Perspectivas

A propósito de El baúl, Rituales y Vista desde mi cuarto

Fotografía de Ricardo Gómez Pérez

22/08/2022

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Herman Sifontes es un conocido bibliófilo y coleccionista que mantiene la Fundación para la cultura urbana y el Archivo de fotografía urbana, dos instituciones de amplio recorrido en América y Europa. Con estas credenciales a nadie puede extrañarle que, además de apreciar tanto las fotografías como evidencia su trayectoria, disfrute en primera persona de la fotografía. Como tantos otros, Sifontes hace muchas fotos, que clasifica y publica de vez en cuando en las redes. Pero no se conforma con ello. También las comenta y las pone en relación con otras fotos de sus archivos, sobre todo las más personales.

Muchas personas escriben diarios y memorias para ajustar cuentas con sus vidas y experiencias. Además del lenguaje, esta actividad se puede realizar con imágenes. Las fotos sirven de mucho cuando uno quiere saber qué fue y de dónde viene. Desde mediados del siglo antepasado, las biografías se componen con fotos. Roland Barthes, uno de los escasos pensadores que ha aportado ideas sobre fotografía, distinguió entre el documento que toda foto es y la carga emocional que cada foto tiene. Lo primero es válido para todos, la información es la misma, siempre que se sepa y pueda leer la imagen. Lo segundo, que él llamaba punctum, es único e intransferible. Hay ciertas fotos que punzan («como una flecha», decía Barthes) en un sujeto y nada más que en uno, mientras que el resto solo podemos acercarnos a la información que contenga la imagen. Y si conseguimos algo más será porque el sujeto que experimenta su particular flechazo lo haya anotado y nos lo cuente.

Para entrar en estas complejidades es necesario el lenguaje. Y para hacerlas públicas hacen faltan los libros. Sobre todo el tipo especial al que se suele llamar fotolibro. El medio por excelencia de presentar (es decir, publicar) fotografías. Así que Herman Sifontes también ha hecho sus propios libros con fotos. Tres fotolibros, Vista desde mi cuarto, publicado en 2018, y Rituales y El baúl, ambos de 2021. Los tres impresos en Caracas con diseño de Gisela Viloria, los primeros autoeditados y el tercero con el sello de ExLibris.

Fotografía de Ricardo Gómez Pérez

Vista desde mi cuarto es una libreta de bolsillo. Su formato y sus esquinas recortadas se parecen a los listines de teléfonos y las agendas, dos objetos imprescindibles de uso cotidiano hasta hace nada. Como tantas otras cosas útiles, han sido exterminadas por los teléfonos móviles que se encargan de decirnos veinticuatro horas cada día todo que hay que hacer queramos o no. Pero no es cuestión ahora de criticar estos aparatos, vademécums que siempre van con nosotros y sirven para casi todo, entre otras cosas excelentes para mandar fotos a los demás.

Vista desde mi cuarto trata del sótano donde Herman Sifontes estuvo encerrado durante casi tres años por causas ajenas a su voluntad. Una celda tenebrosa de la que aprendió a salir recordando. «Recorrer los paisajes y los gustos de mi infancia me salvó la vida», escribe Sifontes en un rincón de Vista desde mi cuarto. La memoria puede iluminar la sombría vida del recluso. En sus palabras: «las imágenes que recreaba desde la oscuridad llenaron de luz mi cotidianidad».

Durante aquella estancia en las tinieblas Sifontes pudo mandar fotos desde su cuarto a sus contactos telefónicos. Pero en realidad no eran imágenes de lo que estaba viviendo allí. En lugar de lo que hizo Xavier de Maistre en su Viaje alrededor de mi cuarto (un elogio de la agorafobia y la soledad que recrea lo que el título avanza: las aventuras de un joven oficial arrestado en su cuarto, descrito como un país extraño y único), Sifontes dio la espalda al heroísmo romántico y el narcisismo contemporáneo. Con su discreción de costumbre, se conformó con explorar la memoria de su teléfono y distribuir entre sus amigos ventanas abiertas a mares y montañas, cielos nubosos en los que asomaba el sol, horizontes lejanos, selvas tropicales y tejados metropolitanos de aquí y allá, sin respeto alguno a las limitaciones de las cuatro paredes del encierro. Y de esta sencilla manera, Herman Sifontes no se sometió, fue una vez más el hombre libre que era y seguía siendo allí.

Fotografía de Ricardo Gómez Pérez

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En términos literarios Vista desde mi cuarto puede ser un ejemplo de autoficción. El fotógrafo y el escritor, que en este caso son la misma persona, cuentan algo privado a través de metáforas y sin gastar mucho en anécdotas. En cambio, Rituales es más bien realista, un término que goza de mejor salud desde que Markus Gabriel lo emplea. No hace tanto, en los lejanos (y olvidados, gracias a dios) tiempos de la posmodernidad la palabra realista era casi un insulto. Pero los hechos son más tozudos que las palabras y al final cuesta demasiado aceptar que la historia no es más que un relato intercambiable, que hay verdades alternativas a las verdades verdaderas o que la sexualidad solo es una construcción cultural, sobre todo cuando sufrimos pandemias, padecemos populismos o gozamos (menos mal) del deseo.

Para refutar la tesis principal de aquel trabalenguas (la existencia de los objetos depende de la existencia de un sujeto) es suficiente la más modesta cámara fotográfica. Las fotos darán fe de la existencia de los objetos aunque nadie repare en ellos. Los guardan con más o menos detalle, solo en una apariencia, de acuerdo, pero no es poco precisamente. Rituales es realista porque parte de la existencia previa de las imágenes que componen el libro junto a los comentarios de Herman Sifontes. El origen de esas fotos es el mismo que su causa. Además de protagonista del libro, la familia Sifontes es autora de las imágenes y responsable de su conservación.

La revisión del álbum familiar incluye padres, hermanos y abuelos como telón de fondo de los primeros años del autor. Las fotos son semejantes a las que se encuentran en los demás álbumes familiares, imágenes abiertas para pocos y cerradas para el resto. Es lo que pasa con el punctum barthesiano, la carga afectiva intransferible característica del medio fotográfico. Los comentarios de Herman Sifontes procuran compartir algo de eso tan escurridizo. Además, apuntan fechas y episodios políticos y sociales de su propio país como su contexto.

«Los encierros sirven para generar puentes afectivos con el pasado», anota el autor, que preparó el libro durante la pandemia. Aquella clausura «relativizó el cronómetro»: de repente proporcionaba tiempo y ganas para muchas cosas pendientes, sin fecha prevista para su culminación.

Fotografía de Ricardo Gómez Pérez

El bl también es el resultado de un trabajo postergado. La memoria de los abuelos de Sifontes estaba guardada en el baúl que da título a este libro. Entre su variado contenido escogió las fotos de viaje. Sus abuelos fueron viajeros empedernidos, que recorrieron buena parte del planeta durante sus vacaciones a lo largo de décadas y no se privaron del placer de fotografiarse al llegar a las metas. Ambos son curiosos, pero con distinta intensidad. Él suele mirar a cámara sin ninguna timidez, seguro de sí mismo. Ella también lo hace, pero menos, y además parece desprendida. Su facilidad para alejarse de su bolso es significativa. Repiten a veces la misma toma, cambiando la cámara de manos de uno a otro. También atienden a las cosas sin necesidad de salir ellos, solo por el placer de conservar algo de lo que ese lugar les ha sugerido.

Rituales y El baúl tienen en común que el blanco y negro se conserva bien, a diferencia del color. Las gamas cromáticas de las fotos de color se degradan sin piedad, pierden matices y tienden a convertirse en monocromías cada mes más mortecinas. Todo parece más viejo en el color de las viejas fotos. Pero eso no es necesariamente algo malo. Los pintores dicen que el tiempo también pinta. Su labor paciente y lenta se llama pátina, una consecuencia del tiempo que suele mejorar el cuadro, digan lo que digan los restauradores de los museos, que a menudo transforman maravillas en cromos de colorines brillantes como pasteles recién hechos. Aunque las restauraciones también son posibles con las fotos, el resultado deja bastante que desear. Uno que conozco bien aprecia la pérdida, que en realidad puede ser una ganancia ya que entona la pintura y la pone en su momento, lejos de la actualidad. Sentir el tiempo con la mirada no es poca cosa.

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«El baúl. Miradas cruzadas», de Herman Sifontes Tovar. Publicado en 2021 por Intervalo Taller Editorial, con diseño de Gisela Viloria y la coordinación editorial de Ricardo Gómez Pérez.


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