Literatura

Albert Camus, entre el fútbol y las letras

Fotografía de Henri Cartier-Bresson

27/12/2022

Voy a echar este cuento como me lo sé. Eso no implica que tenga yo la última palabra ni que mi versión sea superior a la de otros; significa, simplemente, que así me ha ido llegando y que intentaré ser fiel a lo que he investigado al respecto. La historia comienza con un niño pobre en Argelia llamado Albert Camus, quien ha perdido a su padre en la Primera Guerra Mundial (recibió una herida en la batalla de Marne de la que nunca se pudo recuperar). De aquel padre, que murió cuando Albert tenía un año, el chico apenas conserva una vieja foto. A su madre la ve muy poco: se pasa todo el día limpiando casas y cocinando para sus acomodados habitantes. El pequeño Camus crece bajo la rígida vigilancia de su abuela materna, una mujer oriunda de Menorca que ante el mínimo signo de indisciplina reparte sopapos a mano limpia o con lo primero que tenga en ellas. A Albert –como es obvio imaginar– no le gusta mucho estar en casa, tampoco le encanta la escuela, pero en la escuela al menos hay un patio amplio donde ha encontrado la razón de su existencia. Albert Camus ganará el Nobel de Literatura en 1957, pero eso aún no se lo imagina y, la verdad, lo tiene sin el más mínimo cuidado, él lo que quiere es ser futbolista.

Albert es un niño flaco y bajito. Su posición en el campo es la de delantero. Tiene habilidades especiales para el regate y el pase corto. También es preciso a la hora de cruzarla hacia la esquina o clavarla en el ángulo cuando toca tirar a puerta. Juega en los recreos. Juega, asimismo, después de las comidas. Juega, ya con reglamentos y en equipos organizados de once contra once, todas las tardes cuando la escuela se queda casi vacía y la mayoría se va a casa. En cada partida dribla contrincantes, árboles y levanta humaredas de polvo. Albert descubre que las desigualdades sociales desaparecen en ese terreno, ya no ha ricos ni pobres, no hay quienes merezcan trato especial porque vivan en tal barrio o tengan el uniforme más limpio o el calzado más nuevo, qué va, aquí lidera el que juega mejor al fútbol. Punto.

Pero entonces luego llega a casa y la abuela le revisa las suelas de los zapatos, corrobora sus sospechas: están desgastadas y no hay dinero para reponerlas; acto seguido le propina una paliza de escándalo al nieto y le prohíbe jugar al fútbol. Albert, a pesar de prometerlo bajo la andanada de golpes, no puede vivir sin el fútbol, pero tampoco puede seguir recibiendo tundas de su abuela cada tarde, así que se le ocurre una solución: jugará de portero; así se desgastan menos las zapatillas y habrá menos evidencia de su deterioro cuando se las supervisen. Entonces, ese flaco de baja estatura se convertirá en uno de los mejores porteros juveniles no solo de Argelia, sino de todo el norte de África.

El joven Albert a veces va a nadar al puerto con un amigo que pertenece a un equipo de waterpolo. El nadador le comenta que tiene contactos en el equipo de fútbol Racing Universitaire d’Alger (RUA) y que debería ir a alguna práctica y probarse como portero ante la vista de los entrenadores del club universitario. Quién quita. Camus responde que no, que es un lugar para gente rica, que él es un muchacho pobre y jamás lo ficharían. Pero el amigo waterpolista insiste y así Albert se presenta una tarde en los hermosos campos de fútbol del RUA y demuestra lo que sabe hacer: atajar balones, volar por los aires, achicar espacios, pensar más rápido que los delanteros y tomar la iniciativa para lanzarse a sus pies y quedarse con el balón. El entrenador habrá comentado a sus asistentes: “Nos quedamos con este flaco, que sea el portero del equipo juvenil”.

Durante dos años el joven Camus defenderá la portería de su amado equipo: el Racing Universitario de Argel (sería por siempre socio e hincha del equipo). Incluso en las derrotas recibirá comentarios elogiosos, pues el tipo deja el alma en cada partido y en cada lance, no baja los brazos, es una envidiable mezcla de actitud deportiva y caballerosidad hibridadas con el más férreo espíritu de lucha. Albert vive el fútbol con pasión febril: «Me devoraba la impaciencia del domingo al jueves, día de entrenamiento, y del jueves al domingo, día del partido».

Es en estos tiempos cuando comienza a germinar en Camus aquel pensamiento basado en el fútbol como mecanismo para entender la moral y que más tarde recogerá en algunos de sus textos. De allí su mítica frase (no hay que darle vueltas ni buscarle otras posibles interpretaciones): «Mis mayores convicciones sobre moral y los deberes de cada quien se las debo al fútbol. Lo que más sé, a la larga, sobre la moral y los deberes de los hombres se lo debo al fútbol». A Camus le gustaba insistir –como intelectual estaba hecho de la materia de los irreverentes y los provocadores– en que los fundamentos de su código moral no se levantaban a partir de las doctrinas ideológicas ni religiosas, no estaba en los libros ni en los líderes ni en las sesudas lecturas o reflexiones que estos pudieran detonar; realmente estaban, se aprendían y se aplicaban en el terreno de juego. De donde se desgaja otra gran frase: «Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice “derecha”».

Pero entonces, a los 17 años, cuando su carrera como buen futbolista e insigne arquero se hallaba en pleno ascenso y estaba ya tocando las puertas del equipo mayor de la RAU, lo atacó la tuberculosis. Camus empezó a toser con sangre, a luchar por cada bocanada de aire, a encontrar titánico el más mínimo esfuerzo físico. La tuberculosis le truncaría temprana y definitivamente su carrera en el balompié, y lo afectaría de manera intermitente en el transcurso de su vida (algo que resulta especialmente angustioso cuando vemos la enorme cantidad de fotografías de Camus fumando).

Sin fútbol, Camus se vio en la necesidad de depositar su pasión en un nuevo amor. Dicen que su maestro de los tiempos de la escuela, Louis Germain, jugó papel crucial en este asunto de la reinvención del Camus futbolista en hombre de letras. Por eso Camus, cuando gana el Nobel de Literatura, treinta años más tarde, se acuerda del profesor Germain y en la cumbre de su carrera le envía aquella emotiva carta de agradecimiento que comienza:

Querido señor Germain: He esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto.

El de 4 enero de 1960 el Premio Nobel Albert Camus asistiría a un evento literario. Había quedado en ir en tren junto con su esposa, pero su amigo y editor Michel Gallimard insistió en que fueran en auto y se encontrara con su familia en el destino. Se estrellaron a bordo de aquel Facellia FV3B donde Camus perdería la vida y en el que se encontraría, dentro de una bolsa, el manuscrito de su novela póstuma: El primer hombre, texto autobiográfico en el cual Camus trabajaba cuando lo sorprendió la muerte y en el que da cuenta de varios de los asuntos de su vida aquí relatados.

Un año antes de su muerte, en una entrevista, le preguntaron a Albert (cigarro humeante en la comisura de los labios) que de no haber sido por la tuberculosis qué hubiera escogido entre el fútbol y la dramaturgia. A lo mejor su respuesta se debió a su desencanto con el mundillo intelectual, a las intrincadas mezquindades y envidias de las que había sido víctima, a las hipocresías y traiciones recibidas, en fin, a esa vieja fórmula que Camus había desentrañado gracias al fútbol: recibir extraños de una pelota que nunca sabes por dónde viene porque la gente insiste en no ser «derecha»; el hecho es que no titubeó al responder: «Futbolista, sin duda alguna».


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo