Hacia una historia de la Mirada. Montaje en la Sala Mendoza, 2019 ©Archivo Fotografía Urbana
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En septiembre del 2019 se inauguró en la Sala Mendoza la exposición Hacia una Historia de la Mirada, un recorrido por el retrato en la colección del Archivo Fotografía Urbana. La investigadora en artes visuales Anabela Mendoza comenta sobre la muestra que dibujaba una cronología del retrato, al mismo tiempo que se trazaba un camino en la búsqueda de nuestra identidad desde la mirada de 80 autores, fotógrafos y artistas visuales venezolanos.
Una imagen es un producto que deriva de nuestra imaginación; sin embargo, está construida por la suma de elementos que conforman nuestra realidad. En la búsqueda de la necesidad humana de marcar el paso del tiempo de un individuo, los pintores y escultores han acudido a diferentes recursos con el fin de preservar la imagen en un género ampliamente conocido como el retrato. En la cultura occidental, el retrato ha sido un género clave en la historia del arte y en el imaginario cultural. Ahora bien, estos medios –la pintura y la escultura– suelen ser acusados de estar encadenados a la percepción del artista. El retrato, al menos hasta el siglo XIX, fue una realidad subvertida, sujeta a elementos y estructuras de poder conformadas por su época (1).
Para el siglo XIX, la fotografía se presentaba ante el mundo como una aparente respuesta al problema de la creación de imágenes objetivas. Ya no era necesario la participación del artista como un hacedor de imágenes. En cambio, con el clic de un botón, un dispositivo visual podría atrapar un instante, un momento de veracidad congelado no solo en el tiempo sino también en un espacio bidimensional. Las personas no tardaron mucho en aprovechar este recurso para indagar en el retrato como un testimonio del tiempo, un verdadero y riguroso registro de identidad. Y así fue como, con la fotografía, renace un nuevo y particular interés por el retrato. Es desde esta perspectiva que el Archivo Fotografía Urbana, institución enfocada en la preservación y conservación de la memoria visual y urbana de Venezuela, ha hecho un hermoso trabajo sumergiéndose en los enigmas del retrato, haciendo una revisión dentro de su colección.
Hacia una Historia de la Mirada: El retrato en la colección del Archivo Fotografía Urbana (2019) es un ejercicio exquisitamente articulado sobre la historia del retrato y la historia de la mirada. La exposición navega a través de distintas tradiciones del retrato mostrando a 80 fotógrafos y artistas visuales, quienes, desde finales del siglo XIX hasta nuestros días han estado, consciente o inconscientemente, labrando el camino hacia una introspección y comprensión de la imagen como un medio para registrar la identidad, utilizando diferentes medios y recursos que construyen, crean o recrean el imaginario de nuestra identidad.
La exhibición presenta aproximadamente diez núcleos temáticos. Comenzando desde el uso más básico de la fotografía como un registro de identidad, se mueve lentamente a retratos individuales y colectivos, grupos familiares o profesionales, fotografías de estudio, representaciones antropológicas y etnográficas hasta el ámbito más contemporáneo, como identidades políticas y notables, desigualdades de género, estereotipos y otros más. Si hay una declaración evidente a lo largo de la muestra es que, dentro de todas estas etapas diferentes, encontramos un hermoso ejemplo de cómo este conjunto multidisciplinario de autores demuestra la versatilidad con la que se ha desarrollado el retrato en Venezuela. Frente a los elementos rápidos y cambiantes a nuestra disposición dentro de su actualidad, la exposición pone en evidencia la necesidad y las oportunidades de nuevos medios dando forma a los valores contemporáneos. Estos valores, que actualmente encarnan el imaginario moderno, se muestran claramente como un medio para cuestionarnos a nosotros mismos, cómo nos vemos y cómo nos ven los demás. Dentro de esta gran historia del proceso de creación de imágenes nos preguntamos ¿la fotografía ha sido un medio único para proyectar un reflejo verdadero y leal de la realidad y la identidad? ¿o aún en la actualidad está cargado de componentes subjetivos como alguna vez se le acusó a la pintura y escultura?
La primera sección se presenta con el inicio de la fotografía en el siglo XIX, y en ella parece mostrar que los perfiles policiales sobre identidades criminales y fotografías de pasaportes son la forma más rigurosa de retratos. En ella no se deja espacio para el ojo subjetivo del fotógrafo, que en aquellos días ni siquiera era considerado artista. Pero si miramos detenidamente, es curioso y francamente divertido observar cómo algunos de estos fotógrafos se alejan un poco del rigor «científico» que exige este tipo de imágenes. Por ejemplo, algunos evidencian las poses casi coquetas de las damas con sus sombreros, otros retratos de hombres y mujeres de tres cuartos, todo esto lejos del severo registro «perfil frontal» que exigía su función. Vemos entonces que incluso en este medio que se supone estricto, como los fotógrafos están tentados a relucir ciertas características y hasta personalidad del sujeto.
En la siguiente sección, vemos diversos grupos empresariales y asociaciones políticas que también recurrieron a la imagen, pictórica o fotográfica, para mostrarse a sí mismos. Ahora, estas imágenes nos muestran una apariencia controlada. Aun cuando la mayoría de ellas datan de momentos en que la fotografía ya había sido impuesta como un dogma de realismo, todavía ahí podemos encontrar destellos de distinción. Mientras que Luis Talavera Soro fotografía al presidente con su gabinete del gobierno, todos posan presuntuosamente como es de esperar que se muestre el poder político. El autor maneja a través de sus habilidades y técnicas un lenguaje visual que exalta el poder de los sujetos de una manera particular y muy personal, es un retrato sobrio, pero a la vez rico en contenido, donde la imagen de los retratados se muestra distante y enaltecida por el poder. Al lado, encontramos otro grupo político, pero este caso no es una imagen rigurosa. El ojo del fotógrafo parece haber atrapado el destello de una instancia, donde los sujetos posando «naturalmente» muestran un lenguaje corporal espontáneo único para cada personaje. Un aspecto individual dentro de la diversidad del conjunto, pero al igual que el retrato anterior, la totalidad del grupo se muestra soberbia y enaltecida. Aun así, ¿qué imagen reflejará un enfoque más honesto? El primero donde los personajes retratados aparecen parcos y protocolar, o la segunda instancia en un momento de individualidad entre una colectividad que claramente también tiene pretensiones políticas. ¿Pesa la intensión del retratista o la del retratado?
La pregunta se hace aún más relevante cuando se avanza en el ejercicio y se llega a los hermosos retratos de Helmuth Straka. El autor, un verdadero viajero que encarna el espíritu curioso y aventurero de Humboldt, retrata de manera sistemática a la comunidad Guajira del Estado Zulia en los años 50. Aunque en primera instancia, parezcan meros retratos antropológicos, su mirada se muestra única al poner en evidencia los códigos de una cultura ajena desde una visión que es, en simultáneo, global y local. De esta manera, hace de un registro cultural muy propio de la zona, parte de un lenguaje universal fotográfico que se encuentra en consonancia con el discurso de las imágenes de la tendencia global.
La perfecta puesta en escena de las imágenes producidas por Ricardo Armas, aunque completamente distintas, también son un ejemplo de dos identidades fundidas en una sola imagen. La construcción de la imagen en los retratos de Armas es evidente al usar estrategias como la luz, la escenografía y otras herramientas que existen para exaltar a la persona identificada. El retrato de Roberto Fontana en 1987 muestra una imagen ensamblada que resalta intuitivamente, de manera hermosa y poética, el oficio del sujeto desde la mirada muy particular de su autor.
En los siguientes ejes se presencian delicados matices que evidencian un atento enfoque a problemas contemporáneos. Vivimos en una era donde la tecnología y la inmediatez hacen accesible el impulso creciente de devorar imágenes, lo que desencadena una necesidad inminente para la auto-representación, hoy comúnmente conocido como “selfie”. Vemos este impulso evidente en el trabajo de Vasco Szinetar. A principios de los años 70, incursionó en una forma pionera del “selfie” donde elige conscientemente participar en el retrato “del otro” y se inserta en el proceso de creación de las imágenes invitando a personalidades relevantes de sus tiempos a tomarse una foto con él frente al espejo del baño. Se revela ahí un juego de poder maravilloso y estimulante entre el sujeto «conocido» y el autor, desafiando la relación entre la mirada del sujeto y él mismo, irónicamente enmarcando la dualidad en un escenario mundano como lo es un baño público.
Así, otras obras del recorrido evidencian cómo los nuevos medios se van incorporan dando forma al retrato contemporáneo y el proceso de creación de imágenes. Según Joan Fontcuberta en su libro La furia de las imágenes (2016), ya no buscamos valores como la calidad o la materialidad, estos han sido desplazados por la profusión, la conectividad y la instantaneidad. Sí, la instantaneidad, donde una vez los límites de inmediatez instalados por la fotografía ahora son nuevamente desafiados por medios como la polaroid, y aún más por los teléfonos inteligentes y las redes sociales, particularmente Instagram, Facebook y Twitter. El soñador de Óscar Molinari y los seguidores de Jeanne Jiménez en Instagram superan sus propios límites dentro de su trabajo, siempre desafiando los conceptos de realidad y la percepción, cómo deseamos ser vistos y cómo nos ven los demás.
Y así, la exposición Hacia una Historia de la Mirada, revela cómo la fotografía ha ido asumiendo su propio lenguaje a través del tiempo. Al igual que la pintura y la escultura, esta llega a rebelarse ante las estructuras establecidas por la sociedad de su tiempo. Lenta, pero de manera contundente, articulada y paradójicamente poderosa, comienza su propio proceso de deconstrucción y construcción de la imagen, democratizando la voluntad de identidad y estableciendo el retrato, una vez más, como una actividad artística en donde la participación aparentemente pasiva del retratista es fundamental. Un género en donde las miradas se cruzan, y la interacción interminable entre objetividad y subjetividad dentro de la realidad se construyen dentro del discurso visual del proceso de creación de imágenes.
Notas
1. Pensemos, por ejemplo, en los faraones egipcios y los emperadores romanos, donde sus retratos fueron utilizados para exaltar al hombre. Obras individualistas que resaltan el carácter con una función práctica y utilitaria siempre al servicio del poder político o religioso.
Anabela Mendoza
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