Perspectivas

Andrés Bello, títulos y titulares

10/02/2021

Retrato de Andrés Bello. 1858. Raymond Monvoisin

Esta mañana ha ocurrido en las bóvedas de este Instituto uno de los acontecimientos más memorables del bellismo internacional de las últimas décadas. Se trata de la formalización de un legado con el nombre de Andrés Bello en el sanctasanctórum de este edificio que florece bajo el epónimo de Cervantes, el escritor que Bello más estudió y admiró. Esta nueva conquista de Bello, el hispanoamericano que más títulos y titulares ha ganado y acaparado después de muerto, hace que su presencia a partir de hoy en la Caja de las Letras entre en armonía con la creación hace unos años de las cátedras “Andrés Bello” en la Universidad Católica Andrés Bello, de Caracas, y en la Universidad de Chile, en Santiago de Chile, para robustecer la necesaria polifonía de la que su figura está siempre tan ganada. Representantes del Instituto Caro y Cuervo, de Colombia; de la Universidad Nacional Autónoma de México; del Centro Cultural Inca Garcilaso, de Perú: y del propio Instituto Cervantes, de España, se dieron cita para concretar el legado de Bello, no otro que un ejemplar de la primera edición de la Gramática de la lengua castellana.

Para entender la polifonía compleja que emana del pensamiento y la obra de este prodigioso escritor —un poeta al que su tiempo fundacional americano le exigió ocuparse de las más variadas disciplinas y destacarse en los más amplios saberes, convirtiéndolo para fascinación permanente en un gramático, un filólogo, un crítico literario, un filósofo, un jurista, un historiador, un bibliógrafo, un educador, un periodista, un editor, un traductor, un latinista, un cosmógrafo y, entre unas cuantas disciplinas más, en un filósofo de la ciencia. Para entenderlo hoy –decía– no hay mejor forma que enumerar y ponderar los títulos que ennoblecen su figura y que la rotulan, como quería Oscar Sambrano Urdaneta, con el calificativo de hombre universal.

Bello ha sido llamado patriarca de las letras hispanoamericanas, primer humanista de América, primer gramático moderno, primer hombre mentalmente americano, primer hispanista de América y, para no hacer esta lista más larga, padre del panhispanismo lingüístico. Me referiré a cada uno en sus rasgos más sugestivos.

Patriarca de las letras hispanoamericanas es su título más encarecido. Bello encabeza la nómima dorada de los escritores más preclaros del continente americano debido al carácter fundacional que está presente como elemento filosófico y estructural en sus dos silvas americanas: «La alocución a la poesía» y «La agricultura de la zona tórrida». En estos dos textos nos encontramos por primera vez con un discurso político que sella la ruptura con la España imperial y con un discurso cultural que afianza la unión con la América republicana. Se quiera o no y se aprecie con claridad o no, la literatura que se hará después en América guardará una relación filial con las ideas de Bello. Pedro Henríquez Ureña así lo deja saber en su fundamental estudio Las corrientes literarias en la América hispánica (1945), insistiendo una y otra vez en la verdad patriarcal que comporta la figura del caraqueño. En los muchos lugares en donde este hace su aparición, siendo siempre el primer nombre propio que mencionan los estudios del filólogo dominicano, se entenderá el peso fundacional y la brillante descendencia literaria que gesta Bello en Sarmiento, Montalvo, Hostos, Martí, Darío, Heredia, Rodó, Cuervo, Caro, González Prada, Varona, Lezama Lima, Reyes, Gabriela Mistral, Paz, Rosenblat, Picón-Salas, Uslar Pietri y en el propio Henríquez Ureña. Cecilio Acosta, el amigo de Martí, diría desde Caracas, el año 1869, que Bello fue «el que lo supo todo». Esta certeza recorre todo el continente y se hace fuerte como comprensión del prodigio y como aseveración de un modelaje patriarcal que ya nunca más abandonará las aulas mentales de la América española.

Sirve de basamento a este título otro que buscará designar a Bello con la altísima distinción de primer humanista de América. El acierto se le debe a Pedro Grases, el más grande de todos los bellistas. Grases entenderá a Bello formando parte de un proceso que permitirá comprender el origen de la tradición humanística en Hispanoamérica. El traspaso de dominio y la transformación de las conciencias serán los dos tópicos conceptuales que explicarán la mutación del régimen colonial en repúblicas independientes; un cambio que germina en las mentalidades más que en la gesta belicista de pasajero esplendor. El estudio de Bello como humanista será la clave para iluminar el complejo trayecto:

Diría que el principal objetivo de mis pesquisas ha sido la historia de las ideas en la vida cultural americana, y dentro de ella, como asunto eminente, la vida y la obra de Andrés Bello, como Primer humanista de la civilización hispanoamericana, cuya revelación fue para mí como el hallazgo de un norte bastante para convertirlo en principal finalidad de una ocupación intelectual. (Pedro Grases, Obras, Caracas-México-Barcelona, Editorial Seix-Barral, 1981, volumen 1: «Introducción»)

El humanismo en Bello no es más que un pormenor de naturaleza lingüística y en este ámbito se le considera el primer gramático moderno. Efectivamente, la historia de los estudios gramaticales del español se ha periodizado a partir de su figura, considerando su aporte como el más culminante desde los tiempos de Nebrija y como punto de partida de una nueva concepción descriptiva para el español que perdura hasta hoy. Su filosofía de la gramática y su método científico alteran el estatuto de esta disciplina haciendola social, siendo Bello el que le ofrece un rango supradescriptivo como texto capaz de mostrar la dependencia que la gramática tiene con las constituciones y los manuales de urbanidad en el siglo XIX; una ordenación del cuerpo social y privado gracias al orden lingüístico que la gramática pretende en la medida en que describe la lengua. Desde un punto de vista puramente teórico, Bello se alza con otra medalla por haber sido el más notable ejecutor de la gramática sincrónica del español. Se le ha querido ver, además, como precursor del estructuralismo, al compartir planteamientos cercanos a las antinomias propuestas por Ferdinand de Saussure; y hasta se han buscado similitudes y predefiniciones con pormenores de la gramática generativa. El estudio sobre las raíces de su pensamiento lingüístico lo ha señalado como un seguidor del empirismo o del cartesianismo, cuando, más bien, habría que entenderlo como un iniciador en lengua española de los principios más firmes de la lingüística moderna, y allí estarían sus discípulos colombianos, Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo para confirmarlo. Además de Saussure, hacen su presencia los nombres de Vossler, Bally, Jespersen, Chomsky y Coseriu, en clave de sucesión.

La independencia intelectual y creadora de Bello permitirán que en torno a su nombre fructifiquen dos nociones contradictorias en la esencialidad de su siglo. Así, puede su gestión calificarse como de primer americanista tanto como de primer hispanista americano. Su americanismo nunca entra en conflicto con su hispanismo y esto revela una firmeza de convicciones muy sólidas en un tiempo en el que cualquier leve movimiento era malinterpretado a favor o en contra. Su control sobre el pulso de la vida americana está siempre presente en su poesía, en sus ensayos y en sus tratados. Ejemplos más que evidentes son desplegados en los versos de su silva agrícola, en donde como un moderno Virgilio canta las delicias del campo, agreste pero puro, en detrimento de la urbe, culta pero viciosa. Decoran este texto fundacional los productos más representativos de la flora americana (agave, ananás, añil, banano, cacao, café, caña de azúcar, maíz, nopal, yuca), con un virtuosismo metafórico cuyos ecos se volverán a hacer presentes en las odas de Pablo Neruda. Es bueno hacer notar que el americanismo de Bello, ese estudiar lo americano con el afecto y la razón, se cumplirá desde la poesía en paridad con lo que desde la ciencia cumplirá Alejandro de Humboldt, a quien Bello había conocido en Caracas, cuando el alemán publique su célebre memoria de sus viajes equinocciales.

En relación con su notorio hispanismo, que solo en apariencia contradice su condición americanista, Bello mantuvo durante toda su vida un apego especial a la cultura española. Funcionario de la corona cuando ocurren los primeros brotes independentistas, cargará para siempre, hasta después de muerto, con la acusación de infidencia a la causa libertadora; él, que era posiblemente el hombre de su tiempo más ganado a la idea de libertad en todas sus instancias y manifestaciones. En Chile, su patria adoptiva, sostendrá comprometidas discusiones a favor de la libertad en El Araucano, el periódico donde fecunda su dilatada labor periodística. Será, sin embargo, mucho antes, en Inglaterra, donde su hispanismo cobrará una fundamental entidad. Apenas llegar a Londres, formando parte de la delegación diplomática que integraba junto a Simón Bolívar y a Luis López Méndez y que tenía como finalidad conseguir el apoyo de la corona británica para la causa revolucionaria que se desarrollaba en Caracas, Bello entraría en contacto con importantes exiliados españoles sosteniendo con ellos relaciones personales y académicas muy fructíferas. Habría que destacar los nombres de José María Blanco White, Vicente Salvá, Bartolomé José Gallardo y Antonio Puigblanch, entre otros

Su primera residencia londinense la cumplirá en la casa de Francisco de Miranda, un astro con el que Bello compagina en cuanto a sus ideas republicanas (el precursor defendía la instalación de un incanato como forma de gobierno para las nacientes repúblicas, mientras que Bello proponía una monarquía ciudadana o democrática) y en cuanto a sus gustos literarios neoclásicos y románticos (ambos habían vivido la fiebre por Grecia y Roma, compartiendo el filohelenismo que se respiraba en la Londres de aquellos años).

Aunque desde Caracas portaba el germen de lo que quería estudiar sobre la literatura española medieval, será en la biblioteca del Museo Británico donde pasará interminables horas tomando notas y revisando obras clave para comprender la definición de la épica medieval, su versificación, su lenguaje y su influencia poética posterior que le permitieran llegar al esclarecimiento del texto mayor de nuestra literatura: el Cantar de Mio Cid. Ahora más que antes, Bello en su condición de desterrado se aboca a estudiar el poema del héroe desterrado. El humanista americano rumiará durante toda su larga vida (morirá a la edad de 84 años) el estudio filológico del texto del poema del Cid para alcanzar la que considera su edición más acabada y en la que, entre tantos aciertos de erudición y ciencia lingüística, determina la primacía e influencia de las canciones de gesta francesas sobre el poema castellano; un asunto que nunca gustó del todo a Ramón Menéndez Pidal. Los tres gigantescos tomos que componen esta edición (texto, gramática y vocabulario), que culmina en Chile los últimos años de su vida, no verán la luz sino después de fallecido su autor, formando parte de la primera edición de sus Obras completas (Santiago, 1881-1893). Transcurridos poco más de ciento treinta años, en 2017, como cierre de tan vasto proyecto de investigación, se han publicado Los cuadernos de Londres, a cargo de Iván Jaksic y Tania Avilés, en donde se muestran en limpio las transcripciones de los trece cuadernos de apuntes personales que Bello fue tomando en la mencionada biblioteca por espacio de nueve largos años y que revelan las fuentes para sus conclusiones y los sustentos teóricos para su preciosa obra maestra de filología española. Nunca antes y nunca después existió desde Hispanoamérica un homenaje tan hondo a España como los trabajos cidianos de Bello.

En cierta medida, el Bellismo en España ha prosperado desde la consideración de la lengua, tanto en su vertiente poética y gramatical como en su vertiente lingüística y filosófica (dejo por fuera de este recuento, por razones de espacio, la consideración del Bello jurista). El índice onomástico de la veneración española por Bello, poco o nada estudiada, puede mostrar entradas de tan alta jerarquía como las de Marcelino Menéndez Pelayo (en cierta medida, su primer hermeneuta español), Julio Cejador y Frauca, Manuel Cañete, Manuel Milá y Fontanals, Ramón Menéndez Pidal, Miguel de Unamuno, Américo Castro, Amado Alonso, Niceto Alcalá Zamora, Antonio Balbín de Unquera, José María Pemán, Julio Casares, Rafael Lapesa, Dámaso Alonso, Carlos Clavería, Samuel Gili Gaya, Gerardo Diego, José Gaos, María Rosa Alonso, Vicente García de Diego, Manuel Alvar, Manuel Souvirón, Agustín Millares Carlo, Guillermo de Torre, Miguel Batllori, Fernando Lázaro Carreter, José María Roca Franquesa, Antonio Quilis, Salvador Fernández Ramírez, Fernando Lázaro Mora, Manuel Seco, Fernando Murillo Rubiera, José Vila Selma, Francisco Abad Nebot, Luis Landero, María Luisa Calero Vaquera, Ramón Trujillo, Josefa Dorta Luis, María Luisa Rivero, Humberto López Morales, Guillermo Rojo, José Jesús Gómez Asencio, Juan Antonio Frago, José Polo, Víctor García de la Concha, María Antonia Martín Zorraquino, José Manuel y Alberto Blecua Perdices, Ignacio Bosque, Salvador Gutiérrez Ordóñez, Hernán Urrutia y Juan Goytisolo.

Alfonso Reyes nos ha dejado en un precioso ensayo titulado «Notas sobre la inteligencia americana» la resolución del contraste entre Bello y Sarmiento en función de las filiaciones o fobias hispánicas: «no bien se logran las independencias, cuando aparece el inevitable conflicto entre americanistas o hispanistas, entre los que cargan el acento en la nueva realidad, y los que lo cargan en la antigua tradición. Sarmiento es, sobre todo, americanista. Bello es, sobre todo, hispanista» (Visión de México, México, Academia Mexicana de la Lengua, 2016, tomo II, p. 923).

Estas tensiones van a tener en Bello una de sus más felices conclusiones y con ellas daremos fin a nuestras reflexiones al señalar el último y más duradero de sus títulos: Padre del panhispanismo lingüístico. Sin acuñar el término feliz para esta situación de la lengua española, Bello formula el principio de pluricentrismo panhispánico en la concepción metodológica de su gramática y como logro mismo de esa concepción. Reconoce valerosamente, como nadie en su tiempo y como pocos en los tiempos venideros, que no escribe su gramática pensando en los castellanos. Piensa la lengua desde la pluralidad:

No tengo la presunción de escribir para los castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispanoamérica. Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes (…) No se crea que recomendando la conservación del castellano sea mi ánimo tachar de vicioso y espurio todo lo que es peculiar de los americanos. Hay locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas y que subsisten tradicionalmente en Hispanoamérica, ¿por qué proscribirlas? Si según la práctica general de los americanos es más analógica la conjugación de algún verbo, ¿por qué razón hemos de preferir la que caprichosamente haya prevalecido en Castilla? Si de raíces castellanas hemos formado vocablos nuevos, según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce, y de que se ha servido y se sirve continuamente para aumentar su caudal, ¿qué motivos hay para que nos avergoncemos de usarlos? Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada. (Gramática de la lengua castellana)

El panhispanismo constituye hoy la teoría y la praxis más generosa para la comprensión de la lengua española. Entiende que el español es la lengua de todos y por ello crece amparada por todas y cada una de las variedades en que la lengua se despliega. El panhispanismo deja sin efecto los criterios y métodos puristas, prescriptivistas, imperialistas, casticistas, nacionalistas, hegemónicos, supremacistas, originaristas, historicistas, sectaristas y totalitarios que, en una medida o en otra, estuvieron presentes desde siglos atrás en la evaluación del español. En su lugar, el panhispanismo promueve el variacionismo, el descriptivismo, la pluralidad, la tolerancia lingüística, la estimación a la diferencia, la teoría del uso, el policentrismo, el crecimiento particular armónico, la geografía de la lengua y, en definitiva, una de las formas culturales más prometedoras, la democracia de la lengua; logro acordado para fomentar el entendimiento en una lengua que la hablan hoy quinientos ochenta millones de personas, en cuatro continentes y en más de veinte naciones y territorios y cuyo patrón de crecimiento es asombroso y fascinante.

Luis García Montero, en un noble y notable ensayo titulado «Lengua materna», proa del Anuario del Instituto Cervantes del año 2019, perfila el tono de la democracia de la lengua a partir de Bello:

La lengua que defiende su estatus [demográfico] necesita también hacerse atractiva por otro tipo de valores humanos y culturales. Ante esta situación, los que somos lectores de Miguel de Cervantes, Andrés Bello o Elena Poniatowska, podemos imaginar nuestra lengua con un deseo ético, pensar en su futuro como un relato democrático. (p. 118)

El cumplimiento de los retos que hoy exige el español no pueden hacerse sino siguiendo la esencia de esta doctrina, que bello patriarcalmente vislumbró y formuló parcialmente, haciendo que la lengua no fuera otra cosa sino un espacio de libertades y un empeño constante de liberaciones. Creía religiosamente en el poder benéfico de la libertad intelectual, en donde la lengua es imagen y espejo al mismo tiempo. Cuando, en 1843, instala la Universidad de Chile –su universidad– concibe la más hermosa de sus formulaciones sobre la independencia espiritual:

La libertad, como contrapuesta, por una parte, a la docilidad servil que lo recibe todo sin examen, y por otra a la desarreglada licencia que se revela contra la autoridad de la razón y contra los más nobles y puros instintos del corazón humano, será sin duda el tema de la universidad en todas sus diferentes secciones.

Ha llegado, pues, el momento de reconocerle a Bello su papel como libertador lingüístico de nuestra lengua, el mejor de sus títulos y el más sonoro de sus titulares.

[Conferencia dictada en el Instituto Cervantes –Madrid, 14 de diciembre de 2020–, con motivo del legado de Bello en la Caja de las Letras.

Francisco Javier Pérez es profesor Titular jubilado de la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas), individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua y actual Secretario General de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Real Academia Española, Madrid)].


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