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El modo en que se articulan las historias de Fragmentario (2021), libro de relatos del escritor venezolano José Urriola, revela el manejo ficcional de un espacio sostenido en la fractura. De hecho, podríamos definir la unidad o sentido de este trabajo como un oxímoron narrativo en fuga. El lector se siente generosamente invitado, cruza el umbral sin recelos y de pronto, sin solución de continuidad, el universo de cada historia se transforma.
Los personajes adolecen de incompletitud; así, la ausencia se vuelve signo y deja su marca en el transcurso de las dieciséis historias que componen la obra. Se trata de seres corrientes, cercanos a cualquier persona pero que súbitamente viven situaciones extraordinarias. Anda en búsqueda de algo que les falta y que con desespero creen conseguir. Seres trágicos, cómicos, admirables, patéticos, cínicos; en fin, humanos hasta el exceso.
Fragmentario (2021) es un ejercicio de ficción proteico: basta adentrarse en un relato, avanzar unas líneas y, en un parpadeo, encontrarse en otro plano con una profunda sensación de distorsión, pero sin exabruptos. En ese momento se constela la rareza, la confusión, y ya es imposible escapar; las certezas se han borrado, hemos sido seducidos por un acto de magia que impide ver cómo salió el conejo del sombrero.
De este modo, en el transcurso de historias urbanas -enrarecidas y enigmáticas- se tejen temas de preocupación de siempre, pero también aquellos que brindan sosiego: locura, muerte, soledad, pérdida, deterioro; humor y voluntad de cambiar la realidad, esa que ante la fantasía nunca suele salir victoriosa.
Su libro está compuesto por dieciséis relatos que parecen surgir de la vida común, pero que muestran experiencias magnificadas o deformadas. ¿Hasta qué punto Fragmentario intenta ser un ejercicio de acercamiento a la cotidianidad real que siempre se desacomoda, que se fractura desde lo más íntimo?
Hay una frase de Godard en Histoire(s) du cinéma que me gusta mucho: «al final todo buen documental acaba siendo una película de ficción y toda buena película de ficción termina siendo un documental». Pienso que lo mismo ocurre con la literatura (al menos la que me gusta y la que intento hacer): se halla en una frontera difusa donde la ficción irrumpe de pronto en la realidad o donde la realidad ha sido atravesada por el filtro de la ficción. Me gusta indagar en esa realidad extrañada. Intento ofrecer una mirada donde el mundo funciona distinto, donde de pronto se presenta un evento o unas circunstancias que rompen con el tejido de lo “normal”, o donde el personaje se parece sospechosamente a mí pero viviendo una vida alterna que no me tocó.
Cuando escribió Fragmentario, ¿imaginó el tipo de diálogo que establecería entre el libro y el lector? Pensemos en un lector curioso, uno que se encuentra con sus textos llenos de rarezas y situaciones inimaginables, pero a partir de las cuales se estructura el conjunto.
Fragmentario es mi primer libro de relatos. Todos esos cuentos fueron escritos en un lapso bastante determinado (de 2006 a 2009) donde mi obsesión creativa giraba en torno a las heridas, las fracturas, las cicatrices, las carencias, las piezas faltantes (físicas, mentales, emocionales), los miembros fantasmas. La idea era revisar esas posibilidades de lo roto, lo fracturado, pero que busca la manera de unirse, de organizarse, de darse un sentido, de integrarse en un corpus más o menos coherente. Y esa búsqueda por unir los fragmentos desperdigados o por vivir a pesar de las piezas faltantes quise abordarla de manera que a veces fuera extraña, acaso perturbadora, pero otras veces también a través del humor, lo fantástico o del sinsentido, aunque otras veces signado también por la saudade o lo íntimo.
¿Puede hablarse de una estética particular de este libro con respecto de su obra narrativa general o, de algún modo, estos cuentos se inscriben en la propuesta literaria que hemos conocido en sus últimas novelas?
Me temo que soy de esos autores que siempre está escribiendo y reescribiendo la misma obra. Si bien Fragmentario no pertenece al sistema de Santiago se va, pues diría que claro que sí pertenece al mismo universo de temas, personajes, atmósferas, emociones y artefactos imposibles. Los personajes de Fragmentario podrían ser perfectamente el germen de donde se derivan los hermanos Santiago y Pablo Iribarren, protagonistas respectivamente de Santiago se va y Fisuras. Son relatos que perfectamente le pudieran haber ocurrido a Santiago o a Pablo, o que pudieron darse en ese universo que ellos habitan.
El primer relato del libro, «Abajo hay un cuerpo», parece una manifestación frankensteineana de la vida; aún más, de la vida contemporánea: ese hombre que trabaja en el Metro recogiendo restos de cuerpos de suicidas para rehacer con ellos otra vida que él desea, pero que -una vez rediviva- acaba con la suya, ¿en qué medida ese sujeto representa al hombre moderno?
No soy tan ambicioso como para pensar que estoy retratando al hombre moderno o una humanidad contemporánea en mis escritos; lo que hago es retratarme a mí mismo o retratar a gente cercana que ha sido importante en mi vida. Con suerte, ojalá, el lector llegue a sentirse identificado con ese personaje que en medio de las carencias –y a pesar de las fragmentaciones que lo tienen escindido– está buscando la manera de unir los pedazos dispersos, ensamblarlos y así darle (darse) un sentido.
A cada uno de los relatos lo acompaña una canción, lo cual probablemente genere en el lector curiosidad de escucharla para encontrar alguna relación. ¿Cuál es el sentido que le dan esas canciones y todo el soundtrack de Fragmentario a la experiencia de lectura del libro?
Esas canciones son como los miembros fantasma de cada uno de esos relatos. El pedazo que les falta, aquello que perdieron o que les fue amputado se halla en la música más que en las letras. Ese trozo que aún sienten o extrañan. La música es un complemento, no es necesario escucharla para poder leer las historias; pero en esa música se encuentra para mí una esencia que trasciende lo textual: ese cuento suena así, la atmósfera emocional de ese relato se parece a este tema musical. Incluyo la “música que suena de fondo” junto al título de cada relato porque esa es la banda sonora que otros han hecho pero de la cual yo me apodero porque nutren el espíritu de mis personajes o mis historias. Soy un escritor que se formó como comunicador audiovisual, que creció leyendo cómics, que estudió literatura pero también cine, así que me gusta transitar por todos esos puentes y pasadizos que comunican lo literario con otras expresiones del arte.
En el libro se aprecia un contrapunto de voces bien entramado; un estilo de lenguaje a veces muy local y otras más bien sofisticado. ¿Hasta qué punto se planteó esto así o esa polifonía de quienes cuentan las historias lo trascendió como autor al punto de dejar un resultado textual aún más fragmentario?
Sócrates diría que hay una voz, una especie de interlocutor interno, «el daemon» (así lo llamaba), que te indica más o menos qué camino tomar, qué cosas callar, cuáles expresar y con cuál tono. De manera que para cada cuento yo dejo que mi daemon particular tome inicialmente el timón y luego yo le pongo un poco de estructura a ese desorden. Hay cosas terribles que me gusta contar mientras me río y apelando a la risa de quien pueda llegar a leerme. Otras veces hay asuntos que me perturban y que intento nombrarlos de la manera más honesta y precisa que puedo. Es la historia la que sugiere cómo quiere ser contada. Yo intento aterrizar esa voz de la manera más sincera que sea capaz. A veces es más coloquial, cercano y de a pie; otras me pide un registro un poco más sobrio o distanciado.
Respecto de esos intersticios que usted dejó para el humor y la ironía, pienso en el relato «Antes, durante, después, la niebla» («porque Dios también… había aprovechado la niebla para hacer sus cositas») o en «Putas cultas», ¿cómo logró esa materialidad, ese equilibrado mezclaje con historias que desfiguran todo?
Pienso mucho en las maneras en que, luego de superado un trauma, uno es capaz de reconstruir la memoria. Entonces algo que en su momento fue terrible o desagradable, uno acaba contándolo tiempo después como algo gracioso o recordándolo con otra luz y otras texturas mucho más amables. A mí la narrativa me sirve para construirme y reconstruirme constantemente. Y también para poner en práctica esa capacidad para contarnos distinto, para recordar distinto, para hacer el ejercicio de aterrizar algo muy absurdo con absoluta naturalidad o algo muy triste por medio de la risa. Nunca sabemos cómo acabaremos recordando las cosas, cuáles serán los juegos de la memoria para transformar los eventos que hemos atravesado recientemente. En lo personal me gusta tomarme la licencia de contar algo muy raro o perturbador como si fuera algo muy ligero o una cosa tensa que –una vez superado el trauma y siendo ya capaces de organizarlo en un relato– hasta risa nos produce.
Probablemente, el cuento es el género que más provecho saca de lo fantástico, ¿a qué se debe su gusto y experimentación con lo fantástico? Pienso en el relato «Rapariga da banheira» o «La ausencia de la Medusa», por ejemplo.
Decía James Ballard que el más extraterrestre de todos los planetas era este mundo. En ese sentido pienso que un escritor más que imaginación lo que cultiva es una mirada acuciosa, una capacidad enorme para observar y detenerse en ciertos detalles; para luego ponerlos a jugar o entrar en relación con otras observaciones y con otros peces que han caído en su red. Una mirada atenta y creativa de la realidad es un camino directo a lo fantástico. Este mundo es rarísimo y está habitado por la gente más peculiar de la galaxia; pero estamos “acostumbrados” a esa realidad. Romper un poco el tejido de la realidad para que se cuele la ficción o el sinsentido es necesario para poder hablar de ella y pensar en ella, en mi opinión esa licencia para atravesarla por la ficción la logra señalar mucho mejor que esforzarse por retratarla con fidelidad.
La pérdida, el delirio, la locura, la muerte… el cuerpo como lugar donde todo puede ocurrir y como testimonio de vida, pero también la mente como espacio de lo que ocurre pero no puede verse. ¿Por qué los personajes de este libro, protagonistas o no, parecen buscar o estar en los extremos, desbordarse, ir al límite?
Porque en el fondo tratan de entender, intentan buscar un sentido, intentan sobre todo darse un sentido a sí mismos con el objetivo de ser más felices. Y al final de todas esas búsquedas está siempre alguna manifestación de la locura.
Es evidente la importancia que tiene la ciudad, la vida urbana, en la composición de estos relatos. ¿Qué ciudad real es la protagonista entre las sombras de este libro y cómo es la persona de la realidad que hace de puente para que se escriban estas historias?
Es una ciudad que no existe y al mismo tiempo existe, fragmentada, en varias ciudades en las que he estado o vivido. En Fragmentario muchas veces esa ciudad es Caracas, aunque otras es Ciudad de México, pero dos cuadras más adelante es Barcelona, y si entras al edificio y subes al quinto piso cuando te asomas a la ventana estás en Buenos Aires. La ciudad en este caso es también como un Frankenstein, está construida a partir de pedazos que no coinciden y es a partir de esas diferencias y disonancias que construye su identidad.
¿El José Urriola que escribe cuentos o novelas es capaz de echar mano de la fantasía para deformar su propia realidad cotidiana y así poder vivir otras vidas? ¿Cuáles “otras” vidas le interesan al autor?
Últimamente encuentro fascinante indagar en esa fantasía con la que mira al mundo mi hija de seis años. Esa es una irrupción delirante, continua e hilarante de lo fantástico en mi cotidianidad. También encuentro muy apasionante darle voz, vida y sentimiento a ciertas máquinas. Curiosity Rover, el robot explorador que recorre Marte desde 2012, es de los amigos imaginarios más importantes que he tenido en mi vida. Yo me la paso en Marte constantemente gracias a él, imaginando las cosas que vive y siente mientras yo estoy aquí en mi casa y él está allá, mientras tanto en Marte.
Alirio Fernández Rodríguez
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