Fotografía de Josep Lago | AFP
Destacadas
Te puede interesar
Los más leídos
Nací con una extraña marca en la cara interna de uno de mis muslos. Contaban mis padres que, siendo muy pequeño, cuando alguien me preguntaba qué era eso, yo respondía sin titubeos: es un sueño. La marca desapareció lentamente con el tiempo, pero nunca olvidé esa original respuesta. ¿De dónde diablos la sacaría?
Hace unos cuantos años, escuchando una vieja pieza de Serrat, su famosa “Señora”, tuve nítida consciencia de uno de sus versos: “no olvide usted que tuvo la carne firme y un sueño en la piel”. ¡Allí estaba!… Mi imaginación, de inmediato, le dio forma a una historia. En los días de mi temprana niñez yo había escuchado aquella canción y había creado, sin proponérmelo, una ingenua conexión simbólica entre mi mancha congénita y esa hermosa metáfora del deseo carnal. Era ese un bello ejemplo de cómo se empieza a habitar poéticamente en la circunstancia vital…
Hace poco descubrí que esa historia no podía ser real. Simplemente las fechas no cuadraban. La canción en cuestión fue lanzada en el año 70, como parte del disco llamado, casualmente, “Mi niñez”, mientras el episodio de mi infancia debió ocurrir a mediados de los 60. Nunca imaginé que la búsqueda en Google que me conduciría a este hallazgo, hace poco más de tres meses, sería aguijoneada por el propio Serrat.
A finales de septiembre mi esposa y yo viajamos desde Madrid, donde nos encontrábamos por esos días, hasta Córdoba. Nuestro objetivo era asistir a lo que, presentíamos, sería un hecho inolvidable en nuestras vidas: el concierto que, como parte de su gira de despedida, daba allí nuestro querido Serrat. Nos recibió personalmente. Quiero decir que ese hombre, sabio y cortés, comenzó diciendo a la expectante multitud de unas tres mil personas que él estaba allí porque, después de tantos años de afecto y de reconocimiento, sentía el profundo deber de despedirse en persona de cada uno de nosotros. Alida y yo, por supuesto, sentimos que sus palabras de gratitud se dirigían directamente hacia nosotros.
Varias experiencias memorables vivimos durante esas horas. Una de ellas fue una travesura filosófica preparada por Joan Manuel (ahora puedo llamarlo así). En medio de una reflexión sobre la creación literaria y musical, nos soltó que los personajes y las historias de muchas de sus canciones más conocidas eran simple ficción. Nos enteramos así, de sopetón, que nunca hubo un Curro, El Palmo, ni la destinataria de su inmortal y no correspondido amor, Merceditas, la coqueta chica del guardarropa. Tampoco se sentaron a conversar, como si nada, luego de medio siglo sin verse, José, el indiano, y Juan, afincado en su terruño. Estos personajes y las historias que entrelazaban sus vidas nunca existieron.
En algún momento, en medio de ese desguace de nuestros mundos simbólicos, pensé, sin quererlo, en mi vieja marca-sueño. Fue así cómo, al llegar al hostal y tras una breve consulta en internet, la tonta historia de mi sueño en la piel se esfumó, como ya lo había hecho, hace más de cuarenta años, la bendita mancha. Pero no me importó mucho, pues Serrat nos había dado, en aquella mágica noche, el código para jugar al antiguo y estupendo juego de contarnos historias.
Joan Manuel nos dijo que nadie, ni siquiera él mismo, sabía quién era realmente Serrat. Más aún, que tal vez no existiese un verdadero Serrat. Serrat, como cada uno de nosotros, sería, irremediablemente, un personaje de incontables relatos que sobre él se han contado y se contarán. Sus canciones, además, vendrían a ser como el sound track de innumerables historias de vida. Y nada de esto le pertenecería, nos dijo. Serían maravillosas criaturas de la imaginación que pervivirán mientras haya quien las relate y las cante… No era necesario rematar la idea. Se nos hizo evidente que Joan Manuel yéndose se quedaba. Que no morirá cuando muera. Que solo desaparecerá cuando alguien, por última vez, narre una historia sobre él o entone una de sus canciones. Y que eso puede tardar muchísimo tiempo en suceder. Si es que sucede.
Hay personas cuyas vidas y obras nos ayudan a abrirnos al mundo y a convertirnos en cocreadores de nuestra realidad circundante. Serrat ha significado eso para mí. Llevo tatuadas en mi memoria algunas de sus letras y de sus melodías. A través de él supe de la poesía y conocí a Antonio Machado, a Miguel Hernández, a León Felipe. Por todo ello le estaré agradecido eternamente o, para ser más exacto, mientras mis recuerdos no me abandonen.
Quiero poder, algún día, despedirme a lo Serrat. Habiendo vivido la vida más plena que haya estado a mi alcance vivir y habiendo dejado al mundo un poco mejor de como lo encontré. Y luego seguir existiendo, como un buen recuerdo, en las historias que sobre mí relaten quienes me hayan conocido y quizás algunos más después de ellos. Sabiendo, sin drama alguno, que, en algún futuro instante, el personaje que habré sido finalmente se desvanecerá. Aunque, entre nosotros, sobre nada de esto puedo estar realmente seguro.
¿Y qué haré, por cierto, con mi mancha infantil? Pues ya le crearé otra historia. Al igual que lo he hecho con otras manchas a lo largo de mi vida…
Roberto Casanova
ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR
Suscríbete al boletín
No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo