto.

El primer canto de Mi padre, el inmigrante está en mi cabeza desde la primera vez que lo leí en una exposición en el Museo de Bellas Artes, una de las poquísimas veces que fui a Caracas. Me impresionó tanto que se quedó conmigo. Recuerdo que leí tanto al respecto que llegué a la respuesta que le diera el grupo Tráfico décadas después, a quienes también hago un guiño en el libro o mejor dicho, a su manifiesto. Cuando murió mi abuelo, estando yo tan lejos de él, recordé el poema, se lo recité a distancia. Volvimos a esa oscurana, pensé, aunque ya tuviésemos años habitándola. Así que cuando decidí que de todas las muertes por diarrea sería la de Elías la que estaría en el libro, supe que el poema también debía estar.

Hay otras capas más profundas, como la idea de la nostalgia y la belleza que cobra el paisaje gracias a ella, o lo encima que se puede tener a la muerte, los significados de la noche y todo lo que en ella habita.

Arianna de Sousa-García retratada por Yessen Bruce

En tu libro hay un gesto de sinceridad: la fortuna, el hado, las moiras, Dios, la providencia, o como le queramos llamar, existen y a veces la suerte nos sonríe y otras no. Háblame de eso, de la suerte que es literalmente una palabra a la que vuelves una y otra vez a lo largo de tu libro.

Para mí es sencillo: la suerte pasa poquísimas veces, ojalá que cuando pase te encuentre trabajando, el solo talento no basta. Creo en la disciplina. Creo en vivir el trabajo como una vía hacia una mejor versión de nosotros mismos y no como un yunque, aunque a veces sea tan difícil verlo de esa manera o, mejor dicho, vivirlo de esa manera. Creo que es extremadamente importante la visión que desarrollamos sobre el trabajo que hacemos. Creo que existe un montón de gente trabajadora y talentosa que no ha tenido suerte, conozco demasiados, siempre espero que les llegue algún día. Y, del otro lado de la moneda, claro que hay un montón de flojos con una suerte increíble, pero no es a ellos a quienes me dirijo ni ahora ni nunca.

Existe una reflexión que me parece medular en tu libro: algo que se relaciona con esa imagen de tu abuelo leyéndoles el periódico para enseñarlas a desentrañar los discursos de los déspotas. Pareciera quedar claro que nos faltó criterio.

Por supuesto que faltó criterio. Sigo sin entender cómo la sociedad civil lleva a un militar a la presidencia. Yo espero que hayamos aprendido, aunque a veces leo los comentarios en alguna noticia y hay mucha gente que sigue pidiendo mano dura (como si ya no tuvimos suficiente) e intervenciones armadas (como si no tuviésemos suficiente violencia a diario); entonces pareciera que no, que no hemos aprendido. El mecanismo del hartazgo es algo que sigo sin comprender, pero que parece funcionar políticamente. Que todo funciona como una rueda y se turnan para forrarse de plata. “Fue él, pero pudo ser cualquiera”, es una frase que dice mi padre en una entrevista que le hago para el libro y yo estoy parcialmente de acuerdo. He visto cómo desde la aparente nada surgen figuras que llegan a ser importantes, decisivas, solo por parecer cercanas o verse de determinada manera, decir algo en el momento correcto. Habría que pensar en nuestra falta de preguntas, nuestro conformismo o qué nos lleva a tener opciones tan paupérrimas, también en qué hacemos con la desilusión. Ahí está el voto castigo, por ejemplo, no lo comparto, pero soy capaz de comprenderlo. Yo estoy lejos de juzgar a nadie, no fue mi cuero el que estuvo ahí. Pero veo registros de ese entonces y me pregunto cómo no vieron el odio en sus gestos, en el movimiento de su nariz, la violencia en su manera de respirar o en sus énfasis. Cómo no vieron este río de sangre. Ojalá en el futuro el análisis de discurso y la filosofía sean materias obligatorias en el colegio. Después de tanto, es lo mínimo que merecemos.

Fotografía de Iván Cea

¿Qué respuesta lectora, comentario o reacción te haría (o te ha hecho) sentir: misión cumplida, esto era precisamente lo que buscaba despertar a través de mi libro?

Creo que al libro le falta mucho camino aún, pero apartando los mensajes de odio de gente que no lee, que han sido demasiados, he recibido otros dos tipos que me llenan mucho: los de paisanos agradeciéndome su escritura y celebrando su existencia (imagínate tú, gente agradeciéndote hacer lo que amas hacer), y palabras y miradas de chilenos que constatan que algo cambió en su manera de percibirnos, de entender nuestra historia y nuestra diáspora.


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