Perspectivas

A propósito de las opiniones del poeta William Ospina sobre Venezuela

Fotografía de JUAN BARRETO | AFP

14/08/2020

El 18 de julio de este año, el periódico El Espectador, con sede en Bogotá, publicó un texto del poeta y escritor William Ospina, titulado: “Una deuda con Chávez”. En su comentario de presentación, El Espectador calificaba generosamente al poeta Ospina como alguien “que conoce a fondo la realidad del país vecino”. También resumía la opinión según la cual “la única forma en que Venezuela superará el desastre será retomando los postulados originales del chavismo”.

Después de ocho párrafos sobre los Estados Unidos y el imperialismo, con los que en términos generales sería difícil no estar de acuerdo, salvo señalar la notoria (y, de seguro, no casual) omisión de las variantes chinas y rusas de la expansión imperial, aparece Venezuela. Allí el texto de Ospina termina por presentarse como una pieza que reproduce una buena cantidad de lugares comunes, idealizaciones y medias verdades con las que, siete años después de su muerte, se alimenta algo que luce más como un culto que un análisis realista y ponderado del papel del teniente coronel Hugo Chávez en la historia del país. Tales atributos pueden ser un defecto, pero también una oportunidad de concretar algunos de los elementos canónicos de una narrativa que apuesta por la idealización y el deslinde de cualquier responsabilidad de la principal figura de un desastroso proyecto que ahora, con veintiún años en el poder, y contando, lidera nominalmente Nicolás Maduro.

Me permito entonces organizar algunas de las opiniones expresadas por el poeta Ospina y ofrecer, ante ellas, algunos elementos que pueden ser contrastados por el lector. Hay una razón de peso para realizar este ejercicio: la importancia del uso de la memoria como herramienta ciudadana; más aún en un escenario opaco e interesado como el que vive Venezuela bajo el dominio autoritario del chavismo. Viene a cuenta un comentario del escritor Juan Marsé, recopilado por El Cultural (2020) a propósito de su muerte, que decía: “En relación con el poder, la memoria es un incordio, siempre. Los gobernantes, los responsables políticos, preferirían que determinadas cosas no se recordaran”. El texto de Ospina corresponde, sin duda, al tipo de mecanismos verbales que intentan situar a un personaje políticamente complejo en el nicho de la amistosa benevolencia sin recuerdos.

Venezuela cuenta con una larga historia de este mecanismo: las llamadas leyenda dorada y leyenda negra que versan sobre los 26 años de la dictadura gomecista a principios del siglo XX. Sintomáticamente, la leyenda dorada suele verse retratada, fundamentalmente, por intelectuales y políticos cercanos al Benemérito, en una narrativa que parece hablar más de sus propios intereses en juego, antes que de los elementos objetivos de las bondades de Gómez (Carrera Damas, 1981). Un ejemplo curioso es la referencia que recoge el abogado e historiador colombiano, Javier Henao Hidrón de su paisano, Fernando González, tan cercano a Gómez, que incluso publicó un libro sobre el dictador al que tituló: “Mi compadre”, escrito en 1934, después de vivir un año en el país vecino. Comenta Henao Hidrón: “Tras afirmar que el general Gómez ha cumplido 23 años en el poder sin una revolución, destaca que el país está cruzado por carreteras; ninguna deuda; y ni un vago, ni un pordiosero” (p. 11).

Sin embargo, está claro que la idea clave de la idealización gomecista está representada en la noción del “cesarismo democrático” que da pie a la figura del “gendarme necesario” que en su momento glosó para Gómez su intelectual oficial: Vallenilla Lanz. La tesis puede resumirse en esta idea básica: “El César Democrático (…) es siempre el representante y el regulador de la soberanía popular: Él es la democracia personificada, la nación hecha hombre. En él se sintetizan estos dos conceptos al parecer antagónicos: democracia y autocracia, es decir, Cesarismo Democrático; la libertad bajo un jefe, el poder individual surgido del pueblo por encima de una gran igualdad colectiva” (p. 132).

Salvando las distancias históricas y políticas, Ospina parece funcionar más como un oficioso agente a la construcción de una nueva leyenda dorada; en este caso, de un nuevo Benemérito: el teniente coronel Hugo Chávez.

Desde luego, hay cosas que sería imposible (e injusto) negarle al teniente coronel Hugo Chávez. Es imposible no percibir la magnitud del inmenso logro de construir una narrativa persuasiva que se extendió con evidente éxito en casi todos los países del continente americano que, en mayor o menor medida, copiaron algo de su estilo y modelo populista. Tampoco existe la menor duda de que el teniente coronel Chávez, en efecto, realizó algunas acciones concretas que, temporalmente, favorecieron la liquidez económica de los más pobres, e incluso dieron paso a la vivencia de todo un “fervor”. Lo que tendríamos que discutir con seriedad es si esos beneficios podrían considerarse como una verdadera “redención”.

Chávez el antiimperialista que supuestamente “redimió” a los pobres.

Ospina, como es el lugar común de tantos opinadores internacionales, parte de la convicción de sus afectos. Dice: “desde el comienzo sentí que Chávez era un hombre bienintencionado que amaba a su pueblo y se proponía ser la voz de un sector excluido de la sociedad”. Allí, en ese núcleo afectivo, se soporta (y no cabe la menor duda de que se seguirá soportando) el núcleo narrativo de la idealización del teniente coronel Hugo Chávez. El buen corazón del teniente coronel Hugo Chávez es una metáfora tan importante que incluso el intelectual pop-star esloveno, Slajov Žižek (2013), se permitió escribir en el momento de la muerte de Chávez, ocurrida por la recidiva de un cáncer muy agresivo: “Quizá Chávez realmente murió por tener un corazón demasiado grande”.

En realidad, la supuesta bondad de Chávez es algo que no tiene mayor sentido discutir. Lo mismo se ha dicho de Stalin, Franco, Pinochet, Fujimori, Uribe, Videla, así como de tantas otras figuras, electas o no, a lo largo de la historia. Mucho más interesante es considerar esa suerte de atmósfera narrativa que equipara al supuestamente antiimperilista teniente coronel Hugo Chávez en una cruzada redentora de los excluidos. La evidencia más elemental introduce importantes interrogantes; en primer lugar, sobre su naturaleza democrática y ciudadana; en segundo lugar, sobre esos logros.

Ospina ignora (o decide ignorar) que, en oposición a los postulados democráticos más elementales, el discurso y la práctica explícita del teniente coronel Hugo Chávez implicó siempre una confrontación con cualquier fuerza o actor social o institucional que no estuviese alineado a sus intereses y visiones. Los ejemplos abundan, pero el que me resulta más cercano (pues corresponde con un interés de exploración desde hace años) es la curiosa invención de la primera patología del enemigo político del siglo XXI por parte del chavismo: el imposible concepto de “disociación psicótica”.

Acuñado, en primera instancia por Erick Rodríguez Miérez, un médico sin formación psiquiátrica comprobada, la llamada disociación psicótica se convirtió en la “patología política” con la que el chavismo decidió calificar a los opositores a su gobierno. Se trataba de un planteamiento que, aunque risible en apariencia, depuraba aún más el desprecio y el irrespeto por el adversario, continuando el proceso constatable de deshumanización del enemigo político que inició Chávez desde el inicio de su mandato al denominar como “escuálidos” a sus legítimos opositores.

La “teoría de la disociación psicótica” incluso llegó a ser publicada como un libro por el ministerio de comunicación. Fue, en rigor, un material suscrito plenamente por el gobierno chavista y una evidencia palpable de la forma de representar al adversario en un proceso que, al menos declarativamente, quería narrarse como democrático. Tales acciones han continuado en el gobierno de Maduro (que incluso han alcanzado episodios de muerte de manifestantes por parte de soldados de las fuerzas armadas en medio de la represión) y corresponden estrictamente a esa misma secuencia deshumanizante que ya estaba presente desde los orígenes del chavismo.

Otro elemento dramático es el que corresponde a los registros objetivos sobre la lucha contra la pobreza y la excusión. Omitiré, por temas de espacio, algunas sutiles consideraciones psicosociales, así como ciertos elementos respecto al funcionamiento, estrategias y evaluación de “las misiones”, correspondientes a los programas sociales del chavismo como estructuras de intervención opaca y de propaganda. Ilustraré solo dos grandes temas que muchos científicos sociales venimos registrando desde hace años: la educación y la salud respecto a los más desfavorecidos.

Cuando revisamos los publicitados datos de la educación, el único objetivo cubierto temporalmente corresponde a la educación básica, donde por un tiempo la escolarización parece haber alcanzado la inclusión total. Ahora bien, apenas se supera el sexto grado de primaria, aparece la deserción escolar. Para 2005-2006, por ejemplo, por cada 10 adolescentes mayores de 10 años, casi 5 ya estaban desescolarizados (Herrera, 2009). Todos eran pobres, naturalmente. Por su parte, la mayor proporción de estudiantes universitarios en el sistema nacional correspondía a jóvenes de clase media (baja y alta) con una notable ausencia de estudiantes de pocos recursos.

Respecto a la salud, y pese a la evidente política de propaganda que el chavismo utilizó (con bastante éxito, por cierto) pueden apreciarse indicadores “duros” que no logran esconder las calamidades detrás de los logros, reconocibles y necesarios, pero no suficientes, de su sistema asistencial primario. Uno de ellos es el significativo crecimiento del embarazo adolescente, un patrón característico de la pobreza. En 2009, Unicef reportaba que casi el 25% de las adolescentes del país estaban embarazadas. Según informes de la OMS (2011), Venezuela mostraba un índice de 101 x 1000 habitantes para niñas entre 15 y 19 años, superando a todos los países de la región. Incluso los países más pobres.

Algo semejante puede encontrarse en otro de los indicadores estructurales de salud y pobreza por excelencia: la mortalidad infantil. Como reportaban García, Correa y Rousset (2019), en 2009 se detuvo la tasa decreciente de mortalidad infantil. Desde entonces, la tasa alcanzó 21 muertes por cada 1000 nacidos. Conviene tener en cuenta que estas tasas de mortalidad ocurrieron en un momento en el que el teniente coronel Hugo Chávez afirmaba que el país iba en dirección a ser “un país potencia”.

En todos estos escenarios, las cifras muestran condiciones objetivamente difíciles para los pobres que, nominalmente, el chavismo tomó como supuesta motivación de su cruzada política. Los mismos pobres que, en el imaginario de opinadores como Ospina, hoy parecen tener que reconocer alguna deuda con el teniente coronel fallecido.

Chávez y el petróleo

Parece existir un consenso en ciencias políticas y sociales en que un elemento clave sin el cual es imposible describir los logros (y los fracasos) del teniente coronel Hugo Chávez está en el petróleo. Chávez llegó a tener un barril de petróleo aun más elevado que el de la gran bonanza de la época idealizada de la Venezuela saudita. Por ejemplo, en julio 2008, el petróleo llegó alcanzar los 120 USD el barril (en oposición a los 8 USD del gobierno anterior) (Arenas, 2010). Entre “1999 y 2014, Venezuela recibió US$ 960.589 millones. Un promedio de US$ 56.500 millones anuales durante 17 años” (BBC, 2016). Eso, sin contar los cuantiosos ingresos por endeudamiento.

Sin embargo, al mirar las estadísticas del INE sobre la pobreza por ingreso de 2014 (el último año próspero; también, el último año en que el gobierno se permitió publicar cifras semestrales de pobreza) la pobreza relativa era de 32,6%, mostrando apenas una reducción del 11,3% en pobreza relativa respecto al momento de su elección.

Este resultado es aún peor si comparamos la pobreza del país con su vecino más cercano, Colombia. Allí nos encontramos con una evidencia que contradice el optimismo de los cultores del chavismo redentor: al cerrar 2014, la pobreza monetaria total en Colombia era 4,1% menor a Venezuela (correspondía al 28,5%). Incluso la pobreza extrema estaba 1,4 puntos por debajo, en 8,1%. Eso quiere decir que, pese a la fortuna incalculable recibida por el chavismo, incluso el número porcentual de pobres relativos en Venezuela era mayor que el de Colombia, aunque ese país contaba con muchos menos ingresos per cápita.

Ahora bien, la narrativa que propone Ospina intenta replantear la llegada del chavismo y su discurso antiimperialista declarativo, distorsionando incluso elementos que podrían ser perfectamente obvios. Dice Ospina: “Todos sabemos que las élites petroleras no solo vivían en una opulencia inaudita, sino que habían hundido a la comunidad en la dependencia y la apatía de los subsidios”.

La diferencia entre querer describir el chavismo y describirlo, implica asumir el hecho de que la renta petrolera ha sido (al menos desde la nacionalización) una renta del Estado. Como comenta Arenas (2010): “El chavismo ha manejado los recursos del Estado como si fueran patrimonio de la elite en el poder, aunque en lugar de elite convendría hablar del «señor patrimonial», «propietario absoluto de los medios administrativos», concepto de Max Weber que describe mejor el modo en que el mandatario actúa”.

Mientras Ospina habla de los deseos del teniente coronel Hugo Chávez de que “la renta petrolera beneficiara a la gente, y cumplir el viejo sueño de sembrar el petróleo, diversificar la economía y hacer a Venezuela poderosa ante el mundo”, en realidad, lo que ocurrió con el chavismo fue precisamente lo contrario. En los 14 años de gobierno del teniente coronel (pero, muy especialmente, durante el cenit de la renta más alta) el chavismo destrozó explícitamente las condiciones de generación de un sector productivo. En realidad, convirtió a Venezuela en un inmenso petroestado consumidor, con una de las estructuras de corrupción más grandes de toda la historia, así como un marco clientelar que jamás se habría podido soñar en los peores años del clientelismo de la democracia representativa.

Tal situación no intenta negar el correcto diagnóstico de las profundas inequidades sociales que denunciamos tantos venezolanos, como hace el mismo Ospina. Lo que intenta dejar claro es que, en la práctica, el chavismo reprodujo y amplificó las condiciones estructurales de la terrible inequidad que recibió y contra la que prometió luchar. Es precisamente ese marco clientelar el que, años después, haría posible el desarrollo de las “cajas del hambre” conocidas como CLAP y por las que en este momento se encuentra en proceso de extradición el tantas veces señalado barranquillero Alex Saab.

Chávez y las elecciones

El teniente coronel Hugo Chávez entró a la vida política de Venezuela con el sangriento golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, una fecha de la que todavía no se sabe con precisión cuál fue el número total de civiles asesinados (Socorro, 2017). Desde entonces, su capital político fue creciendo, en medio de una sociedad agotada y asolada por gobiernos que, si bien electos democráticamente, traicionaron los objetivos y los logros más elevados de las décadas pasadas. Al salir de prisión, el teniente coronel Hugo Chávez cambia su estrategia y decide abrazar el juego democrático. Ganó sin un atisbo de dudas las elecciones presidenciales de 1998. También ganó casi todas las que seguirían desde entonces, poseedor de un caudal electoral evidentemente amplio. Pero tal cosa no es suficiente para suponer que su estrategia, que convirtió en electoral después del golpe de estado de 1992, fuese forzosamente democrática.

Dice Ospina: “Y sin embargo los triunfos electorales del chavismo fueron en esos tiempos sistemáticamente descalificados contra toda justicia”.

En realidad, una mirada más cuidosa de la situación electoral venezolana permite apreciar condiciones muy graves desde el propio inicio de su mandato. Briceño y Chaguaceda (2020) lo documentan de forma empírica cuando presentan el declive progresivo de las condiciones razonablemente competitivas en el sistema electoral. Tal cosa se aprecia desde su primer acto electoral en el poder: la convocatoria a una asamblea nacional constituyente, ocurrida a principios de 1999, realizada con un mecanismo de control de los listados que le permitió no solo aprobarla (que seguramente era deseable), sino además gestar unas bases de pleno control de la misma (en la que la oposición solo contó con 6 curules), que presagiarían el manejo de toda la estrategia electoral del chavismo.

Algo semejante puede documentarse con el referéndum revocatorio de 2004, que ganara Chávez con un margen apreciable. Lo que se ignora ante tal proceso es que, para llegar a él, la oposición democrática al chavismo debió sortear toda clase de dilaciones para lograr la validación de su solicitud, al tiempo que ocurrieron procesos de despidos y persecución política más que documentados, a partir del uso de la llamada “Lista Tascón”. A eso debe sumarse que, durante el período de demora, el gobierno de Hugo Chávez realizó uno de los actos de construcción de intereses clientelares más grande de la historia, llegando al referéndum revocatorio, además, con el control casi total del cuerpo electoral. Un ejemplo notable de ello es que, poco tiempo después, uno de los rectores claves, el médico psiquiatra Jorge Rodríguez, quien hoy sigue siendo un operador central para Nicolás Maduro, pasó a ser candidato del chavismo. Eso quiere decir que Rodríguez fue jefe directo de los funcionarios que, poco tiempo después, tendrían la responsabilidad de proclamar su triunfo.

En los años siguientes el país pudo apreciar la forma sistemática en la que el chavismo manipuló, desvirtuó y opacó cualquier victoria electoral por parte de la oposición, imponiendo acciones tan diversas como supuestos “protectorados” que funcionaban como gobiernos paralelos no electos, pero con importantes recursos del gobierno central, diseñados para competir con los gobiernos legítimamente elegidos. O desconocimientos tácitos de resultados, como ocurrió en el caso del referéndum constitucional de 2007, cuando Chávez perdió su enmienda constitucional para ampliar el período de reelección; que igual consiguió luego en otra convocatoria de discutida legalidad.

Incluso pocos meses antes de su muerte, el teniente coronel Hugo Chávez protagonizó el último abuso sobre el sistema electoral de la nación: sabedor de que su cáncer era terminal y que difícilmente podría tolerar su típica campaña, intensa y emocional, hasta los primeros días de diciembre, fecha tradicional de las elecciones presidenciales durante la democracia, gracias al control total (o casi total) del chavismo sobre el organismo electoral, se adelantaron las elecciones de ese año, celebrándose dos meses antes: el 7 de octubre de 2012. Dos meses después, en los días en los que debía haber sido electo, anunció que el cáncer había vuelto y viajó a Cuba para nunca más realizar una aparición pública. Fue el día en que expresó su voluntad de solicitar el apoyo a Nicolás Maduro como su sucesor.

Es por eso que, detrás de las acciones electoralmente opacas que vemos en el gobierno de Maduro, no podemos sino notar la continuidad de una relación francamente deteriorada entre el chavismo y el respeto al poder electoral como figura clave de una democracia.

El futuro está en el pasado

Vivo en Cali, la ciudad de Colombia donde llegué cuando entendí que ya no podría asegurar necesidades mínimas a mis hijos dentro de mi propio país. Al poco tiempo de vivir aquí se me informó que el poeta Ospina cursó algunos años de estudios universitarios en una de sus universidades privadas. Es, precisamente, la ciudad donde se grabó una de las piezas icónicas del cine documental latinoamericano: “Agarrando pueblo”. Una parodia del uso sensacionalista de los pobres, los excluidos y menesterosos como una forma de ganar poder y fama. Pensaba en esa película cuando leí el texto de Ospina. Dice el autor: “Si alguien quiere que Venezuela salga del desastre, tiene que ser capaz de reconocerle algún mérito al proyecto original de Chávez y formular un modelo de transición en el que quepa toda Venezuela”

El poeta Ospina acierta, naturalmente, al postular una transición en la que quepa todo el país. Lo que sí resulta sorprendente es la simplicidad con la que la mirada de Ospina cree ver el futuro del país atado a las desastrosas y antidemocráticas políticas de Chávez como un ejemplo de progresismo, justicia y equidad. Ospina ignora (o quiere ignorar) que el Chávez al que él y algunos otros creen que debemos guardar una deuda, en realidad, más que con el futuro, nos emparenta con los fantasmas de un pasado rural, desprovisto de oportunidades e instituciones y repleto de hombres fuertes, montoneras y gendarmes necesarios. O con los cínicos cultores del sensacionalismo de la pobreza que denunció “Agarrando Pueblo”. Allí, quizá, se encuentra la mayor diferencia que se puede tener con opinadores como el poeta Ospina, para quien el culto a la imagen de un líder político parece importar más que la elemental convicción de que la real deuda de un país es, debe ser y será siempre con su gente. Con el derecho de su gente a un futuro de bienestar, equidad, justicia y respeto a la condición humana que todo país merece conquistar en genuina libertad.

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Referencias

-Arenas, N. (2010). La Venezuela de Hugo Chávez: rentismo, populismo y democracia. Nueva Sociedad, 229.

-Bermudez, A. (25 de febrero, 2016). Cómo venezuela pasó de la bonanza petrolera a la emergencia económica. BBC Mundo. https://tinyurl.com/y6spxp6m

-Briceño, H. y Chaguaceda, A. (2020). Electorialismo autocratizador y conflicto político en Venezuela. DemoAmlat. https://tinyurl.com/y3cylr6a

-Carrera Damas, G. (1981). Juan Vicente Gómez: la evasora personalidad de un dictador. Crítica & Utopía, 5. https://tinyurl.com/yxrgp98r

-Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE, 2014). Boletín técnico. Pobreza monetaria y multidimensional en Colombia 2014. https://tinyurl.com/yy4lsqma

-El Cultural (20 de julio, 2020). Juan Marsé, antología de un escritor libre y furioso. https://tinyurl.com/y3jcyfbj

-García, J.; Correa, G. Y Rousset, B. (2019). Trends in infant mortality in Venezuela between 1985 and 2016: a systematic analysis of demographic data. The Lancet Global Health. https://doi.org/10.1016/S2214-109X(18)30479-0

-Henao H., Javier (1988). Fernando González ante Bolívar, Santander y Juan Vicente Gómez. Discurso de recepción en la Academia Antioqueña de Historia. Medellín, septiembre 6 de 1988.

-Herrera, M. (2009). El Valor de la Escuela y el Fracaso Escolar. Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 7, (4), 253-263. https://tinyurl.com/y69fs28c

-Instituto Nacional de Estadística (INE, 2020). Hogares pobres por ingreso: 1er semestre 1997- 1er semestre 2015. https://tinyurl.com/y5j3rn4v

-Ospina, W. (18 de Julio, 2020). Una deuda con Chávez. El Espectador. https://www.elespectador.com/noticias/politica/ensayo-de-william-ospina-sobre-venezuela-una-deuda-con-chavez/

-Socorro, M. (8 de febrero, 2017). Las víctimas silenciadas: los civiles muertos del 4 de febrero. https://elestimulo.com/climax/las-victimas-silenciadas-los-civiles-muertos-del-4-de-febrero/

-Vallenilla Lanz, Laureano (1991). Cesarismo democrático y otros textos. Caracas: Biblioteca Ayacucho.

-Zizek, S. (11 de Marzo, 2013). A heart larger than life. https://tinyurl.com/yxvkyhsf


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