A treinta años de Tiananmén una exfuncionaria alza la voz para no olvidar jamás

Fotografía de Catherine Henriette | AFP

30/05/2019

PEKÍN — Durante tres décadas, Jiang Lin guardó silencio sobre la masacre que había visto la noche en que el ejército chino irrumpió en Pekín para sofocar las protestas estudiantiles en la plaza de Tiananmén. Pero los recuerdos la atormentaban: soldados que les disparaban a las multitudes en la oscuridad, cuerpos desplomados en charcos de sangre y el golpe seco de las macanas cuando los soldados la aporrearon y la lanzaron al suelo cerca de la plaza.

En ese entonces, Jiang era teniente del Ejército Popular de Liberación, y tenía una perspectiva de primera mano tanto de la masacre como del intento fallido de los altos comandantes por disuadir a los dirigentes chinos de utilizar la fuerza militar para sofocar las manifestaciones a favor de la democracia. Más tarde, cuando las autoridades mandaron a la cárcel a los manifestantes y borraron los recuerdos de la matanza, ella no dijo nada, pero su conciencia la devoraba.

Ahora, antes del aniversario número 30 de la represión del 4 de junio de 1989, Jiang, de 66 años, ha decidido contar su historia por primera vez. Comentó que se sentía obligada a exigir una disculpa pública debido a que generaciones de líderes del Partido Comunista de China, incluyendo al presidente Xi Jinping, no han expresado ningún remordimiento por la violencia. Jiang salió de China esta semana.

“El dolor me ha carcomido durante 30 años”, señaló en una entrevista en Pekín. “Todos los que participaron deben decir lo que sucedió. Es nuestro deber con los muertos, los sobrevivientes y los niños del futuro”.

El recuento de Jiang tiene un significado más amplio: arroja nueva información sobre cómo los comandantes del ejército intentaron oponerse a las órdenes de usar a las fuerzas armadas para sacar a los manifestantes de la plaza que habían tomado durante siete semanas, captando la atención del mundo.

El idealismo apasionado de los estudiantes, las huelgas de hambre, las reprimendas de los oficiales y los actos ostentosos como la construcción de una “Diosa de la Democracia” en la plaza atrajeron una avalancha de solidaridad de la población y dividieron las opiniones de los dirigentes sobre cómo responder.

Ella describió su participación en la difusión del mensaje contenido en una carta de los altos generales que se oponían a la ley marcial, y dio detalles de otras cartas de comandantes que advertían a la dirigencia que no mandara soldados a Pekín. Además, vio en las calles cómo los soldados que siguieron las órdenes del partido disparaban indiscriminadamente cuando se apresuraban a retomar la plaza de Tiananmén.

Incluso después de 30 años, la masacre sigue siendo uno de los temas más delicados de la política china, objeto de una labor muy exitosa y sostenida por parte de las autoridades para borrarla de la historia. El partido ha ignorado reiteradas solicitudes de que reconozca que estuvo mal abrir fuego contra los estudiantes y los residentes, y ha rechazado las exigencias de una contabilización completa de la cantidad de personas que murieron.

Las autoridades arrestan con regularidad a antiguos líderes de los manifestantes y a los padres de los estudiantes y de los residentes muertos en la represión. Este año, un tribunal condenó a cuatro hombres en el suroeste de China por vender botellas de alcohol que hacían referencia a la represión de la plaza Tiananmén.

Con el paso de los años, un pequeño grupo de historiadoresescritoresfotógrafos y artistas chinos han intentado hacer una crónica de los capítulos de la historia de China que el partido desea que se olviden.

Sin embargo, la decisión de Jiang de romper el silencio conlleva una carga política más debido a que no es solo una veterana del ejército, sino que también es hija de la élite militar. Su padre fue general, y ella nació y creció en complejos de las fuerzas armadas.

Con orgullo se enlistó en el Ejército Popular de Liberación hace alrededor de 50 años y, en algunas fotografías de su época como periodista del ejército, sonríe de pie con su uniforme militar verde, un cuaderno en la mano y una cámara colgándole del cuello. Nunca imaginó que las fuerzas militares utilizarían sus armas contra la gente desarmada en Pekín, mencionó Jiang.

Plaza de Tiananmén el 2 de junio de 1989. Fotografía de Catherine Henriette | AFP

“¿Cómo puede ser que la suerte cambie de pronto de tal manera que se puedan usar tanques y ametralladoras contra gente común y corriente?” dijo. “Para mí, fue una locura”.

Qian Gang, su antiguo supervisor en el Diario del Ejército de Liberación, quien ahora vive en el extranjero, corroboró los detalles del testimonio de Jiang. Ella compartió cientos de hojas amarillentas de una autobiografía y diarios que escribió cuando trataba de explicar la masacre.

“Más de una vez he fantaseado con la idea de visitar Tiananmén vistiendo de luto y dejando un ramo de lirios blancos”, escribió en 1990.

‘El Ejército Popular’

Jiang sintió mucho temor en mayo de 1989 cuando las noticias en radio y televisión transmitieron el anuncio de que el gobierno de China impondría la ley marcial en gran parte de Pekín con la intención de sacar a los estudiantes que se manifestaban en la plaza de Tiananmén.

Las protestas habían estallado en abril, cuando los estudiantes marcharon en señal de duelo por la repentina muerte de Hu Yaobang, un dirigente reformista muy popular, y en demanda de un gobierno más abierto y transparente. Al declarar la ley marcial en toda la zona urbana de Pekín, Deng Xiaoping, el dirigente del partido, indicó que se podría recurrir a la fuerza armada.

Los investigadores han demostrado previamente que varios altos comandantes se oponían a usar la fuerza del ejército en contra de los manifestantes, pero Jiang dio más detalles sobre la magnitud de la resistencia dentro del ejército y de cómo los oficiales intentaron que no se cumplieran las órdenes.

El general Xu Qinxian, líder del célebre 38º cuerpo de élite del ejército chino, se negó a llevar a sus soldados a Pekín sin órdenes claras por escrito, y se internó en un hospital. Siete comandantes firmaron una carta en la que se oponían a la ley marcial que presentaron a la Comisión Militar Central de la República, la cual supervisaba al ejército.

“El mensaje era muy sencillo”, señaló, describiendo la carta. “El Ejército Popular de Liberación es el ejército del pueblo y no debe entrar a la ciudad ni disparar a los civiles”.

Jiang, dispuesta a difundir el mensaje de la carta del general, la leyó por teléfono a un editor del Diario del Pueblo, el principal periódico del Partido Comunista, donde el personal estaba desobedeciendo las órdenes de censurar las noticias sobre las protestas. Sin embargo, el periódico no imprimió la carta debido a que uno de los generales se opuso, diciendo que no se pretendía que se publicara, mencionó ella.

Jiang todavía esperaba que el revuelo dentro del ejército desalentara a Deng de enviar soldados para sacar a los manifestantes. No obstante, el 3 de junio, escuchó que los soldados estaban avanzando desde la parte oeste de la ciudad y le disparaban a la gente.

El ejército tenía órdenes de, a como diera lugar, desalojar la plaza las primeras horas del 4 de junio. Salieron anuncios que advertían a los residentes que se quedaran en sus casas.

‘Cualquier mentira es posible’

Sin embargo, Jiang no se quedó en casa. Recordó a la gente que había visto unas horas antes en la plaza ese día. “¿Los matarán?”, pensó. Se dirigió a la ciudad en bicicleta para ver entrar a los soldados, sabiendo que la confrontación representaba un punto de inflexión en la historia de China. Estaba consciente de que se arriesgaba a ser confundida con una manifestante porque iba vestida de civil. Pero dijo que esa noche no quería que la identificaran como parte del ejército.

“Era mi responsabilidad”, comentó. “Mi trabajo era informar sobre las principales noticias de última hora”.

Jiang siguió a los soldados y a los tanques mientras avanzaban hacia el corazón de Pekín, irrumpiendo a través de bloqueos improvisados formados con autobuses y disparando salvajemente a las multitudes de residentes furiosos de que el gobierno estuviera usando la fuerza armada.

Jiang se quedó cerca del suelo con el corazón palpitando mientras las balas le pasaban por encima. Estallidos de disparos y explosiones de tanques de gasolina retumbaban en el aire, y el calor de los autobuses incendiándose le escocía el rostro.

Cerca de la medianoche, Jiang se acercó a la plaza de Tiananmén, donde se dibujaba la silueta de los soldados contra el resplandor de los incendios. Un guardia de avanzada edad le suplicó que no continuara, pero Jiang dijo que quería ver lo que sucedería. De pronto, más de una decena de oficiales de policía armados se le fueron encima y algunos la golpearon con picanas eléctricas. Le brotó sangre de la cabeza y Jiang cayó.

Sin embargo, no sacó la credencial que la identificaba como periodista del ejército.

“Hoy no pertenezco al Ejército Popular de Liberación”, pensó para sus adentros. “Soy una civil común y corriente”.

Un joven la subió a su bicicleta para llevársela, y algunos periodistas extranjeros la llevaron rápidamente a un hospital cercano, comentó Jiang. Un médico le suturó la herida de la cabeza. Observó, aturdida, cómo los muertos y heridos llegaban por decenas. La brutalidad de esa noche la dejó conmocionada.

“Se sentía como si estuviera viendo cómo violaban a mi propia madre”, comentó. “Era insoportable”. Jiang ha dudado durante mucho tiempo para contar su historia. La herida que sufrió en la cabeza en 1989 le dejó una cicatriz y dolores de cabeza recurrentes.

La interrogaron en los meses posteriores a la represión de 1989, la arrestaron y estuvo sujeta a investigación dos veces en los años siguientes por la autobiografía personal que escribió. Dejó formalmente las fuerzas armadas en 1996 y desde entonces ha tenido una vida tranquila, en gran parte ignorada por las autoridades.

Al recordar los sucesos durante varias entrevistas en semanas recientes, con frecuencia hablaba más despacio y su alegre personalidad parecía replegarse bajo la sombra de sus recuerdos.

Afirmó que, con el paso de los años, esperaba que algún dirigente chino saliera a decirle al país que la represión armada había sido un error desastroso. Pero ese día nunca llegó.

Jiang señaló que creía que la estabilidad y prosperidad de China sería frágil mientras el partido no pagara por el
“derramamiento de sangre”.

“Todo esto está construido sobre arena. No hay cimientos sólidos”, dijo. “Si se puede negar que mataron gente, cualquier mentira es posible”.

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Este artículo fue publicado originalmente en The New York Times en español.


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