Telón de fondo

Abril de 1810: preparados para la gran empresa

30/04/2018

El 19 de abril de 1810 (1835), de Juan Lovera

En abril de 1810 los líderes de la sociedad venezolana demuestran un hecho indiscutible: están preparados para los desafíos de su tiempo. La exhibición que hacen de sus cualidades, en especial debido a cómo relacionan su peculiaridad con los sucesos del exterior, preludia un protagonismo que no había existido en la provincia y más allá de sus confines, y los anuncia como factores de un fenómeno capaz de desembocar en situaciones inéditas.

De allí la trascendencia de lo sucedido en Caracas, no en balde una Semana Santa que se parecía a las del pasado se convierte en preludio de un calendario que nadie había confeccionado en la comarca. La creación de la república escribe entonces su primer capítulo, por lo tanto, redactado por unos individuos cuya pericia no se había insinuado en tales menesteres. Copan por primera vez el centro de los espacios públicos, para probar en adelante que apenas esperaban la ocasión propicia para un contundente estreno.

¿De dónde sacan el material que después explotarán como expertos? De la Gaceta de Caracas que desde 1808 leen cada semana, cuyos folios les hablan del desmoronamiento del imperio y de la pesca que pueden hacer mientras el trono navega en río revuelto. Las tropas españolas están separadas y dispersas en su guerra contra Napoleón, comunica el periódico en 17 de marzo de 1809. La marina británica incrementa su presencia en las Antillas, dice el impreso en 17 de febrero de 1810. “Zaragoza rendida”, titulan los editores el 5 de marzo. En otras entregas detallan la nómina de los oficiales ingleses que merodean en la región –Purbis, Cochrane, Kerr, Cotton– jamás escuchados por sus oídos y heraldos de una conmoción en cuyas candelas deben involucrarse para no ser arrollados.

Las noticas saltan del papel a los hechos en febrero de 1809, cuando viene a Caracas el gobernador de Curazao y Vicealmirante de la Armada, James Cockburn, quien es recibido con honores y habla sin tapujos de la debilidad de los borbones. Jamás había sucedido un homenaje de esta naturaleza a un hereje de postín, a un representante de los enemigos jurados del pasado. En consecuencia, el cambiante mundo se revela ante los criollos y ellos aprovechan la revelación. No leen sin entender, ni miran el espectáculo como si no les incumbiese. Al contrario, hacen cálculos para buscar y encontrar ganancias.

De cómo no están en babia frente a los eventos da fe un texto que publican en la Gaceta entre diciembre de 1808 y enero de 1809, titulado Las dos tiranías. Es un detallado análisis de la Revolución Francesa, en el cual no ahorran pormenores sobre la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, sobre el terror de Robespierre y sobre el ascenso de Napoleón. Describen la situación como expertos, opinando sobre episodios cuya mención se libra de la censura debido a la precariedad del poder local, o a su ingenuidad.

El hecho de que también se animen entonces a preparar la publicación de una Guía Universal de Forasteros sobre temas venezolanos, delata la existencia de un plan relacionado con los intereses de la provincia que podía concretarse en próxima oportunidad, mientras crecía la convulsión en la metrópoli. La Guía Universal de Forasteros va a pregonar las excelencias del paisaje venezolano y las cuantiosas ganancias que se obtendrían de una explotación adecuada de sus recursos, hasta el extremo de presentar el contorno como “uno de los más privilegiados territorios del Continente americano”. El arraigo de sentimientos relacionados con lo telúrico es anterior a la difusión de la modernidad política, en realidad es su prólogo. De allí la trascendencia de los vistazos halagüeños del paisaje. El conocimiento de la situación europea y el encomio de las posibilidades lugareñas deben estimarse como signos de madurez, susceptibles de conducir en una conducta jamás intentada hasta la fecha por los dirigentes del criollaje.

En consecuencia, no son tomados por la sorpresa cuando reciben la nueva más relevante, que incluye la Gaceta en su fascículo de 14 de abril de 1809. La Junta Central anuncia que ya no existen colonias, ni factorías, y que todos los españoles son iguales, así vivan en la Península o habiten los territorios de ultramar. Los americanos deben enviar diputados en breve, se agrega, para resolver entre pares el destino del reino amenazado por el invasor francés. Pero los criollos no consideran la disposición como una dádiva, sino como el reconocimiento de una realidad que antes no advertían los españoles europeos; ni se entusiasman con la elección de diputados porque juzgan que el número de representantes solicitado es excesivamente mezquino, en relación con la inmensidad del territorio y con el censo de sus pobladores. La medida de la Junta Central, en lugar de apuntalar la alianza que pretende en medio de la zozobra, fomenta las conductas y las inquietudes políticas en un terreno cada vez más resbaladizo y de arduo pronóstico.

Son signos de la existencia de una colectividad distinta a la del pasado, que ha fomentado sus intereses y aclimatado una sensibilidad que aconsejan el ensayo de un itinerario distinto, de una flamante estación de la existencia que apenas espera un primer paso para marchar de veras hacia una diversidad contundente. Ese primer paso se observa el 19 de abril de 1810, cuando los venezolanos de la época sienten a plenitud que no les conviene el antiguo rol de marionetas y que pueden intentar otra existencia, con ellos a la cabeza.


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